Érase una vez, hace poquísimos años y en un lugar muy cercano, que un bufón abrió la puerta de un salón del Palacio de la Villa. Al entrar, con toda intención tropezó con algo e hizo una ridícula pirueta para no perder el equilibrio. Enseguida notó cómo un perro, echado sobre la alfombra roja, movía la cola varias veces seguidas y cómo un mono sosteniéndose con un brazo en la enorme lámpara del techo, se mecía y le enseñaba los dientes, chillando con alegría.
Como respuesta, el bufón soltó su especial “ja, ja, ja” y un loro desde su jaula colgada en un rincón del salón, imitó su risa.
Dos personas que se encontraban conversando, sentadas en sendos butacones de madera tallada estilo Savonarola y otra más, en uniforme, que les servía vino en una jarra de porcelana, ante la cabriola del bufón estiraron sus respectivos labios, formando una amplia sonrisa en sus caras.