Japón acaba de decidir que se va de los pactos internacionales donde les prohibían cazar ballenas. Argumentan que tienen que matar ballenas (foto 1) porque es parte de su tradición, de sus costumbres, como también sucede en Noruega e Islandia. Y por supuesto, nos alarmamos e indignamos todos, ya que ahora veremos las matanzas indiscriminada de los cetáceos. Es algo horrible, que no se debería permitir, ¿no es cierto? Y lo más probable es que mucha gente se lance a las calles de todas las ciudades del mundo a protestar y comiencen a escribirse cartas públicas de reconocidas personalidades y la ONU, UE y otra siglas empiecen a amonestar a Japón y –quizás-, a sancionarlos. Ojalá que suceda todo eso.
Pero entonces me viene a la mente esta pregunta: ¿por qué me voy a alarmar, a indignar, con esta noticia sobre las ballenas y no me sucede lo mismo con otras “costumbres y tradiciones” peores?
En Estados Unidos, solo el 66% de los adultos entre los 18 y los 24 años está convencido de que nuestro planeta es redondo, según un estudio publicado por la revista Forbes.
Poco más de la mitad (54 por ciento) de más de 53.000 personas entrevistadas en todo el mundo dijeron conocer el Holocausto judío cometido por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), según una encuesta reciente.
Con solo mencionar estos dos datos concretos, ya vemos que cualquier cosa es posible en este mundo. Ya no nos sorprenden las teorías de que el mundo se acaba en tal mes, de las afirmaciones de que la violencia y la revolución es la solución a los problemas sociales, o las fluctuantes “opiniones científicas” de que el huevo es bueno para la salud o malo para la salud, o de que alguien dice que habló con dios y de pronto lo siguen una pila de gente (secta), o de que está vivo un cantante muerto, etc., etc..
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