El humor y literatura infantil (No. 11). El humor negro

lucia2.jpg“Si existe un humor blanco, debe existir —por afán de polaridad— un humornegro. Pero este concepto es más preciso. La negrura aquí, se supone, es de conciencia, ya que se juega con una aparente insensibilidad del humor y del humorista, pues se trata de reírse de lo que normalmente causaría lástima, ternura o compasión. Implica por tanto una crueldad que, aplicada a ciertos casos reales, puede desembocar en el escarnio y el sarcasmo. Pero no hay que confundir humor negro con humor dañino. El humor negro es del todo válido para aprender a reír de cualquier cosa, para desdramatizar la vida, e incluso —si se emplea en un marco de relaciones positivas— puede ser sanador”. (Bienaventurado los que ríen. Pág. 155, autores Aramís Quintero y Pepe Pelayo, Editorial Humor Sapiens).

A los niños les encanta el humor negro. Pero ojo, no confundir con lo cruel, lo dañino. En el humor, es muy importante la intención del que lo haga. No es lo mismo un humorista infantil con fama de querer mucho a los niños, contando un chiste de humor negro; que otra persona, algo amargada y oscura cualquiera, que cuente ese mismo chiste. Las risas que provocan no son iguales. Quizás hasta el segundo no logre sacarle una risa a nadie.

Después de convencerse de que el humor negro es positivo, beneficioso, entonces es importante hacer uso de él para motivar a leer.

Algo especial: la persona que presentó el libro Lucía Moñitos, corazón de melón, de humor infantil sobre la donación de órganos, en su lanzamiento durante una de las Ferias Internacionales del Libro de Santiago, fue el señor Cruzat, un hombre que recién había perdido a su hijo, a causa de no recibir un corazón a tiempo para trasplantárselo al niño. Con gran entereza, ese señor ha organizado una campaña para lograr que a otros niños no les suceda lo mismo. Pues cuando él iba a hablar ese día, sentimos temor. No sabíamos cómo podía asimilar que se hiciera humor con algo tan trágico como eso. Y la sorpresa que nos llevamos fue mucha. Inteligentemente, él le dio primero a leer el libro a su otro hijo para saber su opinión. Contó entonces que cuando lo escuchó reír mientras leía, quedó tranquilo y aceptó presentar el libro. Respiramos aliviados y satisfechos cuando lo oímos hablar.

Ejemplo extraído del libro Lucía Moñitos, corazón de melón, de la Editorial Alfaguara.

“-Hola, Ricitos de Chocolate, ¿por qué tan apurada?

-No sé, Lucía, no me había dado cuenta. No tengo nada qué hacer, quizás por eso ando con rapidez.

-¿Por qué?

-No sé, debe ser para aprovechar más el tiempo sin hacer nada.

-No entiendo mucho, Ricitos, pero tú sabrás.

-Bueno, ¿y tú? ¿Qué haces?

-Mi tarea: un cuerpo humano con pegatinas. Pero estoy muy preocupada, porque Gordon dijo que iba a traerme una oreja y no ha regresado. Quizás la madre no aceptó que él me donara ese órgano…

-¿Donar?

-Sí, Gordon me explicó que si a alguien se le enferma grave un órgano, podrían ponerle el de un recién muerto.

-¿Ponerle?

-Ya averigüé y eso se llama transplante y lo hacen los médicos y así se salvan vidas.

-¿Y por qué la madre de Gordon no va a querer, Lucía?

-¡Qué sé yo! Dicen que a veces la familia del muerto no quiere donar. ¿Sabes por qué pasa eso, Ricitos de Chocolate?

-No. Dime, tú.

-¡Qué sé yo! Por eso te pregunto.

-¿A mí? ¡Si yo tampoco sé, Lucía…! Pero ahora yo me pregunto: ¿no será un problema religioso?... ¿Eh?... Contéstame, ¿no?

-¿Qué cosa?

-Te decía que ahora yo me pregunto…

-¡Ah, entonces contéstate tú! ¡O si no pregúntame a mí!

-Está bien. Ahora yo te pregunto: ¿será un problema religioso?

-No sé, Ricitos de Chocolate. Ya te dije que no sé.

-Te lo pregunto, porque quizás piensen que su difunto va al cielo y el órgano que dona el otro muerto puede venir con algún pecado incorporado.

-¡Qué moña! Eso que dices está muy raro… Voy a pensar en eso. Chao, amiga… (Es como si la oreja que trae Gordon para mi tarea viniera con vanidad o con cerumen).”

 

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