Érase una vez, hace poquísimo tiempo y en un lugar muy cercano, un bufón feliz y realizado de tanto hacer reír al Rey y sus Corte en los palacios, así como a los habitantes de las aldeas del Reino, con su forma inteligente de hacer humor. Pero su vida cambió cuando cierto día el Rey lo llamó a solas.
—Bufón, acabo de recibir a una delegación de sacerdotes, donde me piden que no hagas más chistes sobre ellos, ni sobre la iglesia. Me argumentaron que si el vulgo se ríe de la religión, después no temerán a dios, no obedecerán y se irán al infierno. Los entendí y ya ordené un bando donde prohibo ese tipo de chistes y no solo a ti, sino a todos mis súbditos.