Me entretuve leyendo la traducción de un estudio publicado en el Journal of Personality and Social Psychology. Se trata de una investigación dirigida por Kai Chi Yam y Christopher Barnes de la Universidad de Washington en Seattle.
Supe que ellos escogieron a un grupo de cien personas a las que se les pidió que evaluaran chistes y que, de acuerdo a éstos, dieran a conocer sus opiniones de la forma más sincera posible.
¿Cuál fue el resultado? Aquellas personas que se mostraron más sinceras, presentaban menor sentido del humor, aseguraron los investigadores.
Descubrimientos paradojales en una cala escandinava y superficial.
No pude estar en la entrega del Premio Nobel de la Paz de este año, pero logré visitar Oslo poco después (no voy a hacerles chistecitos como “Os lo dije”, os lo advierto). Mi objetivo era conocer a esos personajes que deciden darle el Premio Nobel ¡de la Paz! a gente como J.M. Santos, que con tal de pasar a la historia le aplica la amnistía a cualquiera. O a Obama, que será muy simpático pero nunca retiró sus tropas. Son muy raros estos noruegos.
Sabemos que en este país, además de exportar vikingos y bacalao, exporta la imagen de modelo en desarrollo, seguridad social, calidad en salud y educación y mil cosas más. Incluso muestran un índice altísimo de felicidad. En las encuestas, la mayoría de los noruegos dicen que son muy felices. Sin embargo, también lideran los índices de gente deprimida y de suicidios. Son muy raros estos noruegos, ¿no es cierto?
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