En el Mar Muerto, Israel.

mm4.jpgDejamos para el final de los paseos, como “guinda de la torta”, visitar el Mar Muerto. Después de pasar por Masada y con los mismos 41 grados de calor y con sensación térmica de 44, llegamos al Mar Muerto, específicamente, a un lugar con hoteles, restaurantes, tiendas, etc., y playas, por supuesto. Este Mar tiene 80 kilómetros de largo y 16 de ancho. La mayor entrada de agua se la suministra el conocido río Jordán. Ya dije que es la zona más honda del mundo, a 400 y tantos metros bajo el nivel del mar.

Se sabe que es un lago, pero también se le dice mar interior. Es de agua salada. ¡Saladísima! Entonces lo primero fue enterarse de que es un lago endorreico. La palabrita me dio asco. Decidí no bañarme. Pero me explicaron que significa que no evacúa sus aguas ni por desagüe ni por infiltración, solo las evapora. Decidí bañarme. Pero me dijeron que si tenía un arañazo, una heridita, una yayita en alguna parte de mi cuerpo, por la gran salinidad, me podría arder y no solo eso, como en ese mar viven muchas bacterias, éstas se te cuelan por las heriditas y te puedes buscar un grave problema. Decidí no bañarme. Es que uno sin darse cuenta se hace yayitas, por ejemplo, al sacarte un moquito muy duro e inteligente, al cortarte las uñas, al limpiarte mucho cierta parte oscura, al cortar un pepino, etc., etc. Pero nuestro Sebastián me dijo que me olvidara de eso, que él tuvo ese miedo, se metió y no le pasó nada. Decidí bañarme.

Y entré al agua. Con chalas puestas, porque uno se puede encontrar con piedras y hacerte la famosa heridita ahí mismo. Caminé entonces hasta donde el agua me cubría el ombligo y me acosté, para flotar como me habían dicho que hiciera.

Dice el Principio de Arquímedes (aprendido por oír mil veces a Les Luthiers): “Cuando un cuerpo se sumerge en un líquido, experimenta un empuje de abajo hacia arriba, igual al peso del volumen del líquido desalojado”. Ahí me di cuenta de que el peso del agua que desplacé era grande, ya que me empujaba hacia arriba y me hacía flotar sin esfuerzo alguno. Incluso levantando manos y pies, no te hundes. Es una sensación rarísima, pero placentera.

El problema lo tuve al querer ponerme de pie. El empujón de Arquímedes, de abajo hacia arriba, no me lo permitía. Y, claro está, un movimiento en falso me pondría bocabajo, sin poder hacer nada y ahogarme. Casi me desespero. Pero se me ocurrió mover mis brazos como remos y trasladarme de a poco hasta más a la orilla. Entonces, cuando vi que mi sumergido derriére-behind estaba cerca del fondo arenoso, grité para que me fotografiaran e hice alarde de mi manejo de la situación, no sin antes acordarme de la familia de Arquímedes y pensar en su otro descubrimiento cuando dijo: “denme un punto de apoyo y moveré a este desgraciado flotando”. ¡Es para darle con la famosa palanca por la cabeza!

En fin, me bañé 7 minutos. Recomiendan hasta 20. Salí urgente y decidí bañarme, pero en ducha. Lo hice por 15 minutos para sacarme los volúmenes de sales desalojados. Por suerte todo salió bien, incluyendo las posibles bacterias. Linda y sensacional experiencia, que aconsejo hacer una vez en la vida… pero no dos veces.

Al regresar, nos detuvimos en pleno desierto para fotografiarme (es el tercer desierto que conozco: el de Atacama, el de Sahara y este de Judea) y de paso también me hice fotos con plantaciones de dátiles. Me excité mucho al saber que estuve muy cerca de las bíblicas ciudades de Sodoma y Gomorra, pero me decepcionó saber que aún no hay evidencias arqueológicas al respecto. Sin embargo, sí pasé muy cerca del lugar donde en 1947, unos beduinos encontraron en unas cuevas en este desierto, unos 3,000 fragmentos de manuscritos (llamados “del Mar Muerto”). Y eso sí está comprobado. Cualquiera las puede ver en Internet.

Bueno, lamentablemente, esta jornada fue la última de nuestro viaje a Israel. Después de haber viajado por tres meses, incluyendo Singapur, Indonesia y Sri Lanka. Un sueño, porque he vivido experiencias de todo tipo. Soy un afortunado. Y vuelvo feliz a la camita, el baño, etc., de nuestro departamento en Santiago, que ya lo extraño demasiado, a pesar de que me enfrentaré con el frío que me espera.

Y cierro estas crónicas, agradeciéndoles infinitamente a ustedes, amigos, por leerme, soportarme y hasta muchos comentando para estimularme a seguir. Gracias, de verdad, los quiero.

Cierro las crónicas, pero quizás de aquí al martes próximo (cuando viajamos de regreso), suba algo como siempre hago, para entretenerme.

 

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