Entrevistas

Espacio dedicado a las preguntas que he respondido a lo largo de mi carrera en el humor, y que han sido publicadas en libros, en la prensa escrita, radial, televisiva o digital.

Como entrevistado

Medios

País

Año

Libro del Capitán (Navegaciones por la literatura infantil). Jorge Eslava. Ediciones Taurus. Octubre.2008. Perú

Con el humorista Pepe Pelayo

El buen burlón

 

Cuánto mejoraría el mundo si nuestro colega de trabajo o la maestra primaria o el conductor de servicio público fueran, en su comportamiento cotidiano, homo ludens además de homo sapiens. Eso es lo que piensa Pepe Pelayo, con quien conversé una tarde distraída. Porque fue gracioso nuestro encuentro: ambos llegamos muy adelantados a la cita y mientras él esperó adentro del restaurante, yo hice la guardia afuera. Como no nos vimos, él y yo esperamos con paciencia de santo; una o dos veces salió él a mirar, coincidentemente entré yo a curiosear entre los parroquianos. Ni rastro de nosotros. De un teléfono público llamé a la editorial (él acababa de hacer lo mismo), pero para colmo ni él ni yo tenemos celular. Una hora más tarde, en las salidas y entradas, nos dimos cara a cara. “¡Estas son horas de llegar!”, ese fue su saludo y así nos conocimos. Nos reímos y me dijo que habíamos jugado sin saberlo. “El juego es tan esencial como la comida”, me repitió después, en tanto saboreaba un apetitoso tamal.

 

A pesar de haber escrito más de una docena de libros para niños, eres severo contigo al definirte no como escritor sino como humorista.

 

¿Severo? Nooo… ¡estoy orgullosísimo de ser humorista! Para mí está primero, porque es tanta mi pasión por el humor que prefiero trascender como buen humorista que en cualquier otro oficio del arte. Debo decirte que donde he llegado como humorista no he llegado como escritor. Yo he tocado la gloria como humorista. No la fama, porque no me interesa.

 

Admitirás, sin embargo, que ser escritor tiene mayor prestigio social que el humorista.

 

Toda la vida la comedia ha sido considerada un género menor, a pesar de ser un género sumamente exigente. Yo creo que es mucho más difícil que el drama; dime cuántas obras de humor han trascendido frente a las obras dramáticas.

 

No creo que llorar sea más fácil, pero uno recuerda más las tragedias de Sófocles…

 

Y los dramas de Shakespeare. Casi todas son desgracias, salvo El sueño de una noche de verano y unas pocas comedias de enredos. En cambio qué poco se recuerda a Aristófanes. O cuantos dramas cinematográficos por una comedia de Chaplin, de Woody Allen.

 

O de Groucho…

 

Ah… soy un enfermo con vista al mar cuando leo a Groucho, sus guiones y sus cartas.

 

Tú te consideras entonces un militante del humor, tanto por naturaleza como por aprendizaje.

 

Un militante a muerte, pero no quiere decir que viva riendo todo el tiempo. Una parte de mi vida es bastante sombría; hay momentos que estoy serio y hasta deprimido.

 

¿Suscribirías lo que dice un conocido aforismo: dentro de todo humorista vive un trágico?

 

Sí, hombre. Y te voy a contar una anécdota extrañísima. Cuando terminé de estudiar ingeniería…

 

¿Eres ingeniero? ¿Ese también es un acto de humor en tu vida?

 

Ja, ja, ja… después me dedico al cine y llego a tener una columna de crítica, más tarde un programa de radio y resulto elegido Presidente de la Asociación de Cine-clubes de la Habana… En estas circunstancias conozco a un escritor espectacular, Aramís Quintero. Estábamos juntos en el hotel y una mañana veo sobre su mesa de noche un libro de poemas de Ernesto Cardenal. Hojeo su libro y él me sorprende. Me pregunta si me gusta. Sí, le contesto. ¿Y a ti te gusta Omar Khayyam?, le pregunto. ¡Tú te está burlando de mí! ¡Oye que no! Es que él tenía un poema recién escrito dentro del libro y ahí mencionaba al poeta persa.

 

¿Y tú no lo habías visto?

 

Claro que no, chico. Pero así descubrimos que teníamos un sentido del humor muy parecido, que llorábamos de la risa. De ponto nos dijimos: Oye, vamos a escribir esto y lo otro, que nos estamos desperdiciando. Enseguida escribimos una obra absurda que la montamos entre amigos y armamos una compañía humorística al modo de Les Luthiers, con guiones nuestros y música cubana… nos fuimos enredando más y la obra se convirtió en algo importante, con giras y todo.  

 

De ser el alma de la fiesta pasaste a ser un humorista profesional y luego llegaron los libros.

 

Siempre he sido amateur. Mi primer libro es para adultos: El cartero en llamas dos veces (1994) y luego llegaron los libros para niños.

 

Todos de humor.

 

Obvio. Me da vergüenza escribir otra cosa.

 

Te consideras un intelectual del humor.

 

Soy más un estudioso del género. Me pregunto qué es el humor y cuáles son sus diversas manifestaciones: la broma, la burla, la ironía, la sátira… con Quinteros tenemos un libro: Bienaventurados los que ríen (2007), que es una teoría sobre el humor y a la vez un postulado para mejorar la calidad de vida a través del humor.

 

Y dentro de esas formas del humor, cuál es la que cultivas.

 

Todas las formas que sean buenas.

 

El humor en el arte ha sido un elemento corrosivo, hasta subversivo.

 

Si me hablas de los surrealistas, es verdad. Pero el humor no tiene que ser cruel…

 

En tu relato El Chupacabras de Pirque hay una frase que me gusta… te refieres al  humor que no quiere lesionar a nadie.

 

Es que practico el humor que provoca risa sana, noble. La burla puede ser muy buena cuando la víctima se ríe contigo; si le hace daño a la víctima ya escapa de las fronteras del humor. Sus fronteras están fijadas por el sarcasmo y el escarnio.

 

¿Y cuando el agraviado eres tú mismo? ¿Cuando diriges tus baterías a tus propios defectos?

 

Me gusta. Burlarse de uno es muy bueno, pero hay que tener límites para que no te falten el respeto. La burla debe tener una finalidad terapéutica.

 

¿De qué elementos te vales para provocar un humor donde disfruten verdugo y víctima?

 

El absurdo es básico, compadre, tanto cuando escribo como en mi vida cotidiana. Porque me obliga a ver las situaciones y las palabras desde una perspectiva distorsionada; yo agarro una palabra y le doy vuelta, busco sus asociaciones semánticas, sus ángulos nuevos de significación…

 

Eso que dices revelaría que persigues un oficio, que tienes una preocupación por el estilo literario…

 

Lo estoy agarrando de a pocos. No es una pose: mientras más escribo más cuenta me doy de cuán lejos estoy de escribir bien. Ahora sí me preocupo concientemente de esas sutilezas del lenguaje.

 

¿Pero has sido y eres buen lector?

 

Toda mi vida. Creo que del buen lector viene el estilo literario. No me basta la espontaneidad, le dedico tiempo a la corrección. Creo que mis libros muestran una línea ascendente del primero al que estoy escribiendo ahora.

 

¿Cuando creas tus personajes lo haces pensando en que alguno actuará como tu alter ego? Como Ricky, por ejemplo, que es un personaje con un humor explosivo y permanente…

 

No, no quisiera vivir como Ricky que fastidia al primo todo el día. Lo que busco es el contraste entre personajes; en el El Chupacabras de Pirque, el chico se burla del mayor, que es grandote y fornido, que además es maestro de artes marciales. Yo siempre me burlo de los fundamentalistas, no porque esté en contra, si no ¿cómo te vas a dedicar toda tu vida a eso?

 

¿No buscas, entonces, entre tus personajes un portavoz del autor?

 

Bueno, tengo un personaje que se llama Pepito y que es como yo: aficionado a las metáforas, los juegos de palabras, las metonimias; incluso lo escribo en primera persona. Él vive en una ciudad que se llama Villarrisa, donde los adultos no ríen, no entienden los chistes. Por ejemplo su mamá le dice: “Pepito, los spaghetti se están pegando”. Y Pepito le contesta: “Por mí que se maten”. Y la mamá ni sonríe. Así son todos los adultos, serios, sólo los niños ríen pero cuando crecen van perdiendo la risa.

 

Es que el adulto, para la sociedad, está obligado a ser serio…

 

Como si garantizara la responsabilidad y el éxito. Es tan fuerte la competitividad que el adulto debe ser grave; en Chile, ahora, todos los adultos son iguales: el traje oscuro, la corbata rojita y el portafolio negro.

 

No sería mejor que los profesores se relajaran y sonrieran un poco más. ¿Tú das talleres de eso, no es así?

 

Claro y a pedido del ministerio. Su mayor problema es saber cuál es la frontera para que el niño no le falte el respeto; que es una línea muy fina que debe descubrir cada uno.

 

¿Cuando visitas los colegios en calidad de escritor, cómo te llevas con los niños?

 

Estupendo, porque no me ven como un adulto normal. Aprovecho mis recursos de comediante y llego y les digo, por ejemplo: Niños, he venido a evaluar a sus profesores. Vamos a ver si les enseñaron bien los antónimos y ellos felices de evaluar a sus profesores. Entonces empiezo unos juegos donde los cago siempre, porque el juego es para que se equivoquen.   

 

Estamos de acuerdo que el humor desacraliza y desautoriza. ¿Qué es lo más irreverente que has escrito?

 

En literatura infantil es difícil, me cuido mucho, porque para llegar a los colegios tengo que vencer a los profesores y los profesores son tan conservadores. Tengo que estar bien con ellos para entrar en el plan lector.

 

Pero no sería higiénico si esa burla sana la enfilaras precisamente contra los profesores. De ese modo también podrías reivindicar al niño.

 

Evito lo frontal. Si me tengo que burlar de alguien, me burlo del inspector. La maestra es buena (y queda bien) y el inspector es malo; entonces todo lo que podría decir de ella se lo tiro al inspector. Porque si no la maestra no me va a dejar entrar al aula. En la literatura para adultos sí he arremetido contra todo

 

He notado que tu esposa es tu fan número uno.

 

Me celebra todo. Y si no lo hace, se lo exijo.

 

Qué porcentajes de tus chistes no pasarían tu control de calidad.

 

La mayoría (risas). El problema es que hay que producir mucho para que te salgan algunos buenos. Y esos buenos son los que terminan en mis libros.