Mi viaje a Sri Lanka. Capítulo 4.

36348839_10216887141234193_3401204311307321344_n.jpgEn la ciudad de Kandy decidimos almorzar antes de visitar el famoso templo budista. Buscamos entonces un restaurante de comida autóctona. Yo pensé que el plato típico de Sri Lanka era “las srilankas de rana”, pero me dijeron que no. Así que pedí arroz con carne y verdura, con curry (guindilla roja, coriandro, comino blanco, mostaza, pimienta, hinojo, canela, clavo, chili, azafrán, jengibre y cardamomo en leche de coco), porque me dijeron que era un plato muy popular. Lo quise acompañar con un jugo de papaya.

En lo que esperaba la comida miré a mi alrededor y vi algo que conocía solo de oídas y en películas: la costumbre de comer con las manos, en vez de usar cubiertos (ver video).
Ellos hacen montoncitos de comida, después de mezclar el arroz con la carne, el pescado, el pollo o lo que sea, más las ensaladas. Todo servido en el mismo plato, lógico y se lo llevan a la boca. Averigüé que mientras menos una persona se embarra, más educación formal demuestra; es decir, son más “finos” los que solo se embarran la falange distal (la primera, la de la uña).

Me pregunté cómo podría comer una amiga de juventud que le decíamos “Fulanita cuatro dedos”, porque obviamente le faltaba uno. Para ella sería como comer con un tenedor que le falta un diente, me dije. Y también pensé que si fueran chinos comería con solo dos dedos, el del medio y el índice, ¿no es cierto?
Bueno, lo que observé no me produjo rechazo, porque se veían bien hábiles los comensales. Y la comida parecía muy rica, porque se chupaban los dedos. Entonces quise aprender a comer de esa manera y nuestro guía tuvo la amabilidad de enseñarme. Cuando nos sirvieron la comida quise practicarlo y me salió pésimo. Embarré todo, el mantel, mis ropa, etc. Sin dudas, o soy muy bruto, o no debí practicar con la sopa.
Después de ir al baño y asearme, probé el plato de arroz con carne, verduras y la salsa (con cubiertos, por supuesto). Nunca supe si aquello estaba rico o no. Solo recuerdo que sentí una inmensa ardentía en la lengua, un calor infernal en el cielo de la boca y una repentina inflamación en el esófago. Era un dragón. Si me ponían a San Jorge delante lo achicharraba. María Magdalena era una niña de pecho a mi lado, porque mis lágrimas caían como cataratas. Apenas respiraba y los ojos se me pusieron divergentes, uno mirando al este y el otro al oeste. Así, me levanté de la silla, porque de inmediato se me prolapsaron las hemorroides.
Dos horas más tarde me calmé tomando cinco litros de agua y el jugo de papaya. Un buen rato después, muerto de hambre, pedí del menú de nuevo y me trajeron un plato también típico: “Pol sambol”, que es una ensalada bien picadita de pulpa de coco rallada, mezclada con pimienta, lima, cebollas, sin picante alguno (el gerente del restaurante se asustó al verme cómo me puse antes y se preocupó de que me sirvieran todo como para un párvulo). Confieso que aquello sabía a gloria (Gloria era la camarera cingalesa que me dio a comer la ensalada con sus manos). Tuve que comer de pie, claro. 
Y sin sentarme seguí en la van con dirección al templo. No soy creyente, pero en ese momento deseaba pedirle y rogarle a Buda (ya que siempre aparece sentado), que desaparecieran mis partes “prolapsadas”.

 

(En la foto, voy saliendo del restaurante hacia la van, pensando cómo crear todo lo que acabo de escribir).

 

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