El humor y literatura infantil (No. 14). La mezcla de géneros
No se trata de parodiar géneros, sino de usar dos o más en una misma obra para crear humor. Por ejemplo, el policíaco-infantil-humorístico; el de aventura-infantil-humorístico; el romántico-infantil-humorístico, o el fantástico-infantil-humorístico, o el policíaco-aventura-romántico-fantástico-infantil-humorístico.
Se debe estudiar aparte estas mezclas de género, debido a sus características especiales. ¿Por qué? Por el placer que les provoca a los niños. Si les agradareír en un libro, ¡cuánto placer no sentirán si además de la historia humorística, se le agrega el disfrute que provoca resolver un caso policial! ¡Doble placer!
A continuación, dos ejemplos para ilustrar lo anterior. El primero extraído del libro Ada, madrina y otros seres, de la Editorial Alfaguara Infantil. Un caso donde se mezcla el humor con el terror y el misterio.
“…Al mediodía comenzaron a retirarse las visitas –parece que muchos se dieron cuenta de que no les iban a dar almuerzo, supongo-, hasta que quedamos solos nosotros cuatro dentro del caserón.
Ese fue un momento decisivo, porque mientras mi madre preparaba la comida allá en la cocina, junto a mi madrina que cabeceaba un poco, desgastada, Yoyito y yo nos tomamos otro vaso de limonada y nos deslizamos en silencio hasta el encerrado comedor, donde estaba tendido el cadáver del pobre Cipriano.
Parece que las flores con las que hacen las coronas son especiales, porque su perfume era distinto a los que emanaban de las flores que conozco. Quizás sea un olor mucho más fuerte, ya que unas pocas coronas tenían saturado el aire en aquel lugar.
Es probable también que fuera imaginación mía, pero el silencio de aquel salón era diferente a cualquier otro. Creo que ni mi respiración se escuchaba.
El ataúd, hecho de pino, bien barnizado y con agarraderas y bisagras bronceadas, era impresionante. Estaba colocado sobre un soporte metálico con rueditas. Ayudando al efecto visual de solemnidad, aparecía rodeado de cuatro columnas metálicas terminadas en ampolletas de cuarenta watts, que intentaban imitar enormes velas. En la parte superior del féretro, una ventanita abierta invitaba a acercarse para ver de cerca al difunto.
-¡Yo quiero verlo! ¡Yo quiero verlo! –rompió el silencio Yoyito, a pesar de gritarlo casi en susurro.
-¡Espérate, flaco! –le contesté en el mismo tono-. Voy a verlo primero.
Me aproximé con cuidado para no tropezar con nada, y como no soy tan alto, tuve que pararme en punta de pie.
A primera vista, Cipriano parecía dormido. Sin embargo, si uno se fijaba bien, la palidez de su rostro no era normal ni mucho menos. Además, nunca he visto a nadie dormido así, tan peinado, afectado y con tanta elegancia, ya que lucía un traje y una corbata, como si fuera el padrino de una boda.
Enseguida le hice una señal a mi hermanito, y al llegar a mi lado lo cargué para que mirara. Entonces fue cuando sufrí el primer gran susto de ese domingo.
Todo sucedió porque el odioso de Yoyito se echó lo más hacia delante que pudo para observar mejor, y provocó que se me fuera de las manos, cayendo sobre el ataúd, y claro está, empujándolo hacia el otro lado. Como estaba sobre ruedas se deslizó lo suficiente para que chocara con una de las lámparas. Ésta comenzó a inclinarse hacia el suelo, por lo que corrí y me lancé como portero de fútbol para atajarla. Por supuesto, para hacer eso tuve que dejar a Yoyito encima del féretro, y se puso a gatear por él con la intención de bajarse por donde yo estaba.
-¡No te muevas, flaco! –alcancé a gritarle, al ver cómo por el peso de Yoyito, el ataúd se levantaba por la parte donde se encontraba la cabeza del muerto.
Al escucharme decir eso y ver mi cara de espanto, Yoyito se imaginó que Cipriano estaba resucitando o algo así, y saltó hacia un lado, aterrizando sobre las coronas, esparciéndolas, aplastando flores y arrugando cintas.
Entonces, al caer la cabecera del féretro, éste comenzó a moverse de arriba abajo por la amortiguación del soporte metálico. Un movimiento como el producido por unos resortes. En seguida me incorporé, dejé en su sitio la columna y me abracé al ataúd para detenerlo. Cuando lo logré, abrí la ventanilla que se había cerrado con el brusco salto de Yoyito. Para mi desgracia, se me ocurrió mirar de nuevo a Cipriano.
Es muy probable que haya sido otra mala pasada de mi imaginación, pero juro que vi dibujada en el rostro del cadáver una extraña sonrisa. Pegué un grito y brinqué hacia atrás, cayendo sentado en el suelo”.
Como se observa, se aprovechó una escena típica del género de terror, poniendo a los dos hermanitos solos frente a un ataúd, a un cadáver. En los niños esto de la muerte y el ritual del velorio, del entierro, etc., es algo que les interesa. Casi siempre los adultos les evitan lo más posible enfrentarse con esa realidad, convirtiendo el asunto en algo aún más atractivo para ellos.
¿Cómo usar entonces el humor en estos casos? Lo clásico: tratar de llevar la emoción de miedo y la tensión hasta un punto y ahí hacer el rompimiento con una “gracia”, para que el “terror” que se quiera provocar no se vuelva dañino. Pero de una forma divertida, humorística, se le está dando la información que los niños necesitan sobre ese tema absurdamente tabú.
El segundo ejemplo está sacado del libro En las garras de Los Mataperros, de la Editorial Humor Sapiens. Aquí la mezcla se produjo entre el género policíaco y el de aventura con el humor.
Raciel no entró y El Albino cerró la cortina. Era un pequeño espacio de un metro y medio por dos, lleno de santos, velas y otros objetos en el piso, adornos africanos en las paredes y una especie de hornilla de carbón, ante la cual El Albino se sentó con las piernas cruzadas. Los primos lo imitaron a ambos lados. El hombre destapó una botella de aguardiente de caña, tomó un trago, y con un largo fósforo encendió un puro ya fumado hasta la mitad, prendiendo también el carbón de la hornilla. Acto seguido colocó una pequeña olla con agua sobre el fuego y en lo que el agua hervía, comenzó a murmurar palabras en un lenguaje desconocido para los muchachos, mientras ponía los ojos en blanco, echaba hacia atrás su cabeza y soplaba chorros de humo del habano sobre la olla.
Dante y Ricky estaban impresionados y se intercambiaban miradas de asombro y miedo.
Sobre todo cuando, de repente, El Albino resopló, hizo un gesto como si sintiera un escalofrío y comenzó a echar dentro de la olla algunas ramitas secas recortadas, así como delgados huesos presumiblemente de animales. Al hervir el agua, los palitos y huesos se movían como en una danza macabra por toda la superficie y a veces hasta se montaban unos sobre otros. Eso era lo que “leía” el hombre con sus “poderes”.
-Mmmmh… Aquí sale que hace un tiempo tuviste algo que ver con un ser maligno, horrible… Mmmmh… algo así como el chupa… el chupaalgo, ¿no?
-¡Sí! ¡El chupacabras! –saltó Dante y su primo sonrió.
-¿Ves que yo puedo saberlo todo con sólo leer aquí y con la ayuda de seres que me guían y me cuidan?
-Oiga, ¿y ahí sale lo que le pasó a él en un banco con una vieja con bigote, cuando era guardia de seguridad? –intervino Ricky, señalando a su primo y con tono irónico.
-¡Ricky! –lo regañó Dante.
-Mmmmh… ¿Para qué viniste a verme? –dijo El Albino, dirigiéndose al joven, después de lanzarle una mirada de reproche al niño-. ¿Qué quieres saber?
-¡Necesitamos saber dónde está mi perro y descubrir a Los Mataperros, pues todo parece indicar que fueron los que me lo robaron!
-¡Ah, eso!... Mmmmh… ¡Aquí veo algo…!
El hombre se acercó más a la olla y estuvo observando uno segundos, mientras movía su cabeza en gesto de negación. De pronto abrió mucho sus ojos, resopló y volvió a retorcerse como si hubiera sentido un escalofrío.
-¡Mmmmh!… Esto está malo… malo, malo…
-¿Qué pasa? –se desesperó Dante.
-Creo que tu perro ya no está… Sí… ¡Mmmmh!... ¡A tu perro lo sirvieron en un plato con salsa y ensalada!
-¿Qué? –se paró el joven y Ricky tuvo que darle la vuelta a El Albino para llegar hasta él y aplacarlo-. ¡No entiendo!
-¡Que a tu perro lo mataron, lo cocinaron y se lo comieron!
-¡No es posible! ¿Quién es ese criminal, esa bestia? –seguía Dante descontrolado.
-¿Usted está seguro, señor? –preguntó Ricky-. No juegue con eso. Mi primo no está para esas bromas.
-¡Cómo se le ocurre que voy a jugar con eso! ¡Eso es una falta de respeto suya, mocoso fresco y descarado! –vociferó El Albino, se puso rojo y las venas del cuello se le marcaron.
-¡No se ponga así, señor! –trató Ricky de calmarlo-. ¡Disculpe! ¡No fue mi intención!
De repente, un sonido espeluznante, como un aullido salvaje llegado de lejos, como del fondo de la casa, los paralizó e hizo que a los muchachos se les erizaran los pelos de la nuca.
-¡Jesús, María y José! –exclamó Dante con terror-. ¡El chu…chupacabras!
-¡Qué chupacabras de qué! ¡Se parece al aullido de nuestro Shogún! –dijo Ricky.
Un segundo después del aullido se escuchó un descomunal rebuzno, a continuación un fuerte gruñido y por último, una ensordecedora mezcla de graznidos y chillidos.
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