Mi viaje a Sri Lanka. Capítulo 5.

tem29.jpgEn la ciudad de Kandy está Sri Dalada Maliguawa, un templo que preserva ¡un diente de Buda!

Yo estaba en bermudas en una playa… no, fue un chistecito pesado y en este capítulo no caben mis gracias. Decía que tenía puesto unas bermudas cuando llegamos y el guía nuestro me advirtió que debía ponerme pantalones y las mujeres cubrirse los hombros para visitarlo. Me puse un pantalón encima de la bermuda y entramos. Enseguida uno de los guías del templo que pululan en la entrada, nos propuso hacernos el tour solo por propina. Aceptamos.
Al complejo arquitectónico se llega por un largo camino y está rodeado por una muralla y un foso, como los castillos, supongo que tuvo la misma función defensiva. El foso da a un precioso lago.
Nos topamos con tremendo movimiento de gente que salía y entraba. Entre ellos muchísimas devotas mujeres (la mayoría bien adultas) vestidas de blanco. No pude evitar fotografiarme con esas damas de blanco.
Otra cosa, tampoco se podía entrar con ningún tipo de calzado. Había que dejarlos en un sitio, donde lo cuidan también por propina. Así que descalzos entramos.

El granito, el mármol, las maderas exquisitamente talladas y el marfil están por todas partes. Maravillosas las pinturas de los techos y las paredes de los pasillos. Mientras el guía nos contaba cosas, escuché unas voces hablando en castellano y sentí algo que me ha pasado en varios países lejanos también: uno siente cierta empatía y mira a los hispanoparlantes con camaradería. Y aunque en este caso era un grupo de turistas españoles, regando por doquier sus seseos, ceceos o zezeos (no sé bien), los saludé como si los conociera. Por supuesto, a ellos les sucede igual y enseguida intercambiamos sonrisas y frases tontas y seguimos cada uno en lo suyo, pero algo más contento sin saber por qué.
Los techos y las puertas son espectaculares, de madera tallada de forma elaboradísima. 
Pasando por el Museo, llegamos al templo principal, donde hay varios colmillos de elefantes. Si me dicen que eran de mamut lo hubiera creído, por lo grandes. Nos explicaron que encima de esa especie de altar que veíamos se encontraba el mismísimo lugar donde estaba, repito, ¡un diente de Buda! Pero que estaban reconstruyendo la nave y no se encontraba abierta al público en estos momentos.
El diente está bajo llave dentro de siete ataúdes en oro de tamaño decreciente, grabados con piedras preciosas. 
La historia del diente es la siguiente, según nos contó el guía y según comprobé después “googleando”: al morir Buda en el año 483 a.C., sus discípulos recogieron de entre sus cenizas cuatro dientes que repartieron entre cuatro territorios diferentes: el paraíso del dios Sakra, los dominios del rey Gandhara, en Pakistán, el territorio de los Nagas y, finalmente, un cuarto destinado al rey de Kalinga, reino situado al este de la India. De inmediato hubo contiendas en este último reino para quedarse con el diente. Por tal motivo, alrededor del siglo IV d.C., el rey Guhasiva de Kalinga se vio obligado a enviarlo a otro lugar donde poder esconderlo, concretamente a Ceylán (Sri Lanka), la isla conocida como “la lágrima de la India”.
Fue la Princesa Hemamali, acompañada del Príncipe Danta, quien camufló la reliquia entre sus cabellos para viajar. Durante los siglos siguientes el diente circuló por diversas ciudades, En 1505, con la llegada de los portugueses y la aplanadora católica, se decidió esconderlo en la ciudad de Kandy (corazón del budismo en este país), situada entre altas montañas y plantaciones de té. Y así llegó la reliquia a aquel lugar, donde se erigió el Templo, hoy Monumento de la Humanidad. También es importante contar que el Templo fue bombardeado por los guerrilleros "tigres tamiles" en 1998 y lo destruyeron (dicen que lo único que quedó en pie fue el el sitio donde estaba el diente. Finalmente reconstruyeron todo.
Y ahí estaba ese canino izquierdo de Buda, de 2,5 centímetros, a 2,5 metros de nosotros.
Subimos unas escaleras y nos encontramos con el sitio donde supongo que estaba antes el diente, porque aquellas decenas y decenas de damas de blanco (y varios hombres), se sentaban frente a otra especie de altar, con muchas flores típicas del país e inciensos y rezan.
Después de recorrer unos cuantos salones amplios y recargados de pinturas bien coloridas y esculturas, donde la imagen del Buda se repite bastante, más la del Príncipe y la Princesa, sin contar los elefantes, claro, terminamos el tour, pero nos tuvimos que sentar en la portada, a esperar a que se calmara un furioso aguacero tropical.
Recogimos los calzados, le pagamos al guía, nos tomamos dos litros de agua cada uno (en las fotos me verán deshidratado, por el fuerte calor que hacía).
Empapados por la transpiración, empapados por la lluvia (que amainó, pero no escampó), pero empapados también de historia, cultura y arte, salimos felices de allí para continuar nuestro mágico paseo.

 

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