Diáloco con Enrisco en Boletín Humor Sapiens

enrique-del-risco.jpegEl humor como arma elegante, aguda y penetrante

Podría presentar a este colega copiando lo siguiente de Wikipedia: “Enrique del Risco Arrocha conocido como Enrisco (La Habana, 9 de noviembre de 1967), es un escritor y humorista cubano. Licenciado de Historia de Cuba por la Universidad de La Habana, en 1990, y doctorado en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Nueva York (NYU) en 2005. Reside en West New York, Nueva Jersey, desde 1997. Ocupa un puesto de lecturer en la propia Universidad de Nueva York. Logró el XX Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones en 2018”.

Pero también puedo presentarlo como alguien que admiro por cómo escribe y por lo que escribe, ya sea para teatro en la “belle époque” del humor en los años 80 o por sus artículos publicados (aún no he podido leer su premiada novela). Lo sigo en su blog y tuve la oportunidad de compartir con él en Nueva York después de años sin verlo (desde finales de la década mencionada), y de verdad que lo considero un grande del humor cubano y una buena persona. Por lo que me pesa no haber desarrollado más una profunda amistad con él, aunque no fue culpa de ninguno de los dos, sólo de los caminos de la vida.

Como esperaba, fue un honor y un placer desarrollar con él este diáloco.

PELAYO: ¿Tienes consciencia de que eres un referente en el humor cubano? ¿Que muchas personas y sobre todo los humoristas del boom de los años 80 te tienen como un grande? ¿De que estás en la historia del humor cubano por tus libros, por el “San Zumbado”, etc.? Me imagino que sí, obvio. Entonces la pregunta es ¿cómo te sientes con eso? Es una responsabilidad, ¿no? ¿Has tratado de convencerte de que no es así? En fin, ¿cómo has asumido esa realidad?

ENRISCO: Un creador debe tomarse en serio su trabajo pero no a sí mismo. Y si a lo que se dedica es a hacer humor pues con mucha más razón debe evitar esas responsabilidades como la de ser referencia de nadie. Bastante difícil es no decepcionar al público, estar a la altura de lo que puedan esperar de ti. Creo que si algo he aportado es a ayudar que temas que se tomaban con una gravedad aplastante como la historia cubana o la política, en un país con décadas de dictadura, pudieran verse desde una perspectiva humorística. Mientras en Cuba lo político era tabú y las alusiones eran muy elípticas en el exilio se le tomaba con un tono soberanamente serio. Cuando empecé a hacer humor -primero en Cuba y luego en el exilio con la columna del periódico digital Cubaencuentro- lo que se hacía como humor político era principalmente propaganda disfrazada de chiste. Muchos humoristas muy buenos le huían a lo político no por miedo sino porque les parecía que eso rebajaba la calidad de lo que hacían. Si algún mérito tuve fue demostrar una vez más -como habían hecho otros humoristas cubanos en el pasado y pienso en primer lugar en el caricaturista Eduardo Abela- que la política era un tema tan bueno para hacer humor con él como cualquier otro. No es mérito exclusivamente mío pero creo que fui de los que lo hice con mayor insistencia.

Después de todo hacer humor es tomar distancia de las cosas, una distancia que te permita ver su lado ridículo, porque no hay nada en este mundo que no tenga un costado ridículo. Burlarte de todo y no tomar en serio ni siquiera tus propias conclusiones sino también reírte de ellas. El humorista -cuando es consecuente- es el crítico más radical que existe porque se ríe de todo, empezando por sí mismo. Y es que el humor está en el extremo contrario de lo sagrado. Necesitamos la sacralidad para darle consistencia a nuestras vidas. Normalmente la gente busca lo sagrado en la religión, la política, las ideologías pero también en otras cosas como las artes, la belleza, el sexo o el deporte, algo que los empuje a una variante de lo sublime, porque lo sublime es algo que necesitamos de una manera o de otra. El humor por su parte es uno de los mejores instrumentos que se hayan inventado para poner a prueba lo sagrado, para corregir sus excesos. De ahí que a los sistemas absolutistas y totalitarios, que quieren investirse a sí mismos con un manto sagrado, el humor les resulte tan incómodo.   

PELAYO: Tienes razón, un creador no debe tomarse en serio a sí mismo. Pero lo quieras o no, eres un referente para muchos. También es cierto que el humor desacraliza y yo agregaría que desdramatiza, como matiz de desacralizar.

Y ahora paso rápido a otra pregunta. Sin dudas, el humor político, o por lo menos el relacionado con Cuba, da la impresión de que te interesa mucho, ¿no? Y lo que has creado en esos campos sabes que ha trascendido. ¿Te gustaría incursionar en otros tipos de humor aparte de lo que ya has hecho? ¿En el fondo de ti hay algo en el humor que nunca has experimentado y que quisieras hacer o lograr? ¿Te gustaría innovar, desafiarte tú mismo en un nuevo estilo, en una nueva modalidad, u otros contenidos? Son varias preguntas, pero contéstalas en una solo respuesta.

ENRISCO: Nunca he sido un profesional del humor. Casi siempre he escrito de lo que he querido cuando he querido. En la época en que crecí -en los años setenta-se respiraba, comía y cagaba política. Y por política quiero decir esa suerte de religión que era el castrismo en sus primeras décadas. En la calle, la casa, la televisión, el cine, la escuela. El tiempo se medía en años de Revolución, todo parecía tener sentido solo gracias a la política. Por eso he usado el humor como un mecanismo de desintoxicación luego de estar toda mi infancia y adolescencia expuesto a esos dogmas. Bien empleado, el humor es uno de los mejores antídotos que se han inventado contra la intoxicación por dogma. Esto te va a parecer un chiste, pero he terminado descubriendo que no me gusta la política. La política de verdad, la que se practica en los países democráticos con partidos con diferentes programas etc., me deja bastante indiferente. He descubierto que lo que no soporto es que me restrinjan la libertad o que no me respeten la inteligencia. Por eso practico el humor como una manera de confrontar la vergüenza diaria de que tu país lleve sesenta años bajo una tiranía, una cantidad de tiempo que más que política parece geológica. Pero precisamente porque esa situación en lo esencial no ha variado durante tanto tiempo se me va haciendo cada vez más difícil no repetirme al escribir sobre Cuba.

Me he preguntado si puedo hacer otra cosa que no sea humor político y quizás por eso llevo tres mundiales de fútbol consecutivos haciendo reseñas humorísticas de cada partido que veo, que son la casi totalidad de los 64 partidos que se juegan en cada mundial, y publicándolas en mi blog a medida que las escribo. Así de paso me permito jugar con un marco de referencia más amplio del que uso para hacer chistes con la política cubana y dándole algún sentido al hecho de que cada cuatro años me clavo frente al televisor un mes para ver tres y hasta cuatro partidos diarios, como si fuera un trabajo. También llevo años escribiendo una columna humorística para un periódico de Nueva York sobre la historia de la presencia latina en la ciudad desde su fundación hasta la fecha. Es un trabajo muy grato porque la historia y Nueva York son dos temas que me interesan muchísimo.

Pienso que, más que la política en sí, lo que me interesan son los tabúes sociales, cualesquiera que estos sean. Que si hubiera crecido en Arabia Saudita me burlaría de las restricciones religiosas y el machismo. No me interesa trabajar con los temas que se consideran usualmente cómicos como las suegras o la crítica de costumbres más o menos inofensivas. Cada sociedad, por liberal que se crea, engendra sus propios tabúes y contra esos tabúes es que encuentro, en lo personal, sentido y emoción escribir. Por ejemplo, hace tiempo planeo escribir un libro de fábulas sobre la corrección política, el nuevo gran tabú generado por la sociedad norteamericana, en la que vivo hace más de dos décadas, y que cada día amenaza con recortar más espacios de libertad que es el aire en el que respira cualquier humorista. Porque si algún empeño especial le veo al humor es pelear por proteger y ampliar la libertad de expresión y contra las restricciones de todo tipo: religiosas, morales, lógicas y hasta lingüísticas. Pero no para destruirlas -porque el humor por sí solo es incapaz de destruir nada- sino para hacerlas menos asfixiantes de lo que son. No por gusto uno de los más grandes humoristas de este país, Dave Chapelle, dedica últimamente todos sus monólogos más que al racismo, como hacía al comienzo de su carrera, a fustigar la corrección política porque, evidentemente, la ve más peligrosa hasta que el propio racismo.

PELAYO: Mi pregunta iba más dirigida a si te gustaría escribir para radio, para TV, para cine, o escribirle a un actor, o hacer humor infantil, o humor en los comerciales, o crear chistes, o abordar temas nuevos para ti, etc.; en fin, a hacer algo que nunca hayas hecho.

ENRISCO: En realidad menos comerciales he hecho de todo: radio (con El programa de Ramón); cine con Daniel Díaz Torres y también guiones de cortometrajes que nunca se filmaron. Por otra parte escribí una zarzuela (aunque yo le veo más posibilidades como musical que como zarzuela) con Paquito D’Rivera y Alexis Romay: “Cecilio Valdés, el Rey de La Habana” que tiene mucho humor. Alguna vez hice humor para televisión con Americatevé de Miami y hasta escribí una obra de teatro infantil, “El rey cocinero”, que estrenó un grupo teatral en La Habana en los 90s. También le he escrito textos a actores y grupos de teatro que todavía los reponen a cada rato. O escribí una historia de Cuba en ficción a cuatro manos con Francisco García González: Leve Historia de Cuba se llama. Y escribí, por encargo, una serie de biografías de próceres latinoamericanos dirigidas a los niños. Pero serias. Soy bastante curioso ante todo lo que me proponen pero al final me siento más cómodo escribiendo libros, a solas y de lo que quiera.

PELAYO: ¡Pues te hice la pregunta por gusto! Disculpa, es que desconocía lo que me cuentas. Te felicito. Con más razón me siento orgulloso de dialocar contigo y de no haberme equivocado en ubicarte en el “Olimpo del Humor cubano”. Claro, te había dicho “algo que nunca has hecho”.

Bueno, paso a otra pregunta que se relaciona: ¿aceptarías el Premio Nacional de Humorismo en Cuba si te lo otorgasen este año?

ENRISCO: No. Y menos en un año en que se ha abierto la temporada de caza contra los humoristas del patio. Se vería, y con razón, como falta de solidaridad con mis colegas a los que ahora se les está persiguiendo desde las instituciones estatales y en Cuba todos los premios nacionales o los concede el Estado o al menos este da su visto bueno. Además, si oficialmente en Cuba yo no existo ¿por qué iban a darme un premio? ¿Cómo una muestra de tolerancia? Llevo casi 25 años fuera de mi país denunciando esa dictadura. ¿Por qué me darían un premio? ¿Para demostrar que el Estado cubano no solo tolera sino que premia a sus críticos? ¿Qué sentido tendría aceptarlo? Lo que hago viene con el precio de no aspirar a ningún premio cubano porque si no ¿de qué estamos hablando? ¿Premiarme a mí por lo mismo que castigan a los cubanos de la isla? ¿Aceptar un premio en un país en que la gente no tiene acceso a internet y no pueden ver, entre tantas cosas muchísimo mejores, lo que yo hago? ¿Esto es serio? ¿Hay una cámara escondida?

Y si van a conceder el Premio Nacional de Humorismo en Cuba que empiecen por el Pible, por Ramón Fernández Larrea o por ti que empezaron antes que yo y tienen una carrera bastante notoria dentro de Cuba. Respondan ustedes la pregunta y luego me cuentan.

PELAYO: Ante todo, gracias por mencionar mi nombre en esos supuestos candidatos a premio. Pero te hice la pregunta casi sabiendo de antemano tu respuesta, un poco para meter el dedo en llaga, porque he escuchado a varios colegas hablando del asunto y unos piensan lo mismo que tú, pero otros alegan que siguen siendo cubanos y cubano es el humor que hacen, aunque vivan en otro país y por ello hay que tenerlos en cuenta para esos premios. Es como la famosa y recurrente polémica de si los artistas deben ir o no a Cuba a ofrecer su arte.

Ahora te cambio algo de tema. Mira, en la música humorística siempre los cubanos hemos tenido tradición, porque nunca han dejado de aparecer buenos compositores e intérpretes aislados. El humor gráfico tuvo su boom con el Dedeté, su prestigio y sus innumerables premios internacionales, más el apoyo del Museo del Humor y las Bienales de San Antonio y después el Melaíto; sin embargo, nadie puede afirmar que hubo un fenómeno masivo dentro del humor gráfico. Pero en los años 80 sucedió algo extraño en el humor escénico: de repente aparecieron muchísimos comediantes, guionistas, etc., y por todo el país. En Cuba siempre hubo grandes humoristas escénicos, tanto en teatro, como en TV, radio y hasta cine, pero eran figuras. Sin embargo, en los años 80 se abrió el abanico y surgieron muchos colegas. ¿Aquello fue un “Movimiento” para ti? ¿Por qué crees que sucedió eso, más aún siendo todos artistas aficionados?

ENRISCO: Sin duda fue un movimiento, de los más importantes y de los más subvalorados en la historia cultural de Cuba en las últimas décadas, como casi siempre ocurre con el humor. El humor es como la puta del pueblo: todo el mundo la busca pero nadie le da valor. O si prefieres una comparación más elegante el humor es como el aire o como el agua que la gente no le da mucho valor pero tampoco puede vivir si ellos. Nadie habla de eso pero en lo que insisten en llamarle Quinquenio Gris -que abarcó en realidad toda la década del setenta que fue la más cerrada y represiva de la historia cubana- el humor fue una de las manifestaciones más afectadas. En los setenta estuvieron prohibidos desde el rock hasta la mayoría de los baladistas en español pero a los humoristas les estaba prohibido reírse de la realidad que los rodeaba. Como todo estaba en manos del Estado, desde el transporte hasta las cafeterías, burlarse del sabor de las croquetas era cuestionar la capacidad del Estado para hacerlas. Era la época en que el principal programa humorístico era uno que se burlaba de la antigua república. Humoristas como Zumbado o Virulo se hicieron famosos a finales de esa década por tener el atrevimiento mayúsculo de burlarse de las croquetas y los taxis. (El caso de Zumbado es complicado porque sus textos más conocidos son artículos de prensa que escribió a finales de los sesenta pero habrían quedado en el olvido sin los montajes que le hizo después Carlos Ruiz de la Tejera o la antología que le publicaron a Zumbado en 1978). En los ochenta apareció una generación a la que esos límites le venían muy estrechos. Y que se dio cuenta que el humor que nos atraía venía de otra parte: de Argentina como Les Luthiers, de Inglaterra como Monty Python o de los Estados Unidos como Woody Allen, los hermanos Zucker o Mel Brooks. Gente -como la Seña del Humor de Matanzas que fundaste tú mismo- que se dio cuenta del vacío que había y comenzó a rellenarlo en espacios alternativos como festivales universitarios o peñas. No por casualidad varios de aquellos primeros grupos llevaban por nombre juegos con la palabra “peña”: la Seña, la Leña, la Piña y hasta la Pena del humor. O sea, ese movimiento floreció en los espacios menos controlados por un sistema (político) que despreciaba el humor y al mismo tiempo sospechaba de su capacidad subversiva. Porque el humor, y no me canso de insistir en ello, es subversivo por naturaleza. Eso sí, una subversión juguetona que no pretende cambiar el mundo sino que le basta con hacer reír.

En esa época todos éramos aficionados, o sea, estábamos menos contaminados por la inercia del sistema pero al mismo casi todos teníamos preparación universitaria, habíamos estudiado diferentes disciplinas y en muchos casos traíamos la riqueza de esas disciplinas al campo del humor: ingenieros, filólogos, arquitectos, historiadores del arte, psicólogos. Yo mismo era historiador. Y empezamos a atraer a un público cada vez más amplio, un público por lo general educado que estaba harto de la dieta blanda de humor que nos estaban dando por televisión. No es casual lo mucho que demoró este movimiento en asaltar los medios de difusión masiva, en establecerse en ellos. Primero con una emisora provincial de radio con El programa de Ramón y luego, bastante más tarde, la televisión, con el programa “Sabadazo”. Pero ese movimiento ya llega a la televisión de manera muy controlada, pasada por agua. Nada que ver con lo que ocurría en el teatro. Porque aquel humor sofisticadísimo y crítico que se hizo en el teatro en el ochenta cuando por fin llega a la televisión lo hace en los moldes tradicionales del humor costumbrista, el teatro bufo etc.

El movimiento humorístico de los ochenta fue aficionado en parte porque el humor es algo espontáneo y libre y ni la espontaneidad y la libertad se podían practicar en esos años de manera profesional. Si uno de nosotros hacía un chiste demasiado incómodo no nos podían amenazar con dejarnos sin trabajo porque, a diferencia de los guionistas y actores de televisión, no vivíamos de eso. Viví ese movimiento casi desde sus inicios (aunque la Seña existía desde antes de que hubiera un movimiento como tal) y lo recuerdo con muchísimo cariño. Gente muy talentosa, ambiciosa y competitiva pero con mucha generosidad para reconocer el talento ajeno. Creadores muy atentos a quien se apareciera con algo verdaderamente novedoso, a reconocerlo y a tratar de superarlo la próxima vez que se encontraran en el próximo festival. No había público más atento a lo que hacía un humorista que el resto de nosotros y eso nos hizo aprender mucho en muy poco tiempo.

Por otra parte, tú puedes formar un actor o un dibujante pero el humor es un impulso que nace con él. Por lo que he dicho anteriormente y por otras condiciones -en las que incluiría desde la perestroika, con el poquito de libertad que trajo, y la crisis siguiente que se conoce como Período Especial, con la desesperación y la rabia que trajo- favorecieron que este movimiento continuara creciendo a un nivel limitado pero consistente. Hasta encontrarte que, treinta años después, la mayoría de los humoristas cubanos más importantes de la actualidad comenzó como parte de ese movimiento.

PELAYO: Estoy de acuerdo contigo. Sólo te señalo que cuando surgió nuestra Seña del Humor, no conocía a Les Luthiers, ni a casi nadie que vibrara en esa frecuencia que tanto nos interesaba en el humor. Quizás recuerdo “¿Dónde está el piloto” (bandera del humor ZAZ), que me sorprendió un sábado a las 12 a.m. por TV en una noche aburrida de provincia y cosas aisladas así. Y lo que realmente recuerdo me estimuló fueron las apariciones sobreactuadas por TV de Carlos Ruiz de la Tejera, con sus monólogos de la “vela”, del vals del minuto y los textos de Zumbado. Y reafirmo lo que dices de que una de las virtudes de los humoristas de esos años 80 fue su camaradería, su cero envidia, cero competencia, etc.. Algo nada despreciable si vemos lo que siempre ha demostrado el medio, sea en Cuba o donde sea. Y aprovecho para abordar otro tema que me vino a la mente.

En la actualidad está de moda el stand up comedy. Como vives en Estados Unidos, sé que conoces a los más importantes exponentes del género. ¿Pero conoces a los comediantes latinos? ¿Te has enterado de que esa modalidad está pasando por su mejor momento en Latinoamérica? Sin embargo, muchos de sus “militantes” se paran frente a un micrófono y dicen textos sin dramaturgia, sin usar elementos de actuación, y en una actitud de sabérselas todas, con soberbia, de estar por encima del Bien y el Mal, y hacen casi sólo burlas ácidas, donde agreden y hasta humillan a sus víctimas, incluso hasta se permiten espacios donde hablan en serio en sus presentaciones sobre política o de cualquier tema de la actualidad y siempre con muchas obscenidades y vulgaridades, claro. Y por si no lo sabes, también “teorizan” y aseguran públicamente que ese el verdadero humor, que es el único que hace reír en estos tiempos y que ya se terminó la época del humor blanco. Bueno, esta larga introducción es para preguntarte, pero más aún para que reflexiones y teorices sobre lo que acabo de contarte.

ENRISCO:  No me considero especialista en humor latinoamericano pero si debo hablar de eso preferiría empezar por tener en cuenta todo el humor que se hace en español, no solo el de Latinoamérica. Porque en España se dio el fenómeno de pasar de unos pocos grupos humorísticos, algunos bastante anticuados, a ese fenómeno que es el Club de la Comedia que ha dado voz a un grupo importante de comediantes entre los que están Dani Rovira, Eva Hache, Leo Harlem o Goyo Jiménez que consiguen ser al mismo tiempo complejos y sutiles y tremendamente populares. Y es que es un formato muy rentable: un comediante y un micrófono que va probando sus chistes a distintos niveles hasta lograr una obra bien acabada, sólida.   

Entre el humor latinoamericano no cubano lo mejor que he visto en los últimos años, con distancia, son los programas de Peter Capusotto y los cortos de los brasileños de Porta dos Fondos que consiguen combinar inteligencia y audacia humorística en las dosis que me recomienda el médico. Fuera de eso seguramente tú puedas recomendarme muchos nombres porque casi todo lo que he visto han sido especiales de Netflix y no todos me dejan un buen sabor. De lo que he visto además de unos brasileños muy buenos (Thiago Ventura, Mher Marrer, Afonso Padilha) están el mexicano Carlos Ballarta y los argentinos Marcelo Wainrach y Agustín Aristarán: todos son humoristas que dentro del estilo de cada cual empiezan por respetar la inteligencia del espectador. Sin embargo, se echa en falta lo que en la década de los setenta y ochenta consiguió el talento colectivo de Les Luthiers. Porque ese sistema de colaboración colectiva consigue una complejidad y una textura en el humor que es casi imposible conseguir de manera individual y lo que más se le acerca en calidad a Les Luthiers, aunque con un estilo muy distinto, es Porta dos Fundos.

Recuerdo que cuando empezaba el movimiento de humoristas cubanos de los ochenta anunciaban a muchos de sus grupos como que hacían “humor inteligente” y a mí esa fórmula siempre me pareció redundante. Para que el humor lo sea de verdad tiene que ser inteligente, entender la realidad, y luego moverla de lugar, sorprendernos con una nueva versión de ella. Y para eso tiene que valerse de todos los recursos que tiene a mano: el ingenio verbal, la actuación, la dramaturgia. Pienso que lo mejor que se puede hacer con el humor es no limitarlo y valerse incluso del grotesco y de la vulgaridad si hace falta, pero como un recurso más. Sucede que, con tantos tabúes con los que vivimos, somos como niños pequeños a los que les prohíben todo y, en cuanto pueden, se ponen a decir todas aquellas palabras prohibidas. Eso es fatal porque la vulgaridad y el grotesco pueden usarse en el humor pero son incapaces de sustituirlo, como tampoco pueden sustituir la inteligencia, el ingenio.

Tampoco la complicidad puede substituir al humor. Sucede que con un público cómplice cualquier cosa que digas sobre el tema apropiado va a ser saludada con carcajadas. El reto del humor es justo lo contrario, hacer reír incluso a aquellos que no sienten especial complicidad contigo. O un reto todavía mayor: hacerlos que se rían de aquello que se toman en serio. Dicho esto, debo confesar que no entiendo mucho que es eso de humor “blanco”: para mí el humor siempre se mete contra alguna preconcepción. Y una de las preconcepciones más sólidas que tenemos son nuestros presupuestos lógicos y gramaticales. Y eso que llaman “humor blanco” pone a prueba esa lógica y esa gramática. Por lo demás no me gusta el humor insulso. Con el humor me pasa como con el queso: soy de sabores fuertes.

PELAYO: Sí, te puedo mencionar otros, sobre todo sudamericanos muy buenos (en Netflix veo más humoristas que no me gustan que los que sí), y te confieso que soy fanático a “Porta dos Fundos”. En cuanto a lo que señalas sobre el humor, te digo que son puras convenciones, amigo mío. Yo no pienso como tú. Mejor dicho, sé a lo que te refieres y coincido contigo, pero me gusta formularlo de otra manera. Para mí un payaso de circo es un humorista porque hace humor, un comediante cuyo personaje se esconde en el closet porque lo pilla el marido de su compañera de cama, hace humor, el que escribe, dibuja, escenifica, o cuenta un simple chiste es un humorista, etc..

ENRISCO: Yo respeto a los payasos pero para mí un tipo que se pone una peluca de mujer y piensa que por eso la gente debe reírse no es humor. O hay gente que le encanta reírse cuando abusan de alguien y eso tampoco es humor. Respeto a todos los humoristas pero no todo el que hace reír lo es. Piensa en lo mucho que la gente le ríe las pesadeces a los jefes.

PELAYO: Es cierto, no todas las risas es producto de lo cómico. Pero yo me refería a los humoristas que son los que hacen humor, obvio. Los otros no me interesan. Los ejemplos que mencionas no los clasifico como humor, ni subirse a un escenario en Cuba y decir “¡Qué hambre hay!” o cosas así. O el que diga en público una mala palabra sin necesidad, o decirle sólo “gordo” o “gorda” a una persona y así mil ejemplos más. Lo que hacen o dicen eso no son humoristas, obviamente. Pero los artistas que crean humor –para mí, repito-, solamente los diferencia entre sí la calidad y el nivel de elaboración artística. Y la otra arista de este asunto: si califico algo de humorismo, lleva implícito que es cómico en alguna medida, o no fuera humor. Lo que los diferencia de la obra de Buster Keaton, Chaplin, Twain, Chesterton, Les Luthiers, Quino, Allen, Monty Python, etc., es la calidad del humor, repito. Por ese motivo me da sentido lo de “humor inteligente”, aunque no sé muy bien qué significa exactamente. Y por otra convención acepto lo de “humor blanco”, cuya definición para mí es: el que provoca risa o sonrisa sana e inocente, sin referencias a sexo, burlas, sátiras, etc.. Con decirte que me encanta reír por reír, como símil a “el arte por el arte”. Creo que incluso es más difícil ese humor “blanco” que digo, que el de muchos otros basado en la burla y la sátira.

ENRISCO: Yo no creo que haya risa inocente: incluso en los chistes más ingenuos, esos que les cuentan los padres a los niños pequeños hay una picardía, una pequeña subversión de lo aceptado como correcto. Los meros juegos de palabras son una subversión de las reglas gramaticales. Pero una subversión momentánea. Porque el humor no se propone cambiar la realidad. Apenas trata de jugar con ella y luego dejarla en su sitio. Aunque siempre termine haciéndole pequeñas hendiduras a los discursos serios, volviéndolos algo más porosos. Eso es lo que pasa en las situaciones más serias del mundo: en medio del velorio de alguien querido recordamos un viejo chiste y nos entran unos deseos inaguantables de reír y ya eso nos hace replantearnos la seriedad de la situación.

PELAYO: Yo sí creo que hay risa inocente (recuerda que hay muchos tipos de risa además de la que produce el humor). Pero incluso en el humor, prefiero llamarle “inocente” a la que digo, como a la infantil, a la de reír por reír, a la que no es de burla, sexo, etc.. Me viene a la mente ahora Freud, el cual decidió un día clasificar los chistes de tendenciosos o no, sólo porque le venía bien a su teoría. Pues quisiera que me perdonaras y aceptaras esa convención mía. Pero insisto, en el fondo ambos tenemos razón y sé que decimos lo mismo. En fin, se puso algo denso el intercambio por mi culpa.

Entonces, finalizo este interesantísimo diáloco con una pregunta que acostumbro a hacer siempre, desde que le agarré el gusto a dialocar con mis colegas favoritos: ¿se te ocurre una pregunta que deseaste te hubiera hecho? Y si es así, ¿puedes responderla?

ENRISCO: Echo en falta la vieja pregunta de los orígenes. ¿De dónde sale esa vocación por reír y hacer reír de todo? Eso siempre me da mucha curiosidad. Y en mi caso específico ¿de dónde sale ese estilo mío, tan asentado en la ironía y el sarcasmo? Y la mejor manera de responderla es -imitando a Freud- echándole la culpa a mi madre. Porque mi lengua materna no es el español. Mi lengua materna es la ironía, el sarcasmo. Mi madre, un ser muy inteligente que se pasó la vida enseñando literatura y cine, no te dice una frase sin darle tres o cuatro sentidos a la vez. Sus conversaciones tienen el filo de un sable de samurai cruzado con navaja suiza porque corta en todas direcciones, de muchas maneras distintas. El primer chiste que recuerdo me lo hizo ella: el del tipo que va a pedir la mano de Rosita al padre y el padre le pregunta por el salario gana y cuando el pretendiente le responde el padre exclama “Eso no le alcanza a Rosita ni para comprar papel sanitario”. Tiempo después el pretendiente consigue un aumento de salario y vuelve a pedir la mano pero el padre le responde lo mismo: “Eso no le alcanza a mi hija ni para comprar papel sanitario”. Y así hasta que el pretendiente se encuentra con la muchacha y le grita “Rosita: cagona”.

Oír a mi madre, una mujer de lo más educada y correcta, contarme aquel chiste cuando yo tenía cuatro años debió ser tremendo para mí. Por algo lo recuerdo todavía: a esa edad debió ser como una revelación. Existía un espacio donde lo que no te dejaban decir normalmente era aceptable y hasta divertido. Y luego en mi casa había una buena biblioteca y, entre las novelas de Julio Verne y Salgari, antes de los diez años ya me había leído el Decamerón que es toda una lección de lo bien que la gente se lo podía pasar en medio de la peste bubónica. Y Las mil y una noches, con toda su picaresca. Aunque en todo lo demás seguía siendo el niño más inocente del mundo pero ya había leído cuentos en que las monjas se volvían locas fornicando con el jardinero del convento. Después de eso ya nada vuelve a ser igual: todavía no tenía idea de qué era el sexo pero ya sabía que era divertidísimo.

Y muy poco después apareció Virulo con su Historia de Cuba cantada. Cuando la cantó por televisión -estaría en quinto o sexto grado- la grabé y me la aprendí de memoria. Y el libro Limonada del grandísimo Héctor Zumbado fue otra epifanía. Zumbado para describir lo malo que era el pan que vendían en Cuba te hablaba de Kant, con la mayor naturalidad del mundo. Y el libro Salaciones del Reader´s Indigest de Marcos Behemaras y las Aventuras del soldado desconocido de Pablo de la Torriente Brau y todo lo que pude encontrar de Mark Twain, sobre todo esos cuentos en los que el humor está más concentrado: “El duelo francés” “El robo del elefante blanco”, cosas así. Ya a los 12 años me había empachado con todo eso. A partir de ahí que viniera lo que fuera. Y vino. Porque el humor, como cualquier droga, te obliga a consumir dosis cada vez más fuertes.

Pero si insisto en lo temprano que me atacó el bichito del humor no es para hacerme el precoz sino porque a pesar de eso me pasé media vida convenciéndome que mi vocación eran cosas serias como la historia. En el primer concurso literario “importante” que participé en 12no grado fue uno provincial al que iban los ganadores de sus respectivos municipios a leer sus escritos en persona: una buena oportunidad para estar fuera de mi internado por un día completo. Pues me pasé toda la competencia bromeando y burlándome de los concursantes pero cuando me llegó el momento de leer lo que traía solté unos poemas de lo más solemnes, horrorosos. Creo que alguien me dijo -seguramente fue una muchacha que son las que se dan cuenta enseguida de esas cosas y a las que hacemos caso a esa edad- que esperaba que leyera algo más acorde con mi personalidad. Y en eso estoy desde entonces: tratando de serme lo más fiel que pueda.

Bueno, amigo mío, fue un gran placer este díaloco contigo. Queda pendiente un extenso intercambio teórico y te invito a que leas mi libro “Metahumorfosis. Vivencias y reflexiones de un humorista”, porque te asombrarás de lo parecido que fue la formación del sentido del humor de ambos. Espero que haya sido recíproco el placer al participar en este diáloco. Te agradezco de corazón que hayas aceptado perder tu valioso tiempo conmigo. Y deseo que tus éxitos se multipliquen y que nunca dejes de escribir. En mi mundo, ya te di hace rato el Premio Nacional de Humorismo.

Un abrazo.

 

Nota aclaratoria: Un diáloco es un diálogo entre dos locos; o lo que es lo mismo, entre dos personas que se dedican de alguna manera al humor.

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