Andando por Sevilla. El flamenco

b1.jpgEstando en Sevilla el pasado mes, después de visitar la Catedral con su Giralda y el Alcázar Real, fuimos a un tablao flamenco (especie de café-concert, donde uno se toma un trago disfrutando del canto y baile de esa expresión artística andaluza, mezcla de culturas árabe, judía y gitana. A mí me encanta y estaba ansioso por estar ahí, frente a ese arte en su misma cuna. La palabra flamenco tiene doble significado. Uno, este arte y dos, el ave rosada de largas patas y largos cuellos.
Largo cuello me hubiera gustado tener para ver mejor el espectáculo.

Porque no todo fue agradable esa noche, a pesar del virtuosismo de los artistas. Es que el resto del local estaba ocupado por turistas chinos, los nuevos ricos de este mundo, esos que tiene plata de un día para otro, sin formarse, sin educarse, sin cultivarse y queriendo presumir. Pues estas hordas chinas se pasaron toda la noche hablando alto entre ellos durante la función sin importarles que los mandábamos a callar; en el inicio pidieron por altavoz que estaba prohibido grabar y muchos lo hicieron, también parándose delante de uno sin importarles nada (por ese dije los del cuello largo); o sonaban sus celulares también violando el pedido inicial de apagarlos. Incluso uno a nuestro lado se pasó la noche viendo videos en su teléfono sin atender lo que pasaba en el escenario. Y para qué decir de los poquísimos aplausos que les daban a los artistas. Daba vergüenza. Esa noche la imagen que me venía a la mente era la de estar echándoles flores a los cerdos.

Pero a pesar de la conducta de los nuevos dueños del mundo, pudimos disfrutar de aquel arte apasionado.
Siempre he querido bailar flamenco. Pero no es una de mis habilidades, lo reconozco. Fíjense en la última foto. Es en la Plaza España, en Sevilla, donde nos detuvimos a ver tocar la guitarra y cantar a un hombre, acompañando a una bailarina. Lindos artistas de la calle, tal y como se ve en la Feria de San Telmo en Buenos Aires bailar tango.
Pues como parte de su presentación la bailarina saca a bailar a los mirones y dio la casualidad que me escogió a mí. Yo no soy tímido y aunque no sé ni un paso de flamenco, me lancé. Me concentré en los pies, en el zapateo (una vez aprendí un paso de tap y repliqué una versión), pero la gente me gritaba "mueve los brazos también". Y lo hice. Realicé dos vueltas con los brazos extendidos como aspas de molino. Pero con tal mala suerte que sin querer le pegué a la bailarina y ésta cayó sobre el guitarrista. Fue el caos. Unos me gritaban, otros reían. Los artistas se pusieron de pie y vinieron amenazantes hacia mí. Pero me salvó la caballería. Unos 30 ó 40 chinos detrás de su guía pasaron entre los artistas y yo, atropellando sin pedir permiso como hacen siempre. Y me salvaron. Pude irme de ahí corriendo.
Desde aquí les mando mis disculpas al cantaor y a la bailaora, porque todo fue sin querer. Y les mando las gracias a los herederos de la revolución cultural de Mao.

 

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