Érase una vez, hace poquísimos años y en un lugar muy cercano, que comenzó a suceder algo increíble. ¡Se había desatado una ola de robos a bufones!
Se conoció el fenómeno como “Trata de Risas”. Consistía en robarle la sonrisa, o la risa, o la carcajada a un bufón y venderla en Reinos donde muchas personas nacen sin ese don o lo perdieron en sus vidas, por lo que tratan de comprarla en el mercado negro.
Los risotraficantes, lamentablemente, proliferaron. Incluso se formaron Carteles de la Risa, como les llamaron, donde los capos recibían el botín y tomaban los “Ja, Ja, Ja”, los “Je, Je, Je” y los “Ji, Ji, Ji” (por suerte nunca pudieron robarle el “Jo, Jo, Jo” a Santa Claus), y los dividían en pequeños y solitarios “Ja” o en “Je” o en “Ji” y los distribuían entre los microtraficantes, los cuales les vendían esa mercancía a los desesperados agelastos (gente que no ríe). Mientras más franca y espontánea era la risa (con menos impurezas, como decían), más cara se vendía.