Érase una vez, hace poquísimo tiempo y en un lugar muy cercano, un bufón saliendo del Castillo a pasear y despejar su mente, cuando fue alcanzado por un famoso pintor.
—Necesito un favor tuyo –le pidió el artista.
—Por supuesto, dime –respondió el cómico.
—Hace falta que vayas a casa de una dama a la que recién le hice un retrato. Ella tiene algo extraño, porque no ríe con nada. Creo que está demasiado deprimida.
—Yo me encargo, Maestro, no se preocupe.
Desde ese día el bufón se hizo amigo de la mujer y comenzó a visitarla a diario para conocerla bien. A los poco días ya sabía que su pésimo ánimo era por una tremenda decepción amorosa que había tenido y aún sufría mucho por tal motivo.