Cuentos serios de bufones #14

abu_0.jpgÉrase una vez, hace poquísimo tiempo y en un lugar muy cercano, un bufón que tenía un hijo muy pequeño. Desde los 3 años la gente veía al niño hablando solo; es decir, contando chistes, realizando mimos, muecas y gracias, siempre jugando a ser él un bufón, como si estuviera haciendo reír a alguien.
El papá bufón se preocupó por la extraña conducta de su hijo y comenzó a investigar, descubriendo que el niño tenía un amigo imaginario.
Se sabe que muchos niños inventan amigos irreales para sociabilizar y jugar. Sin embargo, lo especial en este caso es que el amigo imaginario no era un niño de su edad, ni siquiera era un adolescente. ¡Su amigo era un adulto mayor! Y con él jugaba todo el tiempo haciéndolo reír en sus prácticas para ser un bufón profesional como su padre. Y también compartía su vida personal, claro está, confiándole todo.

Y así el muchacho fue creciendo y con él envejecía aún más su amigo imaginario.
Se convirtió entonces aquel niño en un simpático joven y tuvo que ponerse a buscar su repertorio y estilo propio de bufón, para sustituir a su padre, ya retirándose de su gratificante oficio.
Y el joven bufón decidió explotar su talento como ventrílocuo. Se sentaba en sus rodillas un muñeco de aspecto de anciano, el cual bautizó como Sigfrido, porque así se llama su viejo amigo imaginario. Y manipulando por detrás al muñeco y sin mover los labios, proyectando su voz desde el estómago, lograba hacer reír a su publico tanto en el Palacio como en la plaza de Villa.
Pero su mayor éxito fue cuando su amigo imaginario le propuso que al ser él una persona irreal; es decir, alguien que nadie más que el joven podía ver, aprovecharía eso y se pasearía entre los espectadores, escucharía lo que hablaban y todo lo que averiguara se lo transmitiría al oído al joven y así parecería que además de ventrílocuo, el bufón era adivino. Todo en clave de comicidad, por supuesto. Y el show del hijo del antiguo bufón fue un éxito total hasta en varios Reinos vecinos. Nadie podía creer todo lo que decía y sabía el gracioso muñeco Sigfrido.
Pero no todo fue risa, fama y complacencia en la principiante carrera de aquel bufón.
Al paso del tiempo el amigo imaginario, cada vez más viejo, se fue enfermando, se fue apagando, hasta que un fatal día falleció.
El nuevo bufón de Palacio sintió un gran dolor. ¡Una vida compartiendo con su amigo! Y ahora lo perdía para siempre, asumiendo por primera vez él solo su responsabilidad personal y profesional.
Pero el show debía continuar, como dice el dicho, y tuvo que presentarse ante el Rey y su Corte para hacerlos reír. Llegó al salón sin ánimo, sin deseos y sin chispa alguna. Sintió miedo porque su estado de ánimo lo podría llevar al fracaso y sabía que si no le sacaba una sonrisa al Rey su carrera podría peligrar.
Nervioso, colocó el muñeco sobre sus piernas y mientras pensaba y decidía rápidamente qué decir, su sorpresa fue enorme al ver a Sigfrido hablar solo, independiente, y sacándole carcajadas enseguida a la audiencia. Solamente tuvo que imitar que lo manipulaba.
Entonces, en un susurro salido de su estómago -que nadie del público escuchó-, el bufón le agradeció con todo su corazón a Sigfrido. Es que un amigo, real o imaginario, si es verdadero, nunca nos falla.

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