Homenaje póstumo: Miguelito de Cuba

61404681_10219570476675902_16272763501150208_n.jpgNo tengo ánimo para hacerlo, pero debo escribir unas palabras en memoria del negro.

Lo conocí estudiando Ingeniería Civil en La Habana y fuimos inseparables los últimos tres años. Al graduarnos, trabajamos en distintas empresas constructoras en Matanzas, pero no dejamos de vernos casi a diario. Así que puedo hablar sobre él de primera mano.

Miguel Valdés Oceguera fue un hombre humilde, introvertido, decente, fiel, limpio, bien educadito, noble, servicial, nunca hablaba mal de nadie, con gran sentido del humor, y solo, muy solo, siempre con necesidad de cariño y de pertenencia.

Fue, por sus gustos, un cubano típico, porque le apasionaba el béisbol, el dominó, la cerveza, la carne de puerco, la música, las mujeres y los carnavales. Sin embargo, paradójicamente, lo hacía de forma atípica porque siempre vestía formal, planchadito, y no gritaba, no decía malas palabras, era muy tímido con las mujeres y no sabía bailar.

Cuando nació La Seña del Humor, lo inscribí sin siquiera preguntarle.

De 1984 a 1991, compartí con él en el grupo, casi las 24 horas del día, por ello puedo hablar de él con conocimiento de causa, como se dice.

Así que puedo afirmar que Migue fue uno de los miembros más disciplinados y puntuales (si no el que más). Hacía todo lo que se le pedía sin cuestionar nada. Era el más querible de todos nosotros.

Su especialidad era hacernos reír a nosotros mismos fuera del escenario. Y no era tarea fácil que alguien hiciera reír tanto a esos humoristas-jodedores cuando nos juntábamos. Pero lo curioso es que sus “gracias” no las hacía para lograr ese objetivo.

Recuerdo en las decenas y decenas de giras por la provincia y por el país, sentado siempre al final del bus y en los pocos momentos de silencio, se escuchaba en voz baja el comentario hilarante del negro, pero dicho para él. Invariablemente los que se sentaban cerca reían y lo repetían a gritos para el disfrute de los demás.

Ejemplo, recuerdo en una ocasión entraba nuestro bus a La Habana y nos encontramos de pronto en medio de una algarabía, con gritos y pitazos de autos, creo que por un incidente de tránsito, pero en ese momento no sabíamos la razón. “¿Qué pasa, caballeros?”, nos preguntábamos. Y enseguida llegó el comentario de Miguelito en voz baja y calmada: “Parece que apareció Camilo”. Estuvimos riéndonos hasta llegar al hotel (es un chiste localista, sólo entendible por cubanos).

Después que emigré a Chile dejé de verlo y de saber de él. Supe que Miguelito se fue a su casa en la ciudad de Cárdenas y según me contaron, le dio un leve derrame cerebral, se retiró y volvió a trabajar, pero no como ingeniero. Tuvo la suerte de encontrarse con una gran persona que lo adoptó, nuestro amigo y colega Orlandito, director del grupo “Chou” de Cárdenas y humorista gráfico. Así Migue siguió actuando un poco y trabajando en plazas donde Orlandito le conseguía.

En el año 2002 nos hicieron un homenaje en Cuba. De Chile fuimos Aramís y yo. Allá nos juntamos con Moisés, a cargo ahora del diezmado grupo y presentamos un espectáculo en el Teatro Sauto de Matanzas (parte de él se puede ver en Youtube). Pues de pronto en escena, me viro hacia un lado y me encuentro a Miguelito con su eterna sonrisa. Le di un largo abrazo, porque sentí una inmensa alegría al verlo. Después, en camerino, de cerca y con calma, me di cuenta de que era un Migue muy débil, muy desgastado.

Nunca más lo vi, pero de vez en cuando Orlandito me contaba algo de él en sus correos. Hasta el fatídico mensaje donde me dice que estaba en Terapia Intensiva. Desde ese momento hasta ahora, no me abandona el dolor. Dolor porque sé que merecía otra vida mejor, dolor porque no era tan viejo para morir, dolor porque no estuve a su lado en sus últimos momentos y además, el dolor egoísta porque yo perdí un gran amigo.

Se ha ido un hombre extremadamente bueno, un compañero excepcional.

Sé que su muerte la sentirá su familia, sus amigos y todo el que lo conoció.

Donde quiera que esté (si existe ese lugar), Migue estará haciendo sus gracias en susurro, alegrándole la vida a todos a su alrededor.

Desde aquí agradezco a Orlandito por responsabilizarse de que en el funeral de Miguelito hubiera una corona a nombre de La Seña del Humor de Matanzas, que en estos días cumplió 33 años.

Deseo pensar que Migue escogió la fecha adrede, para que siempre lo recordemos.

Pero no era necesario. A nuestro negrito de la suerte, como le decíamos, no lo olvidaremos jamás. Imposible.

 

 

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