De nuevo el humor sale perdiendo

 

Siempre he preguntado por qué programan un humorista en cada noche del Festival de Viña del Mar. Nunca he quedado satisfecho con las respuestas recibidas.

 

Mis argumentos para que el humor no esté presente en el Festival son: 

 

-Se supone que sea un festival competitivo de canciones, donde ese concurso se toma la mayor parte y se adereza con una o dos presentaciones de artistas invitados para darle relieve e importancia a dicha competencia. Pero ese producto artístico no sería jamás una revista, un music hall, un café concert u otro formato dentro del género “espectáculo musical”, donde sí tendría cabida el humor. 

 

-Pero tampoco cumple como el espectáculo competitivo de canciones que es. Se ha deformado el Festival de Viña, ya que han priorizado el concepto televisivo por el del show en vivo; por tal motivo contratan a cantantes y músicos para que actúen -se supone-, para apoyar la competencia, pero lo que ha sucedido es que para complacer el rating las presentaciones de los artistas invitados se convirtieron en extensos recitales, que en vez de ayudar a la competencia la han aplastado, minimizado y desvalorizado. Y está bien, juguemos entonces con esas reglas. Entonces surge así un singular espectáculo musical de 4 ó 5 horas de duración. Pero sigue siendo un espectáculo musical aunque esté deformado, por lo que solo se podrían admitir artistas invitados relacionados con la música, como cantantes, instrumentistas, excéntricos musicales y humoristas totalmente musicales cuando más, para esos largos recitales. Y no se hace.

 

-Así, el humor escénico, del tipo verbal, no tiene nada que ver con un espectáculo como el del Festival; pero además, el humor que contratan es muy localista, muy de contingencia, muy “chilensis” y eso no va acorde con un Festival con proyección internacional como es éste.

 

Pero bueno, “es lo que hay”, entonces tenemos que asumir que continuarán contratando humoristas verbales. Y éstos, van a seguir presentándose por las razones que sean. ¿El riesgo? Que les vaya mal. ¿Por qué les puede ir mal? Porque equivocaron la rutina escogida y no es del gusto del público, o lo que es peor, al público le puede dar igual si el humorista es de su gusto o no, pero lo rechaza porque está ocupado teniendo una histérica rabieta exigiendo más del artista anterior.

 

Dicen ciertas lenguas que ciertos organizadores del Festival contratan a humoristas que ellos piensan que no será del agrado del público y entonces lo programan para que salgan a escena después de un gran ídolo popular y con eso aumentar las posibilidades de que el humorista fracase, se arme el escándalo y con todo ello conseguir más rating.

 

En este punto no me detendré, porque sería especular, aunque no me sorprendería que algo de eso suceda.

 

Donde sí me quiero extender es en el humor que hacen los humoristas en el Festival y en la reacción del público.

 

La mayoría de los humoristas que contratan son contadores de chistes, los menos son humoristas musicales, monologuistas, comediantes, etcétera. Y la rutina que escogen los cuentachistes para asegurarse el éxito, lamentablemente, son subidas de tono, picantes o de mal gusto.

 

Yo sufro cuando eso ocurre. Pero ojo, no es que sea beato, o purista, o “intelectual”. El que me conoce sabe que el humor que hago es más popular que elitista. Yo soy de la opinión que ese tipo de humor es tan válido –si se hace bien-, como cualquier otro… ¡Pero no ahí, en ese escenario, señores! 

 

Más, tratándose de un programa de televisión donde llega a toda y a todas las familias. Pero también es un evento cultural, es un Festival de la Canción, que para colmo es internacional, ¡Se nos olvida mucho este punto!  

 

Ese humor es para otra ocasión, señores, para otros lugares. Estamos validando la vulgaridad, la grosería, dándole un espaldarazo. Alguien me dirá: “no es en horario de niños”. Y yo le respondo que están en vacaciones y no dudo que lo vean. Pero además, a los padres ignorantes, o que no se dan cuenta, le decimos que mañana pueden contar esos chistes en presencia de sus niños, porque están avalados por un hecho cultural. Y verán orgullosos cómo sus niños lo repiten aún sin saber qué cuentan, porque son “grandes” ya, o son “inteligentes y pícaros”, enseñándoles así a ser vulgares y groseros.

 

Por tanto aquí no se trata de la calidad del cuentachiste, que puede ser muy profesional, tener una vis cómica enorme y haberse preparado a la perfección.

 

En la versión del Festival que acaba de finalizar, el primer día se presentó un experimentado humorista, con éxitos en su carrera. Y desarrolló una de esas rutinas subidas de tono. Él es un especialista en ese género y los organizadores lo sabían. El segundo día me lo salto momentáneamente. El tercer día estuvo un humorista recién empezando su carrera, que hizo chistes tan fuertes, tan vulgares, que yo temí por un momento que se sacara su órgano sexual para ilustrar algún chiste. El resto del tiempo lo gastó interpretando canciones viejísimas no humorísticas. El cuarto día se equivocaron los organizadores también, pero por otra razón. Subieron a ese importante escenario a un muchacho discapacitado para que contara chistes. Yo no dudo que sea simpatiquísimo, que se haya preparado bien, etc., pero me pareció increíble verlo allí. Y no porque fuera discapacitado, aclaro para los mal y bien intencionados que pueden malinterpretarme, ya que si el muchacho hubiera sido ciego, inválido, manco, o algo parecido, pero con vis cómica y con buena preparación, da lo mismo que sea discapacitado. ¡Pero este muchacho sufre de algo que le imposibilita una buena comunicación! ¿Cómo alguien que no comunique bien puede pararse ahí, por favor? Ese chico está bien para un programa de televisión, para la Teletón, etcétera, pero no para un escenario de tal calibre, señores. (Aprovecho para felicitar al muchacho, porque lo encontré muy gracioso cuando pude entender el chiste y/o la traducción del animador, y lo felicito también por su valentía, porque lo que hace es muy meritorio y beneficioso para él, para su psiquis. Un ejemplo a imitar).

 

El quinto día estuvo un buen humorista, experimentado, de carrera con éxitos. Y con valor y oficio sacó a adelante su presentación, al comenzar frente a un público en plena pataleta porque quería seguir disfrutando del recital de Elton John. No deseo evaluar aquí si hizo chistes buenos o malos, si repetidos o nuevos, etc. Solo quiero señalar que hizo humor costumbrista y musical mayormente. Y también que la reacción del público y de los animadores (o repartidores de trofeos a destajo) no fue tan entusiasta, aunque hayan rectificado después.

 

Y ahora sí voy a abordar la presentación del segundo día. Se trata de un trío de cómicos callejeros. Otro error de la organización (que se repite hace años). Ojo de nuevo: esto no es contra los artistas callejeros. Incluso puedo decir que ese trío tiene mucha gracia, vis cómica, soltura. Pero, por favor, no es culpa de ellos que no manejen bien el lenguaje teatral, las técnicas del gran escenario. Su humor es básico, de burlas sobre todo, pero de burlas a una nariz fea, no a un alma fea, como aconsejaba Gógol. Ellos me caen bien, como me cae bien Dinamita Show y otros. Pero no para subirlos en un escenario importante donde se supone que debe imperar la alta calidad artística. Todos ellos son muy graciosos, claro, pero están formados en la calle y son buenos en la calle. 

 

Por supuesto que debemos ayudar a los artistas populares, de eso no hay dudas. Pero no invitarlos a un Festival de esa supuesta trascendencia. Apoyémosle con capacitación, con asesorías, con presentaciones en escenarios ad hoc para que ganen dinero, etc. Lo que digo aquí no es discriminación, señores, pero un artista debe empezar de abajo, e ir superándose y ver si alcanza o no altos niveles de elaboración y calidad. Y tienen que existir espacios para que todos tengan oportunidad de presentarse, pero por niveles. No podemos, salvo alguna excepción, hacer que compartan escena unos artistas muy profesionales, con gran calidad en forma y contenido, con otros que no la han alcanzado. Quizás un cantante se ponga a interpretar un aria con buena voz, pero desafina mucho. Es un artista callejero que a la gente le agrada cuando pasa y le da monedas porque sabe que tiene un buen potencial vocal. ¿Ya por eso hay que subirlo al Teatro Municipal y que lo acompañe la Sinfónica de Chile? Obvio que no. Hay que conseguirle una beca para que estudie canto, etc. Y si logra la excelencia artística, ahí sí codearlo con lo mejor de lo mejor. Sucede lo mismo con los humoristas. Ese buen trío de cómicos no debe compartir escena con el Coco Legrand en un evento de tanta “alcurnia”, o si no le bajamos el pelo al evento y al Coco también.

 

Sigo con el trío. Ellos no se caracterizaron esta vez por sus chistes vulgares. Algo que agradezco mucho. Usaron el humor casi blanco, costumbrista y, repito, mucho de burla. Y para sorpresa mía, en entrevistas que le hicieron al público, éste opinó que aunque fueron graciosos, les falto picardía, doble sentido. ¡Increíble! Yo preocupado porque los humoristas ofrecen rutinas vulgares, para que no les vaya mal y no ofendan al público, ¡y el mismo público es el que reclama cuando no consumen ese humor!

 

Entonces es evidente que el equivocado soy yo. Entonces los organizadores hacen bien en tener humoristas de cualquier nivel en el Festival y hacen bien en buscar especialmente ese tipo de humor subido de tono para elevar el rating... ¿Es así? Puede ser. Si innumerables personas quieren eso y si burócratas, ejecutivos, productores y humoristas complacen a esas innumerables personas, y la pobre crítica especializada nada dice, y yo soy el único que va en sentido contrario, entonces es muy probable que el equivocado sea yo, ¿no es cierto?

 

Sin embargo, mi experiencia de 30 años como creador de humor me obliga a insistir en mi posición pesada y atravesada.

 

Veamos otros argumentos. Esas innumerables personas cuando están presentes en el Festival de Viña, hacen cosas peores. Por ejemplo, les da igual que un artista haya creado, preparado, ensayado y se haya esforzado mucho por presentarse ante ellos. Basta que los animadores anuncien que llega un artista de Argentina, Bolivia o Perú, para que a ese público se le despierte el nacionalismo, la xenofobia, el racismo, y entonces “se manifiesta” y no lo dejan presentarse, logrando que el pobre artista sufra y vea dañada su carrera gravemente. Esa es, sin dudas, la manifestación de un monstruo. “Monstruo”, así fue la calificación que le dieron ciertos periodistas, avalados por los organizadores, con el objetivo de “manipular a las masas”, como dicen algunos por ahí, y meterles en la cabeza que pueden hacer y deshacer en el Festival, porque “el monstruo” tiene ese derecho, sin saber esas innumerables personas que el único objetivo al exhortarlos para que “se manifiesten” es solo para subir el dichoso ranting; es decir, solo para ganar dinero.

 

Entonces ese “monstruo” artificial “se manifiesta” cuando desea seguir disfrutando de un artista -sin importar si es tan bueno o no-, pero que aparece en la radio cada dos minutos, sin importarle que el daño que le ocasiona al artista que viene después. Se le despierta el egoísmo al monstruo en esa oportunidad, ante el beneplácito de los que se alimentan de esa carroña.

 

Yo jamás he entendido ese fenómeno de la rechifla del Festival. Yo estoy acostumbrado a que cuando compro una entrada para ver un espectáculo, lo primero que hago es fijarme en la cartelera y si hay un artista que no me agrada, no entro. Pero si lo hago, porque decido que el resto del show sí me gusta mucho, sé que debo respetar el programa que pagué para ver. Y cuando llega el artista que no me agrada, o voy al baño, o salgo a tomar algo, u oculto mi cara para dormitar un poco, o simplemente no aplaudo al final. Pero abuchearlo, sabiendo que pagué para verlo al estar en “el menú”, solo porque no me gusta, o quería seguir con el artista anterior, es algo insólito para mí y creo que no hay derecho para hacerlo. Excepto que el artista nos agreda con presentarse borracho, por ejemplo, o que no se haya preparado, o me insulte en una improvisación, o algo así.

 

Por tanto, aunque me digan que estoy equivocado esas innumerables personas y sus manipuladores, insisto en mantener mi opinión. Disculpen la tozudez.

 

¿Pero por qué insisto tanto? Porque para mí las personas que asisten al Festival de Viña, lo hacen convencidos, inconscientes o no, pensando que van a un carnaval. Lamentablemente, en Chile no existen los carnavales bien populares, bien masivos, donde los pueblos sueltan sus “cargas negativas” en las diversiones mundanas de febrero, antes de cuaresma, como se hacen en muchísimos países desde que la Iglesia Católica se dio cuenta de lo importante que era agotar a la plebe con “pan y circo” antes de entrar a misa en la Semana Santa, instaurándose así los carnavales definitivamente.

 

Entonces aquí, la gente se ha acostumbrado a ir en febrero al Festival de Viña a gritar, bailar, soltar “la carga”. Pero lo hace a costa de otros, eso es lo repudiable. “El monstruo se manifiesta” sin piedad, sin tacto, sin clemencia, sin misericordia y sin respeto por el artista y se convierte en una masa donde aflora lo negativo como el nacionalismo, la xenofobia, el racismo, el egoísmo, etc., como ya hemos visto. ¿Por qué? Porque esas malas yerbas salen cuando la tierra es fértil debido a la mala educación. Ese es el problema de base del “monstruo”. La mala educación de muchos en este precioso país.

 

Ojo, sé que el problema es más complejo. Claro, si les preguntamos a los humoristas que han triunfado en el Festival, muchos me dirán que estoy en un error, porque lo que sucede es que “es un público muy exigente”. Con esa opinión refuerzan su éxito, ya que si acepta que es un público mal educado, ellos mismos rebajarían su triunfo. Yo les digo entonces a esos humoristas (que los hay buenísimos, de alta calidad incluso a nivel internacional), que su calidad no depende de su triunfo ante ese público. Y es mi deber también aconsejarles a los que han fracasado en ese escenario, que la cosa no es tan terrible tampoco. Conozco a un humorista que fue víctima de ese monstruo y continuó con su carrera tal y como iba, y sin necesidad de demostrarle nada a nadie. Y se ha ido convirtiendo en una figura importantísima a nivel internacional, con muchos premios y distinciones que ya quisiéramos muchos tener. En conclusión, el “monstruo” hace daño, pero no tiene tanta fuerza como para aplastar a un buen y digno profesional del humor. Claro, ese monstruo no sabe de la trayectoria de su víctima, porque los manipuladores solo lo muestran en repeticiones de TV, para decirles con orgullo: “miren lo que hicieron ustedes, qué simpático”.

 

En fin, mi propuesta es la siguiente. Instaurar dos Festivales, uno con una competencia de alto nivel, donde se interesen en concursar los grandes compositores de Chile y el mundo, invitar a los mejores cantantes y músicos nacionales y extranjeros para apoyar y darle más prestigio al evento. Y si la TV presiona, hacer dos recitales, antes y después de la competencia. Y si los organizadores presionan, invitar a humoristas, pero solo los de más alta calidad artística. Así tendremos un evento artístico de primera, un real evento cultural. Y un segundo Festival más carnavalesco, donde el público sabe que va a consumir la obra bien kitsch del cantante de moda y después a bailar regetón toda la noche, ese ritmo tan simplón, con letras que van desde lo más grosero a los más infame; y también pueden invitar a humoristas de centros nocturnos para que suelten los riñones de la risa.

 

Con esta idea salimos ganando todos. Incluso el humor, ¿no es cierto?

 

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