Mi viaje a Sri Lanka. Capítulo 6.

te1.jpgDe la ciudad de Kendy partimos hacia al sur y en un par de horas, por sinuosa carretera llegamos a la ciudad de Nuwara Eliya, entre montañas (a una altura de más de 1,000 metros. El monte más alto, el Pidurutalagala, tiene 2,534). Allí plantamos en un hotel precioso y barato. Y digo plantamos adrede, porque sería el centro de operaciones para visitar plantaciones de té. Imposible visitar Sri Lanka sin ver el proceso de producción del té más valorado del mundo, desde la hoja en la planta hasta la taza.

Casi siempre vemos en esta zona una niebla típica de montaña (nos contaron que puede quedarse durante días y días en ciertas épocas del año). Lo anterior, más la altura, el clima tropical y las condiciones de la tierra, convierten esta región en idónea para el cultivo del té.

Un paréntesis: lamentablemente y aunque le parezca increíble a muchos, yo no soporto el sabor del té. Creo que de niño me obligaron mucho a tomarlo como medicina, al igual que la manzanilla, el tilo, etc. Quedé traumatizado parece. La única infusión que me agrada es el café. No obstante, acepto que el té es muy popular. Incluso he diseñado y aplicado varios test y siempre sale que el té es más preferido que el café en todo el mundo. El test lo apliqué siempre a las 5 de la tarde, porque esa es la hora del test, según los ingleses, precisamente los que desarrollaron este cultivo en Sri Lanka.
Continúo entonces. Llegamos a una importante granja, una de tantas que hay, y nos atendió una señora con vestido típico que me encanta, porque dejan al aire los rollos del vientre sin complejo alguno. Incluso me han dicho que mientras más rollos, más bienestar disfruta la mujer y que los muestra orgullosa. Me encanta, repito, que vivan libres de la esclavitud de dietas y sufrimientos por mantener una delgadez, que para mí, si no es natural, la rechazo. Incluso me molesta que un grupito de diseñadores le hayan impuesto sus gustos a las masas. Pero bueno, por lo menos en esta parte del globo terráqueo no los siguen mucho, excepto ciertas divas de Bollybood.
Pero me fui de mi historia de nuevo. El caso es que la amiga nos guió hasta las mismos campos donde unas trabajadoras seleccionan las hojitas buenas de las plantas y las echan en un saco a sus espaldas que sostienen desde sus frentes. Parece que son como nuestras temporeras –que ganan tan poco-, porque nos quisimos tirar algunas fotos con ellas y accedieron con gran amabilidad, pero al despedirnos nos pidieron dinero, que le dimos de buena voluntad.
Bueno, las cestas llenas de hojas se van en camiones para la fábrica, donde lo primero es secarlas en largas esteras. Ahí se retiran las hojas que no son superiores (las que aún quedaban). Después pasan a las trituradoras, para de nuevo seguir con otro proceso de secado.
Las máquinas que secan y procesan el té parecen no haberse tocado desde hace décadas, a pesar de trabajar todo el día. En la última nave se empacan y se envían a varias empresa (sobre todo en la Capital). En ellas se toma esta materia prima de alta calidad y cada una hace las mezclas que las caracterizan y la envasan con su marcan específicas, como el Ceylan y el Lipton, por ejemplo.
Por supuesto, al final del recorrido existe una tienda donde te venden el té virgen envasado ahí mismo, por lo que te aseguras de tomar el mejor té del mundo sin miedo al “pirateo”. Los precios son aceptables.
También visitamos otras granjas, pero además de ver lo mismo, en algunas también vimos el cultivo de la canela, la vainilla, etc.
En fin, ese día aprendí algo nuevo. Algo que quizás guarde en el baúl de los conocimientos inútiles de mi memoria, pero que ahora me parecieron muy complementarios a todo lo que estamos viviendo en este paseo. 
¿Una tacita de té?

 

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