Cuentos serios de bufones #17

30.jpgÉrase una vez, hace poquísimo años y en un lugar muy cercano, un bufón enviado por el Rey a investigar una oscura y misteriosa muerte, en un Monasterio ubicado a dos leguas del Palacio Real. En él vivían 15 monjes en claustro, 14 de ellos en voto de silencio. Al investigar a través del lenguaje de señas, el bufón se enteró de que el asesinado era el copista de pergaminos en la biblioteca del Monasterio, que había aparecido revolcado en su camastro, sin que se notara ningún síntoma de enfermedad. Ni apareció golpeado, ni envenenado, ni ahorcado, ni apuñalado, ni apedreado. Simplemente muerto.

Entre sus pesquisas, al bufón le llamó la atención que hubiera desaparecido la única comedia del griego Menandro (342 a. C. - 291 a. C.) que tenían allí.
También descubrió que detrás de la cruz de madera que tenían en la pared del salón de oraciones, estaba grabada la frase: “Risus abundat in hore stutorum, que significa “La risa abunda en la boca de los tontos”.
El bufón recordó que esa frase la había leído, precisamente, en una comedia de Menandro.
Después encontró entre los pergaminos más copiados, una Taciturna (son capítulos de las “Reglas Monásticas”), que decía: La forma más terrible y obscena de romper el silencio es la risa, si el silencio es virtud existencial y fundamental de la vida monástica, la risa es gravísima violación.
Cuando el bufón entrevistó al abad a cargo de Monasterio (el único sin voto de silencio), éste le dijo con gran convicción: “que veía la risa como signo de estulticia. Que el que ríe no cree en aquello de lo que ríe, pero tampoco lo odia. Por tanto, reírse del mal significa no estar dispuesto a combatirlo, y reírse del bien significa desconocer la fuerza del bien, que se difunde por sí solo”.
Tomando todos los datos y pruebas que consiguió, más los resultados de las declaraciones de los monjes, más el fruto de sus deducciones, el bufón llegó a la conclusión de que en el Monasterio se aplicaba una rígida, dictatorial y abusiva disciplina y entre las leyes internas más severas estaba la prohibición de reír. Por ello, su veredicto fue que la víctima había encontrado un chiste entre las pergaminos antiguos que copiaba -probablemente del mismo Menandro-, fue corriendo a su dormitorio y ahí río escondido, pero no sólo rió producto de la gracia del chiste, si no también rió por haber controlado esa necesidad física y de alma, tanto tiempo prohibida. Quizás por eso que su gran bendición fue morirse de risa.
Años más tarde el bufón escribió una novela que tituló “En nombre de la risa”, firmándola con el seudónimo de Humberto y que hizo Eco de los mismos prejuicios de su época.
 

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