Yo soy Charlie

aaaaaaa.jpgHabía una vez un edificio en París, donde en cierta ocasión unos soldados religiosos llegaron con fusiles y mataron a varios, incluyendo a unos humoristas que allí trabajaban.

Pasó el tiempo y nunca las autoridades pudieron arrestar a los culpables. Éstos, al fin salieron de sus escondites y en cierta ocasión volvieron por la escena del crimen, como dicen en casi todas las obras policiacas, pero esta vez fue solo para recordar y regodearse de su hazaña.

Sin embargo, al pasar por la fachada del lugar, los tipos escucharon una risita que les heló la sangre.

Sin pensarlo dos veces entraron y revisaron cada rincón del edificio vacío sin encontrar el origen de la risita, que nunca se callaba.

En la puerta, miraron a su alrededor y vieron a los transeúntes sumidos en sus pensamientos y acciones, sin demostrar que la escuchaban.

Los hombres se preocuparon, porque la risita les llegaba demasiado aguda y lograba meterse en sus cabezas reproduciéndose sin parar.

Tuvieron que huir de allí.

Al otro día, después de pensarlo bien, decidieron regresar a comprobar si sucedía lo mismo y si era así, intentar buscarle una explicación a aquello.

Pero esta vez, a pocas cuadras de llegar al sitio, ya la risita les comenzó a herir sus oídos. Dieron media vuelta enseguida.

Llamaron a otros compañeros de célula y éstos, cuando fueron, también sintieron lo mismo. Entonces se comunicaron con su alto mando en el extranjero, les contaron lo que sucedía y éstos les enviaron el dinero suficiente, para comprar el edificio y derribarlo.

Eso hicieron. Grúas con enormes esferas de hierro golpearon las paredes y el techo. Varios bulldozer limpiaron de escombros y solo quedó un solar yermo en medio de ese barrio parisino.

Cuando les avisaron en su escondite, ya que tuvieron que refugiarse ahí para no escuchar la risita que se había extendido por toda la ciudad, los soldados religiosos fueron a visitar otra vez el lugar, felices, porque en el trayecto no oyeron nada.

Entonces se pararon satisfechos en el centro de aquel terreno, donde antes se alzaba el edificio, y se abrazaron como celebrando.

En este instante se escuchó una risa más fuerte y burlona que la risita anterior. Los hombres, asombrados y temerosos, vieron que la risa no provenía de un lugar en específico, pero sin dudas salía de allí mismo. Y lo peor, nadie por los alrededores acusaban recibo de escucharla.

Desesperados, corrieron hacia el aeropuerto y regresaron a sus bases de entrenamiento.

Allí no fueron bien recibidos, porque trajeron con ellos la dichosa risa.

Cuentan que a partirreligiosos, con tal de no oírla más en sus cab

 

ezas, hacían tantas muecas y movimientos ridículos que la gente que los veía se reían de ellos a más no poder.

Eso impidió que pudieran reclutar a más jóvenes, ya que éstos evitaban ser víctimas de la risa de todos.

Muy pronto esa fracción extrema de aquella religión fue desapareciendo.

Y cada vez que en la historia surgen algunos ambiciosos caudillos religiosos, enseguida abandonan la idea de imponer su credo, hasta que no sepan cómo vencer aquella arma incorpórea, etérea, pero firme que los persigue.

Y todo por haber cometido un día de enero de 2015 en París, el pecado original de matar a unos humoristas, para así tratar de matar el humor.

 

 

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