
Hoy son las elecciones presidenciales en Chile. Ya voté. Me encanta votar libremente.
Ojo. No deseo convertir mi muro en una trinchera política-ideológica, así que no diré por quién voté (los que me conocen bien lo intuirán). Lo importante es que no quiero convencer a nadie por quién votar. A estas alturas espero que todos estén convencidos de su voto. Y no quiero convertir este espacio, repito, en un debate odioso, porque en estos tiempos es tal la polarización, el fanatismo y la estupidez, que los intercambios de argumentos se manchan de ataques, faltas de respeto, ofensas personales, amenazas y más encima todo aliñado con obscenidades y groserías.
Por tal motivo, solo me interesa hacer una breve reflexión.
Si una persona está convencida de que el candidato A tiene un programa de gobierno que le hace bien al país y el candidato B no le convence. Pues que vote por A, sea cual sea su ideología. Eso sí, debe saber bien, insisto, lo que propone ese candidato. Pero no solo eso, también debe estar seguro de que ese candidato no cambiará sus propuestas cuando esté en el poder. Estudiado y meditado todo lo anterior, incluyendo la trayectoria del candidato y sus acólitos, que vote. Con ese gesto civilizado apoya la democracia.
Es válido, es legal, que vote blanco o nulo. No me convence esa posición, pero hay que aceptarla.
Pero lo que sí me molesta, son las personas que no entienden realmente por qué ni por quién votan... y lo hacen: