Destinos sin tinos
Por Enrique Jardiel Poncela (Humorista literario y escénico español, escritor, ensayista, actor, director de teatro, guionista y estudioso del humor).
«Nunca había pisado suelo extranjero, salvo cuando en una discoteca de Varadero le pisé el pie a una noruega». Así comienza su descacharrante libro el gran humorista Pepe Pelayo, que sabe sacarle el jugo a cualquier naranja temática que tenga en la nevera. Esta vez (digo esta porque ha habido ya setenta y una otras, en sendos libros) la emprende con la literatura de viajes, de la mano de su gran compañera doña Asociación de Ideas, una persona de gran calidad humana y, sobre todo, muy leal, que cuando te interesas por ella y cultivas su amistad te acompaña durante toda tu vida proporcionándote infinito material con el que escribir humor o cualquier otra cosa que te apetezca.
Sí: Pelayo es un hábil escribidor que puede hacer de todo si la das pluma y papel. Puede desde volar hasta hacer papiroflexia. Y lo que ha hecho ahora ha sido contarnos su vida viajera, su wanderlustismo, en sus propias palabras. (Nota buena.—‘Wanderlustismo’: neologismo que se emplea para describir el gusto por viajar, signo neto de inteligencia.)
Estos destinos sin tinos nos recuerdan a ese monumento del humor que son los Viajes morrocotudos de Juan Pérez Zúñiga, pues el autor se inventa también aquí, como el otro lo hace allí, todo lo que precisa para darnos un gran libro. ¿Cómo? ¿Pero no era un libro de viajes autobiográfico? Pues solo cuando el autor viaja en auto; en todos los demás casos mezcla la realidad con la ficción y así todos salimos ganando. Nos confiesa que, en contra de lo que pueda decirse, muchas veces la realidad es tremendamente aburrida: los países no esperan a que tú los visites para tener terremotos o golpes de estado: los tienen cuando les apetece, en otros momentos. Y el viajero puede encontrarse de pronto con que ha visitado la selva y no ha visto ninguna fiera y ni siquiera ni le ha picado ni un mosquito. Pelayo remedia este fallo de la vida con sus herramientas: el martillo de la imaginación, el destornillador de la sátira, las tenazas de la ironía, la llave inglesa del absurdo, los alicates de la exageración y la llave Allen del número 7 de la originalidad, por no hablar de la taladradora de los juegos de palabras. Así es que si no le pasa nada cuando viaja, se lo inventa. ¿Qué más da? Lo importante para un escritor es lograr mantener al lector apresado por el gaznate, tenerle entre sus garras y atado con la cuerda del interés, para que no se vaya a ningún otro sitio (léase: otro libro). Y esto Pepe lo consigue con creces.
Los riajes que velata (los viajes que relata, queremos decir: ¡vaya metátesis más tonta que hemos ido a escribir!) cubren desde el año 1991 al 2020 o desde el 2020 al 1991, dependiendo de que los queramos leer en orden cronológico progresivo o regresivo, que también se puede. Incluyen lugares salvajes y con nativos muy peligrosos, como Afganistán o el Vaticano. También se describen lugares de gran exotismo, como Holanda o Suiza. (No me protesten: Holanda o Suiza les resultan tremendamente exóticos a los vietnamitas, por poner un ejemplo). Hallamos crónicas asimismo de las pelayescas visitas a Marruecos (donde tomó café dos veces), a Bolivia (donde se cayó «para arriba», como graciosamente nos cuenta), a Singapur, a Congapur (que está al lado, aunque es menos visitada), a Sri Lanka (con capital en Peter Falk —Colombo—), a Egipto (donde le dieron una pedrada en la cabeza), a Gracia (donde tuvo algún problema, por desgrecia), a Haití (donde también le pasó algo curioso, aunque nosotros no lo sabemos porque no leímos ese capítulo, sino que nos lo saltamos), etc.
Resumiendo, que es gerundio: Pelayo se ha ganado la vida con la risa, lo que es un enorme mérito. Para ello ha tenido que llegar ser muy bueno en lo suyo, de otra manera no lo habría conseguido. Este libro que nos regala sobre esos lugares a los que no ha ido nunca (o sobre los que ha pasado por encima y sin pisar demasiado fuerte por mor de la prisa) es una joya del humor. Es un verdadero regalo (esto ya lo he dicho hace un momento) para el lector inteligente. Así es que, si no quieres caer en la otra categoría, más te vale que te lo agencies y empieces a leerlo sin más demora.