Mi viaje a Sri Lanka. Capítulo 7.

tre1.jpgEn más de 100 años los ingleses construyeron varias rutas de tren para sacar de las montañas el té cultivado con destino a la capital, Colombo, y de ahí al mundo. Esos trazados se conservan en la actualidad y son el cuarto o el quinto recorrido en tren más bello del mundo (no me hagan buscar ahora el dato exacto en Google, por favor).

Pues lo tomamos y disfrutamos 3 horas de paisaje hasta la ciudad de Ella (sí, el mismo nombre de la araña de “El Señor de los Anillos”). Bordeando precipicios vimos montañas ocultas tras nubes, verdísimo y profundos valles, varias cascadas (y no digo de “cascada de agua” porque sería una redundancia y por allí lo único redundo era mi vientre. Y vimos también la alegría de los pasajeros srilankeses y las caras de admiración de los extranjeros como nosotros.

Dentro del tren abundaban los vendedores de dulces, agua, galletas, etc. y hasta un maniserio (fíjense que escribo manisero y no manicero, porque aunque ambos términos son correctos, siento menospreciar a alguien si lo llamamos por “cero”, ¿no es cierto?). Vendedor muy peculiar por lo demás, para los que vivimos en la otra parte del planeta. Pasa con una cesta llena de maníes (fíjense que digo “maníes”, porque es un término culto y con esta barba intelectualoide que me he dejado no podría decir “manises”, término del habla popular). El hombre pasa, decía, y hace una degustación; es decir, si no te gusta te bajas en la estación. No, en serio, si te gusta lo que probaste, le compras. Yo lo hice. Entonces él recoge los maníes de la cesta con una cuchara y los echa en unos cucuruchos de papel que hace ahí mismo. Cucuruchos de papel impreso de hoja oficio, donde se ven textos, tablas, ilustraciones, etc.. Como dato adicional les cuento que el maní es muy chico comparado con el occidental, algo más rojizo y con cierto picante. Riquísimo.
A medida que descendíamos en el recorrido, iba aumentando el calor (fíjense que dije “el calor” y no “la calor”, aunque podría haberlo dicho, ya que el término “calor” es un sustantivo ambiguo, como los casos de “la mar y el mar”, de “la sartén y el sartén”, etc., donde el artículo no influye en el sustantivo. Sin embargo, por un problema de estar acostumbrado el oído, me suena mal “la calor”. Sólo por eso no lo escribí así.). Pues aumentaba el calor, decía, aunque no sofocante como en los sitios anteriores del viaje.
Y llegamos a nuestra terminal de destino. Y en la terminal termino el capítulo (fíjense que digo “termino” y no “término” como había usado en paréntesis anteriores, porque me desagrada que las palabras se tilden mal y no quiero que me tilden de peor escritor. Y lo termino, decía, con estas palabras: al recordar hoy lo que vivimos en el tren para escribir esta humilde crónica, volví a sentir el placer de aquel contemplativo viaje a través de las Montañas Místicas de Sri Lanka.

 

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