Cuentos serios de bufones #13

88014045_10222189600072350_4396633140446101504_n.jpgÉrase una vez, hace poquísimos años y en un lugar muy cercano, el nieto del retirado bufón de Palacio salió acongojado a las calles de aquel villorio a causa de la impotencia de ver a su abuelo deprimido por no tener ya la habilidad de hacer reír.
Pasando por una estrecha calle encontró a un hombre vendiendo flores, frente a un local con un letrero en su puerta que decía: “Escuela de graciosos”. No lo podía creer.

Pero reaccionó y entró enseguida. Lo atendió un anciano de baja estatura con un sombrero extraño. “Quiero aprender a ser cómico”, soltó de inmediato. “Claro, para eso eres el nieto del antiguo Bufón de Palacio”, dijo el viejo. “¿Cómo lo sabe usted?”, quiso saber el muchacho. “Eso no importa, hijo”, le respondió el anfitrión, “lo importante es que te prepares ya para la primera clase”. Y le indicó al chico que se pusiera a hacer gracias a la gente que pasaba por la calle. El aprendiz de bufón comenzó a soltarse poco a poco y en un momento ya se reía de un comerciante que usaba peluquín, de un carbonero de enorme nariz, etcétera. De pronto fue llamado por el anciano, que lo regañó explicándole que no era bueno burlarse de los defectos físicos, ni de nada que podría dañar a las personas.
Entonces el pichón de bufón cambió su rutina y comenzó a contar chistes infantilones que recordaba; también a burlarse de feos actos que cometía la gente, como de un ladronzuelo, de un caballero que despreciaba a los demás a su paso, etcétera.
El anciano lo felicitó antes de irse de vuelta a su casa.
El chico no quiso contarle a nadie, ni a sus familiares, “hasta no graduarme de bufón”, se dijo, para darle la sorpresa a su abuelo.
Al otro día, bien temprano, regresó a la calle estrecha, reconoció al vendedor de flores, pero para su asombro, no existía el local con el letrero en su puerta. En su lugar estaba un puesto de frutas atendido por una mujer. No podía creerlo. Le preguntó varias veces al vendedor de flores y éste sólo se encogía de hombros. El aprendiz de bufón, con lágrimas en los ojos, dio media vuelta y se alejó alicaído. Pero al llegar a la esquina escuchó la voz del vendedor de flores que le gritaba: “¡Oye, niño, ayer me reí mucho con el chiste del perro y el gato!”. Al oír aquello el muchacho se volvió, pero de nuevo la sorpresa: el vendedor de flores no estaba por todo aquello.
El chico se demoró en entender. Pero al final sus ojitos brillaron y una sonrisa iluminó su rostro. Regresó a casa haciendo pataletas en el aire y pensando en su primera lección: “Ser bufón es mágico”.

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