Anécdota en la nieve
Anoche, de madrugada, nevó aquí en Santiago. Me asomé y contemplé el césped y los techos de los autos blanquitos. Ahora, a la 1 y 30 pm, ya solo quedan blancos los cerros que rodean la ciudad. Estas fotos las tomé desde mi terraza y rápido porque hace mucho frío aún. Una panorámica de derecha a izquierda
Y viendo la nieve recordé una anécdota.
Cuando llegué a Chile en septiembre de 1991, un gran amigo chileno, Pedro Calvo (ya fallecido), me llevó a conocer la nieve (nunca la había visto yo). Y fuimos a Farellones, donde hay varias canchas de patinaje, etc. Pero por mi condición novata me llevó a una que le llaman la cancha de los pobres o pista de los pobres, no recuerdo bien. En ese lugar se lanzaba la gente cuesta abajo sentados en una tabla con una soga donde te aguantabas echándote hacia atrás, como si estuvieras frenando un caballo.
Me animé y me lancé. Bastante empinada la cuesta.
No había nadie en ese momento, excepto un hombre que subía caminando con trabajo, cargando su tabla, después de haber finalizado su deslizamiento.
Pues comencé a agarrar velocidad y de pronto, por impericia supongo, empecé a caerme hacia un lado, así que tuve que poner mi brazo izquierdo extendido, frenando con mi mano en la nieve y ésta entrando por mi guante y manga del abrigo, además de caer en mi rostro. Acto seguido me caía hacia el otro lado y tenía que hacer lo mismo con mi brazo y mano derecha. Asustado estaba ,en esos movimientos amenazantes hacia una caída violenta, cuando me percato que mi tabla se dirigía directamente hacia el hombre que subía. Era muy extraña la situación, porque en cientos de metros hacia ambos lados no había nadie y yo tenía que ir directo hacia el único ser vivo por allí. Era como adrede, como si fuera premeditado que deseaba atropellar a ese señor. Me dio por gritarle para que viera que no era mi culpa, mientras me mantenía inclinándome peligrosamente hacia la izquierda y hacía la derecha. Por suerte, el señor me esquivó y yo terminé revolcado en la nieve, como se envuelve un bisté en pan rayado con huevo para hacer una milanesa.
Cuando estropeado regresé a la cima con mi tabla, no pude evitar el bulling de mi amigo y la risa disimulada de varios testigos.
Por supuesto que me encanta la nieve y en estos años la he disfrutado muchas veces, pero jamás me he lanzado ni a esquiar. ni a deslizarme sobre una tabla.
El hombre es el único animal que no tropieza dos veces con la misma nieve.
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