Algunas puntualizaciones sobre la historia del humor en Cuba durante los años 80. (Parte II)

 

En la primera parte respondí la frecuente pregunta: ¿En qué marco histórico-artístico se fundó La Seña del Humor? Ya algunos colegas y amigos me han escrito contándome que, o no recordaban esa parte de la historia, o la ignoraban. Cosa que me animó aún más para continuar con esto de bucear en mis archivos y hacer justicia.

 

Para esta segunda parte responderé otra pregunta que me han formulado mucho:

 

¿Cómo llegó a consolidarse el grupo La Seña del Humor?

 

No será una respuesta atractiva para todo lector, porque hablaré de la evolución interna del grupo, pero sé que a los colegas e interesados les llamará la atención.
Recuerdo que al fundarse La Seña del humor de Matanzas, a ella pertenecían los miembros del Dramático de Radio 26 (4 comediantes y 1 guionista, todos profesionales), del Teatro Mirón Cubano (5 comediantes profesionales), del grupo La Colmena (4 humoristas gráficos) y nosotros, del grupo Tubería de media pulgada (3 humoristas literarios, más ampliamos a 2 humoristas gráficos, 1 músico aficionado y 1 caradura aficionado).

 

Para dirigir a esos 21 “graciosos” (entre ellos 5 mujeres), decidimos crear una Junta donde estuvieran representadas las cuatro entidades (yo estuve en esa Junta por Tubería de media pulgada, obvio).

 

Comenzamos a presentarnos en la Sala White (Casa de la Cultura de Matanzas). En las puestas en escena se veía claramente las inclinaciones de cada cual, los distintos intereses de contenido y de forma de cada grupo; viéndose también las diferencias entre profesionales y aficionados en la escena. Y no puedo decir que desde el punto de vista humorístico unos eran mejores que otros (eso es totalmente subjetivo). El Dramático de Radio 26 defendía el humor costumbrista, la farsa. Géneros en los que trabajaban con éxito en la Provincia. La gente del Teatro Mirón estaban más abiertos a experimentar otros géneros, pero aunque tenían muy buenos comediantes, les faltaba libretos. Los de La Colmena sólo tenían las buenas ideas de su director. Y La Tubería de media pulgada aportaba su característico humor en los guiones y montajes, más la vis cómica de algunos de sus integrantes.

 

Recuerdo un punto de giro fundamental en esa parte de la historia. Conseguimos presentarnos por primera vez en televisión. Con el guión y las actuaciones principales de la gente de La Tubería, en una parodia al programa 9550 de la TV Cubana, que fue un éxito. Con eso se agudizaron los problemillas internos, aunque todo se dio con alturas de miras, comprensión mutua y sin amenazar nunca la amistad entre las partes. De todas maneras no fue fácil esa etapa. Pero se fue dando sola la dolorosa solución en medio de esos momentos de incertidumbre, porque El Dramático de Radio 26 se dio cuenta de la incompatibilidad de intereses y renunció al proyecto. Casualmente, a los actores del Teatro Mirón les prohibieron trabajar con nosotros, debido al rechazo que sentía su director el Sr. Albio Paz, hacia La Seña (con los años cambió de parecer y le confesó a Aramís que estuvo equivocado al juzgarnos). También coincide que La Colmena se desintegra y uno de sus “desintegrantes” se unió a nosotros.

 

En definitiva quedamos 8 y se incorporaron 4 más para llegar a un total de 12 “militantes”. Con esos 12 hombres tratamos de hacer revolución. Con esos 12 apóstoles iniciamos un camino nuevo (disculpen, pero estos fueron chistes internos, burlas entre nosotros mismos, porque en ese momento estábamos lejos de tener una buena calidad escénica, pero la vida compartida entre nosotros, la vida artística y extraartística de  La Seña se estaba convirtiendo en un oasis en medio de los problemas cotidianos de la Isla).

 

Con esos 12 hombres logramos estrenar, mínimo, un espectáculo anual, donde el guión, la música, los diseños (de escenografía, vestuario, luces, audio, etcétera), las actuaciones y la dirección artística eran totalmente creación nuestra. Poco tiempo después ya contábamos con utileros, un técnico de audio y un productor profesional.

 

Debo aclarar que la composición por sexo del grupo no fue premeditada. No fue por machismo. Ojalá hubiésemos contado con mujeres como las cinco geniales comediantes que perdimos por el camino. Pero lamentablemente, escasean las féminas en este giro.
Y si La Seña del Humor logró existir, incluso pasar de ser un grupo aficionado al profesionalismo, sin dudas se lo debemos al público matancero, que nos convenció que andábamos por buen camino.

 

Recuerdo que al principio presentábamos números como “El Coro de Cámaras”, con ese humor tan extraño para el espectador común y silvestre, bombardeado entonces por las únicas formas de hacer humor en el país, como el típico cuentachistes o los programas ya en picada de la televisión y la aplastante mayoría de humor costumbrista y de “doble sentido”.

 

La gente nos aplaudía, como intuyendo que allí se estaba creando algo diferente, aunque no surgieran carcajadas. El público no entendía bien aquello, pero lo respetaba. Entonces, al mismo tiempo nos formábamos nosotros en el oficio y se formaban ellos como público, ampliándose sus posibilidades de consumir humor y apoyándonos a la vez.

 

Nosotros siempre repetíamos en las entrevistas que no sabíamos el humor que hacíamos, pero sí sabíamos el que no queríamos hacer. Logramos un humor con doble lectura; es decir, si tocábamos una referencia cultural, ofrecíamos otras “gracias” para que el que ignoraba esa referencia también se riera. Por ejemplo, cuando interpretábamos música en vivo, en formato de orquesta, le poníamos letras a temas clásicos como el Bolero de Ravel o el Para Elisa de Bethoveen, para terminar con arreglos en ritmos de bolero o salsa. Pues la persona no informada se reía de los gags del cantante, del director de la orquesta, los chistes de las letras, etc. y el que conocía la referencia cultural se reía el doble. Todos salían satisfechos. Con la crítica especializada de nuestro lado, el mundillo intelectual también y el público masivo durmiendo en los portales de los teatros para comprar entradas y ver nuestros espectáculos, estábamos en la nubes.
Se estas últimas líneas emanan orgullo y ego. Es cierto y no me molesta, porque lo que vivimos en La Seña fue un sueño para cualquiera.

 

A esa altura decidimos que ya estábamos preparados para debutar en la Peña del Humor del Teatro Karl Marx. Era como el primer paso para llegar a ser artistas nacionales. Allí el público era exigente, porque la mayoría eran artistas, universitarios, etc.. El show consistía en la presentación de un grupo musical muy de moda en todo el País, intercalando actuaciones del Conjunto Nacional de Espectáculos. Junto a ellos debutamos nosotros y la acogida fue increíble. Recuerdo que Virulo estaba contento con nosotros, pero me dijo que no hiciéramos el número de Los Ríos, porque según él era muy local el tema y se basaba en parodias musicales. Defendí con fuerza el número y logramos hacerlo con tremendo éxito.

 

Y para culminar la noche, nuestra querida Zulema Cruz nos invitó a casa de un amigo de ella, que después se hizo muy amigo nuestro (lo llamábamos el Muppets por su parecido a esos títeres) y allí nos pusieron un cassette de audio muy usado, con la cinta pegada en varias partes, en una reproductora bastante vieja, por lo que se escuchaba pésimo. Pero así y todo podemos decir “oficialmente” que ese día conocimos por primera vez a Les Luthiers (esto fue a finales de 1984). Nos quedamos fríos, de una pieza. Por dos razones, estábamos a ante unos monstruos del humor y nos costaba creer que aquello fuera real. Pero también nos dolía que el tipo de humor que La Seña hacía y que ya contaba con ciertos resultados positivos y esperanzadores, ahora no sería original, porque un importante grupo argentino lo hacía desde años ha. ¿Quién se iba a creer que no conociéramos a Les Luthiers? Era más fácil afirmar que le copiábamos, para no parecer engreídos. Y eso hicimos. Decidimos continuar en la misma línea, también por dos razones: no nos sentiríamos mal porque nos comparasen con los mejores y por otra parte, considerábamos ese tipo de humor como lo máximo y el único que realmente nos inspiraba.

 

Aclaración: me refiero al tipo de humor. Porque en nada más nos podían comparar con Les Luthiers. Nosotros éramos unos aficionados aprendiendo el oficio y ellos unos consagrados y geniales maestros en esta profesión.

 

Siempre le agradeceré a Virulo que haya enviado a Jorge Guerra, el comediante chileno, a darnos un curso intensivo de actuación en Matanzas. Pero aquello fue más, ya que Jorge nos entregó un idealismo, un romanticismo, que no existía en nuestras vidas personales. Ese entrenamiento unió muchísimo a nuestro grupo.
Pero a pesar de los éxitos, fue una época dura para crear, ensayar y presentarnos, ya que éramos realmente aficionados y en algunos de nuestros centros de trabajos no nos daban permiso “para payasear”, por lo que fue un esfuerzo adicional hacerlo todo en tiempo extralaboral. Y por el Ministerio de Cultura no aceptaban “evaluarnos” para pasar al profesionalismo.

 

Pero llegaban otras satisfacciones que hacían subir nuestros bonos, como fue venderle dos números escritos por nosotros a Virulo, uno de ellos “El matacucarachas”, que montó con mucho éxito Carlos Ruiz de la Tejera, ambos incorporados al espectáculo “La esclava contra El Árabe”, del Conjunto Nacional de Espectáculos y que ganó el Premio de la Popularidad del semanario Opina, por el guión. Así que parte de ese premio fue nuestro.

 

Casi al finalizar el trabajo con Jorge, llegó otro momento decisivo en nuestra incipiente carrera: la actuación de Les Luthiers en La Habana. Aunque el hecho en sí no era lo más importante. Lo trascendental para nosotros fue que Virulo nos invitó al salón donde se hacían las Peñas del humor en el Teatro Karl Marx, para un homenaje que les haría el Conjunto Nacional de Espectáculos a los amigos argentinos. Esa noche, después de la función de ellos, se reunieron más de cien personas (casi cien personalidades y los colados de siempre) en aquel lugar. Recuerdo que Les Luthiers hizo varios números y tenerlos ahí, actuando a unos metros, fue muy emocionante. Y así, en medio del cóctel, se nos acercó Virulo para decirnos que subiéramos al escenario e hiciéramos algo. ¡Por pocos nos infartamos! Era tanto el miedo, que decidimos probar con una nota dirigida a Les Luthiers, escrita e improvisada por nosotros ahí mismo, y leída públicamente por Jorge Guerra. Si veíamos a los argentinos reír, actuaríamos, de lo contrario nos negaríamos irrevocablemente. Cuando las carcajadas de los presentes, incluidas las de los visitantes, resonó en el salón, no tuvimos más remedio que subir a escena. Escogimos uno de los números más representativos de nuestro repertorio: El Coro de Cámaras. Yo me sentía “ido” por la emoción. Tanto, que nunca me di cuenta de si la gente reía o no, si aplaudía o no. Sólo sé que cuando nos tocó bajar del escenario nos esperaban Daniel, Ernesto y Marcos recibiéndonos con abrazos y felicitaciones. No tengo ningún problema en confesar que en ese momento lloré. Por supuesto que no nos felicitaban por “la gran calidad artística” que vieron. Lo hacían porque nuestro humor estaba exactamente en la misma frecuencia que el de ellos, y encontrarse un grupo de jóvenes así en Cuba, más aún de provincia, los impactó, según me ha contado después Daniel Rabinovich.

 

En pleno 1995 y después de estar varias veces en las Peñas del Karl Marx, Virulo nos invitó a estrenar un espectáculo con todas las de la ley en el Teatro de mayor capacidad en La Isla. Era nuestra presentación en sociedad, nuestra llegada a las ligas mayores. Nos ganaríamos ya el sello de “artistas nacionales”.

 

La Seña del humor estaba finalmente consolidada.

 

¿Grupos que nos siguieron? ¿Movimiento del nuevo humor cubano? ¿Censura? ¿Evolución artística? ¿Nuestro público? Esas y otras preguntas serán respondidas con muchichichísimo agrado en los próximos artículos.
Continuará…comenzado a llamar "oestes chorizo”.