El humorista (No. 8). "Cómicos callejeros"

humoristas-callejeros-peruanos_0.jpgRecién leí un artículo sobre "los cómicos callejeros peruanos", a razón de muchas críticas que esos artistas han recibido por las redes sociales.

Se les acusa de que  insultan y ridiculizan a quienes no les dan dinero en sus prestaciones; de incitar a la violencia contra la mujer; de denigrar a los migrantes venezolanos y de hacer un humor vulgar, entre otras cosas.

Ellos se defienden alegando que su oficio es parte de la gran tradición oral del Perú, que hacen esas intervenciones callejeras y ese humor para personas que no pueden pagar cines, teatros u otros tipos de shows, en los que además, si fuesen, no se sentirían representados.

Sabemos también que hay voces que intentan explicar este fenómeno. Por ejemplo, en el libro El discurso de la calle: los cómicos ambulantes y las tensiones de la modernidad en el Perú de Víctor Vich se hace un estudio del discurso de los cómicos ambulantes, señalando que la tradición comenzó con “migrantes andinos que manifestaban sus ideas a través de una denominada ‘economía del humor’ que es el intercambiar un conjunto de representaciones irónicas de la realidad social por dinero en efectivo”.

Todo esto me hizo reflexionar sobre el tema.

Comienzo declarando que no me gusta que le digan "cómicos", porque para mí son humoristas. Uso la palabra cómico solo cuando son intérpretes de comedia y quizás se aplique a lo que hacen, pero sé que en estos casos se les dice así de forma despectiva.

Pero entrando en materia: sin dudas, es una manifestación cultural popular que no se puede prohibir y menos eliminar por decreto. Eso sólo se podría hacer si fuéramos totalitarios o estuviéramos bajo un régimen dictatorial, donde no se respeta la libertad de expresión y la libertad de todo.

Sin embargo, ya he señalado en otras reflexiones (publicadas aquí en humorsapiens.com en la sección “Artículos y ensayos”), que el humor vulgar y el humor que humilla, denigra, agrede -si es realmente humor, obvio, porque muchas veces no lo es aunque se logren risas-, es natural en los seres humanos y existe desde que el Hombre es Hombre. Pero también he afirmado que ese humor básico, elemental, burdo, primitivo, simplón, se produce más en los terrenos fértiles de la ignorancia; es decir, cuando no hay buena educación (no me refiero a instrucción), cuando no hay buena formación cultural y ética.

Ese humor vulgar y denigrante que hacen los humorista callejeros peruanos, es el mismo humor que hacen sus pares en Chile, Argentina y otros países latinoamericanos (probablemente en otros continentes también, pero solo hablo de lo que conozco bien). Por lo que no creo que sea una tradición singular y exclusiva. Aunque eso da igual para mis intereses del estudio del humor. Lo que más me incumbe es qué hacer con ese humor que daña, que no eleva el espíritu.

Lo primero es preocuparnos y ocuparnos de ese público que no puede asistir a eventos artísticos de mayor calidad. Sin dudas, sabemos que es un largo camino, porque la solución efectista y populista de los líderes mesiánicos, no ha servido nunca en la Historia. Con ellos siempre es peor el remedio que la enfermedad. Así que, por favor, cuidado con los cantos de sirenas.

Es más importante que desde nuestras imperfectas democracias se implementen reales planes para elevar la riqueza material y espiritual de esas masas sumidas en la ignorancia y en la penuria y que no piensen ellos que están predestinados a alimentar a esos humoristas callejeros.

Y en lo que esa solución se concreta por sus dificultades obvias de implementar, quizás sea bueno que ayudemos en algo. Por ejemplo, que sigan existiendo esos humoristas callejeros, por supuesto, pero en espacios en las ciudades donde se sepa que están ahí, en ciertas plazas, por ejemplo y que hacen ese humor allí y que vaya a disfrutar de sus presentaciones el que quiera. Con esto evitamos en lo posible casuales transeúntes curiosos que puedan ser agredidos y/o dañados formativamente por esos colegas. Y lo más importante: una campaña para que no lleven niños a esos espacios.

Es probable que si se arrinconan -sin prohibirlos-, baje la audiencia y otros medios como la radio, los teatros, la TV, la prensa, etc., no les den más “pantalla” y así disminuyamos las posibles malas influencias, sobre todo en niños formándose.

Insisto, es minimizar los daños, no eliminar una tradición, no atentar con la libre expresión.

Y a los que aparecen en la foto con ese cartel, les digo que para mí están equivocados. No existe un humor de pobres ni un humor de ricos, ni de clase media ni de pequeños burgueses. El humor es solo bueno o malo.

Ese cartel –para mí, vuelvo a reiterar-, es producto de una manipulación ideológica, más que del fruto de un análisis de la teoría del humor.

Se pueden hacer chistes subidos de tono, hasta con palabras obscenas y se puede hacer crítica, sátira, pero con buen gusto, con elaboración artística, con ingenio, con inteligencia.

En mi experiencia escénica con mi grupo La Seña del Humor en Cuba, cuando comencé a hacer humor, les ofrecíamos al público un humor al que no estaban acostumbrados. El único que consumían era el sempiterno humor costumbrista criollo y el ramplón y vulgar. Era un público que nos iba a ver gratis a una Casa de Cultura. Y se componía de choferes de buses, profesionales, basureros, amas de casas, etc.; es decir, había de todo. Pues al principio, no entendían nuestro humor (“lesluthesiano”, por decirlo de alguna manera) y aplaudían respetando algo extraño, pero no rían; sin embargo, en la próxima presentación volvían a llenar el lugar y de a poco fueron riendo y con el tiempo los convertimos en nuestros fieles seguidores. Ojo, no hicimos nada que no sea crear el humor que nos gustaba. Y este fenómeno no significó que “el público se elevó por las alturas” y los convertimos en un público de élite. Eso lo comprobamos cuando en una ocasión compartimos el escenario con un grupo que hacía un humor vulgarote y facilista y el mismo público se rió a carcajadas con ambos grupos. ¿Entonces no sirvió ofrecerles algo de mejor calidad? Claro que sí. Un granito de arena aportamos, les ampliamos sus gustos, su apreciación al arte, al humor y los hicimos pensar un poco. Y se van a reír siempre del humor vulgar y agresivo, porque eso lo llevamos en el ADN todos los seres humanos (como expliqué en un artículo anterior), pero rieron de algo que los hizo mejores, aunque sea un poquitín.

En resumen, por favor, díganle al que le pueda interesar, que los humoristas sin recursos solo se apoyan en las vulgaridades y en las burlas denigrantes, porque saben que tienen segura la risa y el aplauso, estén actuando en la Ópera de París, en la Scala de Milán, en el Colón de Buenos Aires, en un cabaret, en un sórdido club nocturno o en una calle cualquiera.

 

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