La pletórica, pero lacerante experiencia que viví en China.
Se debe conocer esa milenaria raza amarilla, que la hicieron roja Mao y ahora está verde dólar.
¡Al fin pude conocer esa nación! Conseguí una reunión con un dirigente del Partido Comunista en Shanghái para entrevistarlo. Antes, recorrí la ciudad. Quedé impresionado con la arquitectura futurista, la sobrepoblación de tiendas de grandes marcas y la tradición de que los niños defequen en público, sin pudor ni ataduras por la asepsia urbana. Quedé maravillado, porque pienso que eso contribuye a la formación de sus personalidades. En mi vida he podido hacerlo ni con la puerta del baño abierta. Quizás de ahí mi carácter retraído y estítico.
La otra curiosidad fue encontrar ¡un barrio chino en plena ciudad china! Es un sector de antiquísima ambientación, con techos tipo pagodas y paredes de madera tallada. Si no me dicen que lo construyeron hace seis años para el turismo, me hubiera confundido, creyendo que por allí creció Confucio o Lao Tsé. Pero sólo tsé que de la cultura milenaria que deseaba conocer, por leer a Lin Yutang y a otros, sólo encontré la cultura millonaria Starbucks de la Dinastía Chan (Jackie).
En el último piso de un rascacielo me citó el dirigente del Partido. Antes de comenzar la entrevista, me señaló una silla especial para masajes. Entró entonces un fornido hombre con mucha cara de chino y confiando en él, le di mi cansada espalda.
Nunca le den la espalda a un chino.
A una seña del “jefe” comenzó el masaje, dándome el pase también para que preguntara. Así lo hice: ¿por qué ellos aseguraban que vivían en democracia si tenían un sólo partido, no tenían libertad de expresión ni libre uso de Internet, etc.?
No puedo contar aquí su respuesta, porque sentí que con toda la saña del mundo, el chino con mucha cara de chino introdujo más de lo físicamente posible sus dedos en mi cuerpo. Hundió su codo con furia por todos lados, golpeó con ira cada centímetro de piel occidental que encontró. Pensé que le habían dicho que yo me había comido un oso panda en extinción.
Respiré hondo y pregunté si se estaban preparando para sustituir a EE UU como gendarme del mundo, ahora que Trump se retiró del TTP.
Tampoco pude escuchar la respuesta. Cara de mucho chino intentó rodearme con sus brazos por el cuello, pero por suerte pude zafarme en un descuido suyo y detuve aquella tortura china, haciéndole saber que si de nuevo me maltrataba, me pegaba, pellizcaba, mordía, escupía o hiciera algo contra mi persona, le daría tal puñetazo que le dejaría la nariz más chata aún, sin importarme provocar un conflicto bélico internacional. Pareció entender, porque afirmó varias veces con la cabeza, inclinándose y sonriendo.
Todo empezó a trascurrir de forma casi placentera, hasta que pregunté: ¿anexionarán Taiwán? ¿Temen otro Tiananmén? ¿Para imitar a Trump le cobrarán la construcción de la muralla china a los mongoles? ¿Van a seguir usando camisas cuello Mao? De pronto mi masajista entró en erupción; es decir, comenzó a eructar seguido. En la cultura china eso no es mala educación, al contrario, pero lo hacía muy cerca de mi oreja y cuando pensé en protestar, me agarró los brazos y me los llevó retorcidos a la espalda, moviéndolos hasta lugares donde nunca pensé que llegarían; para darme después con ambas manos abiertas por los hombros con tremenda fuerza. Quise cumplir mi amenaza e intenté pegarle un puñetazo, pero no me obedecían los brazos. Lloré de impotencia. Dolor de hombre. Y dolor de hombro, claro.
Quedé bastante tullido, mareado y con los ojos aguados. Pero lo peor fue ver cómo cara de mucho chino y el dirigente partidista, se volvieron locos demostrándome gran amabilidad y afecto. Incluso me regalaron un llaverito con forma de gorrión muerto. De verdad que me sentí avergonzado de mí, por pensar mal y no entender esa cultura tan extraña y lejana a la mía. Me despedí entonces con una reverencia, gritando el conocido eslogan tan de moda en Shanghái: “¡Hasta la Victoria´s Secret!”.
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