La Seña del Humor de Matanzas, Cuba

 

Apuntes sobre la historia del grupo

y del humor escénico cubano en los años ochenta.

 

En febrero del próximo año 2014, La Seña del Humor de Matanzas, una reconocida agrupación escénica cubana, hubiera cumplido 30 años. Por tal motivo, el colega Aramís Quintero y yo decidimos comenzar a recopilar material sobre ella, para armar un libro y así hacer justicia sobre lo que significó para el Humor Cubano.

 

Entonces, como por arte de magia, empezaron las coincidencias. Es decir, desde que quisimos hacer el libro hasta la fecha, y sin saberlo nadie, amigos han abordado el tema y así han llegado más recuerdos; me han escrito colegas desde otros países mencionando una anécdota, un chiste, una frase, etcétera; el colega Del Llano del Grupo Nos y Otros de esa época, estuvo por Santiago de paso y nos mostró un documental suyo que toca tangencialmente el tema; el colega Carrillo del Grupo La Leña de esos años y también el colega Jorge Luis González del Grupo Sala Manca, vinieron a vivir a Santiago y, por supuesto, están mis reuniones con los ex miembros regados por el mundo. Por tanto, los asuntos “humor”, “Seña” y “años ochenta” han tomado mucha relevancia en nuestras vidas.

 

Sin embargo, no todo ha sido agradable. Me di cuenta de que existían pequeñas lagunas en la historia de esos años y que algunos la escribían a su conveniencia, tergiversando la realidad a su antojo, sin contar otros chanchullos, típicos del ser humano, que han deformado muchos recuerdos.

 

Todo lo anterior hizo que me adelantara al libro y me lanzara a escribir estos apuntes, para no perder más tiempo e intentar, a medida de mis posibilidades, hacer justicia.

 

Mi intención ahora es aclarar ciertos puntos en la historia del humor escénico cubano entre los años 1984 y 1991, pero solo a través de la Historia de La Seña. 

 

Esos años los viví con mucha intensidad como humorista en La Isla. Insisto: sólo me referiré a esos años y a esa manifestación artística, porque fui testigo presencial y protagonista. Lo que sucedió después de septiembre de 1991 sólo lo sé por lo que me han contado, porque desde esa fecha he vivido en Santiago de Chile y no tengo derecho a “meter mi nariz” en esa otra parte de la historia.

 

Se me ocurre que lo mejor es desarrollar mi versión, respondiendo las preguntas más frecuentes que he escuchado, entre los que no nos conocieron en esa época y entre los que desean ignorar la verdad. Por ejemplo:

 

¿En qué marco histórico-artístico se fundó La Seña del Humor?

 

Bueno, a grandes rasgos, todos sabemos que a principios de los años ochenta, el humor en la televisión había decaído mucho. Sólo quedaban grandes figuras que vagaban por algunos espacios con muy pocos guiones buenos. Me refiero a Enrique Arredondo, Idalberto Delgado, Eloísa Alvarez Guedez, Reynaldo Miravalles, Edwin Fernández, Agustín Campos, Aurorita Basnuevo, Wilfredo Fernández, José Antonio Rivero, Carlos Montezuma, Juan Primito, Mario Limonta y unos pocos más. La “belle epoque” de los programas televisivos como “San Nicolás del Peladero” y “Detrás de la fachada” había terminado. Por suerte, algunos de esos comediantes “fuera de serie” se reunían en la radio en el único programa digno: “Alegrías de sobremesa”, del escritor Alberto Luberta, que como su colega Cástor Vispo de “La tremenda corte”, hizo también la hazaña de escribir, por años, un programa radial diario con calidad.

 

También recuerdo que se presentaban de vez en cuando en la televisión, el cuentachiste Chaflán, el fonomímico Centurión, dúos como el de Ido y Eddy con el típico humor por contraste de sus integrantes, el canta-autor Virulo y un comediante que rompió esquemas: Carlos Ruiz de la Tejera, por sus buenos textos y por su personaje sobreactuado que le salía muy bien.

 

Es importante señalar algunos espectáculos escénicos del Teatro Musical de La Habana con frescos aires humorísticos y del Grupo de Teatro Estudio, que por primera vez abordó la crítica social con mucha gracia e ingenio.

 

Me permito intercalar en este punto una carta que recibí del gran director de televisión y espectáculos cubano, radicado en España, Eugenio Pedraza Ginori (Yin), que tuvo la paciencia y la valentía de leer estos apuntes hasta el final y quiso enriquecerlos. Desde aquí mis agradecimientos de todo corazón a un gran creador y amigo.

 

Hola, Pepe.

 

Como en tu escrito sobre La Seña invitas a mandarte recuerdos y olvidos, me puse a pensar si faltaba alguien en la lista de los que hicieron humor en los 80 y posteriores en Cuba. Y me he acordado de estos tres nombres:

 

Mario Aguirre. Lo mencionas de pasada, como integrante de un par de elencos. Creo que se merece que lo destaques mucho más. Mayito era y es un tremendo profesional y un gran actor cómico, que hizo reír mucho a los cubanos dondequiera que se paró. A mi entender, como monologuista (su faceta más destacada, está sembrado en el segundo lugar detrás de Carlos Ruiz de la Tejera si hubiera que hacer un top ten (aunque tú sabes que esto de las listas es subjetivo y además yo no conocí a todos los que mencionas en tus apuntes). Trabajé mucho con él en televisión y en el Karl Marx. Y cada vez que salía, el público lo agradecía y lo aplaudían muchísimo. Aquellos números que hacía utilizando las canciones que estaban de moda en los que él iba analizando las letras frase a frase, eran, a mi modesto entender, humor del bueno. Hizo varios con temas de Roberto Carlos que fueron batazos. El sonidista le iba soltando y parando la canción y Mario iba comentándola por fragmentos.

 

Los amigos. A estos ni los mencionas. Lo achaco a que se te olvidaron y no a que no te cuadra el humor que hacían, porque en tus apuntes esto último no es razón para mencionar o no a humoristas. Los Amigos venían del Teatro Musical de La Habana, eran miembros de su elenco de actores "totales", como se les llamaba en los 70 y hacían un humor muy particular en la onda del music hall tradicional, cantando, bailando, hablando, haciendo pantomimas y se atrevían con la acrobacia. Se lo trabajaban mucho, eran muy serios y profesionales, aunque hay que reconocer que tenían un público reducido. Tuvieron una Peña en el Parque Lenin durante muchos años. Creo que la "pluma" evidente de su líder les perjudicó a la hora de ser apreciados por el gran público. Y de sus presentaciones en televisión, porque estuvieron "planchados" mucho tiempo por "maricones". Recuerdo que una vez los puse en un programa y me echaron tremenda bronca por ello. Yo alegué que no sabía que estaban en la "lista negra" (porque como sabes no había una lista escrita en un papel, todo era de memoria), pero así y todo me regañaron fuerte. Sus integrantes fueron: José Miguel "Pepín" Horta (director), Haydee "Cirita" Santana (ambos viven aún en Cuba, ya jubilados) y dos que han fallecidos: Gloria (no recuerdo su apellido) y Eugenio Gallinar. En este blog hay una entrevista a Pepín, en la que habla del grupo y da muchos detalles de su trayectoria.

http://bisiestoa.blogspot.com.es/2013/01/para-complacer-peticiones.html

Y por último:

 

Los Guarañicos. A finales de 1982 se me apareció en el Carlos Marx (donde yo hacía los Lunes para la Juventud), un guajiro de un pueblo de la provincia de La Habana, creo que San Antonio de los Baños o Santiago de las Vegas (aunque la provincia podría ser Pinar o Matanzas, estoy "tirando" de memoria) y me dijo que él tenía un grupo musical que hacía humor y quería que yo los viera. El tipo era el clásico descarado cubano. Me cayó bien y les dije que vinieran a hacer una audición. Vinieron y me gustaron. La formación era la misma de grupos de música campesina, al estilo de Los Montunos o el Conjunto Palmas y Cañas, pero sin trompetas, sólo guitarras, tres, bajo y ritmo). Tenían un repertorio propio, escribían música y letra de unos sones al estilo de Ñico Saquito, en los que trataban aspectos de la vida cotidiana y anécdotas musicalizadas. Debutaron conmigo en un espectáculo de fin de semana en el Karl Marx que se tituló "Para divertirse", en febrero del 83, en el que actuaba también como solista Zulema Cruz con material que le escribía Rómulo. Nadie en los absoluto les conocía y en cuanto salieron a escena se metieron al público en el bolsillo. Era puro Ñico Saquito (no en la onda estilizada e intelectual de Virulo), sino en la onda popular de "María Cristina me quiere gobernar", pero con temas propios, de actualidad. La gente los recibió muy bien desde el primer número, con gran aplauso. Y decidí programarlos más veces.

 

En marzo les incluí en "Se soltó Papillon" (Karl Marx), en un elenco de monstruos, donde estaban Montezuma, Virulo y su CNE completo, Daniel García (Juan Primito), C.R. de la Tejera, Jorge Guerra y Reynaldo Miravalles. Y fueron uno de los números más aplaudidos. Me acuerdo que Miravalles estaba entusiasmado con ellos. 

 

Y les llevé a la televisión, al programa Joven Joven, donde los pepillos los recibieron muy bien. En julio del 83 ya gustaban tanto que me atreví a llevarlos a Santiago de Cuba, a un evento que se llamó FestiHumor XXX Aniversario (se anunció como Festival Nacional de Humor), organizado por el ICRT y que se celebró en un gran escenario en el Parque Céspedes y donde estaban una pila de nombres importantes: C. R. de la Tejera, el elenco de San Nicolás del Peladero, Eloísa Alvarez Guedez, Miravalles, Mario Limonta, etc., con libretos de Nuñez Rodríguez y Carballido Rey. O sea, que los guajiros se habían colado. Pero fue visto y no visto. Un día les llamé y el director (lamento no acordarme de su nombre), me dijo que el grupo se había desintegrado por equis razones que no recuerdo ahora. El tipo me dijo que iba a formar otro grupo y que me avisaría, pero todavía lo estoy esperando. Es posible que se haya "pirado" de Cuba. En aquellos turbulentos años cualquier cosa podía pasar.

 

Bueno, amigo, atendiendo a tu llamamiento, pienso darle bola a tus apuntes en mi facebook.

Un abrazo.

Yin

 

Fin

 

Debo responderle a Pedraza Ginori antes de continuar:

 

Con Mario Aguirre tiene toda la razón, fue un descuido, un olvido tonto de mi parte, porque se merece todo lo que dices sobre él. Me disculpo y le mando un abrazo desde aquí. El formó parte del elenco de invitados al espectáculo "Jaguar you Claudio" y esa fue la primera vez que actuamos juntos y no fue la última. Un gran artista. También lo vi haciendo monólogos en serio y era un fuera de serie.

 

Sobre Los Amigos, te confieso que cuando te leí comencé a recordar algo. Pero no te puedo decir un número específico ni el tipo de humor siquiera. Sólo recuerdo que la tal "Cirita" tenía tremendo cuerpo. Pero la causa es que yo no veía televisión y como vivía en Matanzas y sólo iba al Parque Lenín a comprar africanas (chocolate), no tuve el placer de disfrutar bien a ese grupo. Me hubiera gustado sin dudas. Pero repito, no lo mencioné por no recordarlo. 

 

Al grupo de humor musical con formato al estilo de música campesina, aunque interpretaban la onda de Ñico Saquito jamás lo vi. Obvio que por esa razón no los mencioné. También me hubiera gustado conocerlos. Como sabes, nosotros creamos un número llamado "La controversia campesina" donde vacilábamos varias tonadas. los improvisadores, etc., y también otro formato de "viejos" soneros.

 

Por último, repito un punto importante para mí: estos apuntes están más dirigidos a la historia de La Seña y al humor de esos años 80 donde yo estuve presente. Quizás por eso no me exigí tanto en recordar a lo que había antes de 1984, aunque no tengo justificación para los olvidos que me señala Ginori.

 

Y con el enriquecimiento de él, ya podemos seguir con la historia.

 

Con todo ese telón de fondo de principios de los 80, Virulo se adueñó del Conjunto Nacional de Espectáculo (CNE) y junto a los antiguos bailarines, reclutó a los comediantes Zulema Cruz, Ana Lidia Méndez, Carlos Ruiz de la Tejera, Tatita, el chileno Jorge Guerra, el más guionista que comediante Eduardo Rómulo, y recibió la colaboración en guiones de Héctor Zumbado, armando así una compañía de humor escénico.

 

El CNE tomó el estilo de hacer humor y de hacer crítica de Virulo, con las agudezas de Zumbado y la calidad de los comediantes y con puestas en escena sin grandes pretensiones, logró desmarcarse de los bodrios humorísticos que abundaban a principio de los años ochenta, después de la bonanza de los cómicos ya señalados en la radio y televisión.

 

Mientras tanto en la provincia de Matanzas, a 100 Km de todo aquello, alrededor del año 1982 se juntaron tres amigos: el Licenciado en Pedagogía y Literatura Moisés Rodríguez, el Licenciado en Letras Hispánicas Aramís Quintero y un servidor, un Ingeniero Civil, para hacer “algo serio” con el producto creativo de nuestro sentido del humor, al descubrir que lo teníamos muy parecidos. Entonces llamamos a un amigo guitarrista y creamos el Grupo de humor escénico “Nosotros”. Sin embargo, nunca llegamos a estrenar el show que montamos por meses en casa de Aramís.

 

De ahí, los tres amigos fundamos el grupo de humor literario y gráfico “Tubería de media pulgada” y llamamos al arquitecto cardenense July, para que se encargara del humor gráfico y los diseños. Ahí sí tuvimos más suerte (y mucho trabajo, esfuerzo y tragos amargos en la relación con el periódico Girón) y conseguimos encargarnos de una página completa del suplemento cultural “Yumurí”, del diario. 

 

Mientras nos publicaban nuestros primeros textos, chistecitos y dibujos en Matanzas, Aramís y yo escribimos una obra teatral que titulamos “El madrino”, una parodia de la película “El padrino”, con un humor tipo humor Z.A.Z. (Zucker, Abrahams y Zucker, autores de filmes como “¿Dónde está el piloto”) y se la llevamos a Virulo en La Habana, a través de un primo de Moisés que estaba casado con Zulema Cruz (¡gran amiga!), una de sus humoristas, como ya señalé. 

 

Virulo leyó la obra y nos dijo que lo mejor era que nosotros mismos la montáramos, porque ese no era el tipo de humor que hacían en el CNE.

 

Y llegó el primer Aniversario de “Tubería de media pulgada”. Zumbado ya nos había publicado un texto en la revista Bohemia, hablando muy bien de “este grupo de jóvenes humoristas matanceros”. Lo celebramos en el Salón de Actos de la Biblioteca “Gener y del Monte” de Matanzas. Aceptaron la invitación de ir al cumpleaños y a actuar ese día: Virulo, Zulema, Rómulo y Zumbado. Por nuestra parte hicimos humor con nuestros discursos y comentarios públicos, más una exposición que inauguramos en la Galería Provincial de Arte de Matanzas, con obras gráficas y muchas instalaciones de creación colectiva. 

 

Al cumpleaños de “Tubería de media pulgada” también asistieron los grupo Dramático de Radio 26, el de humor gráfico “La colmena” y el Teatro “Mirón Cubano”, todos artistas matanceros.

 

Al final del evento, Virulo y Zumbado insistieron en que debíamos proyectarnos escénicamente.

 

Entonces, esa misma noche-madrugada de enero de 1984, en mi casa, nuestro grupo y los otros tres grupos matanceros señalados anteriormente, nos unimos para formar La Seña del Humor, nombre que le pusimos para parodiar la “Peña del Humor” que hacía el CNE los sábados  por la tarde, en el Teatro Karla Marx de La Habana.

 

En esa fecha, al nacer La Seña, no existían otros humoristas importantes, fuera de los arriba señalados, en la escena nacional cubana. Puede ser que hayan existido en un ámbito local. De todas formas, quizás se me haya ido algún nombre digno de mencionar y pido disculpas de antemano, pero esta es la historia que recuerdo. Invito a los que tengan dudas a que me escriban. Yo tengo todos los datos, todas las fechas y muchos programas, volantes, recortes de diarios, afiches, etcétera, como pruebas.

 

Ya algunos colegas y amigos me han escrito contándome que, o no recordaban esa parte de la historia, o la ignoraban. Cosa que me animó aún más para continuar con esto de bucear en mis archivos y hacer justicia.

 

¿Cómo llegó a consolidarse el grupo La Seña del Humor?

 

No será una respuesta atractiva para todo lector, porque hablaré de la evolución interna del grupo, pero sé que a los colegas e interesados les llamará la atención.

 

Menciono de nuevo que al fundarse La Seña del humor de Matanzas, a ella pertenecían los miembros del Dramático de Radio 26 (4 comediantes y 1 guionista, todos profesionales), del Teatro Mirón Cubano (5 comediantes profesionales), del grupo La Colmena (3 humoristas gráficos y un cantante) y nosotros, del grupo Tubería de media pulgada (3 humoristas literarios, más ampliamos a 2 humoristas gráficos, 1 músico aficionado y 1 caradura aficionado con experiencias de actuación en la universidad).

 

Para dirigir a esos 21 “graciosos” (entre ellos 5 mujeres), decidimos crear una Junta donde estuvieran representadas las cuatro entidades (yo estuve en esa Junta representando a Tubería de media pulgada).

 

Comenzamos a presentarnos en la Sala White (Casa de la Cultura de Matanzas). En las puestas en escena se veía claramente las inclinaciones de cada cual, los distintos intereses de contenido y de forma de cada grupo; viéndose también las diferencias entre profesionales y aficionados en la escena. Y no puedo decir que desde el punto de vista humorístico unos eran mejores que otros (eso es totalmente subjetivo). El Dramático de Radio 26 defendía el humor costumbrista, la farsa. Géneros en los que trabajaban con éxito en la Provincia. La gente del Teatro Mirón estaban más abiertos a experimentar otros géneros, pero aunque tenían muy buenos comediantes, les faltaba libretos. Los de La Colmena sólo tenían las buenas ideas de su director y la desfachatez de los demás. Y La Tubería de media pulgada aportaba su característico humor en los guiones y montajes, más la vis cómica de algunos de sus integrantes.

 

Recuerdo un punto de giro fundamental en esa parte de la historia. Conseguimos presentarnos por primera vez en televisión. Con el guión y las actuaciones principales de la gente de La Tubería, en una parodia al programa 9550 de la TV Cubana, que fue un éxito.  Con eso se agudizaron los problemillas internos, aunque todo se dio con alturas de miras, comprensión mutua y sin amenazar nunca la amistad entre las partes. De todas maneras no fue fácil esa etapa. Pero se fue dando sola la dolorosa solución en medio de esos momentos de incertidumbre, porque El Dramático de Radio 26 se dio cuenta de la incompatibilidad de intereses y renunció al proyecto. Casualmente, a los actores del Teatro Mirón les prohibieron trabajar con nosotros, debido al rechazo que sentía su director el Sr. Albio Paz, hacia La Seña (con los años cambió de parecer y confesó después que estuvo equivocado al juzgarnos). También coincide que La Colmena se desintegró y dos de sus “desintegrantes” se unieron a nosotros (uno de ellos duró muy poco).

 

En definitiva quedamos 8 y se incorporaron 4 más para llegar a un total de 12 “militantes”. Con esos 12 hombres tratamos de hacer revolución. Con esos 12 apóstoles iniciamos un camino nuevo (disculpen, pero estos fueron chistes internos, burlas entre nosotros mismos, porque en ese momento estábamos lejos de tener una buena calidad escénica, pero la vida compartida entre nosotros, la vida artística y extra artística de La Seña se estaba convirtiendo en un oasis en medio de los problemas cotidianos del País).

 

Con esos 12 hombres logramos estrenar, mínimo, un espectáculo anual, donde el guión, la música, los diseños (de escenografía, vestuario, luces, audio, etcétera), las actuaciones y la dirección artística eran totalmente creación nuestra. Poco tiempo después ya contábamos con utileros, un técnico de audio y un productor profesional.

 

Debo aclarar que la composición por sexo del grupo no fue premeditada. No se debió al machismo. Ojalá hubiésemos contado con mujeres como las cinco geniales comediantes que perdimos por el camino. Pero lamentablemente, escasean las féminas en este giro.

 

Y si La Seña del Humor logró existir, incluso pasar de ser un grupo aficionado al profesionalismo, sin dudas se lo debemos al público matancero, que nos convenció que andábamos por buen camino.

 

Recuerdo que al principio presentábamos números como “El Coro de Cámaras”, con ese humor tan extraño para el espectador común y silvestre, bombardeado entonces por las únicas formas de hacer humor en el país, como el típico cuentachistes o los programas ya en picada de la televisión y la aplastante mayoría de humor costumbrista y de “doble sentido”.

 

La gente nos aplaudía, como intuyendo que allí se estaba creando algo diferente, aunque no surgieran carcajadas. El público no entendía bien aquello, pero lo respetaba. Entonces, al mismo tiempo nos formábamos nosotros en el oficio y se formaban ellos como público, ampliándose sus posibilidades de consumir humor y apoyándonos a la vez.

 

Nosotros siempre repetíamos en las entrevistas que no sabíamos el humor que hacíamos, pero sí sabíamos el que no queríamos hacer. Logramos un humor con doble lectura; es decir, si tocábamos una referencia cultural, ofrecíamos otras “gracias” para que el que ignoraba esa referencia también se riera. Por ejemplo, cuando interpretábamos música en vivo, en formato de orquesta, le poníamos letras a temas clásicos como el Bolero de Ravel o el Para Elisa de Bethoveen, para terminar con arreglos en ritmos de bolero o salsa. Pues la persona no informada se reía de los gags del cantante, del director de la orquesta, los chistes de las letras, etc. y el que conocía la referencia cultural se reía el doble. Todos salían satisfechos. Con la crítica especializada de nuestro lado, el mundillo intelectual también y el público masivo durmiendo en los portales de los teatros para comprar entradas y ver nuestros espectáculos, estábamos en la nubes.

 

Sí, de estas últimas líneas emanan orgullo y dulce ego. Es cierto y no me molesta, porque lo que vivimos en La Seña fue un sueño.

 

A esa altura decidimos que ya estábamos preparados para debutar en la Peña del Humor del Teatro Karl Marx. Era como el primer paso para llegar a ser artistas nacionales. Allí el público era exigente, ya que la mayoría eran estudiantes universitarios o ya graduados y porque la mayoría de los artistas que se presentaban eran profesionales. El show consistía en la actuación de un grupo musical muy de moda en todo el País, intercalando actuaciones del Conjunto Nacional de Espectáculos. Junto a ellos debutamos nosotros y la acogida fue increíble. Recuerdo que Virulo estaba contento con nosotros, aunque a veces dudaba. En cierta ocasión me dijo que no hiciéramos el número de Los Ríos, porque según él era muy local el tema y se basaba en parodias musicales. Lo defendí con fuerza y logramos hacerlo con tremendo éxito.

 

Recuerdo que como guinda de la torta, nuestra querida Zulema Cruz nos invitó a casa de un amigo de ella, que después se hizo muy amigo nuestro (lo llamábamos el Muppets por su parecido a esos títeres) y allí él nos puso un cassette de audio muy usado, con la cinta pegada en varias partes, en una reproductora bastante vieja, por lo que se escuchaba pésimo. Pero así y todo podemos decir “oficialmente” que esa noche conocimos por primera vez a Les Luthiers (esto fue a finales de 1984). Nos quedamos fríos, de una pieza. Por dos razones, estábamos ante unos monstruos del humor y nos costaba creer que aquello fuera real. Pero también nos dolía que el tipo de humor que La Seña hacía (o quería hacer) ya contara con clásicos del género y que estuviéramos tan ignorantes de lo que sucedía en el mundo. También pensamos que ahora no seríamos originales, porque un reconocidísimo grupo argentino desde hacía años lo practicaba. ¿Quién se iba a creer que no conocíamos a Les Luthiers y que no lo plagiamos su estilo? Obvio, era más fácil afirmar que les copiamos. Aún así, al final decidimos continuar en la misma línea, también por dos razones: no nos íbamos a sentir mal porque nos comparasen con los mejores y por otra parte, considerábamos ese tipo de humor como lo máximo y el único que realmente nos inspiraba.

 

Aclaración: me refiero al tipo de humor. Porque en nada más nos podían comparar con Les Luthiers. Nosotros éramos unos aficionados aprendiendo el oficio y ellos unos consagrados y geniales maestros en esta profesión.

 

Siempre le agradeceré a Virulo que haya enviado a Jorge Guerra, el comediante chileno, a darnos un curso intensivo de actuación en Matanzas. Pero aquello fue más, ya que Jorge nos entregó un idealismo, un romanticismo, que no existía en nuestras vidas personales. Ese entrenamiento unió muchísimo a nuestro grupo.

 

Pero a pesar de los éxitos, fue una época dura para crear, ensayar y presentarnos, ya que éramos realmente aficionados y en algunos de nuestros centros de trabajos no nos daban permiso “para payasear”, por lo que fue un esfuerzo adicional hacerlo todo en tiempo extralaboral. Y en el Ministerio de Cultura no aceptaban “evaluarnos” para pasar al profesionalismo.

 

Pero llegaban otras satisfacciones que hacían subir nuestros bonos, como fue venderle dos números escritos por nosotros a Virulo, uno de ellos “El matacucarachas”, que montó con mucho éxito Carlos Ruiz de la Tejera, el otro fue “Escriba y lea”; ambos incorporados al espectáculo “La esclava contra El Árabe”, del Conjunto Nacional de Espectáculos y que ganó el Premio de la Popularidad del semanario Opina, por el guión. Así que una partecita de ese premio lo sentimos como nuestro y nos dio más seguridad.

 

Casi al finalizar el trabajo con Jorge Guerra, llegó otro momento decisivo en nuestra incipiente carrera: la actuación de Les Luthiers en La Habana. Aunque el hecho en sí no era lo más importante. Lo trascendental para nosotros fue que Virulo nos invitó a la Sala Atril, donde se hacían las Peñas del humor en el Teatro Karl Marx, para un homenaje que les haría el Conjunto Nacional de Espectáculos a esos grandes humoristas argentinos. Esa noche, después de la función de ellos, se reunieron más de cien personas (casi cien personalidades y los colados de siempre) en aquel lugar. Recuerdo que Les Luthiers hizo varios números y tenerlos ahí, actuando a unos metros, fue muy emocionante. Y así, en medio del cóctel, se nos acercó Virulo para decirnos que subiéramos al escenario e hiciéramos algo. ¡Por pocos nos infartamos! Era tanto el miedo, que decidimos probar con una nota dirigida a Les Luthiers, escrita e improvisada por nosotros ahí mismo, y leída públicamente por Jorge Guerra. Decidimos que si veíamos a los argentinos reír con la lectura de la nota, actuaríamos, de lo contrario nos negaríamos irrevocablemente. Cuando las carcajadas de los presentes, incluidas las de ellos, resonó en el salón, no tuvimos más remedio que subir a escena. Escogimos uno de los números más representativos de nuestro repertorio: El Coro de Cámaras. Yo me sentía en las nubes por la emoción. Tanto, que nunca me di cuenta de si la gente reía o no, si aplaudía o no. Sólo sé que cuando nos tocó bajar del escenario nos esperaban Daniel, Ernesto y Marcos ¡tres de ellos! recibiéndonos con abrazos y felicitaciones. No tengo ningún problema en confesar que en ese momento lloré. Por supuesto, pienso que no nos felicitaban por la calidad en la puesta en escena que vieron. Creo que lo hacían por la calidad del humor y porque ese humor estaba exactamente en la misma frecuencia que el de ellos, y encontrarse un grupo de jóvenes así en Cuba, más aún de provincia, los impactó, algo que después mi amigo y miembro de ese grupo, Daniel Rabinovich, me comentó al recordar el incidente.

 

En pleno 1985 y después de estar varias veces en las Peñas del Karl Marx, Virulo nos invitó a estrenar un espectáculo con todas las de la ley en el Teatro Karl Marx, el de mayor capacidad en La Isla. Era nuestra presentación en sociedad, nuestra llegada a las ligas mayores. Nos ganaríamos ya el sello de “artistas nacionales”. La Seña del humor estaba finalmente consolidada.

 

Recalco que en realidad estoy escribiendo aquí una breve historia de La Seña del Humor de Matanzas y no la Historia del humor cubano en los años 80. Es que no quiero tomarme el derecho a escribir una historia que fue de muchos y no de alguien en particular, aún siendo testigo importante. Sin embargo, sí puedo escribir la historia de mi grupo con todo el derecho del mundo y a partir de ahí ir dando brochazos para componer el paisaje de fondo.

 

Uno de los estímulos a redactar esto fue mirar un programa de tv en la página web del colega Enrisco, ex Nos y Otros, donde participó él, el colega Jorge Luis Sánchez, ex Sala Manca y dos personas más en un panel sobre el humor cubano.

 

Como era lógico, se tocó el tema del humor en los años 80 y de nuevo se “ninguneó”, se ignoró, a La Seña, mencionándose sí otros grupos. Y es curioso, porque tanto Enrisco como Jorge son amigos, admiradores del trabajo de La Seña y sé que no hay razones oscuras involucradas en esa omisión. Pero cuando digo “de nuevo se ninguneó”, me refiero al documental de Eduardo Del Llano, también ex Nos y Otros, donde tampoco se hace mención de La Seña, aunque él se defiende diciendo que es un documental sobre su grupo y no sobre el humor en esa época, pero eso no explica por qué sí se mencionan otros grupos y algunas cosas que sucedían en la escena nacional en el contexto histórico.

 

Por todo lo anterior, responderé la pregunta: 

 

¿Por qué alguien podría ignorar el trabajo de La Seña en los años 80?

 

Al conversar con mis allegados sobre este asunto, ellos me sugirieron: “primero respóndete tú -y convéncete-, del por qué sientes la necesidad de hacer justicia, dedicándole tiempo y neuronas a que “el mundo” conozca lo que realmente pasó con La Seña en Cuba. ¿Es muy importante eso para ti?” Y por este punto comienza mi respuesta.

 

Es probable que haya gente que no le interese para nada esta historia. Obvio. Y no me refiero a la absoluta mayoría de los habitantes del resto del Planeta Tierra, que se preguntarían: “¿quién diablos es esa Seña?”. Me refiero a los que la conocieron, y más aún, a los que fueron su público y la disfrutaron, como muchos de los que en este momento leen estas líneas. 

 

Incluso quizás haya colegas y compañeros involucrados en el humor y en el teatro durante ese período, que le importe un comino todo esto. Pero peor aún: también podría ser –para llevar el punto hasta la tabla-, que a algún ex integrante de La Seña no le interese el asunto. Y todos tienen derecho, sin importar la razón que tengan para pensar así.

 

Por eso voy a hablar sólo por mí y ojalá mis amigos, colegas y compañeros de la Seña; mis amigos y colegas de otros grupos y nuestro fiel público me hagan llegar sus respectivos puntos de vistas.

 

El que me conoce sabe que para mí el Humor es profesión, oficio, hobby, pasión, actitud ante la vida y razón de ser. (No quiero entrar aquí en calidad; es decir, si soy buen o mal humorista, si soy mejor o peor que otro, etc. Eso sí no me interesa). Y con La Seña hice la primera parte de mi carrera como humorista. Ahora casi sólo hago teatro para niños, me dedico más a los libros, al estudio de la teoría y la aplicación, etc., pero siempre dentro del universo del Humor. Por ello La Seña significa mucho para mí. Por ello me es indispensable defender su legado.

 

Entonces, para entrar más profundamente en el tema, debo preguntarme: ¿realmente tengo que hacer esto? ¿No será todo una impresión nada más y no es necesario defender la historia del grupo? No lo sé a ciencia cierta. Quizás no haya nada que aclarar y La Seña está justamente valorada en la Historia del Humor Cubano. Sin embargo, tengo dudas por esos detalles que he contado y por ello me he prometido hacer esta cruzada aunque sea por gusto.

 

Pero para tener una respuesta más sólida, creo que hay que enfocar la cosa al revés y en vez de preguntarme quién desea defender a La Seña, debería preguntarme: ¿a quién le interesa perjudicarla? Pues yo los dividiría en dos grupos: los que la están ignorándola sin desearlo y los que lo hacen adrede.

 

Los que con mala intención la omiten, evidentemente son los envidiosos, oportunistas y mediocres, que en la creación no pudieron destacarse como hubiesen querido y les mortifica el éxito de La Seña. Por suerte son pocos y no me interesa ni pensar en ellos.

 

Sin embargo, he visto los que jamás la conocieron, los que la oyeron mentar, los simpatizantes y hasta los amigos de La Seña que pueden llegar a ignorarla. ¿Por qué?  Pienso lo siguiente: desde los primeros años de la década de los noventa, nuestro grupo, no sólo por el desmembramiento debido al éxodo del país de muchos de sus integrantes, sino por los problemas que se agudizaban en Cuba, como el transporte, la energía eléctrica y gestionar una producción teatral era imposible, La Seña no pudo hacer la vida artística a la que estaba acostumbrada hasta ese momento. Por tanto, hubo menos televisión, menos teatros en La Habana, menos marketing, menos todo (Aramís, Moisés, Leandro, etc. pueden hablar mejor que yo de esa época, porque yo ya estaba en Chile). Eran los tiempos de sobrevivir a duras penas, por tanto La Seña dejó de estar en primer plano en el mundo artístico nacional, por estar obligada a funcionar sólo en provincia.

 

Si ahora estamos a casi 30 años de los mejores momentos de La Seña, eso quiere decir que hay muchísimos cubanos que no la conocen por su edad, ¿no? A eso hay que añadir los que eran adolescentes o no la conocieron mucho, y también sumarle los que sí la recuerdan un poco y no mucho, debido a que tienen más fresca en su memoria la época de los años 90, en que a los humoristas los “liberaron” un poco más y éstos comenzaron a reírse más directamente de los problemas y las dificultades (no importa si eran creaciones artísticas de gran nivel o no, porque lo importante era el contenido mediático). Y eso, al ser tan fuerte, puede borrar el trabajo anterior de los años 80, donde La Seña hizo su carrera con su humor exitoso, pero “blanco”, “inocente”, “lesluthesiano”, como nos calificaban. Quizás eso explique por qué no se le mencionó en el programa de tv que vi en la página web de Enrisco, donde todo estaba diseñado para hablar de comparaciones políticas y no de un análisis artístico del humor.

 

En fin, que si sacamos cuenta, son muchos los cubanos, dentro y fuera del país que, o no saben de La Seña, o les cuesta recordarla. Y cada vez nos alejamos más en el tiempo y no hay nada en videos de nuestro trabajo, ni en YouTube, ni siquiera en nuestro poder, porque para conseguir una grabación en esos años había que tener mucha “influencia”. 

 

Por tanto, con estas condiciones, si alguien hace un documental como el de Del Llano, o un programa de tv como el que vi en la página de Enrisco, tenga intenciones de “ningunear” a La Seña o no, creo que lo puede hacer y de hecho se hace.

 

Por eso me decidí a dar esta batalla y hacerle justicia a mi grupo.

 

Como dije al principio, mi colega y amigo Aramís me invitó a hacer un libro con la verdadera y detallada historia de La Seña. Yo feliz. Pero mi duda es que en lo que conseguimos tiempo para escribirlo, en lo que dura ese trabajo de recopilación y redacción, en lo que conseguimos una editorial que se interese publicarlo en Cuba (casi imposible), o que distribuya el libro, o quizás una editorial en Miami donde el tema es menos importante, y que lo lea la gente, va a pasar un larguísimo buen tiempo, lo que hace cuesta arriba luchar contra el ninguneo, contra la falsa historia. Más aún cuando materiales audiovisuales que por lo menos no ayudan a nuestro objetivo, circulan por ahí. Pienso también que en estos tiempos donde impera el ícono, la imagen, contrarrestar el asunto que nos ocupa sólo con un libro, no es lo más conveniente para una pelea a corto y mediano plazo (aunque es vital hacer el libro de todas formas, obvio.)

 

Entonces, como no tengo tiempo para intentar un documento audiovisual y gracias a que mis colegas Aramís y Luis Pescetti me lo sugirieron, estoy redactando estas líenas. Y si usted, amigo lector(a), amigo matancero(a), es tan amable de “copiar”, o “compartir”, o “divulgar” esta historia y difundirla por ahí, sobre todo a los matanceros y cubanos en general, estén donde estén, me haría el favor de apoyarme con un granito de arena en esta justa campaña por no olvidar a La Seña del Humor.

 

Disculpen, insisto, en no seguir el hilo lógico trazado en la historia, pero deseaba dejar bien puntualizado esto también. Mil gracias.

 

Vuelvo a la historia. Ya definido el grupo estable, habiendo actuado en la Sala Atril del Teatro Kart Marx y después de presentarnos exitosamente ante Les Luthiers, decía que Virulo nos invita a estrenar por primera vez un espectáculo con todas las de la ley, en el mayor escenario teatral cubano (el antiguo Teatro Blanquita).

 

El guión, los diseños, la música, más la actuación, la pusimos nosotros y se llamó “Jaguar you Claudio”. La dirigió Virulo y actuaron en calidad de invitados: Carlos Otero, Mario Aguirre, Jorge Cao, Daniel García (Juan Primito), Jorge Guerra, Frank González y Lina Ramírez (madre de Isaac Delgado). Ahí comenzó nuestra verdadera y “oficial” carrera... Ahora respondo a una pregunta que muchos se han hecho:

 

¿Por qué tuvo tanto éxito La Seña?

 

Comienzo con los miembros: Aramís Quintero, un laureado escritor y Licenciado en Letras; Moisés Rodríguez, un especialista en literatura y artes plásticas, Licenciado en Pedagogía; Juan A. Carbonell, un distinguido diseñador y Licenciado en Artes Pláticas; Yovani Bauta, un consagrado pintor y abogado; Leandro Gutiérrez, un incipiente músico e Ingeniero Agrónomo; Enmanuel Sabater, un humorista gráfico y Técnico Medio en construcción; Pepe Pelayo, un novel escritor e Ingeniero Civil; Miguel Valdés, otro Ingeniero Civil. Casi de inmediato se incorporaron Rubén Aguiar, Danny Aguiar y Pedrito Alfonso, tres grandes talentos musicales, (instrumentistas, compositores y arreglistas), que pusieron la alta calidad de su música en el grupo, y José Braga, un Ingeniero Hidráulico como Jefe de escena. Un tiempo después se incorporó al grupo un gran creador de humor, Pablo Garí (Pible), hasta ese momento director del Grupo La Leña del Humor de Santa Clara. También hay que señalar que Leticia Marín, Adrián Morales y Francisco Rodríguez, cuando conseguían permiso en el Teatro Mirón Cubano donde trabajaban, nos acompañaban en algunas de nuestras presentaciones, así como Magaly Bernal del Dramático de Radio 26.

 

La creación: desde un principio decidimos que toda la creación artística que necesitáramos, la haríamos en el mismo grupo. Es decir, cuando concebíamos un espectáculo, Carbonell se encargaba de los diseños de escenografía, atrezzo y vestuario, más los diseños gráficos de las invitaciones, programas, volantes, afiches, etc., con apoyo de Yovani. Pedrito, Rubén y Danny se encargaban de componer la música, hacerles los arreglos e interpretarla, apoyándose en Leandro en el bajo, Sabater en la batería y la percusión menor de los demás.

 

Aramís y yo nos encargábamos del guión y la dirección artística, aunque desde la fundación del grupo, hasta el primer espectáculo en el Teatro Kart Marx, también escribía con nosotros Moisés, pero se retiró al tener una carga enorme entre su trabajo como profesor universitario y la construcción de su nueva casa en Matanzas.

 

Cuando íbamos a estrenar un espectáculo (casi siempre anual, con algunos meses en cartelera de teatros de La Habana y el Sauto de Matanzas, esporádicas apariciones en la tele y el resto del tiempo girándolo por el país), nos creamos la siguiente rutina: yo iba todas las mañanas a casa de Aramís, nos sentábamos frente a frente en sendos sillones de alto espaldar de rejilla con balancín, y decidíamos el tema de un número, de un sketch (cada espectáculo nuestro de una hora y media, estaba compuesto entre ocho y doce números, dependiendo del tiempo de cada uno.)

 

En dichos sillones, después de tener el tema, la situación, el final, la dramaturgia completa, etc., nos poníamos a crear chistes como poniéndole carne al esqueleto. Aquello se pensaba, se conversaba, se discutía, mientras Aramís tomaba notas todo el tiempo. De más está decir que nos divertíamos muchísimo. Entonces, cuando todo estaba definido, pensábamos en la puesta en escena, porque cuando salía del horno el guión, al ser los dos los directores artísticos, venía también concebido el montaje. ¿Y cuándo les asignábamos los personajes a los actores? La respuesta es curiosa, porque concebíamos a los personajes pensando en las características de nuestro elenco; por tanto, cuando terminábamos el libreto, ya los personajes venían con el nombre del actor. Eso nos aseguraba una mejor “explotación de nuestros recursos”, pero a veces eso nos jugaba en contra, porque se nos ocurrían ideas más complejas que nuestras posibilidades histriónicas y la teníamos que desechar o adaptar.

 

Por ejemplo, Carbonell era el especialista en caricaturizaciones, Sabater en personajes muy populares, Aramís casi siempre en el presentador “serio y formal”, Leandro el “caótico”, Moisés el “loco” y así. Pero hay que decir que teníamos a nuestro favor la vis cómica de los integrantes, comenzando por Moisés, que de sólo asomarse en escena, sin decir siquiera una palabra, el público se moría de risa.

 

Pero por supuesto, el proceso creativo en aquellos sillones no siempre era fluido. Muchas veces no producíamos nada, o muy poco, porque surgían problemas internos del grupo, o problemas externos (con Cultura, con la Empresa de Artistas, con el Partido, con la direcciones de los Teatros, etc.), que había que pensar bien y solucionarlos, o simplemente, las dos hijitas de Aramís llegaban, se trepaban en mi sillón y lo menos que hacían era hacerme rulitos en la cabeza (además de maquillarme, obligarme a hacer muecas y mil diabluras más), ante la indiferencia y la risa de Aramís y su esposa Mariela, divirtiéndose a mi costa.

 

El paso siguiente en la “producción” era de Aramís (me refiero a los textos de los números, porque los textos de las presentaciones eran sólo de su responsabilidad), que tomaba sus apuntes y redactaba con la palabra precisa y la intención perfecta lo que habíamos creado, más otros chistes que le añadía al redactar, en su vieja máquina de escribir (no existían las computadoras, por supuesto).

 

Después, en otra sesión de sillones, leíamos el guión. Realmente casi nunca hubo que rectificar algo grave, pero sí lo enriquecíamos con nuevos chistes.

 

A partir de ahí el montaje, en líneas generales, se dividía en dos: los números en que actuaba Aramís, o que él tenía tiempo para dirigir, lo ensayábamos en su casa con los actores y los números donde no aparecía Aramís lo ensayábamos en mi casa.

 

En esos primeros ensayos nos divertíamos mucho y surgían cientos de chistes verbales, gestuales y musicales de forma colectiva. Eran chistes buenos, malos y regulares. Entonces aceptábamos los mejores y se incorporaban al guión.

 

Pero también hubo otra variante creativa, no tan frecuente, pero sí importante: en las largas noches de tertulias en casa de Rubén Aguiar (sólo con té y pocas veces ron), donde asistían los músicos de La Seña, más Yovani y yo casi siempre, de pronto se nos ocurrían ideas, sobre todo musicales, y era yo entonces el que tomaba nota (a veces mental, porque la adrenalina creativa y la risa no daban tiempo para buscar papel y lápiz) y llevaba después esas ideas trasnochadas a los sillones de creación con balancín; o no sólo ideas, en ciertas ocasiones llevaba casi el número musical completo.

 

Cuando Aramís y yo finalizábamos el trabajo del número; es decir, cuando nos satisfacía el detalle del montaje, los movimientos, la dirección de actores y todo estaba ok, entonces lo estrenábamos en presentaciones menores, que hacíamos para asegurarnos el sueldo, y así se pulían más los números ante el público.

 

Mucha gente decía que cómo era posible que Aramís, una persona tan culta, seria y del mundo literario, del pensamiento y la espiritualidad, podía enlazarse tanto con un ingeniero, “jodedor” de la calle, centro de mesa, payasito; es decir, con alguien tan superficial como lo reflejaba mi imagen. Cómo podíamos tener tanta empatía, tanta química para complementarnos tanto y ser los motores de La Seña. Por supuesto, a mí la gente que creía conocerme me molestaban diciéndome que me había metido en ese mundo “amanerado, vanidoso e intelectualoide” y que yo no pertenecía a él y que nunca podría congeniar con un hombre como Aramís, casi el prototipoo de lo contrario a mí. Pues el tiempo y el resultado de La Seña les tapó la boca prejuiciosa a ambos bandos. Creo que fueron nuestros sentidos del humor los que determinaron todo. Sentidos del humor con formación muy parecida. Después fue que pasamos a descubrir nuestros verdaderos valores, visiones e intereses (no los que mostramos hacia afuera, no los que reflejan nuestras imágenes, por lo menos la mía). Enseguida llegó la amistad y la confianza. ¿Qué más se puede pedir? Uno, un hombre serio con gran sentido del humor, otro, un gracioso con sentido de la seriedad. Porque serio no es antónimo de humor. Lo opuesto al humor es lo grave, lo solemne, lo hiperserio.

 

Aramís es un gran creador de humor, con inclinaciones obvias hacia la literatura; y yo soy un creador de humor con inclinaciones a lo histriónico. El complemento ideal para La Seña.  Con ese motor, más la vis cómica del grupo, la alta calidad de la música y los diseños y mucho de la química que se logró entre los integrantes, el resultado fue el que todos conocen y que trato de comunicar aquí.

 

Continúo: por último, Aramís y yo creábamos los guiones de luces y audio del espectáculo completo, le dábamos la planta de movimiento a Braga, nuestro jefe de escena y partíamos directo para los ensayos generales en el teatro.

 

Un punto fundamental a analizar en el éxito de La Seña fue el tipo de humor que usábamos, los contenidos de los números, el tratamiento artístico, etc.

 

Comenzaré por lo que menos nos interesaba. Por supuesto, ni aunque lo hubiésemos intentado podríamos haber hecho comedias de enredo de connotación sexual, de esas con amantes furtivos escondidos en el closet, o chistes donde lo básico sea la mujer con senos o glúteos grandes y los hombres babeados detrás de ella, o la falta de energía o sobreestimulación de un macho en la cama, y mil situaciones de ese tipo. Claro que no fue porque somos beatos (al contrario), o por pose para vender la imagen de “finos y decentes”. Más bien fue por la abundancia, el facilismo artístico o el mal gusto en el uso de ese tipo de humor. Nosotros nos caracterizamos por evitar la grosería y la mala palabra sólo porque es risa asegurada. Por supuesto que decíamos algunas en escena, pero muy bien justificadas. Ello hizo posible que los niños fueran también nuestros seguidores y asistieran asiduamente con sus familias completas al teatro.

 

Dos ejemplos de hasta dónde llegábamos con el “humor sexual”. 1) El espectáculo “Señeras y señeros, buenas noches” comenzaba con una mujer detrás de una pantalla y a contra luz -para que se viera sólo su curvilínea silueta-, quitándose la ropa. Cuando se suponía que había terminado, se levanta la pantalla y de atrás, en vez de la salir la mujer desnuda, salía Moisés, con su delgado cuerpo y su larga y enredada barba, en ajustadísima malla de bailarín, saludando al público. 2) En una de las cancioncillas del Coro de Cámaras, cuando actuaba Leticia con nosotros, en la fila de cantantes de atrás de ella se colocaba justamente Miguelito, el único de raza negra del grupo (no confundir con Sabater, porque éste es mulato) y en un punto determinado de la canción de cuna que parodiábamos, donde Miguelito se inclinaba levemente con cara pícara, se hacía una ruptura en la melodía y Leticia cantaba sola, mirando a Migue, la frase: “Mami, qué será lo que quiere el negro” y éste volvía rápidamente a su solemne posición anterior, al igual que Leticia, como si aquello no hubiese pasado.

 

También estaba la crítica social y política. Nunca fue de nuestro agrado hacerla ni a favor ni en contra del gobierno. Pero fue sólo porque si también lo hubiésemos intentado, tampoco nos hubiese salido con calidad. No es lo nuestro definitivamente. Por supuesto, esa decisión nos llevó a enfrentarnos con los dirigentes de Cultura y con el Partido Provincial, que cada cierto tiempo presionaban para que hiciéramos humor contra “el imperialismo”. 

 

Pero también algo creamos al respecto. Pero los ejemplos los dejaré para más adelante.

 

En fin, que el 90% de nuestro humor era blanco, absurdo y sí con muchas críticas a defectos humanos, al mal gusto y con muchas referencias culturales. Entendiéndose como humor blanco, por ejemplo, el conflicto entre el presentador y el director del Coro de Cámaras, que aquel presentaba un tema musical y el Coro interpretaba otro. Entendiéndose como absurdo, por ejemplo, que dos personajes terminan su diálogo, se retiran y cuando va a comenzar el otro número, con los actores ya en escena, se escucha en off otro diálogo entre los dos actores que se fueron y que deciden regresar para mejorar el final de su número y echan a los personajes que ya estaban en escena y repiten su final. Entendiéndose como criticar los defectos humanos, por ejemplo, como muchos de esos artistas de pacotilla que vemos a diario en los medios de comunicación se hacen los “cultos” y son un derroche de imbecilidad, ignorancia y mal gusto, como el personaje de Roberto Roberto, que yo interpretaba, y era un cantante, arreglista y director de orquesta que le ponía letras simplonas a páginas de Bethoveen, Brahms, Ravel, etc., para demostrar “erudición” y el “manejo de nuestras raíces”, ya que arreglaba esos temas de música culta llevándolos a salsa, boleros, merengues, etc..

 

Entonces, como ya he dicho, el público sin información cultural se reía de los chistes verbales y gags visuales que colocábamos a lo largo de todo el número y el público conocedor se reía el doble. Así complacíamos a los niños, los recogedores de basura, las secretarias, los choferes de buses, los estudiantes, los oficinistas y los intelectuales al mismo tiempo. Por ello se repletaban los teatros en todo el país y nos llamaban desesperados de la tele, para subir los niveles de audiencia.

 

Recuerdo una anécdota ahora: estando en Casablanca, en La Habana, esperando el tren para ir a Matanzas, se me acercó un compadre en camiseta y con diente de oro, me llevó a tomarme con él una cerveza “cruda” en la esquina de la Terminal y me dijo en su tono y vocabulario de léxico carcelario, que traduciré aquí: “Oye, amigo, anoche vi por televisión a la Orquesta Sinfónica Nacional tocando el tema tuyo ese de (y me cantó): “No olvidaré, esas noches que pasamos tú y yo, con el bolero que sacó Ravel de abajo de la manga”. Y me gritó en la cara: “¡Tienes que ponerte duro porque te están plagiando!”. Se refería al Bolero de Ravel que nosotros interpretamos con letras y en ritmo de bolero. ¡Conoció a Ravel a través nuestro! ¡Y se sabía la letra de nuestro bolero! Por supuesto que aquello nos emocionó y nos dejó felices.

 

Otro punto en el éxito del grupo fue el estilo de actuación. Como no veníamos de la “academia”, nos acomodó mejor el presentarnos en la escena como éramos en la vida real cada uno de nosotros, pero sólo “haciendo” de un personaje. Y el público entendía que era un juego y que no queríamos “meternos en la piel del personaje”, aplicar el método de Stanislavky, “representar su psicología”, etc.. Era un juego, repito, donde los espectadores y nosotros nos divertíamos al mismo tiempo y eso se reflejaba mucho en escena y la gente se entregaba al jueguito con gusto.

 

Por otra parte estaba la elaboración artística. Nos interesaba hasta el menor detalle del lenguaje escénico, plástico, literario y musical. Odiábamos el camino cómodo, lo simplón, la falta de creatividad y la falta de ensayo, por decirlo rápido. Este fue un punto realmente decisivo en nuestro éxito.

 

Otro punto a señalar fue la irreverencia. No había tema, concepto, situación, postura, actitud, pensamiento, que no tomáramos para la risa, dentro y fuera de la escena. La burla a nosotros mismos, la burla a, por ejemplo, la sagrada imagen que se debía transmitir por televisión, en el espectáculo de un famosísimo escenario, o un trascendemtal evento. A nosotros nos daba igual todo eso y nos mostrábamos en cámara o en cualquier lugar tal y como éramos en nuestra casa o en la calle. No nos importaba la solemnidad y “la alcurnia”. Claro, lo hacíamos sin caer en faltas de respeto, por supuesto, porque me refiero a romper esquemas, poses, mitos, falsas posturas, gravedades, etc. Y para ello no es necesario ser vulgar, grosero o impertinente. Todo se hacía de forma sencilla, pero con buen tino, buen gusto. E insisto, la gente se daba cuenta y le sorprendía nuestro proyecto.

 

Es cierto que la mayoría de los argumentos que tocábamos en escena y el tratamiento que le dábamos no eran costumbristas y no imitaban el humor que muchos han catalogado como el típico cubano. Nosotros creemos que sí, que lo nuestro fue una continuación, pero evolucionada por la formación cultural que poseíamos nosotros y el público. Como dijo Aramís en un comentario, el señor Núñez Rodríguez fue uno de los más críticos a nuestro trabajo, argumentando eso de que no hacíamos el humor cubano, que era el mejor y que, lamentablemente, imitábamos al grupo Les Luthiers. Aclaro que él fue un gran escritor de humor y nosotros respetamos su obra y nunca lo conocimos en persona, por lo que no podemos hablar de su calidad humana. Pero si lo mencionamos es porque se destacó criticándonos. Por suerte, tuvimos la ocasión de demostrar que estaba totalmente equivocado. En 1990 se organizó el Primer Concurso Nacional de Humor Literario “Juan Ángel Cardi”, en el marco de la Bienal Internacional del Humor de San Antonio de Los Baños. Y Pible y yo participamos con nuestros textos. Y el presidente del Jurado era, precisamente, Enrique Núñez Rodríguez. El día de la premiación, en un acto en San Antonio, en plena Bienal, con el Ministro de Cultura presente y la mayoría de los humoristas gráficos y literarios del país, Núñez Rodríguez comenzó a dar los premios y como venían con seudónimos, ni él sabía a quiénes había premiado. Y abrió el sobre del Primer Premio en Ensayo y tuvo que decir los nombres de Pible y mío, ambos de La Seña del Humor, que concursamos con ese ensayo escrito a dos manos. La cara de ese hombre al nombrarnos y ver cómo subíamos al escenario a recibir el premio y tener que darnos las manos felicitándonos y con eso aceptar que a él le gustaba tanto nuestro humor como para destacarlo por encima de otros que todos sabían que eran “típicos cubanos”, fue increíble. Pero eso no quedó ahí. Tuvo que premiar también a Pible con Mención Honrosa en Poesía y a mí con Mención Honrosa en Cuento. ¡Pero había más! Tuvo que premiarme a mí  otra vez con el Primer Premio en Artículo, compartido con otro artículo escrito a dos manos hecho ¡por Pible y por mí! Fue mucho para ese señor, que nunca más nos criticó.

 

¿La Seña y sus seguidores formaron El Movimiento del Nuevo Humor Cubano, o Movimiento del Joven Humor Cubano, como le decían muchos?

 

Honor a quien honor merece: El apoyo de Virulo a “La Seña” y demás grupos. Como ya señalé, Virulo, un humorista trovador, ocupó la dirección del Conjunto Nacional de Espectáculos (C.N.E.) -que hasta ese momento tenía un perfil puramente musical y danzario-, dejando a un pequeño cuerpo de baile y llamando a sus filas a humoristas.

 

Paso revista como “información cultural”: Virulo se fue a México, ha hecho varias giras por Latinoamérica y ahora regresó a vivir a Cuba, de nuevo a hacer humor en el Kart Marx y supongo que a tratar de ser el director del Centro del Humor otra vez. Carlos Ruiz tiene su Peña en el Museo Napoleónico y mantiene sus viajes junto a Tatica, que los Partidos Comunistas de diferentes países les financian. Jorge Guerra, volvió a Chile, nos pidió a Aramís y a mí como guionistas de su programa en la TV. Después hice un café-concert con él en un teatro de Santiago, grabamos una película chileno-rusa y no nos vimos más. El año pasado falleció lamentablemente. Rómulo también murió hace años. De Carmita Ruiz no he sabido nada. Ana Lidia Méndez actúa en teatro y TV de Miami y por último Zulema Cruz, también en Miami, se ha convertido en la mejor humorista cubana que yo haya conocido. A los demás integrantes les desconozco su trayectoria.

 

El C.N.E. estrena entonces “La esclava contra el árabe” con dos números nuestros, como ya dije. También Virulo nos facilita la entrada a las Peñas que él organizaba los sábados en la Sala Atril del Teatro Karl Marx y por último, nos invita al debut “en sociedad”, cuando nos dirige en el espectáculo “Jaguar you Claudio”, junto a artistas de renombre. Creo que en este punto de la historia, al Virulo ayudarnos, se le hace más clara su intención de ser “el Ministro del Humor”, como le decíamos entre nosotros cariñosamente. Por apoyar a “La Seña” y a otros colegas, siempre se lo agradeceremos; por crear y dirigir un movimiento de jóvenes humoristas, siempre lo consideramos algo muy propio de él y ese asunto nos fue y nos ha sido siempre indiferente, porque no es un campo que nos atraiga (aclaro mejor: sí ayudamos a cualquiera, como lo hicimos y hemos hecho, pero no tenemos madera para ser dirigentes o líderes de nada). Incluso cuando él se fue a vivir a México y ya había creado el Centro Promotor del Humor, nos dejó a Carlos Ruiz, a Oswaldo Doimeadiós y a mí como los directores del mismo. Por supuesto, aquello duró poco, porque ni a Carlos ni a mí nos interesó desarrollar ese perfil, algo que sí aceptó Doime por suerte, para que no desapareciera (me refiero a los años en que se creó el Centro y mi partida de Cuba en septiembre de 1991.)

 

La cosa es que –sin precisiones de fechas exactas-, comienzan a surgir nuevos grupos y solistas después del fenómeno de “La Seña”. ¿Seguidores? Sólo desde el punto de vista cronológico, porque en lo formal, nadie nos imitó. Es decir, todos hacían breves cuadros (sketch), como nosotros, pero sin el despliegue escénico y musical de “La Seña”, que se movía más dentro de las leyes del espectáculo. En esos inicios, ningún grupo estrenó un espectáculo de una hora o dos horas como hacíamos nosotros y menos en enormes Salas. Tampoco hubo grupo o solista que hicieran giras nacionales con la magnitud y frecuencia de las que realizamos nosotros. Y menos en esos años algún grupo consiguió “evaluarse” como artista profesional, como hicimos nosotros. De paso comento que fue un proceso ridículo, ya que la inmensa mayoría de los jueces profesionales que nos evaluaron como artistas “C”, ni llenaban teatros, ni tenían críticas especializadas tan positiva como nosotros, ni siquiera entendían bien el humor que hacíamos. Pero aún así, fue bueno que nos profesionalizaran, ya que con aquel invento del gobierno de la “vinculación de la norma con el trabajo”, ganamos sueldos extremadamente altos para la media en la Isla y con ello vivir sin preocupaciones materiales para continuar creando.

 

En los años ochenta, sólo el grupo “Sala-Manca” estrenó obras de largo alcance en teatros de menos capacidad, apoyados en el lenguaje teatral y no específicamente en el lenguaje del espectáculo, como el C.N.E. o “La Seña” (hago otra aclaración importante: no me refiero a calidad, ni a que este o aquel estilo, género o lenguaje es mejor o peor que otro).

 

También “La Seña” se perfiló haciendo un humor con muchas referencias culturales, mucho humor “blanco/infantil” y mucha crítica a los defectos humanos. Pero poco humor satírico, poco humor de crítica político y social, muy poco humor relacionado con lo sexual, con la grosería, el doble sentido y tampoco con el humor costumbrista. Eso también influyó en no llamarles seguidores de “La Seña” a ciertos grupos y solistas.

 

¿Otra diferencia? La mayoría de los grupos desarrolló su carrera en pequeños feudos, con sus leales fans, pero sin extenderse a otras regiones, sin alcanzar un renombre nacional. 

 

¿Qué teníamos en común entonces? Que todos, o casi todos, proveníamos de distintas carreras universitarias. ¿Qué beneficios traería eso? Supongo que el nivel de exigencia en el tipo de humor que se escogió.  

 

Lo que sí tengo claro es que esos jóvenes universitarios o profesionales de distintas ramas, al ver a “La Seña” por primera vez, rompiendo esquemas dentro del humor e instalándose con éxito a nivel nacional, se “envalentonaron” y comenzaron a formar sus grupos con el contenido, la forma y el gusto de cada uno. Pero no creo en un Movimiento de Humor Nuevo (o Joven) Cubano, aunque varios han insistido en ello. 

 

Muchos profesionales estudiaron sus carreras sin vocación, como el que escribe esto. Y por diversas razones. La mía fue que pedí estudiar Psicología en primera instancia y otras carreras de humanidades como reservas, y a mi centro educacional (Preuniversitario de Matanzas), sólo el gobierno le asignó un cupo para que alguien entrara a la Facultad de Psicología y se la dieron a mi amigo Jesús Martínez. Entonces cuando quise usar “las de reservas”, también estaban los cupos ocupados. Así que finalmente, y por consejo y opresión de la directora del Preuniversitario de Matanzas, la Sra. Emiliana Noda, que me dijo: “Es mejor que estudies algo a que no estudies nada”, pregunté qué alternativa tenía y me encontré con cuatro carreras que al gobierno le interesaba que estudiarán en masas y eran: Pedagogía, Veterinaria, Agronomía e Ingeniería Industrial. No me gustaba ninguna, pero matriculé Ingeniería Industrial, sólo con el objetivo de pasarme después del primer año común a Arquitectura o Civil, que tenían más que ver conmigo. Eso hice y aunque traté por todos los medios de entrar en alguna carrera de Humanidades en su momento, al final sólo me dejaron la opción de Ingeniería Civil (construcción) y en esa me gradué. 

 

¿Por qué hago todo este cuento aburrido de mi vida? Para ponerla como ejemplo, ya que no tenía vocación de Ingeniero, sólo quise darle la satisfacción de un título a mi familia y asegurarme “ser alguien” (“alguien” frustrado de vocación, decía yo). Y eso significaba que la oportunidad de crear un grupo de humor y profesionalizarme, abrió de par en par mi futuro, al hacer algo que realmente me gustaba.

 

Eso le ocurrió –estoy seguro-, a muchos de los integrantes de esos grupos de humor que surgieron en la década de los ochenta. 

 

Me inclino por esa explicación al por qué la mayoría de los humoristas provenían de la universidad. Y obvio, también ese nivel educacional te ayudaba a pensar y crear un humor distinto, claro.

 

Pero insisto, ¿era aquello realmente un Movimiento? No lo sé, pero pienso que no. El Movimiento de la Nueva Trova, por poner un ejemplo, tenía una base en la trova tradicional, en el arquetipo del joven cantautor con su guitarrita, de aspecto hippy trasnochado, con letras poéticas o supuestamente poéticas, con temas que le interesaba a la juventud, o supuestamente le interesaba, etc. ¿Pero con los humoristas? No podemos decir que eran aficionados que seguían a Virulo y al C.N.E., porque ese grupo estaba compuesto por profesionales que venían de las tablas, la danza y la música. Evidentemente nos siguieron a nosotros (ninguno surgió en la escena cubana antes de “La Seña”). ¿Y quiénes eran? Algunos eran graduados universitarios que no tenían vocación por lo que estudiaron (como yo); algunos eran profesionales que no encontraron los puestos de trabajo que se imaginaron; algunos cesantes por el sobrestock de profesionales; algunos eran universitarios que querían dedicarse al humor escénico para tener el mayor tiempo posible para crear arte, ya que eran también escritores, músicos, pintores, diseñadores, etc. y en trabajos burocráticos, o con otras cargas laborales no sería posible conseguir ese tiempo; algunos, simplemente, eran profesionales que querían “vacilar” la posición social de ser artista y otros que deseaban estar ahí para viajar y exiliarse o traer baratijas.

 

Por supuesto, es seguro que muchos estuvieron dispuestos a desarrollar su verdadera vocación de humorista y hasta de estar ahí para revolucionar el humor cubano. No dudo que existiera gente así entre tantos y tan buenos humoristas. 

 

En “La Seña” sí existía ese objetivo de ser cada día mejor humorista. Incluso yo decidí que esa sería mi única profesión y mi único hobby, y me puse ambicioso en conseguir éxitos, en perfeccionarme. Pero los señeros no sólo se superaban en el humor, también queríamos ser mejores artistas, mejores seres humanos y hasta nos programamos clases internas, donde los que dominaban una materia debían impartirlas a los demás interesados.

 

En fin, desde adentro, yo veía el constante nacimiento de esos humoristas del llamado “Movimiento”, siguiendo a “La Seña” pero sin imitarla tanto en lo artístico.

 

Y afirmar que como la Nueva Trova, los humoristas nos basábamos en elementos técnicos-artísticos, conceptuales, teóricos, o con antecedentes en otros movimientos o hechos de la Historia del Humor Cubano, no. Claro que no.

   

Insisto, sólo nos unía que éramos jóvenes, que veníamos del mundo universitario, que teníamos talento y muchas ganas de hacer, de crear. Pero sólo eso no da para armar un “Movimiento”. Para mí, simplemente fueron jóvenes que vieron una oportunidad con el ejemplo de “La Seña”.

   

Sin embargo, existe otra hipótesis y es que los seguidores de “La Seña” sí pueden tener entre ellos elementos en común como para que alguien lo llame “Movimiento”. Pero sin involucrar a “La Seña”. Esto me lo dijo una amiga (que no le pregunté si podía decir su nombre públicamente). Y, según ella, eso explica por qué se ha ninguneado a nuestro grupo en varias ocasiones. Tiene sentido, porque si nuestros seguidores hablan de esa época y se recuerdan como protagonistas, como un grupo, un “Movimiento”, pero sienten que “La Seña” era otra cosa, un ente que no cumplía con los parámetros comunes a todos, entonces por eso no la mencionan. De verdad es una teoría a tener en cuenta.

   

Por supuesto, espero que muchos tengan opiniones distintas y ojalá me las hagan llegar de alguna manera, contra argumentando mi hipótesis (ni yo mismo estoy seguro de la mía), o la de mi amiga.

   

De todas maneras fue un placerazo compartir con aquella gente que hizo humor en los años ochenta. Yo los conocí bastante a todos. Incluso, en una “asamblea general de humoristas” que hubo en La Habana, me eligieron como su representante en la Dirección Nacional de la Asociación Hermanos Saíz, para que defendiera los derechos de los humoristas, opacados por las otras manifestaciones artísticas. Cargo en el que duré poco, debido a mi desinterés por trabajar en otros campos que no fuera el de la creación.

   

Paso revista.

   

Recuerdo al grupo “La Leña del Humor” (si nosotros parodiamos con nuestro nombre a Virulo y su Peña del Humor, ellos nos parodiaron a nosotros). Un día nos llamaron por teléfono desde Santa Clara para reunirse con nosotros. Y otro día se aparecieron en Matanzas, en unas de nuestras sesiones creativas en casa de Aramís, con las hijas de este colgadas a mi cabeza y conocimos a tres de ellos, asesorándolos con nuestra poca experiencia. Después tuvimos el honor de ser amigos de todos ellos: Pible, su director, una fuente inagotable de chistes, de juegos de palabras. Más tarde, por una razón que no pertenece a esta historia, le propusimos que se integrara como miembro de “La Seña” y aceptó. Y cuando se dispersaron “los señeros” por el mundo, él se vino conmigo a Chile y como solista triunfó aquí y actualmente lo hace en Miami. Telo, el gran monologuista, con su rico humor absurdo, de “La Leña” se fue para Sala-Manca en La Habana y siguió demostrando que es uno de los grandes de Cuba hasta el día de hoy. Yo soy un fanático de la obra de Telo. Triana se fue para E.U. y está trabajando en la tele en Miami. Tuve el privilegio de escribir un libro con él y me divertí mucho. Es un grande también. Fundora dirige o dirigió el humor en la tv cubana, Baudilio sigue haciendo su inteligente humor a nivel nacional, Carrillo de “La Leña” pasó con los años, a fundar otros grupos como “Oveja Negra”, cuando yo ya no vivía allá y ahora está también conmigo en Chile, donde hace apariciones en escena y tv, pero su fuerte es el humor gráfico. Creo que los demás integrantes, como Vitico y Gloria, no se mantuvieron en el humor. Desde aquí también les mando un abrazo.

   

Sigo sin orden cronológico. Conocimos a “La Piña del Humor” de la Habana que parodiaba a “La Leña”, “La Seña” y La Peña de Virulo. (Aprovecho para mencionar que después surgieron “la Moña”, “La Roña”, “La Riña”, “La Caña” y otros bisílabos con “ñ” que, lamentablemente, se los fue llevando el viento). De “La Piña” sólo sé que se ha mantenido haciendo humor en Cuba, Octavio “Churrisco”.

   

Recuerdo a “Onom di vepa” (nunca entendí bien su explicación del por qué ese nombre), que eran (y son) unos muchachos muy buena onda, muy simpáticos, encabezados por Ulises Toirac, que se separó de ellos y ha realizado una gran carrera como solista. Pero el grupo sigue haciendo buen humor, según me han dicho. “De Onom di vepa” recuerdo aquella despedida de duelo y aquel número donde todos esos miembros masculinos del grupo estaban embarazados. Muy bueno.

   

En la Escuela de Lenguas Extranjeras de la Universidad de La Habana se armó un grupo llamado “Lenguaviva”, formado por dos mujeres y dos hombres, que hacían un humor musical y costumbrista. La caldosa de Kike y Marina en varios idiomas nos hizo reír en su época. Mario Barros, su director y fundador ha continuado en el humor en Boston donde vive hace años, escribiendo libros y canciones, creando una revista on line y como gestor cultural, organizando el Festival del Humor “Bostoon” de literatura humorística y humor gráfico.

   

“Nos y Otros” fue otro grupo que surgió en los ochenta y siempre se destacó por su humor literario, crítico y de fuerte sátira. Muchas veces nos sorprendía su “valentía” y agresividad al tocar temas que siempre pensamos que la censura del gobierno no dejaría pasar. De ellos, Eduardo del Llano, su director, ha continuado haciendo humor literario y audiovisual dentro de Cuba. Su libro de cuentos me encantó y sus cortos basados en esos cuentos son formidables. Jape (Mermelada) también se dedica a escribir y filmar. Tiene un libro con el humorista gráfico Ares que es buenísimo y actualmente dirige programas de humor en televisión, donde consiguió abrirle un merecido espacio al video clip humorístico.  Uno que siempre asociamos a “Nos y Otros” y que hace poco nos aclararon que no pertenecía a ese grupo es el escritor y guionista Enrisco, desde hace un tiempo viviendo en Nueva York, donde escribe buenos libros, una sólida página web y recibiendo premios. ¡Grande Enrisco con su San Zumbado! Los otros miembros no sé si continuaron en el humor.

   

Estaba también el grupo “Cuchilla”, gente muy amable y graciosa. Se destacó Marcos con sus parodias de canciones inclinadas a la crítica social y política. Y Marcos se independizó. No sé dónde está ahora ni qué hace. Entre los demás miembros de ese grupo destaco a Giovani, que vive y aún hace humor escénico en Ecuador. 

   

En el Instituto Superior Pedagógico se formó “Pagola la Paga”, un grupo dirigido por Pagola, donde salieron figuras como Gustadito y Boncó. De este grupo recuerdo un número muy bueno: el de la puerta. Tremendo número para unos jóvenes recién formándose. Esos dos que mencioné después fueron solistas famosos en Cuba debido al programa Sabadazo y más tarde Boncó va a Miami donde sigue destacándose. Pagola le cambió después el perfil a su grupo y lo transformó en grupo musical humorístico, con el que sigue cosechando éxitos en Cuba.    En casi todas las provincias del país surgieron grupos como “Aspirina” en Cienfuegos y “Carcajadas” en Cárdenas y por supuesto, en La Habana aún más, como aquellos graciosos muchachos de “Fotuto-macana”. Pero que lamentablemente, por una u otra causa no trascendieron como se merecían.

   

“Los Hepáticos” fue otro grupo que nació en esa época. Cuna de Otto Ortiz, Anael, José, el enano, Carlos, etc. En los años noventa, cuando ya yo no estaba, mi amigo Otto fundó el grupo “Post Data” y actualmente es un gran especialista del stand-up comedy.    Otro grupo que se hizo muy famoso en la Isla fue “Los Fonomemecos”. Si los demás colectivos podían tener algunos aspectos en común, ellos estaban muy lejos de eso. El uso de la fonomímica, el trasvestismo, el humor pícaro, más de cabaret que de teatro los alejaba. Eran tres jóvenes con mucho ángel y buena onda, que hasta tuvieron seguidores, como “Los Fonotarecos”, etc. En Miami “Los Fonomemecos” tuvieron otra merecida fama al hacer un programa muy popular de tv y otro de radio.

   

No sé si “Los Píos” fueron seguidores de “Los Fonomemecos”, pero sé que nacieron también en cabaret, haciendo fonomimia, trasvestismo y sketch subidos de tono. Recuerdo que una tarde se presentaron en mi casa, porque habían sido contratados en el cabaret “El pescadito” de Matanzas y como eran fanáticos de “La Seña”, se acercaron a pedirme consejos porque deseaban cambiar su imagen, abordar otros caminos dentro del humor. Enseguida me di cuenta de la fuerza, de la vis cómica del que hacía la Pía. Les aconsejé y puse a su disposición mi humilde experiencia y ayuda. Al poco tiempo supe que estaban triunfando en La Habana, que llegaron a la televisión y, lamentablemente, después me enteré de su separación. Me dolió porque ambos son bellas personas y con talento. Cuando regresé por primera vez a Cuba en 1995, me invitaron al programa Sabadazo y me encuentro allí con Antolín, hecho una primera figura nacional en el humor. Me alegré mucho que aquella “Pía” se convirtiera en aquel “Guajiro”. Me sorprendió agradablemente en un aparte, cuando recordó aquella visita a mi casa y mostrarme su agradecimiento.

   

Quiero mencionar también a un solista que nos hizo reír a carcajadas en plenos años ochenta. El arquitecto Coyula. Sus monólogos de los disparates, el de los idiomas con la escena de la guerra, y el de los popis fueron inolvidables. Aún hoy lo recuerdo con nostalgia.

   

También debo mencionar a otro “jorocón” del humor cubano: Ramón Fernández Larrea. Su programa radial hizo historia. Después pasó por Barcelona y llegó a Miami donde trabaja en la TV.

   

Paralelamente se estaba formando un grande del humor cubano y tengo que mencionarlo, pero que no estuvo involucrado en este “movimiento” de esos años. Me refiero a Alexis Valdés, que tanto en Cuba al principio de su carrera, en España y en Miami, ha demostrado ser un fuera de serie.

   

Casi al irme yo de Cuba, surgió otro grupo importantísimo: Humoris Causa, con Joel Sánchez, Iván Camejo y Omar Franco. Tres grandes que admiro mucho. Joel está haciendo su humor en Colombia, Omar e Iván en Cuba (Iván fue Director del Centro Promotor del Humor después de Doime.)

   

Puede que en un rincón de la memoria haya quedado, traicionándome, algún grupo o solista que no haya mencionado aquí. Desde ya pido mil disculpas y sé que cuando me lo recuerden diré: “¡Ñó! ¡Verdad que sí! ¡Cómo se me puso olvidar!”.

   

He dejado para el final al grupo “Sala-Manca”, por mi admiración profesional. Recuerdo que un día, allá por el año 1987, en aquella asamblea de humoristas donde me eligieron y que ya mencioné, vi primera vez a un tipo saliendo a escena presentado como “el trovistur”. Después vi a otro haciendo una rutina sobre los doblajes de los programas de tv. Y por si fuera poco, me sorprendieron en escena un par de jóvenes haciendo de excelentes guapos marginales. Me encantaron. Pero el asombro fue mayor, porque al acercarnos descubrimos enseguida su calidad humana y desde ahí que somos grandes amigos. Me refiero a Oswaldo Doimeadiós, para mí el mejor comediante actualmente dentro de la Isla (a nuestro Moisés lo califico como el mejor humorista de allá), Jorge Luis González (Yoyi) y Jorge Sánchez “el gordo”. Pero después conocimos a Leonardo, a Roche y más tarde a Bringas y a Telo, que como ya había dicho, emigró de “La Leña”. ¡Qué gran grupo de humoristas y amigos! El nivel de actuación era impresionante comparado con el de los seguidores de “La Seña”. Gente ingeniosa, creativa. A sus textos le faltaba, sin dudas, pero en las puestas en escena y en la actuación, repito, eran monstruos. Para mí, eran los mejores de todos los que surgieron después de “La Seña” y obviamente, mejores actores que nosotros.

   

Y lo más exquisito: fuera de escena, entre ellos y nosotros y parte de “La Leña”, se formaron verdaderos festivales de improvisación con el solo objetivo de hacernos reír a nosotros mismos. Yo estoy muy agradecido de “Sala-Manca” al apoyarme cuando decidí vivir en La Habana a principios del año 1991, y dejarme actuar con ellos para seguir ganando mi sueldo.

   

Doime, Bringas y Telo siguen en Cuba haciendo humor. ¡Grandes! Jorge Luis estuvo en España y por suerte vivió un tiempo aquí conmigo en Chile y ahora está en México, donde dirige puestas en escena en la universidad con tu talento de siempre. Jorge “el gordo” después de trabajar en México se fue para Miami y está en TV escribiendo y actuando. Leonardo y Roche están en España, pero creo que no en el humor. Lástima.

   

Cabe recordar aquí los espectáculos que organizaba Virulo en el Teatro Kart Marx, aquellos “Miramar, 32, 132, etc”, donde juntaba a los mejores humoristas de la época y así podíamos conocernos e intercambiar. Pero también es imposible no mencionar a los Festivales competitivos de “La Seña”, con sus premios “Melocactus Matanzanus”, Festivales antecesores de lo que después se llamó “Aquelarres”. En esos eventos participaban todos los humoristas de esos años, los mejores y los menos malos. Y se competía en actuación, puestas, guión, monólogos, dirección, además de premiar a caricaturistas y escritores de humor, porque también se convocaban esos premios. Recuerdo que se hicieron dos Festivales, uno fue en La Habana, con sede en el Acapulco y otro en Matanzas, en el Teatro Sauto, donde los numerosos humoristas se hospedaron en el campismo del Río Canímar. Para algunos esa fue el viaje más largo que dieron como humoristas, pero para otros fue un gran incentivo y una excusa para estrechar la amistad entre colegas. Pero a pesar de las dificultades, se logró unir más al supuesto “Movimiento” y todos estábamos felices de aquello.

   

Voy terminando con esta panorámica de los grupos y solistas que existían en Cuba en la época de “La Seña” que yo viví. Pero ahora no mencionaré a nuestros seguidores, ni a nadie que tenga que ver con eso del Nuevo Humor o el Humor Joven, pero que sí estaban vigentes en esos años y era y son lo mejor de lo mejor del humor cubano. Y lo hago como un humilde homenaje a esos maestros. Me refiero a Alvarez Guedez en Miami y a su hermana Eloísa en Cuba. A Miravalles, A José Antonio, a Aurorita Basnuevo, a Trompoloco, a Ñico Rutina, a Pinelli, a Agustín Campos a Carlos Montezuma, y a varios más, incluyendo al más popular: a Enrique Arredondo, el negrito del vernáculo cubano, el Bernabé, el Cheo Malanga.

   

Pero muy en especial, me detendré en otro gigante del humor cubano: Idalberto Delgado. ¿Por qué? Por dos motivos. Uno, porque entre esos maravillosos humoristas hubo algunos como Edwin Fernández, que no le entusiasmaba la idea de reconocer a “La Seña” como continuadores del humor en la escena cubana. Sin embargo, Eloísa Alvarez Guedez, Aurorita Basuevo, María de los Ángeles Santana e Idalberto Delgado, entre otros muchos, siempre nos apoyaron públicamente. Incluso recuerdo con emoción –y este es el segundo motivo-, cómo Idalberto Delgado aceptó enseguida viajar hasta Matanzas, para actuar una noche en el Teatro Sauto como humorista invitado a un cumpleaños de “La Seña”. Cómo llegó a mi casa a leer el texto nuestro de “Los borrachos”, al que le echó una mirada y le dimos un breve pase sólo para ver las intenciones. ¡Cómo entró feliz a compartir con nosotros el escenario para representar ese número conmigo! ¡Cómo nunca se equivocó en el texto y cuando se perdía un poco, improvisaba como los dioses, demostrando un profesionalismo increíble! Yo viví muy intensamente esa noche a su lado. Siempre estaré agradecido de ese artistazo, de ese clásico del humor cubano.

   

Finalizo felicitando a todos los que participaron como humoristas en esos años ochenta. A todos los que he mencionado aquí. Porque de una u otra forma le dimos alegría y buenos ratos de sano humor a un pueblo con una carga nada fácil de llevar y que nos lo agradeció siempre.

   

¿La Seña nunca tuvo problemas con el gobierno para hacer su trabajo creativo?

   

Ante todo, vuelvo a limitar mi artículo. No abarco el humor gráfico, ni radial, ni televisivo, etc. Sólo el teatral, donde fui protagonista. Sé que es difícil hacerlo y es injusto, pero ya habrá otro que haga esa historia. Me disculpo, pero yo no soy esa pluma.

   

En esos años ochenta, Virulo comenzó a llevar a escena sus obras en el Teatro Karl Marx, como extensión de sus canciones humorísticas que abordaban tímidas críticas como “la croqueta que se pegaba al cielo de la boca”, “los taxis que nunca paraban”, etc., por lo que nunca tuvo problemas con la censura. Además, su fuerte crítica la dirigió a lo que sucedía “afuera”, por lo que siempre se ganó el apoyo del oficialismo. 

   

A propósito de Virulo y La Seña, aprovecho para abordar otro punto relacionado con esta historia y que es bueno analizar antes de avanzar: según mi opinión, no todos  pueden hacer humor crítico, humor político. Hay quien crea humor “blanco”, absurdo, de crítica a conductas del ser humano, etc. y no por eso deja de ser buen humorista. Digo esto, porque algunos se llenaron y se llenan la boca diciendo que el humor debe ser siempre subversivo, contestario, etc. (lo que sé es que muchos creadores piensan eso para justificar su talento con ese perfil y otros su mediocridad.)

   

Me da risa y pena, porque en aquellos días se enarbolaba una frase de Martí, sacada de contexto, que citaban a su antojo, absolutizando lo dicho por el Apóstol: “el humor es como látigo con cascabeles en las puntas”. Si fuera así, con ese mismo látigo tendrían que autoflagelarse.

   

Por tanto, según mi experiencia es muy necesario hacer humor, no importa si se vive en crisis, si hay mano de hierro en el país, etcétera., ni importa qué tipo de humor se hace. Sólo hay que ser honesto y crear lo que le sale a uno bien, lo que le brota espontáneamente y no, por estar inocentemente “a la moda”, o por ser oportunista, o simplemente querer con honestidad hacer humor de crítica política, humor mediático, pero sin uno tener talento para ello. Eso no significa que cada cual tenga su opinión política y que decida hacerla pública o no, pero no en la creación, insisto, si no le sale bien.

   

Pero ahora voy para otro punto álgido: la calidad artística. A mí, por ejemplo, no se me da bien el humor de crítica política e ideológica y las pocas veces que lo he hecho ha sido pasando trabajo para que quedara con un mínimo de calidad. Porque no se trata de pararse en un escenario y decir que hay poca comida o no hay transporte. Ahí sólo obtendrás aplausos y risas debido a los nervios o al miedo, o de complicidad a lo prohibido, porque la gente necesita escuchar eso, pero no es arte, no es una risa que sale como ejercicio del sentido del humor.

   

Me encantaría hacer humor crítico y no dudo que lo siga intentando, (a veces subo algunos chispazos en mi blog www.pelayaserias.com), pero con mucha autocrítica, porque si lo considero malo, nunca haré pública mi obra.

   

En los años ochenta, era imposible hacer humor de crítica política o ideológica. La censura era muy fuerte. Incluso había que afinar bien la puntería y exprimirse las neuronas para decir algo agudo y hacerlo de tal forma que la censura no pudiera argumentar nada. Era tan velada la crítica que se lograba filtrar, que muchas veces el público ni siquiera se enteraba. Y me refiero únicamente a los que teníamos el privilegio de estar largas temporadas en espaciosos teatros, o hacer giras nacionales o hacer programas de televisión, que éramos pocos, a pesar de que se formaron muchos grupos en esos años, como ya vimos anteriormente. 

   

En esa época hubo un par de grupos que se arriesgaron más con la crítica política y social, y decían cosillas más fuertes, Pero por supuesto, no decían nada realmente profundo que pudiera amenazar “el establishmen”. La verdadera y oficial censura sabía lo que permitía y lo que no. Incluso entre nuestros colegas se rumoraba que esos “arriesgados” eran “segurosos”; es decir, agentes del gobierno infiltrados entre los humoristas, y que por eso no les pasaba nada, a pesar de lo que supuestamente “fuerte” decían en escena.

   

Por otro lado, había quien no hacía la crítica tan directa y se esforzaba en crear con una supuesta elaboración artística, una supuesta profundidad en el texto; sin embargo, se quedaban en las intenciones del guión, porque los recursos teatrales que utilizaban por lo general eran pésimos, por tanto, no vale la pena ni analizar sus guiones, porque eran inefectivos. Forma y contenido es obvio que tienen que estar a un nivel parejo.

   

Pero específicamente, ¿en qué choqué yo con las autoridades durante mi trabajo con La Seña? Otra aclaración: hablo sólo en mi nombre.

   

Comienzo. Una vez, a mí me citaron de Seguridad del Estado, porque mi grupo “se hizo nacional” y me necesitaban para informarles quién hacía chistecitos contra Fidel, contra La Revolución, etcétera. En el edificio verde de Santa Teresa entre Milanés y Medio, en Matanzas, me llevaron por varios pasillos oscuros hasta llegar a una oficina donde me esperaba un conocido “seguroso” de Matanzas. Mi respuesta fue que si veía a alguien poner una bomba en el teatro, donde podrían morir inocentes, lo informaba seguro, pero ser un delator, un traidor, un espía entre mis colegas, como ellos lo querían, no. Yo no servía para eso. Según rumores, aquello y otras cosas que sucedieron, provocó que nunca autorizaran a nuestro grupo salir del país en gira, por estar catalogados como “desafectos y posibles emigrantes”.

   

Recuerdo otro asunto que me desgastó bastante: el número llamado “Los Ríos”. Como ya dije, en él, le hablábamos a los tres ríos de la provincia de Matanzas, informándoles que iban a sufrir por la contaminación que produciría el campismo. De la oficina de Fidel llamaron a la Juventud Comunista de Matanzas para que hablaran con nosotros y eliminásemos ese número del repertorio. Nos citaron a reunión y no aceptamos, porque nunca nos dieron un argumento sólido, todo era impositivo (incluso ni se sabían bien las letras de las canciones). Ganamos esa batalla. Pero a pesar de eso, enviaron una carta al Instituto Cubano de Radio y Televisión para que nunca nos permitieran hacer “Los Ríos”. Tuvimos que aprovechar un programa en vivo y ocultar cuál número íbamos a representar y hacerlo al estar ya en el aire, cuando no podían quitarlo. Además, le ordené a nuestro productor que consiguiera una presentación en la sede de la Juventud Comunista Nacional y fuimos, y el primer número que presentamos fue “Los Ríos”. No sé si estuvieron presentes los que sabían del lío, pero nunca tuvimos más queja y continuó el número en nuestro repertorio.

   

También recuerdo que estuve con La Seña en un espectáculo en el Teatro Lázaro Peña, por el día de la Cultura Cubana, compartiendo escena con Pablito, Omara, el Ballet Nacional, etc, etc. y después del ensayo general se me acercó el director Cáceres Manso (actual director de televisión del canal 41 en Miami) para decirme que teníamos que quitar parte del número que se había ensayado, porque en él se decía: “Ya se murió Carlos Prío Socarrás”. Sólo eso. Y al Viceministro de Cultura que estaba censurando el ensayo no le gustó, porque al espectáculo iba asistir Fidel “y era complicado un texto así”. Por supuesto que ganamos esa batalla también por lo poco sólidos de sus argumentos y además, porque no podían tampoco a esa hora cambiar el show si nos retirábamos.

   

En otra oportunidad, en medio de una presentación en el teatro principal de la ciudad de Pinar del Río, llegó corriendo nuestro productor hasta detrás de las bambalinas, donde yo estaba, y me cuenta alarmado que un oficial de la policía quería detener el espectáculo. Corrí hasta los camarines, donde estaba el hombre discutiendo con la vestuarista que lo detenía ahí a duras penas y lo enfrenté como director de La Seña. El tipo me dijo que en el número recién finalizado era evidente que el mencionado personaje Polifemo que se mencionó era El Comandante en Jefe y eso él no lo iba a permitir. ¡Por primera vez la censura se daba cuenta de algo tan pensado para vencerla! (O por lo menos la primera vez que lo hacía público). Pero, paradójicamente, la censura tan astuta llegaba en forma de “campesinito” en uniforme. Con esto digo que nuestro argumento de defensa fue que nosotros nunca creamos esa escena pensando que Polifemo era Fidel y que si él pensaba eso, él era el del problema ideológico. Obvio que cuando lo vi dar un pasito tímido en retirada, fuimos más agresivo con ese argumento, llegando incluso a presionarlo para que me llevara ante su superior. Por la razón que fuere, al final el hombre se marchó haciéndose “el buena onda”, dejándome nervioso y angustiado, “perfecto” para continuar haciendo reír a los asistentes.

   

Por último, quiero mencionar aquí otra situación que viví al límite. Me refiero a cuando el segundo del Buró Provincial del Partido en Matanzas, nos llamó a una reunión, porque se estaba realizando en el Teatro Sauto el Festival Nacional de Humor “Seña 90”. Un Festival competitivo, precursor del Aquelarre actual como ya dije, organizado por nuestro grupo, donde se daba el Premio “Melocactus matanzanus”, un cactus oriundo de Matanzas y casi en extinción. Y todos los humoristas del país estaban allí reunidos. En esa cita él nos pidió que con nuestra influencia hiciéramos posible que los humoristas cubanos, “espontáneamente”, le escribieran una carta de apoyo al Comandante en Jefe contra las eternas amenazas del imperialismo. Tuvimos que decir que sí y hacer una carta a Fidel diciendo que los humoristas cubanos estábamos a favor de la paz mundial, la lucha contra la contaminación, etc. y nunca mencionamos nada político, ni hubo un eslogan, ni nada de lo que nos exigían en ella. Entonces llamamos a los más amigos de entre los colegas, le contamos todo y nos pusimos de acuerdo para que en cuanto le leyéramos la carta a la masa de humoristas, enseguida la apoyaran y se aprobara. Después de hacerlo, se la dimos a los medios de comunicación que cubrían el evento, pero sólo al finalizar todo y ya con los periodistas  subidos en sus autos para irse a sus casas. Días después, cuando salió publicada la carta, nos llamaron del Partido y nos sancionaron. 

   

También recuerdo durante ese mismo Festival, que a las diez y media de la noche tocaron en mi puerta, con mis hijos dormidos y mi esposa y yo acostados, muy cansados del largo día. Eran dos “compañeros del Ministerio del Interior” (uno de ellos, años después, un amigo mío se lo encontró vendiendo maní en la Terminal de ómnibus, “separado de las filas”, por darles golpes a unos poetas). Vinieron hasta mi casa a pedirme que, como director artístico del Festival, eliminara un chiste del grupo Nos y Otros, porque lo consideraban “muy fuerte” (no recuerdo ahora cuál era el chiste), y podría provocar alguna mala reacción en el público. Lo único que se me ocurrió para salir airoso y digno de aquello fue decirle: “Yo no considero que ese chiste fuera fuerte, por tanto, no lo elimino. Y eso quiere decir que si sucede algo en el público debido a ese chiste, la única responsabilidad es mía como director del show y a mí solo tenían que llevarme preso si querían”. Tenían dos opciones, o me metían preso ahí mismo, o aceptaban lo que les proponía. Como no quisieron armar lío y que se suspendiera el Festival, aceptaron mi propuesta. Como es lógico, estuve muerto de miedo hasta que Nos y Otros no se presentaron y no sucedió nada.

 

Pero La Seña no era una entidad como para eliminarla de un plumazo, por el arraigo en la población. Hubiera sido una torpeza política hacerlo, aunque por detrás el Partido Provincial me presionaba para que la disolviera y la armara con otros “talentos” aprobados por ellos, obvio.

   

La Seña fue el primer grupo que surgió en Cuba con una forma de hacer humor nuevo, fresco, “inteligente”, sin caer en grosería alguna y logrando cada vez una calidad escénica sólo comparable con reconocidos grupos extranjeros. Es que hacíamos espectáculos muy ambiciosos y fuimos de menos a más; con música de alta elaboración interpretada en vivo, unos diseños exquisitos, una puesta en escena cada vez más ingeniosa, creativa y una actuación más efectiva a medida que agarrábamos oficio, con una vis cómica natural y sobre todo un guión sólido, lo que hacía una propuesta humorística distinta, de buena calidad artística y –sorpresivamente- poco elitista, ya que todo el pueblo nos seguía, y porque también la escasa crítica nacional nos reconoció y nos alabó siempre. Ambas cosas formaron nuestro capital para enfrentarnos a la censura y a las presiones del gobierno. 

   

Entonces, a pesar de no decir en público que había hambre, que faltaba jabón, y todos esos supuestos chistes fáciles, la gente nos respetaba, admiraba y nos seguía en todo el país, durmiendo en los portales de los teatros donde estrenábamos o rompiendo cristales para vernos, lo mismo en los grandes teatros de la capital como en las salas de provincias. 

   

A continuación copio aquí una carta que me envió Rubén Aguiar, comediante, compositor, guitarrista, etc., de La Seña del Humor, al leer este artículo.

 

   

Hermano mío:

   

He estado muy ocupado durante estos días pasados y no había tenido tiempo de comentar esta entrega tuya de la historia de la Seña. Lo hago ahora porque acabo de releer el artículo y se me ha llenado la cabeza de recuerdos, algunos de ellos poco gratos, pero todos altamente nítidos.

   

Yo también fui "citado" a esas mismas oficinas de la seguridad del estado en Matanzas a propósito de mi pertenecía a la Seña de Humor. Estuve una semana pensando "¿qué habré hecho para que me citen a ese lugar?" Me tuvieron un rato esperando hasta que aparecieron dos tipos. Al parecer un amigo de la infancia, que después de unos años combatiendo en la guerra de Angola en la contrainteligencia militar devino oficial del ministerio del interior, había dado su palabra, recomendación o lo que fuera acerca de mi condición de "hombre honesto, recto y fiable, leal con los amigos y fiel a su palabra" (así más o menos me dijeron aquel día que me había definido mi viejo amigo), muy a propósito, agregaron, para "colaborar con nosotros", que es como llaman ellos a la acción de “chivatear” (delatar). La Seña tenía “mucha fama”, dijeron, y se hacía necesario contar entre sus integrantes con alguien “leal a la revolución” que los mantuviera informados de lo que en el grupo se hablaba. Les dije directamente que cómo se podían fiar ellos de la lealtad de un tipo, en este caso yo, que dejara de ser leal a sus propios amigos; "cómo puede, R. (nombré al amigo que me había recomendado) pensar que yo le puedo traicionar". Fue una larga "conversación", donde me hablaron de mis hermanos, de mi padre y su buen nombre, de mis amigos, algunos de ellos "algo descarriados" porque eran homosexuales, y de la gente de La Seña. Les dije que no contaran conmigo, aunque también hable de “la bomba en el cine” y de que si veía a alguien poniendo una iría directamente a avisarles. Me preguntaron amenazantes y tramposos: “¿Quién es más importante para ti, ellos o la revolución?” Sólo se me ocurrió decirles: “para mí ellos son la revolución y mi lealtad hacia ellos es mi lealtad a la revolución”... En ese punto estaba entre hacerme caca o tirarme al suelo de la risa. Me dijeron: "en La Seña hay quienes colaboran con nosotros", y nombraron a uno. (El hecho de que no escriba su nombre aquí no se debe a mi integridad ni a que desee proteger su identidad; mi “lealtad” tiene un precio: todo el que quiera saber quién era el chivato en La Seña sólo tiene que enviarme un giro de 100 $ (americanos) y una declaración firmada de que va guardar el secreto al menos hasta que yo reúna un millón, me haya hecho una cirugía facial y haya cambiado de identidad y domicilio... estoy tentado a ponerme tetas... hasta tanto nada se sabrá). Bueno, continuando en serio, los días posteriores a aquella tarde han sido probablemente los más angustiosos de mi vida, el miedo no me dejaba ni caminar, veía micrófonos, camaritas y agentes 007 por todos lados. No le deseo a nadie pasar por eso. Pero, quede claro que el miedo era consecuencia de que al negarme a colaborar estaba convencido de que me harían la vida un infierno hasta conseguir meterme en la cárcel o algo así. Y se debía también a sucesos complementarios de los métodos de intimidación de la seguridad cubana: de vez en vez se detenía un auto a mi lado y algún tipo, sonriente, me decía, por ejemplo: "eh, Rubén, soy de la gente de Tony Miret (ese nombre, del oficial de la seguridad que atendía a los artistas, lo doy gratis, pero es porque todos lo conocen... estoy perdiendo dinero), y continuaba: -“¿vas para casa de tu hijo?... yo voy en ese rumbo ¿te llevo?".... A "casa de mi hijo", así de simple; me cago en sus madres... Perdona, Pelayo, lo de simple. Uno de estos subordinados "de la gente de" (aún lo veo desde la ventanilla de su carro, en la calle Río, a dos cuadras de tu casa, Pelayo, invitándome a subir y yo eludiéndolo y encima dándole las gracias), terminó sustituyendo al tal Tony M. cuando este fue separado de su cargo a raíz de los sucesos de la librería “El Pensamiento”, aquella golpeadura a los escritores presentes en una lectura de poemas, entre ellos la poetiza Carilda Oliver Labra y que acabó con Gabriel García Márquez interviniendo ante su amigo Fidel Castro para que alguien rindiera cuenta de aquello “tan horrible”.

   

Bueno, me he extendido un poco, pero al leer tu historia he vuelto a revivir cosas que no debo olvidar nunca. En resumen quiero decir que La Seña sí formaba parte del contenido de trabajo de los miembros del Ministerio del Interior cubano, y que no se tomaron el trabajo de ser muy finos a la hora de realizar ese trabajo, más bien al contrario, era intención hacernos saber que estaban detrás de nosotros y que tuviéramos cuidado.

   

Recuerdo que la ridiculez de los censores llegaba al punto de prohibirnos decir en un programa de televisión la palabra "calzoncillo" ¿lo has contado ya? Supongo que esos, los censores, sí la pasaban mal. La Seña flotaba sobre las aguas gracias a nuestra popularidad, como bien explicas, pero, ellos arriesgaban sus cabezas si a nosotros "se nos iba la mano", o la boca, en alguna actuación.

   

Tampoco olvido cómo durante todos esos años estuvimos rodeados siempre de gente, conocida o no, en cuanto evento o espectáculo se realizaba y a los que llamábamos “satélites”, convencidos de que su labor era simplemente la de trasmitir a las oficinas de la SS (seguridad del estado) todo lo que hablábamos o sucedía.

   

Sigo encantado con tu labor de poner la historia de La Seña.

   

Un abrazo. Rubén A.M.

 

Fin

 

¿Qué acogida le dio el público cubano a La Seña del Humor?

 

No lo tomen como un clisé en este caso, lo juro: el público fue el verdadero responsable del éxito de La Seña.

   

Como ya mencioné, en nuestros inicios, cuando nuestro grupo se presentaba en La Casa de la Cultura de Matanzas, conocida como La Sala White, el numeroso público que allí entraba de manera gratuita, aplaudía con ganas lo que le mostrábamos, se sonreía y a veces se reía, con dudas (excepto algún que otro loco que lloraban de risa), pero respetaban lo que ahí veían.

   

Poco a poco se fueron adaptando y comenzaron a “vislumbrar mejor” el humor que le proponíamos, rompiendo con el otro tipo de humor que le ofrecían casi todo por la tele hasta ese momento. Tanto fue así que ya no cabían en La Sala White y tuvimos que mudar nuestras presentaciones para el cine-teatro “Atenas”, donde ahí sí pagaban para vernos.

   

Meses más tarde ya no cabían en este último espacio y nos dieron la posibilidad de presentarnos en el renacentista y prestigioso Teatro Sauto, Monumento Nacional. Y al hacer varias temporadas ahí, puedo asegurar que conquistamos al público matancero y fuimos el orgullo de la ciudad.

   

Llegado el momento, pasamos a la capital y estrenamos en el Teatro Kart Marx, el de mayor capacidad de La Isla con cinco mil personas sentadas, realizando largas temporadas siempre a capacidad llena. Por suerte, o por lo que sea, enseguida ese público compuesto por todo tipo de personas, nos acogió y se entregó a nuestra propuesta humorística.

   

La salida al aire de varios programas televisivos donde actuamos, nos abrió la posibilidad de dar giras por el país. Aclaro que el rating subía en esos programas, según nos decían, pero nosotros no quisimos ceder a las presiones y restringimos mucho nuestras apariciones en televisión. Quizás eso ayudó a crear grandes expectativas en el interior del país, porque cuando íbamos era un suceso en cada locación.

   

Ejemplo, la primera vez que visitamos la ciudad de Santi Espíritus, la policía tuvo que hacer un cordón humano para contener al público a duras penas. Sólo así pudimos caminar ilesos desde el bus hasta el teatro. Nosotros no lo podíamos creer y lo digo en serio. Aquello nos sorprendió. Insisto, quizás por los pocos eventos artístico-culturales de buen nivel que giran a provincias; quizás por ser nosotros “artistas nacionales de televisión”, pero que a la vez no pueden ver tanto como quisieran; y quizás por la novedad del tipo de humor que proponíamos (o quizás por todo junto), ese “entusiasmo” del público se replicó en casi todas las ciudades y pueblos que visitamos.

   

Recuerdo que en la ciudad de Santiago de Cuba, al comenzar el espectáculo salíamos desde la entrada principal hasta el escenario, entre los asistentes y la algarabía y “la matazón” para tocarnos, para rozar nuestras ropas, era increíble. Incluso, al salir de la ciudad de regreso a nuestras casas, en nuestro bus, varios autos nos seguían tocando las bocinas y saludándonos. En serio, era cosa de locos.

   

Quiero reflexionar ahora sobre distintos tipos de públicos que nos encontramos en esos años ochenta. Por ejemplo, hicimos una breve temporada en el Teatro Nacional, en la Sala Avellaneda, y nos dimos cuenta que era el único público en toda Cuba que aplaudía los chistes, además de reírse de ellos, claro. Fue un placerazo enorme y no lo podemos olvidar. La élite de la élite de los públicos.

   

Yo reviví eso después al asistir al Teatro en Buenos Aires para disfrutar los espectáculos de Les Luthiers. Hubiera matado en esos momentos por subir a escena para actuarle a ese público.

   

Pero en esa época también chocamos con situaciones distintas. La primera vez que fuimos a la ciudad de Colón, en la provincia de Matanzas, nos sucedió algo inexplicable. Partió el espectáculo y vimos que el público no se reía. No nos llegaba el retorno necesario de los comediantes: la carcajada, la risa y la sonrisa. Recuerdo que detrás del telón de fondo nos poníamos a especular sobre lo que sucedía, pero siempre llegábamos al punto de que era el público el del problema, ya que esos chistes estaban más que “requetecontra” probados en otros muchos lugares. Concluimos que la causa de todo era el poco nivel educacional y cultural de los espectadores, por lo que di órdenes de bajar el dichoso nivel, explicando más los chistes y eliminar las gracias más “intelectuales” o sustituirlas por otras más obvias. Se hizo así, pero la cosa no funcionaba tampoco. Nos obligaron a bajar aun más el nivel y ya casi bordeábamos la vulgaridad, tratando de parecernos más a los humoristas de cabaret, para “ir al seguro”. Pero tampoco tuvimos éxito. No escuchábamos reír a la gente. Ni la veíamos sonreír siquiera. Sufrimos hasta al final. Cuando se terminó la función, se iluminó el teatro y salimos todos a saludar, queriendo que nos tragara la tierra, la gente se paró a aplaudir en una cerrada ovación que duró varios minutos. Nunca entendimos.

   

Me acuerdo que después, antes de irnos, le preguntamos a varios y nos dijeron que allí no se acostumbraba reír en voz alta públicamente, pero que les encantaba La Seña, aunque eso sí, nos criticaron que al final del show habíamos bajado el nivel. ¡Para volverse loco!

   

Por otro lado, sí nos encontramos con públicos realmente con pésimo nivel educacional y cultural. Por ejemplo, en Mayarí Arriba y en otras localidades de las provincias orientales, como si fuera en pleno “oeste norteamericano”, tuvimos que soportar a espectadores que bebían litros de ron semiacostados en los pasillos del cine-teatro y que nos gritaban groserías con la complicidad del resto de los asistentes, que hasta reían con los insultos soeces que salían de aquellas alcohólicas bocas. Daban ganas de irles encima y patearlos, pero no era la solución y tuve que detener a más de un miembro de La Seña (incluyéndome) que deseaba responderles con justa razón.

   

En otra oportunidad, pero ahora en el caserío llamado “Macagua vieja” en la provincia de Matanzas, llegamos una noche para actuar en el Salón de Recreaciones del poblado y nos encontramos el siguiente panorama: un galpón rectangular con piso de cemento sin las paredes en los laterales más largos. En una punta, el escenario de 4 x 2 metros, aproximadamente, con un metro y medio de alto, y con una pared de concreto de cortina de fondo. Frente al escenario, 40 ó 50 sillas plegables de madera, sucias, descascaradas y cojas. En ellas cinco ancianos de más de setenta años, sentados lo más lejos posible uno del otro, fumando en sus respectivas pipas. Por el medio de las sillas corrían desaforadamente quince o veinte chiquillos descamisados y sin zapatos, jugando y gritando con euforia. Al fondo, en el lado opuesto al escenario, un tanque con cerveza cruda, que despachaba con calma un hombre flaco con un gorra de pelotero y a los largo del mostrador, una fila de altos y fuertes hombres blancos, negros y mulatos, cortadores de caña, patilludos, en camiseta, sin bañar, con caras agrias y miradas torvas, cada uno con un vaso de cera en la mano, terminando su cerveza. Para rematar, una música de mal gusto a todo volumen, para recalcar que era un momento festivo para ellos.

   

Nos tuvimos que tomar varias cervezas seguidas para llenarnos de valor y presentar en aquel lugar nuestro repertorio de chistes finos, supuestamente “inteligentes” y bien elaborados artísticamente. Actuamos para nosotros, nos divertimos, nos burlamos de nosotros mismos y nos fuimos volando de allí.

   

Entre nosotros nos reíamos diciéndonos que La Seña era tan especial que iba del público del Teatro Nacional al público de Macagua Vieja. Pasábamos de lo sublime a lo ridículo en cada actuación. Pero había que hacerlo para ganar dinero, según aquello de “vinculación de la norma”, como si fuéramos obreros de una fábrica.

   

Pero seguimos. Y lo hago afirmando que en este asunto de públicos no hay regla que valga.

   

Recuerdo en la segunda ocasión que visitamos la ciudad de Santiago de Cuba, varios del grupo fueron invitados por un amigo en común a visitar a alguien en las afueras de la ciudad. Era en el campo, en medio del monte. Un bohío; es decir, una casucha con techo de guano, paredes de madera delgada, piso de tierra apisonada, con un pozo de agua potable cerca, pero con electricidad, ya que una línea pasaba a pocos metros. Por eso en aquel ambiente era raro ver un televisor, aunque fuera ruso y en blanco y negro. El dueño de aquello era un viejo solo, como de sesenta o setenta años, muy negro, descendientes de haitianos, fuerte, casi sin dientes. Apenas terminó su cuarto básico en la escuela. Invitó a un lechón asado que preparó y en medio de la comelata encendió un habano, cruzó el pie y dijo, con la seguridad de un crítico con experiencia: “Por lo que he visto por televisión, La Seña cambió el humor en este país”. Nos miramos. Un silencio largo y ojos aguados. No pudimos comentar nada más al respecto.

   

No hay regla ni norma. Una noche en el Teatro Acapulco de Nuevo Vedado, en la capital, nos programaron para cerrar un espectáculo donde actuaban Los fonomemecos, Los fonotarecos y otros grupos del mismo estilo. Un estilo completamente diferente al nuestro, más cerca del cabaret que del teatro. Sufrimos esperando nuestro turno, ya que veíamos y escuchábamos cuánto disfrutaba el público. Estábamos convencidos de que nos iría mal, porque de verdad que lloraban de la risa con nuestros colegas que hacían un humor tan lejos del nuestro. Al fin nos tocó y aunque parezca increíble, ese mismo público rió a morirse con nosotros, como si sólo hubiesen sido seguidores de La Seña de toda la vida. Eso nos gustó, porque entendimos que el público se ríe de todo y es bueno que así lo haga. Los equivocados son los productores y funcionarios de la tele y la radio, que subestiman a los espectadores.

   

Para corroborar lo anterior, puedo mencionar aquí la única vez que en esos años ochenta La Seña se presentó en un cabaret. Fue en la ciudad de Cienfuegos. Nos insistieron mucho para que después de nuestra actuación en el Teatro Terry, nos fuéramos para el cabaret del Hotel Jagua y nos presentáramos en un show a la una de la mañana. Yo estaba renuente, pero cobraríamos demasiado bien y ante eso no podía hacer nada. Sólo exigí que anunciaran el mismo espectáculo del Terry para el cabaret a esa hora. De nuevo a beber bastante ron para llegar ahí con valentía. Es que el público de esos lugares, que va a comer, tomar, bailar y en son de conquista, para el segundo show ya están borrachos y sólo desean chistes de grueso calibre. Otra vez nos equivocamos. Allí nos esperaba un local abarrotado, un público sobrio y expectante por disfrutar el humor de La Seña como si hubieran ido a un teatro.

   

Termino con el recuerdo de una señora mayor que me paró un día en una calle cerca del Teatro Acapulco, a finales de los años ochenta y me dice: “gracias, hijo, con tantos problemas que tenemos en este país, que nos hagan reír, desconectándonos de todo por dos horas en el teatro, vale millones. Sigan así”.

   

Bueno, no termino exactamente, porque me vino a la mente que después, en los años noventa, cuando ya yo me fui a vivir a Chile, una clase social sin educación y cultura, pero de dinero fácil y abundante, tomó el poder en Cuba y obligó a los humoristas a complacerlos, obligándolos a abandonar el teatro y a ganarse la vida en los centros nocturnos. Pero esa historia que la cuente otro que haya sido testigo.

   

Ahora sí finalizo, agradeciéndole al público cubano, especialmente al matancero, que nos haya mimado tanto en los años ochenta.

   

Copio aquí otra carta que me envía desde España Rubén Aguiar, compositor, comediante, guitarrista, etc., de La Seña, al leer estos apuntes.

 

Hermano:

 

Creo que una de las causas importantes de la aceptación por parte público cubano era la identificación que hacían de los miembros de La Seña con el individuo común y natural que cada uno de ellos era: podían los señeros ser cualquiera de la familia, alguno de sus amigos, la gente del barrio. Esa sensación de “estos tipos son como uno” nos premió con una buena parte del cariño que percibimos siempre en el escenario y fuera de él.

   

El concepto de profesionalismo y la calidad, en el caso de La Seña, se mostraban muy alejados de las maneras y poses del “Divo”, del modelo clásico del artista que tiende al mito y a la diferencia más que a la naturalidad y a la coincidencia con el resto de los hombres. No es que sea algo falseado ni buscado a propósito por los artistas de todas las épocas y lugares (aunque algunos los hay), pero es inevitable que la gente eleve a la categoría de semidioses a muchas de las personas con dotes artísticas que los hacen felices y los entretienen.

   

Curiosamente, con La Seña, aunque ocurría también esa mitificación, la gente solía hacer cierta distinción, tal vez por el tipo de arte (en el humor el público es la mitad del resultado y, al menos en el teatro, deja de ser mero espectador, aportando, desde la risa y el buen ánimo, buena parte de la energía necesaria para que la magia del hecho artístico se concrete), tal vez por el comportamiento de los miembros del grupo: una evidente ausencia de “estiramiento” alguno fuera (también dentro) del escenario. Las “poses de artista” no iban con nosotros, eran demasiado agotadoras y limitaban esa libertad de ser nosotros mismos que la fama y éxito nos proporcionaban.

   

Recuerdo montones de veces a media Seña haciendo las colas con el público, desde horas antes, junto a algún familiar o amigo, bromeando o sudando o ambas cosas a la vez, ¡para ver a La Seña! en el Teatro Sauto, en el Acapulco, el Nacional. O “resolviendo” entradas en la misma taquilla para algún conocido o no tanto. Estas cosas no suelen hacerlas los artistas ad usum. Como, al finalizar un espectáculo, sencillamente irnos en grupo a la parada del autobús y sumarnos al montón de gente que, tras salir del teatro, pugnaba por tomar la primera “guagua” que pasara para irnos al hotel de turno. Y no es que lo del transporte fuera una elección personal: las limusinas eran tan inexistentes como cualquier viejo chevrolet del 53, pero, sí que podíamos esperar un tiempo razonable, como hacían y hacen el resto de los artistas, para no coincidir con quienes unos minutos antes nos estaban aplaudiendo, con cuánta admiración y respeto, durante el espectáculo.

   

Y tampoco es que yo piense que las cosas han de ser así, ni mucho menos, pero opino que eso nos hacía más cercanos a nuestro público, y tal vez deba tenerlo en cuenta el día que tenga a mi disposición una limusina al término de cada función.

   

Es más: mañana mismo me voy en metro al trabajo.

   

Muy bien, Pelayo. ¡Y ni hablar de tu memoria!

 

Fin

 

Muchas veces nos preguntaron: ¿ustedes se divierten en la vida real tanto como en la escena? O también: ¿no es aburrida esa vida de tantos viajes, tantos hoteles y siempre viéndose las caras unos a otros?

   

Quiero responder con anécdotas que recuerdo (no todas ni mucho menos, por mi mala memoria y por la autocensura), porque pienso que ayudará a dar una idea de cómo vivimos esa etapa. Aclaro que no mencionaré nombres, porque sé que me equivocaré y le adjudicaré la autoría de una broma a otro, etc. Por tanto, mejor no puntualizo tanto. Me disculpan los que deseen derechos de autor. 

   

Comenzaré por anécdotas ocurridas dentro del mismo grupo, donde nos divertíamos sólo entre nosotros.

   

Mencionaré a un personaje muy querido, pero que nunca nos dejó de asombrar. Se trataba de un utilero que tuvimos durante un buen tiempo. Un muchacho sin estudios, campesino, que decidió buscarse la vida en la ciudad, y nunca había salido del intrincado lugar donde nació y creció. Después de dos o tres trabajos, llegó como utilero a La Seña. 

   

De más está decir que al escuchar sus dichos campesinos (“la morcilla no tiene huesos”, etc.), sus disparates al hablar (“haiga” por haya, etc.) y sus simples convicciones (“los fantasmas sí existen”, “no se puede bañar uno acabado de comer”, “hay que tapar los espejos cuando esté tronando”, etc.), nos daba mucha risa.

   

Para dar una idea de cómo era ese noble, pero increíble tipo, recuerdo por ejemplo, que en los hoteles a veces conseguíamos comprar (clandestinamente, obvio) una caja de cervezas (24 botellas) y nos las tomábamos en nuestras habitaciones. Bueno, una vez nos encontramos sin abridor y él, muy diligente y servicial, nos dijo que se encargaba de eso y tomó una botella y la abrió con los dientes. Cuando el grupo lo miró parado en el centro de la habitación con una media sonrisa y un diente a punto de caerse, con un ángulo de 90 grados con los demás, descubriendo una ventana oscura en su boca, nos revolcamos de risa, porque sabíamos que su media sonrisa era debido al dolor que sentía y las ganas de no lucir mal frente a nosotros. En eso radicaba mucho la comicidad que aportaba ese amigo, el cual quería aparentar a toda costa ser “un jodedor”, un humorista, un tipo con cancha. Y eso tiene su precio, porque el grupo fue tomando confianza y él se convirtió en el foco de nuestras bromas.

   Me viene a la mente una: de noche después de una función, en casa de unas amigas en el piso 12 del edificio Focsa en La Habana, sorteamos a ver quién iría a buscar una botella de ron a esa hora. Le toco a él. Pero cuando la bebimos toda, volvimos  hacer otra rifa para ir a buscar otra botella y de nuevo le tocó a él. Es que a todos los papelitos que nos repartíamos le poníamos “IR” y todos al abrirlo decíamos que nos había tocado en blanco, pero él decía la verdad. ¡Cómo se quejaba de su mala suerte, el pobre!

 

Termino mencionando aquella vez, en un programa grabado de la televisión cubana que animaba la gran actriz María de los Ángeles Santana, donde fuimos invitados. Desde que llegamos al canal él nos pidió salir en cámara para que lo vieran sus familiares allá en su terruño. En medio de la grabación, al prepararnos para un sketch del repertorio, le advertimos que no podía pasar así como así delante de las cámaras. A lo que respondió: ¿Y entonces qué hago? En ese momento se alumbraron los “malditos” y lo enviaron a maquillaje. Pero antes fue uno a decirle a la maquillista y a las vestuaristas que vendría un joven nuestro y que necesitábamos que lo convirtieran en Otelo para el número que haríamos en el programa.

   

Cuando se apareció en el estudio con su túnica, sus sandalias, su peluca y con la piel negra, por poco nos morimos, porque nuestro sketch era de la época actual, así que no había algo más anacrónico que ese compadre entre nosotros.

   

Recuerdo que al final nos colocamos alrededor del sillón de María de los Ángeles y lo llamamos para satisfacer su deseo de que su familia lo viera por televisión.

   

Otra gran explosión de risa la provocó él al contarnos, días después, que en su casa le dijeron: “vimos al grupo de siempre y a un negrito que nunca habíamos visto, pero a ti no te vimos por ninguna parte”.

   

Aclaro que no hay que sentir lástima, porque él estaba feliz con su trabajo donde ganaba más que cualquier otro utilero de otra entidad, se le daban todas las facilidades del mundo y se le trataba, en lo referente a derechos y deberes como uno más del grupo. Sin contar la buena vida que se daba en hoteles y viajando por toda Cuba. Además, él reía y aceptaba las bromas sin ningún problema. 

   

Otro momento para divertirnos era el ensayo. Aquello no era fácil, porque se desataban torrentes de creatividad y si no se controlaba, se nos podía ir una sesión completa inventando chistes y riéndonos en vez de ensayar.

   

Y otros momentos eran los que pasábamos en los teatros, esperando ensayar (sonido, luces, movimientos, etc.) y esperando que ensayaran otros artistas, si eran espectáculos compartidos.

   

Me viene a la mente uno donde había que estar todo un día en una cansina espera: los ensayos generales del Concurso Adolfo Guzmán de Música Popular Cubana. Decenas de solistas, grupos, orquestas y bailarines en fila para ensayar la parte técnica. 

   

Recuerdo que como faltaba mucho, La Seña completa se instaló en los jardines del Teatro Nacional y decidimos jugar al “uno, uno, dos, dos”, que nos encantaba porque se le ponía un castigo al que perdía. Los integrantes del grupo, todos varones, nos sentamos en círculo en el césped y cuando íbamos a comenzar, llegó corriendo una joven periodista de espectáculo de un diario y nos pidió si se podría integrar al juego. Le dijimos que sí y cuando preguntó “¿cuál era el castigo?”, uno del grupo le respondió: “El que pierde muestra un seno”. Ella no entendía por qué tanta risa y por eso nos daba más.

 

Recuerdo que después jugamos a unas cuantas cosas como a “los escondidos”, a “la botella”, etc. Pero lo mejor fue cuando retomamos el “uno, uno, dos, dos” y el castigo al perdedor era que cruzara de lado a lado el escenario, cantando y bailando, en medio del ensayo de los otros artistas. El primer castigado fue Moisés, que con su gracia y su poca habilidad para el baile se movió en escena, parando el ensayo de turno, bajo las risas de todos y las preguntas por los altavoces del director que en tono molesto pedía explicación: “¿Qué es eso? ¿Qué pasa ahí?”. Su jefe de escena averiguó y le gritó: “Son los jodedores de La Seña que están jugando con castigos y éste consiste en pasar por aquí, como viste”. “Pues que no jodan más que estamos trabajando y así no vamos a acabar nunca”, contestó el director. Siguió el ensayo. Diez minutos después, otro castigado del grupo imitaba a Moisés. Se detuvo el ensayo. Se escuchó en todo el Teatro por los altavoces: “¡Ñó, su madre! Diez minutos más y al salir otro de La Seña castigado para hacer lo mismo, ya fue apoyado por un seguidor y por el ritmo de las palmas de los otros artistas sentados en platea esperando su turno de ensayo. Conclusión: aquello se tornó una gracia más de la mimada Seña. 

   

Otra anécdota importante fue la que sucedió una noche, estando en plena actuación en el Teatro Ferry de la ciudad de Cienfuegos. En escena estaban dos de los nuestros y el resto andábamos detrás del telón, hablando entretenidamente esperando nuestro turno. De repente se escucha: ¡Pelayo! ¡Pelayo! Y nos damos cuenta que era uno de los que actuaban, pero no lo podíamos creer. Volvió a llamarme y salgo del asombro y voy corriendo a la cortina de “la pata” derecha y le pregunto en un susurro: ¿qué pasa? Y nuestro colega me dice así, delante del público: “Que no recuerdo cómo sigue mi texto”. “¿Por dónde te quedaste?, le dije. Por tal parte (y me contó). Entonces le dije lo que venía y enseguida le vino a la mente el resto del texto. Los espectadores se mataban de la risa pensando que era parte del número (como el humor todo lo aguanta). Pero nosotros sabíamos que fue un momento de “bloqueo mental”. Algo normal, pero que haya decidido llamarme a gritos delante del público era lo increíble.

   

Una anécdota también en plena actuación la protagonizó nuestro jefe de escena. Un tipo sumamente profesional, exigente, eficiente, severo, responsable y capaz. Ese día, en el teatro Martí de Santiago de Cuba, dos del grupo representaban en esos momentos nuestro número “El avión”. Detrás del telón, estábamos los demás conversando, también esperando salir a escena. De pronto, a uno de nosotros se le ocurre gritar con alarma: “¡Se cae el avión!” (algo totalmente ficticio, como la historia del número). Pero para el jefe de escena fue real. Se puso nervioso ante el accidente y corrió hasta el comunicador para llamar a la gente de sonido, audio y tramoya, para gritarles preguntándoles qué pasaba que se caía el avión. Tuvimos que detenerlo, porque no me imagino a esos técnicos escuchando aquel disparate. Nos reímos un buen rato y cada cierto tiempo le replicábamos la broma, pero ya no cayó más.

   

Pero sin lugar a dudas, lo máximo de la diversión eran las giras, los viajes por todos los escenarios del país.

   

Explico algo: uno de los inventos del gobierno cubano, el llamado “vinculación” (palabra que sintetizaba una ley laboral), consistía en el caso de nuestro grupo, en tener una norma mensual de presentaciones y cumpliéndolas te ganabas tu sueldo. Pero si estabas “vinculado”, ganabas por cada “sobrecumplimiento” de la norma. Por ejemplo, en La Seña la norma era de 6 espectáculos de más de una hora al mes. Pero 6 show con todo los elementos teatrales; es decir, con vestuario, luces, audio, escenografías, utilería, etc. Entonces nosotros nos la ingeniamos para presentarnos así, con todo, ¡pero más de 30 veces al mes! Yo le ordenaba a nuestro productor Héctor Luejes que buscara y programara actividades lo más que él pudiera y, eficientemente, conseguía hasta más de una por día como promedio. Eso significaba que ganábamos unos exagerados sueldos que nos permitían hasta vivir con los refrigerados llenos de carne de contrabando, pero que con mucho trabajo, presentándonos hasta en los lugares más insospechados, recorriendo miles de kilómetros y con el sacrificio de estar separados de nuestras familias. ¿Lo bueno? Pasear, conocer, disfrutar en hoteles, comida buena segura, y vivir alejados de los problemas mundanos como: correr a hacer la cola en la verdulería porque sacaron papas a la venta, asistir a las reuniones del CDR, etc.. En fin, vivir en un “oasis” especial dentro de los males cotidianos del país. Y por supuesto, gozar con las diversiones que aquí narro, porque había que llenar ese tiempo desde que uno se despertaba, hasta la hora de las actuaciones.

   

Comienzo por bromas en los viajes en bus, las cuales justifico con esta aclaración: aunque fuéramos a actuar en un sitio a más de mil kilómetros de nuestras casas, en la punta oriental de Cuba, nos llevaban en bus, pero no en buses con asientos reclinables, baño, aire acondicionado, ventanillas panorámicas, etc. No. Eran buses “Girón”, ensamblados en La Habana, con asientos duros, de plástico, con el respaldar sólo hasta debajo de los omóplatos de los pasajeros. Pasajero con las rodillas aplastadas contra el asiento de adelante, con motor ruso que hacía un ruido ensordecedor por toda la carretera y todo el tiempo con olor a gasolina quemada, etc., etc.

   

Pues recuerdo una ocasión en que nos invitaron de Santi Spíritus, y un administrativo de Cultura Provincial de esa región, nos vino a buscar con el bus “Girón” de ellos. Ya en carretera, veo que se acerca a mi asiento un integrante de La Seña, muy serio, junto al “cuadro” (como se les llaman a los dirigentes) de Cultura y me dice que el espirituano quiere licitar como miembro de La Seña y yo como director debo decidir. Le pregunto que sabe hacer y me contesta que puede cantar una canción de su propia inspiración y acompañarse con la guitarra. Le dije que lo hiciera y se sentó a mi lado con una guitarra y comenzó a interpretar su canción. De más está decir que era casi un plagio de unos de los grandes bodrios de la cancionística mundial. Pero el asunto es que el miembro de La Seña que lo trajo, le dijo que él lo acompañaría en la batería y tomó dos diarios, lo enrolló bien e hizo unas “baquetas”. Entonces usó su propio muslo como redoblante y el respaldar del asiento como platillo. Pero de inmediato, ante la sorpresa de todos los del grupo que ya nos rodeaban, usó como platillo el muslo del “cuadro”. Después usó el mismo muslo del hombre como redoblante y el otro muslo como platillo. Más tarde el redoblante era el hombro del compadre y el platillo la cabeza. Por último, todo era en la cabeza del cantante, pero con golpes intensos, a medida que se acababa la canción. La víctima, inmutable, se mantuvo cantando con dignidad su composición hasta el final. 

   

De ahí, La Seña le hizo unas pruebas teóricas de música, con preguntas como: ¿Quién inventó el merengue? ¿Juan Luis Guerra? ¿Rodolfo Valentino? ¿O Nitza Villapol (famosa cocinera cubana)? Y una prueba política, porque para entrar al grupo nuestro tenía que ser “un comprobado y sólido revolucionario”. Las preguntas eran, por ejemplo,  “¿Qué haría usted sexualmente, si nos invadían los Yankees? O, diga en dos palabras “Fidel Castro Rus”. Terminando con La Seña haciéndole las pruebas prácticas como llevar un ritmo con una mano, otro ritmo con la otra, otro ritmo con un pie y otro ritmo con el otro, etc. Al final yo me veía obligado a decirle al tipo que esperara una carta oficial nuestra con el veredicto.

 

Ese tipo de broma se replicó cientos de veces, emulando entre nosotros siempre, a ver quién inventaba una prueba más original, una pregunta más ingeniosa o absurda.

   

Para continuar con el mismo “lugar de los hechos”, contaré otra broma de ese estilo.

   

En otro eterno viaje por la “Ocho Vías” o Autopista del Sur, para ir a presentarnos a los pueblos y ciudades del oriente del país, nos agarra un fuerte aguacero. En ese momento un policía uniformado detiene al bus para subirse. Cuando nos dimos cuenta, enseguida decidimos que cada miembro del grupo se sentara en un asiento doble, con los pies colocados sobre el de al lado, simulando dormir. Los instrumentos musicales y la utilería llenaban el resto del vehículo. Por tanto, el policía se tuvo que quedar de pie. Al poco rato, ya cansado, se sentó en los escalones de la puerta. Pero ya el agua se filtraba –como buen ómnibus “Girón”-, por el techo del bus y corría por el pasillo directo al trasero del uniformado. Este se levantó molesto y decidido “despertó” a un miembro del grupo para que le cediera uno de sus dos asientos. Entonces, como por arte de magia, nos despertamos todos y lo rodeamos para conversar y hacer chistes con él, ganándonos su confianza. Más aún cuando se dio cuenta que era La Seña, que conocía por televisión.

   

Al rato, mientras nos pasábamos su gorra, le hacíamos preguntas más comprometidas como: ¿es verdad que ustedes golpean a la gente? Y el tipo, orgulloso, nos contaban que cuando apresaban a alguien en la calle, dentro del camión cerrado de la policía les pegaban a los detenidos decenas de palazos con sus toletes. ¡Y más aún si eran negros los supuestos delincuentes! Entonces, actuamos con el sentimiento de venganza y dolor que nos provocaban esos cuentos y otras confesiones increíbles de violaciones a los derechos humanos que nos relató ese hombre, y que por primera vez echaba por el suelo todo los sloganes doctrinarios con que nos habían bombardeado desde niños sobre la pureza nuestras fuerzas policiales. Le tomamos su aparato de spray para los ojos, con el objetivo de que nos explicara cómo funcionaba, ¡y se lo echamos en su cara! El hombre, llorando a mares por el líquido en sus ojos, nos gritaba mil cosas. El chofer nos hacía señas de que estábamos jugando con fuego, etc. Pero logramos calmarlo y cuando se mejoró volvió a su asiento. Era evidente que no quería más relación con nosotros. Ahí nos callamos y cada uno en su lugar dejó pasar un poco de tiempo y cuando el policía comenzó a cabecear de sueño, se escuchó una voz, como en susurro, pero que se escuchó en todo el bus: “Quítale la pistola”. En ese momento el tipo se paró con sus manos sobre el arma y le pidió al chofer que se detuviera. Se bajó y ahí aprovechamos para gritarle mil groserías con muchas ganas.

   

Cambio de escenografía. Imagínense un pueblo o ciudad pequeña “¡que tiene el honor de recibir estos artistas nacionales!”. Por ello, casi siempre el bus iba directo, sin parar en los hoteles, hacia donde estaban reunidas las autoridades del lugar. Nos bajábamos del bus y ahí se encontraban para hacernos una bienvenida “oficial” y por supuesto, solemne, posando para la foto. Pero La Seña inventó una broma para tanta gravedad y estiramiento.   Cuando el principal dirigente –lo que sería un alcalde fuera de Cuba-, o el miembro del Partico Comunista que nos recibía, le daba la mano a uno del grupo, éste no se la soltaba y continuaba estrechándosela como si eso fuera una situación normal. Y el infeliz hacía esfuerzos para soltarse y no podía. Entonces le preguntábamos cosas serias y él tenía que responder y mantener la conversación con su mano presa en el saludo. Lo cómico también era que no hacían nada para terminar con aquello y nosotros nos moríamos por aguantar tanta risa.

   Bueno, ya instalados en los hoteles, las bromas se dividían en dos tipos: una, buscar a mujeres preciosas y preguntarle si querían hacer un casting para integrar nuestro grupo, porque “nos hacía falta el aporte femenino en escena”, o porque necesitábamos una belleza para un afiche, etc. Como la mayoría, en serio y lo repito, como la mayoría deseaba salir de su pueblo y más aún pertenecer a un grupo de artistas nacionales, algo que les cambiaría su vida, estaban dispuestas a hacer lo que fuera para lograrlo. La Seña les hacía las pruebas y tanteaba hasta dónde se atrevían esas mujeres. Insisto, lo increíble es que eran jóvenes y no tan jóvenes, secretarias y doctoras, amas de casa, administradoras de empresas, mamá, ingenieras, vendedoras de tiendas, casadas o no, artistas, etc., etc. Eso es un índice bien claro de cómo se sentían. Por supuesto, no contaré sobre dichas pruebas.

   

Y dos, salir a la calle a divertirse como: haciendo estragos por ahí como ciegos; entrar en las farmacias y tiendas caminando como enanitos y hablarle a los empleados, que tenían que inclinarse demasiado para verlos. O agarrar una radio-grabadora chica, usarla como cámara en el hombro de uno del grupo y otro con un palo o botella haciendo de micrófono, sin cables y sin nada, por supuesto, entrevistando a los transeúntes por las aceras, o a los taxistas que se detenían con sus pasajeros a bordo para responder, etc. Y para contestar preguntas raras o “peligrosas” como: ¿Usted puede asegurar que la Revolución ya llegó a este pueblo después de tantos años? No se pueden imaginar las expresiones en las caras de los entrevistados, cuando las preguntas los acorralaban en ese sentido. Por supuesto que se iban por la tangente, o no respondían, o nos soltaban una letanía de frases hechas como para morirse de risa.

   

Ya terminando, tengo que señalar otra forma de diversión: compartir camerines y hoteles con otros humoristas de la época como el grupo La Leña, pero sobre todo con el grupo Sala Manca, donde competíamos para hacernos reír, improvisando, con el solo objetivo de hacer reír al otro grupo. Era lo máximo.

   

Quiero dejar hasta aquí este tema para no cansar, pero me encantaría que mis colegas del grupo y otros amigos que vivieron aquellos tiempos, aportaran con anécdotas, para disfrutarlas de nuevo, refrescar la memoria e incrementar el material para el libro de la historia de La Seña que se supone hagamos.

   

Pero antes, debo confesar que mis mejores risas salían de la vida cotidiana del grupo, sea ensayo, giras, o donde sea, porque vivíamos sólo para crear un chiste y soltarlo en el grupo. La satisfacción más grande para uno era hacer reír al otro.

   

Copio aquí un artículo que publicó mi amigo y colega Aramís Quintero. Lo incorporo a estos apuntes, porque como siempre la pluma de Aramís es bella y clara como ninguna y porque además se extiende más allá de los años 80. Yo salí de Cuba en 1991 y él se quedó con Moisés, Leandro y Adrián manteniendo como se podía la dignidad histórica del grupo.

 

Además, es una mirada desde otro ángulo interno, aunque esté desplazado de lo que aquí ya expresé en muy pocos grados.

   

EL NUEVO HUMOR CUBANO DE LOS AÑOS 80.

   Por Aramís Quintero.

  

En la segunda mitad de los años 80 se produjo en Cuba, más que un renacimiento o renovación del humor, un verdadero nacimiento de formas, procedimientos y tonos que implicaban un concepto realmente nuevo del trabajo humorístico. El fenómeno surgió en el medio escénico, y después incluyó los medios radiales y televisivos. Se caracterizó, en general, por un énfasis en los recursos textuales, un trabajo verbal a base de juegos de palabras y de conceptos, con incesantes equívocos y absurdos que buscaban tomarle el pelo al público, sorprenderlo con rompimientos de la lógica, del sentido común, y por lo tanto de las expectativas creadas en el contexto de las piezas. A lo cual se sumaban frecuentes referencias no sólo a las circunstancias cotidianas más comunes, sino también a diferentes planos de la cultura, que a veces eran la base misma de las piezas.  

   

Tales características determinaron que este modo de hacer fuese percibido a menudo como “humor inteligente”. Y aunque este rótulo suele identificarse con el de “humor de minorías”, lo cierto es que el nuevo movimiento tuvo un éxito de público incuestionable. Los humoristas se las ingeniaron para no perder la comunicación con el más amplio público, para que los elementos culturales, e incluso intelectuales, no constituyeran un obstáculo a esa comunicación. En todo caso, si a veces esos elementos funcionaban sólo para una minoría, no impedían por eso que el conjunto de la pieza llegara con eficacia a la mayoría de los espectadores.

   

El nuevo humor se apartaba notablemente del teatro tradicional cubano. Ahora no se trataba en absoluto de comedias, sainetes, etc., ni de libretos basados en una dramaturgia más o menos laboriosa de enredos, ni de un empleo importante de los recursos básicos del lenguaje visual escénico (escenografía, tramoya, etc.). En primer lugar, porque los nuevos creadores no procedían del teatro. No eran profesionales del teatro, y ni siquiera, salvo excepciones (como las del grupo Sala-manca), eran estudiantes o graduados de artes escénicas. Casi todos eran aficionados, y de esta condición derivaron en gran medida las virtudes y también, naturalmente, los defectos. En las mejores realizaciones, resultó un humor creativo, fresco, atrevido, espontáneo, de gran eficacia y, a menudo, realmente inteligente. Y, como ya se ha dicho, no de élite sino popular, lo cual no es poco mérito. En  algunos casos había buenas ideas, incluso buenos textos, pero una gran pobreza escénica y actoral. También había casos, como siempre, insalvables, pero está claro que la fuerza del movimiento se debió a las buenas dosis de instinto, talento y creatividad que se manifestaron desde un principio.

   

Otra explicación del fenómeno es que sus iniciadores eran jóvenes, la mayoría universitarios, y relacionados en gran parte con la cultura artística (literatura, música, plástica). Tales aficionados no tenían compromiso, obviamente, con las formas escénicas tradicionales. El compromiso era con el humor. Sólo que el medio escénico les ofreció las mejores oportunidades.

   

Todo comenzó en 1984. Salvo en la gráfica, que contaba con muy diversos y magníficos humoristas, el humor se había ido reduciendo. En la televisión, acababa de desaparecer el histórico espacio San Nicolás del Peladero, y subsistía el no menos histórico Detrás de la fachada (que se extinguió poco después). No hubo sustituto efectivo para ellos. En la radio quedaba solamente el también histórico Alegrías de Sobremesa, cada vez más debilitado por la pérdida de muchas de sus figuras. En lo literario sólo descollaba Héctor Zumbado. Y en el medio escénico no había mucho más. Como presencia estable, existía el Conjunto Nacional de Espectáculos, dirigido por Alejandro García (Virulo). No era una agrupación humorística, aunque Virulo le iba dando cada vez más peso al humor en el Conjunto, mediante su propio trabajo de compositor y cantante y apoyándose en profesionales de la escena como Carlos Ruiz de la Tejera, el actor chileno Jorge Guerra y otras figuras que fueron destacándose en esa labor (Zulema Cruz y Carmen Ruiz, por ejemplo). Destacaban también en este momento, como figuras aisladas, el monologuista Chaflán, el fonomimo Centurión, y el excéntrico Bobby Carcasés, que tenían sus espacios escénicos y aparecían de vez en cuando en la televisión.

   

Pero esto no bastaba, ni remotamente, para darle al humor la presencia que tuvo siempre en Cuba, y que había ido perdiendo. Esa escasez, y la avidez de humor que mostró siempre el público cubano, contribuyeron al éxito explosivo de los nuevos creadores.

   

En febrero de 1984 surgió en Matanzas La Seña del Humor. Sus guionistas y directores artísticos, Pepe Pelayo y el autor de estas líneas, habían creado en 1983 junto a Moisés Rodríguez (quien sería el loco de La Seña), la página de humor gráfico y literario Tubería de Media, que apareció por varios meses en el semanario provincial Yumurí, del periódico Girón. El dibujante era Julio García (July). El humor de esta página anunciaba ya el de La Seña. 

   

La Seña del Humor comenzó su trabajo en diferentes escenarios de Matanzas, sobre todo en el teatro Sauto. Pero a partir de 1985, con su espectáculo Jaguar you Claudio, producido y dirigido por Virulo, estrenado en el teatro Karl Marx de La Habana y llevado luego a numerosos escenarios del país, La Seña se proyectó nacionalmente y recibió el espaldarazo necesario para consolidarse y no morir tarde o temprano en el estrecho marco de la provincia. El grupo contaba con músicos profesionales (creadores e intérpretes) que se manejaban lo mismo en el ámbito culto que en el popular. Contaba también con su propio y profesional diseñador de escenografía y vestuario (los elementos visuales respondían siempre a un criterio muy económico, minimalista), y todos sus miembros se desempeñaban como actores.

   

El trabajo escénico de La Seña, y sus eventuales apariciones en televisión, constituyeron un fuerte estímulo para el surgimiento de otros grupos de humor escénico, tanto en provincias como en la capital. Y no obstante la diversidad de esos grupos, el sello propio de cada uno de ellos, en todos se advertía esa nueva manera de concebir y realizar el humor, la manera que hizo su aparición con La Seña. Fue un  verdadero y renovador movimiento de aficionados, y como tal se mantuvo. (La propia Seña fue la excepción formal, pues fue el único grupo que logró profesionalizarse oficialmente, por una concesión especial del Ministerio de Cultura).

   

La estética de La Seña era afín a la del grupo argentino Les Luthiers. Esto, que podría parecer un volver la espalda a las raíces del humor cubano —de hecho, no faltó quien lo viera así—, no lo era, por la evidente cubanía de los textos y por el modo de hacer desenfadado y lúdico que se manifestaba en la escena, tan en consonancia con la idiosincrasia cubana. Pero fue precisamente esa afinidad con una estética muy distinta a la tradicional lo que abrió el diapasón y enriqueció el panorama del humor en Cuba. Periodistas especializados en el ámbito cultural, como Neysa Ramón (en Bohemia), así lo reconocieron.

   

En el nuevo humor cubano de los 80, lo mejor del espíritu aficionado —sin experiencias pero sin vicios teatrales— se caracterizó como “jugar a actuar”, involucrando al público en ese juego. Y en los mejores casos se logró, por puro instinto, una eficacia que excluía toda pretensión profesional. Se hacía teatro, y no se hacía teatro. Números “cultos” de La Seña, como “El coro de cámaras” o “La fuga”, y números inspirados en la contingencia, como “La reunión” o “Los burócratas”, motivaron toda una gama de intereses y gustos, pero, por lo común, con un espíritu de juego que en los mejores casos era muy efectivo.

   

Poco después de La Seña surgió La Leña del Humor, en Santa Clara, dirigida inicialmente por Pablo Garí (Pible), una verdadera máquina de producir juegos verbales ingeniosos (Pible se integró a La Seña a finales de los 80). En la Leña actuaba Telo, que era además un excelente guionista. Y después de La Leña surgió el grupo Sala-manca (de jóvenes graduados de teatro, con un alto nivel de actuación y vis cómica, dirigidos por Osvaldo Doimeadiós), el grupo Onondivepa (dirigido por Ulises Toirac), Nos y Otros (dirigido por Eduardo del Llano), Lengua Viva (dirigido por Mario Barros), La Piña del Humor (dirigido por Churrisco), el monologuista Miguel Coyula (todos estos en La Habana), y muchos, muchos más —imposible mencionarlos a todos—, creados en la capital y en las provincias. 

   

En el medio radial, el nuevo humor estuvo representado por El Programa de Ramón, de Ramón Fernández Larrea, y por Teoréticas, de La Seña del Humor. Pero en la TV no había un espacio fijo, sólo apariciones ocasionales. Para la televisión La Seña escribió y grabó un paquete de cortos bajo el nombre de Señavisión.   

   

Los años 90 trajeron otros tiempos: caída del campo socialista, aflojamiento relativo de los controles burocráticos, “dolarización” de la economía (y de la vida), drástico aumento de las penurias económicas... La Seña del Humor, después de su espectáculo Cinemaseña, presentado en el teatro Acapulco de La Habana en 1991 (un exitoso experimento que empleaba proyecciones de secuencias fílmicas cubanas, y en el cual solo participaron cuatro miembros del grupo), comenzó a desintegrarse. La falta de recursos económicos y la desidia de las instituciones la confinaron casi por entero a Matanzas, y aun aquí se fueron reduciendo sus posibilidades de subsistencia. Aunque realizó estrenos en La Habana, ya no le fue posible girar por el país, y apenas tuvo promoción. Aun así, desde 1992 hasta 1999, en proceso incesante de reducción, La Seña fue capaz de estrenar siete espectáculos teatrales, más limitados en cuanto a producción pero con el nivel artístico y la respuesta de público que tuvo siempre. A finales de los 90 sobrevivía con cuatro miembros (la tercera parte del grupo), readaptando una y otra vez el repertorio y negándose a dejar de lado su línea para insertarse en el mercado del dólar. (No obstante, La Seña ha sido quizás el grupo de más larga trayectoria dentro del nuevo humor cubano). 

   

Los demás grupos de los años 80 se desintegraron. Pero, en La Habana especialmente, durante los 90 se siguió haciendo humor. Algunos grupos, como la propia Seña, abordaban la crítica de la circunstancia a través de una elaboración artística que evitaba el tono didáctico o panfletario. Otros preferían un abordaje directo de la contingencia. En los años 90 los atrevimientos, en este sentido, con frecuencia subieron de tono, muchas veces en desmedro del arte, pero siempre con una gran acogida del público. Este, en ocasiones, no se reía pero aplaudía lo que tenía ganas de oír.

   

Se fue produciendo un desplazamiento —fatal para los niveles artísticos de creación— desde los teatros (donde al humor se le restaba, sistemáticamente, incentivo económico) hacia los centros nocturnos y turísticos donde corría el dólar y donde el humor y sus posibles críticas se diluían en el alcohol de un público menos atento y menos numeroso. Se introdujeron avalanchas de groserías picantes y de acomodamientos y facilismos como el de limitarse a recopilar chistes populares y contarlos. Claro que incluso de esta manera lamentable el humor escénico seguía reflejando la vida y, de hecho, aun sin quererlo, objetándola. 

   

De todos modos, en los 90, buena parte de los humoristas anteriores continuó trabajando (alguno que otro mantuvo un nivel indiscutible, como Doimeadiós). Y también se incorporaron otros nombres y se destacaron nuevos grupos escénicos: Humoris Causa, Post Data, Oveja Negra, el grupo musical Pagola la Paga, y otros. Humoris Causa representó un elevado rigor dentro de la línea “inteligente” heredada de los 80. No obstante, fuera del festival anual llamado Aquelarre, la presencia del humor en los teatros fue decayendo a lo largo de los 90.

   

Terminemos con una reflexión. El humor inaugurado en Cuba con La Seña en los años 80, y el memorable éxito que tuvo, obligan a examinar y matizar la noción de que el humor cubano se reduce a esa expresión elemental, de bajas miras y reducido espectro, que Mañach analiza en su brillante Indagación del Choteo. No es que haya que negarlo (la penetración de Mañach en ese ensayo es incuestionable), pero tampoco absolutizarlo. Todo admite y requiere matización, y los años 80 demostraron que en Cuba podía florecer un humor diferente al choteo, a la burlita callejera y a las trapisondas teatrales sazonadas de puyas y picardías. Estas pueden ser expresiones auténticas y válidas si se hacen con arte y gracia auténtica, pero no son las únicas posibles y nada nos obliga a sacralizarlas como lo cubano “yoyo y reyoyo”. La realidad es que el humor escénico de los años 80 intentó de hecho, en su terreno, esa crecida del espíritu y la inteligencia que Mañach anhelaba y esperaba para la vida de su pueblo. Ojalá que el trabajo de esos años sirva de antecedente y referencia para un futuro.

 

Fin

   

Ahora le toca el turno a una visión no sólo externa del grupo, si no a Cuba. Esta vez tengo el gusto de agregar a esta historia un texto que escribió el amigo y colega argentino Luis Pescetti, que vivió un tiempo en Cuba y pudo hacerse de una opinión de lo que sucedía en esa época dorada de La Seña y el humor en general que se hacía en la Isla en esos años. 

   

Este –para nosotros-, emocionante texto, lo usamos como prólogo del libro “Bienaventurados los que ríen”, de Aramís Quintero y un servidor. Es un texto muy bien escrito y con una gran profundidad, claridad y agudeza.

   

Aquí, en público, aprovecho para darle las gracias a Luis por sus hermosas palabras.

   

EL HUMOR DE ARAMÍS Y PELAYO.

   Por Luis María Pescetti.

 

Hay muchos tipos de humor, una de las tantas diferencias es si se hace humor desde el poder o a pesar del poder. Aramís y Pelayo, su grupo: La Seña del Humor, no eran quienes dictaban las reglas.

   

Cuando uno no es quien dicta las reglas, puede elegir hacer un humor que busca ganarse favores o congraciarse con el poder de turno, un humor que se arrima y busca sentirse protegido, aún a costa de lo que para uno puede ser humillante. Sin embargo, ellos, el único favor que buscaban era el del público, y tampoco a costa de complacerlo con lo que fuera. 

   

Hacer humor si uno no es el que dicta las reglas, y si tampoco quiere hacer lo que sea con tal de que la gente se ría, tiene sus riesgos. La sala se puede quedar vacía poco a poco, pueden cerrarte espacios de difusión y de trabajo. No era lo que ocurría con ellos. Las salas se llenaban, la gente se reía a mandíbula batiente, eran muy solicitados. Tal era así que podríamos afirmar que avanzaban contra las reglas, a pesar de ellas. Eran una programación, buenamente obligada. Su fama no se debía a que apoyaban ninguna causa especial, ni a un fenómeno de promoción. ¿Por qué lo hacían y qué encontraba el público en ellos?

   

Creo que algo más que un momento de diversión. No se trataba de ir al teatro a olvidar los problemas, sino de hacerlo para recordar que somos personas. Y con esto no quiero ponerlos como héroes, porque por suerte no lo eran ni necesitaban serlo. Describo el núcleo de su encuentro con el público y, así como ellos, el de tantos buenos actores y grupos. El secreto es el mismo: hay quienes hacen chistes para olvidar los problemas, y cuando los hacen nos dicen: “Riámonos un rato, porque los problemas seguirán ahí”; y hay quienes hacen chistes para denunciar los problemas, para que los inconvenientes no nos transformen en alguien que no somos. Que un día nos miremos al espejo y digamos: “Yo no era éste”, o bien: un día nos encontremos con un viejo paisaje familiar y nos preguntemos en quién nos hemos convertido, deslizándonos, sin advertirlo.

   

En la sala, durante los juegos y la risa, hay un tipo de humor, no todos, un tipo de humor que hace que nos riamos y nos recordemos al mismo tiempo. Ese pequeño momento de placer y de triunfo en el que somos grandes, somos niños y seres sin edad, es la apuesta que vale la pena, el riesgo, y la de satisfacción más plena.

   

Esos fueron el Pelayo y el Aramís, la Seña del humor, que conocí. Un estilo que tenía inteligencia mezclado con candor e ingenuidad; algo de absurdo, abstracto con algo de fibra popular, y trabajo: ensayos, guiones, buena música; que implicaba riesgos y no era complaciente con eso que erróneamente se llama: “lo que el público quiere”.

   

Vladimir Propp, en su análisis estructural del cuento popular, habla de uno de los momentos, que pueden aparecer en un relato: “desenmascarar al falso héroe”. Esa es, precisamente, una de las funciones de cierto humor: desenmascarar (al falso héroe, al falso discurso, y al falso triunfo).

   

La gente aplaudía eso que tiene que ver con la vitalidad, pero también con la dignidad. Agradecía la risa y ser tratados como personas, como historias individuales, con fracasos que no humillan (salvo que necesitemos esconderlos). Y cuando admitimos todo eso recién entonces es posible la esperanza. Eso es lo que creo que les agradecían.

 

Fin

   

Y para redondear las “miradas externas”, algunos de extractos de comentarios salidos en la prensa nacional y extranjera:

   “… Una de las cualidades más acentuadas de los cubanos es el humor. Muchos han intentado definirlo, mientras nosotros hemos seguido riendo. Matanzas se situó en la década del 80 en la vanguardia del hacer reír con una institución que, aún hoy, muchos la tienen como referencia: La seña del humor. Los inicios y el esplendor de esta agrupación ha estado siempre muy vinculada a la ciudad. Es imposible volver las espaldas a los miles de seguidores de quienes han apostado por el difícil arte de hacer reír, máxime cuando eso representa aproximadamente el 40 por ciento de los asistentes en un año a nuestro coliseo, lo que demuestra el interés del público y la vitalidad del movimiento creado por La Seña…”.  (La Isla Grande. Portal Internet cubano. Agosto 2001)

   “... el resultado final de Na que ver, de Pepe Pelayo y Pedro Alfonso, es más que satisfactorio. Son ocho cuadros cómicos, todos estrenados por la Compañía La Seña del Humor en Cuba entre 1984 y 1993, donde está siempre presente el recurso elaborado y creativo para conseguir los efectos cómicos. Ello, sin recurrir al chiste obvio, a la grosería sin sentido o caer en la chabacanerías (...) es un humor universal, entendible para cualquier tipo de espectador...” (Diario La Tercera, Santiago de Chile, 1995)

   “... aunque todo indica que en Cuba la cosa no está para chistes, dos artistas del humor de la Isla, Pepe Pelayo y Pedro Alfonso, que llegaron por estos lados, mostraron su calidad en un Café-concert en el Teatro Cámara Negra (...) Pelayo dirigió la compañía La Seña del Humor, la más prestigiosa de Cuba y lo demuestra aquí encarnando varios personajes con un humor fino, universal, y abordando una galería de situaciones y actitudes humanas...” (Diario La Cuarta. Chile, 1993).

   “... incansables trabajadores, aspirantes permanentes a superiores resultados cualitativos, estos matanceros no dejan espacio al ocio cuando de reír se trata (...) A La Seña del Humor la hemos seguido de cerca durante años; estimamos que su aporte al mundo teatral, y en particular al del humor, marca pautas en el país...” (Revista Bohemia, Cuba, agosto 1990)

   “... La Seña del Humor ha estrenado Señeras y Señeros, buenas noches en el Teatro Karl Marx de la capital, obra en la que pone de manifiesto ser uno de los grupos más sólidos entre los que cultivan el humor en Cuba...” (Diario Granma, Cuba, agosto 1990)

   “Para quien conozca el trabajo de La Seña del Humor no puede haber pasado inadvertida la singular utilización de la música en sus actuaciones, así como la presentación de situaciones en las que coinciden los estilos culto y popular de afrontar el humor”. (Periódico Trabajadores, Cuba, 08-06-1989)

   “... La Seña del Humor ha incorporado obras donde la intemporalidad del humor blanco les garantiza un duradero repertorio. Hay que ver el último espectáculo: Señales de Humo...r para convencerse de lo hondo que ha calado La Seña en tal sentido...” (Revista Bohemia No. 37, Cuba, 1989)

   “Los experimentados señeros deleitan al público habanero en el Teatro Karla Marx; desde la platea baja hasta el segundo balcón se vieron colmados de una concurrencia joven, y menos juvenil, con todos los gustos y exigencias que en su mayor o menor medida fueron satisfechos en el espectáculo de la popular agrupación matancera (…) Reímos <a pierna suelta> con Señales de Humo… r, un paso de avance en el desarrollo de La Seña”. (Diario Girón, Matanzas, Cuba, 17-03-1988)

   “Ha salido a la calle el primer número de la Revista Seña, escrita, fotografiada, dibujada, diseñada, editada y hasta encuadernada por los miembros de La Seña del Humor de Matanzas… Una carga dinamitada de chistes compone los textos que obligan al lector a transitar por la risa como algo impuesto desde el inicio”. (Semanario DDT No. 51, Cuba, 1988)

   “La Seña del Humor tiene una forma de hacer reír que rompe los esquemas pasados de moda, y que son bien acogidos en cada una de sus presentaciones en todos los escenarios de la Isla”. (Periódico Sierra Maestra, Santiago de Cuba, 03-03-1988)

    “… La Seña adquiere cada vez más su propio carisma y parece autodestinarse a renovar unos cuantos esquemas del humor <criollo> estrechamente entendido”. (Semanario Cartelera No. 286, Cuba, 1987)

   “… La Seña del Humor ha incorporado obras donde la intemporalidad del humor blanco les garantiza un duradero repertorio. Hay que ver la controversia campesina para convencerse de lo hondo que ha calado La Seña en su trabajo en tal sentido”. (Revista Bohemia No. 37, Cuba, 1987)

   “... estos jóvenes de La Seña del Humor han alcanzado un extraordinario nivel en su proyección y hoy por hoy disfrutan de un merecido prestigio dentro del género. La línea musical adoptada les queda muy bien y logran llevar al público a una risa espontánea, especialmente con la parodia al género campesino...” (Revista Verde Olivo No. 36, Cuba, 1987)

   “Quizás el rasgo que mejor caracteriza a La Seña del Humor es su autonomía artística, condicionada por la polivalencia de sus miembros que, en tanto actores, son también profesionales de la literatura, la música, el diseño, la pintura, etc. (…) se aprecia detrás de la obra de La Seña del Humor la presencia de intelectuales, mas no hay alardes ni pretensiones cultistas en su lenguaje, y aun cuando el tema recreado haga alguna referencia a la alta cultura, se observa un tratamiento de desintelectualización que garantiza la comunicación y ensancha el alcance social del mensaje que se torna indistintamente crítico y didáctico sin llegar al panfleto...” (Diario Girón, Matanzas, Cuba, Septiembre 1987)

   “... La Seña del Humor convirtió a los más descreídos en adictos a la risa. Utilizando como materia prima páginas de Beethoven y Brahms, hacen aparecer desde un sonoro tango hasta la cubanísima conga...” (Diario Juventud Rebelde, Cuba, agosto 1987)

   “... tenemos que señalar que en el espectáculo Miramar 81, 32 y 132, hay buen nivel de actuación, pero las magníficas demostraciones de los muchachos de La Seña del Humor dirigidos por Pelayo, se llevan las palmas...” (Diario Granma, Cuba, agosto 1987)

   “... La Seña del Humor con sus creadores Pelayo y Aramís a la cabeza, han estremecido a Santiago de Cuba, con una forma de hacer reír que rompe con los esquemas pasados de moda...” (Diario Sierra Maestra. Santiago de Cuba, mayo 1986)

   “… los miembros de La Seña del Humor logran momentos de gran comicidad, con un lenguaje en que se mezclan desde el humor cotidiano, hasta el que bordea el absurdo”. (Periódico Granma, Cuba, 21-06-1985)

   “Con buen paso entró en la gigante sala del Tetaro Karl Marx, el grupo La Seña del Humor de Matanzas, en un espectáculo humorístico que han llamado Jaguar you Claudio (…) Es un espectáculo muy agradable, útil para desconectar del quehacer cotidiano y bueno para reír con la sátira y el buen hacer de estos jóvenes humoristas, que han dado un vuelco necesario a los programas humorísticos, rompiendo viejos esquemas conocidísimos y aburridísimos”. (Periódico Trabajadores, Cuba, 31-07-1985)

   “…hacer reír es más difícil cuando no hay concesiones al facilismo, a la chabacanería, a la grosería. Esto ha sido un reto que La Seña del Humor ha vencido con sabiduría, y nadie siente herido algunos de sus principales sentidos. ¿Qué hay detrás de ellos? Una buena selección de chistes, un trabajo colectivo, y sobre todo, preparación cultural”. (Revista Verde Olivo No. 26, Cuba, 1985)

   “El humor en los espectáculos de La Seña del Humor está basado en todos los elementos al alcance, el movimiento escénico, el vestuario, los contrastes entre ellos y lo que se dice, como en el caso del Coro de la Princesa Ana, que en el colmo de la compostura se lanza a cantar un “Arroz con leche”, digamos que de cámara”. (Periódico Granma, Cuba, 21-04-1985)

   “… cuando un teatro como el Karl Marx se llena y todavía queda público afuera porque no alcanzan las localidades, podemos afirmar que el hecho constituye un reto, una exhortación. En Jaguar you, Claudio hay un serio trabajo, donde está el verdadero sentido de lo popular (…) indiscutiblemente, el primer aspecto del secreto del éxito del espectáculo de La Seña del Humor, está en la elaboración del guión que realizaron Aramís Quintero y José Pelayo (...) y los actores merecen una vez más reconocimiento a su talento. (Semanario Cultural Yumurí, Matanzas, Cuba, septiembre 1985).

 

Fin

 

¿Cuáles fueron los números más importantes de La Seña?   

 

Sobre la primera vez que nos presentamos bajo el nombre de La Seña del Humor, solo recuerdo que fue en La Sala White de Matanzas, como ya dije. El espectáculo consistía en dos o tres números del Dramático de Radio 26, dos o tres números del Teatro Mirón, dos o tres números del Grupo La Colmena y uno o dos números donde actuábamos Aramís y yo, a nombre de Tubería de Media y haciéndolo más asustados que perro en bote.

   

De esos primeras “enfrentamientos” con el público, recuerdo el sketch que titulamos “Listo Estudio”, parodiando un programa de TV con el mismo nombre en esa época, pero en formato radial; es decir, Aramís y yo leyendo y comentando los “avances” de la programación de la televisión del próximo día. Claro está, con un mínimo nivel de actuación y apoyado casi totalmente en el humor de lo que leíamos. 

   

La sátira a las típicas e idénticas teleseries cubanas, donde los pobres obreros o campesinos se rebelaban ante la opresión de los ricachones y los finales felices con la llegada del triunfo la revolución; más la burla a las noticias deportivas donde narrábamos “en vivo” una competencia de velas en el momento en que no soplaba el más mínimo viento, dándole a las descripciones un énfasis y un entusiasmo que contrastaba con la inmovilidad de los barquitos y el aburrimiento del público; más noticieros absurdos, etcétera.

   

Recuerdo que fue muy emocionante que la gente se riera y nos aplaudiera, sintiéndonos como dos pollitos mojados en ese espectáculo al lado de magníficos profesionales de la escena. Pero nos salvó el tipo y la calidad del humor que propusimos. Un humor rupturista, distinto a lo que se hacía, como ya señalé anteriormente.

   

Fue importante también nuestro debut en la televisión con el número “9550”, en el mismo programa con ese nombre. Era una parodia al concurso donde le hacían varias preguntas a un participante que introducían en una cabina herméticamente cerrada y con sus respuestas positivas ganaba “kilómetros” para acercarse a los 9550 que era la distancia de La Habana  Moscú. En nuestra versión yo era el animador que imitaba al animador Yiky Quintana, Moisés era el concursante y Magaly Bernal era la modelo que le colocaba una caja de cartón bien ordinaria en la cabeza a Moisés, como si fuera la famosa cabina, y él siempre respondía sacando la cabeza. Por supuesto, las preguntas y las respuestas eran disparatadas y se redondeaba el humor con la vis cómica de Moisés que a ratos pedía permiso para ir al baño, etcétera. El éxito fue increíble.

   

De la Sala White pasamos al Cine-teatro Atenas, porque el público no cabía ya en ese recinto. Durante las presentaciones en ese nuevo escenario ocurrió el desmembramiento de los grupos que componían La Seña y quedamos algunos miembros del Teatro Mirón Cubano, los hermanos Sabater que se fueron del grupo La Colmena, más todo el grupo Tubería de Media.

   

Del Cine-teatro Atenas tuvimos que pedir que nos programasen en un escenario de mayor capacidad, ya que de nuevo los espectadores no cabían en las funciones y las protestas y los conflictos en la taquilla se hacían cada vez más agudos. Entonces tuvimos el honor de estrenar en el Teatro Sauto, un teatro de mucha historia, por donde pasaron grandes artistas de nivel mundial. Un lujo para aquellos principiantes aficionados. Pero enseguida se repletó de un respetuoso público que nos estimulaba a seguir en esa aventura.

   

Al llegar a tan ilustre escenario, impusimos el estilo “lesluthesiano” de que abriera cada número o sketch un presentador bastante formal, que leía las introducciones con fino humor literario. Ese presentador siempre fue Aramís. Y cuando había que doblarlo por no estar presente en algún espectáculo, lo hacía Yovani.

   

De esos primeros años, donde compartíamos nuestros trabajos con la condición de aficionados, me vienen a la mente, sin orden de aparición, números que comenzaron a reflejar nuestro desarrollo artístico, donde manejábamos cada vez mejor los recursos y el lenguaje escénico y humorístico. Recuerdo: “El danzonete”, un cuadro con vestuario y escenografía de época, donde algunos nos disfrazábamos de mujeres y bailábamos el danzonete matancero, después de un largo diálogo entre todos y donde Miguelito, el de piel más oscura del grupo, iba apagando los supuestos faroles logrando la oscuridad al final.

   

Caballitos de batalla fueron los números “El majá”, donde un trío al estilo Los Panchos, formado por Leandro y los dos Sabater cantaban y tocaban una letra compuesta por frases de otras canciones y gags musicales. También recuerdo “El canto flamenco” donde un grupo de guitarras y palmadas acompañaban a Leticia Marín, que cantaba y mientras lo hacía sucedían cosas exageradas y absurdas. O “El cabaret”, donde se presentaban en un supuesto show cabaretero, Adrián como animador, cantantes ridículos como Leandro y Carbonell, un cuerpo de baile horrible (todos nosotros), dos cómicos insoportables (Pancho, el hermano de Moisés del Mirón Cubano y Sabater) y un mago (Moisés) que me hacía llorar de la risa junto con el público, con sus pases mágicos absurdos y tontos y su supuesto don de mentalista. O el monólogo de Carbonell vestido con una armadura hablando como caballero italiano con final inesperado. O un número muy agradecido donde solo conversaban dos borrachos (Sabater y yo), en una interminable seguidilla de chistes.

   

También debo señalar el homenaje que le hicimos a Les Luthiers, montando dos números de ellos “El rey y el juglar” (Carbonell de rey y Leandro de juglar con guitarra y voz) y “La gallinita dijo Eureka” (Carbonell de niñito, yo de presentador y Pedrito y Rubén en violín y guitarra y Leandro cantando).

   

Para un espectáculo creamos y montamos un cuadro de Luis XV, con movimientos, desplazamientos y diálogos imitando la Corte palaciega francesa de esa época. Un número muy lindo y fino, sobre todo desde el punto de vista visual.

   

Cuando dije que esos números eran “caballitos de batalla”, me refería a que lo usamos como estrenos dentro de un espectáculo y después seguían muy vivos en nuestro repertorio, “quemándolos” en todas las presentaciones de la época, que fueron muchas por toda Cuba.

   

Pero si hay números “viejos” que usábamos a pedido del público y a sabiendas que eran los que verdaderamente nos representaban en esos inicios, eran estos cinco:

   

“Escriba y lea”, una parodia a un programa cultural de televisión, muy reconocido y respetado, incluso por nosotros, ya que no eran chistes satíricos lo que hacíamos, sino que usábamos su estructura para hacer nuestro humor. El panel de doctores lo componía Yovani y Moisés, más Carbonell en personaje femenino. Y yo como moderador.

   

“Los ríos”. Un trío formado por Carbonell, Leandro y yo, cantando primero la melodía de “En mi viejo San Juan”, con letra humorística sobre el río San Juan de Matanzas; después la melodía de “We are de World”, donde Carbonell sacaba una peluca idéntica al pelo de Stevie Wonder, imitándolo genialmente y se cantaba una letra sobre el río Yumurí de Matanzas y terminábamos conmigo recitando enormes disparates en inglés. La última melodía que cantábamos, para hablar sobre el río Canímar de Matanzas, era la parodia a la canción “Mejor” de Los Brincos, el grupo español, en la cual finalizábamos con una coreografía de breackdance con final inesperado. La música en vivo era el violín de Pedrito Alfonso y la guitarra de Rubén Aguiar.

   

“Coro de cámaras”. Como señalé, Aramís era el presentador formal y en este número tenía mucho peso, porque las interpretaciones corales eran breves y él tenía que entrar y salir constantemente. El coro se vestía con túnicas, como si fuéramos de una orden religiosa medieval y usando diferentes cámaras fotográficas y cámaras de bicicletas al cuello. Al principio fue Rubén el director del coro, pero después lo sustituí, porque yo casi no cantaba y él podía hacerlo, reforzando el trabajo vocal, ya que se hacía de manera profesional todo. Los fragmentos de temas que cantaba el coro eran “Mango, que rico el mango”, “Pom wom, yesteryerequeyer biscuit”, “Drume negrito o qué será lo que quiere el negro”, “Pregones de frutas del hijo de fruta”, “La calabacita o ya la vieja se está haciendo hum hum”, “Los fosforitos y la ropa llena de huequitos” y dos números de mayor proyección: uno, el “Davada”, donde Aramís presentaba un tema y el coro cantaba otro, haciendo que él entrara y discutiera conmigo (como director) en voz baja, sin dejar de cantar el coro, y cuando yo hacía un movimiento con mis brazos dirigido a él en medio de la discusión, el coro me obedecía haciendo vocalmente lo que creía que ordenaba mi movimiento, llegando aquello a un climax muy alto. Y dos, “Francia”, en el que cantábamos una canción supuestamente francesa, porque la letra estaba formada por nombres de figuras conocidas de ese país y al terminar Aramís salía supuestamente sin haberlo ensayado a pedir que la cantemos de nuevo, verso a verso, para él ir traduciéndola. El humor se encontraba entonces en la traducción absurda, más muchas situaciones increíbles y sorpresivas entre el coro, Aramís y yo. Y finalizo recordando un número del coro en que después que Aramís lo introducía como si fuera una pieza coral, nos levantábamos las túnicas y ahí por primera vez el público veía que teníamos puestas chancletas de madera, con las cuales nos retirábamos bailando con la polirritmia que producíamos al chocarlas caminando fuerte sobre el escenario, imitando un típico baile afrocubano.

   

“La controversia campesina”. Aramís, presentaba el número explicando que se trataba de la premiación de un concurso de poesía campesina (décimas guajiras). Entonces llamaba al Presidente del Jurado (Yovani) y se informaba al público que no hubo ganadores por motivos extrañísimos. Ahí Aramís invitaba a escena al grupo de música campesina que acompañaría a los poetas improvisadores (payadores) para cerrar ese “acto cultural” y entraba Pedrito Alfonso con su violín, Danny Aguiar con su guitarra, Sabater en la clave cubana y Moisés en la marímbula (un cajón con flejes que al percutirlos con los dedos suena como un contrabajo. Es un instrumento folclórico cubano). Después entraban los improvisadores: Rubén por un lado y yo por el otro, caricaturizando a ciertos tipos de campesinos. Mi papel al inicio lo hacía Danny, mil veces mejor que yo porque es cantante, y folklorista y lo representaba con una gracia exquisita, pero lo sustituí para que él, como guitarrista apoyara la parte musical del grupo. Cuando comenzábamos a cantar insultándonos, Moisés se llevaba la marímbula para tocarla al lado del improvisador de turno y como Rubén y yo nos alternábamos, él se tenía que desplazarse con ese pesado cajón por todo el escenario y aquello iba in crescendo hasta que explotaba. También se hacía humor en las letras qué “improvisábamos” en típicas melodías del folclor campesino.

   

“Roberto Roberto”. (Se puede ver una versión en YouTube que hicimos Aramís y yo en el homenaje por el XX Aniversario del Grupo en el Teatro Sauto de Matanzas). Aramís presentaba a este personaje de mal gusto, superficial, bruto, sin tacto, un farsante de la música como abunda tanto en el medio. Yo era Roberto Roberto. Aramís me entrevistaba siempre y al final yo llamaba a mi grupo que entraba en escena de manera muy simpática. Leandro en el contrabajo, Rubén y Danny en las guitarras, Pedrito en el violín, Miguelito en las congas, Sabater en la batería, Yovani en las claves y Moisés en un bombo que jamás tocaba, o que cuando lo hacía era a destiempo y mientras esperaba tocarlo, leía el diario, se limpiaba los dientes, etc., siempre con total indiferencia hacia lo que sucedía a su alrededor. El cantante era Carbonell, caracterizado de anciano (precursor del Buena Vista Social Club), con zapatos de dos tonos, pantalones anchísimos, saco (chaqueta) y lacito (corbatín o humita, o como se diga) y sombrero de jipijapa, como se usaban a principios del siglo pasado. También tenía paralizado el brazo derecho por alguna supuesta enfermedad, cuya inmovilización le llegaba hasta la mano donde se le veían los dedos encogidos menos el dedo den medio, en oscuro gesto, pero su brazo pegado al cuerpo evitaba la grosería. Yo dirigía el grupo y tocaba el guiro. Siempre interpretábamos temas como: El bolero de Ravel (a ritmo de bolero), el Para Elisa de Bethoveen (a ritmo de salsa), las “Csárdás” de Brahms (a ritmo de merengue), etcétera. Y todos esos temas cantados, claro está con letras humorísticas. También se realizaban muchos gags musicales en medio de las interpretaciones. 

   

Quiero señalar algo importante: algo que nos caracterizó mucho era precisamente que logramos que los mismos que actuábamos, cantábamos en un coro, o tocábamos instrumentos en una orquesta, incluso hasta llegamos a bailar y hacer las coreografías; además de escribir nuestros propios guiones, componer y arreglar nuestra propia música, crear nuestros diseños de vestuario, escenografía, luces y sonido, y dirección artística y todo eso en el lenguaje teatral, pero también radial, televisivo, e incluso hasta llegamos a publicar una revista, por lo que también incursionamos en función de nuestro humor en el lenguaje literario y gráfico. Un trabajo bien completo que nos hizo sentir orgullosos siempre.

   

Otros números o sketch que presentamos en los frecuentes espectáculos fueron:

   

“La música culta”. Aramís y yo, como críticos y comentaristas de un espacio cultural, presentábamos y comentábamos una sonata que nos iba interpretar un “famoso dúo” (Rubén en la guitarra y Pedrito en el violín). El personaje de Aramís era serio y formal y el mío un descarado ignorante. Discutíamos tanto, que incluso lo hacíamos sobre la sonata que tocaban los músicos y no dejábamos oír a nadie, hasta que aquello terminaba en pelea casi física y en el último acorde nos componíamos para despedir el espacio.

   

“El farolito”. Aramís entrevistaba a Moisés, cuyo personaje era un argentino cantante de tangos. Después de la entrevista donde se hablaba de la miserable vida y obra del tanguero, éste informaba que interpretaría el tango “El farolito”. Entonces se iluminaba todo el escenario y aparecían los músicos Pedrito y Rubén. Pero también aparecía Carbonell con los brazos en alto, como si fuera el farolito de la canción. Moisés cantaba una letra muy absurda, pero muy “sentida”, que terminaba diciendo que el dichoso farolito fue testigo de muchas cosas, tantas, que al final se apagaba. En ese mismo instante giraba en su sitio Carbonell y aparecía, sorpresivamente, con los brazos en alto también y pegado espalda con espalda a Carbonell, como el reverso del farol, Miguelito, el más oscuro de piel del grupo. 

   

“El avión”. Rubén y Pedrito eran dos aviadores, un piloto y un co-piloto que sentados en sendas sillas y tomando el “timón” del avión en mímica, despegaban, volaban y de pronto tenían un desperfecto, para caer en picada. Pero antes de estrellarse, mientras subía el tono de la alarma y el llanto de los aviadores, se escuchaba la voz de una mujer en off: “¡niños, niños, dejen de jugar y vengan a comer ya!” Entonces ella entraba y se los llevaba por las orejas. El sketch lo hacíamos al principio Aramís y yo, pero por causa de la mecánica escénica de un espectáculo, se nos ocurrió que podría ser el debut de Rubén y Pedrito en la actuación y no nos defraudaron.

   

“El barco”. Sabater hacía de un personaje popular, común y corriente y yo de un jefe o dirigente pesado, oportunista, maquiavélico de la misma empresa que él. Ambos coincidimos en la cubierta de un barco y entablamos una conversación disparatada sobre el mar, el barco, etcétera. Sabater entonces me prepara una trampa para burlarse de mí y hacerme quedar mal. Y comienza supuestamente a ver a una persona en alta mar ahogándose y pidiendo auxilio. Yo no lo veo, pero él me dice primero que es una persona cualquiera y yo demuestro indiferencia por salvarla. Enseguida cambia y me aclara que es una persona que quiso quitarme el puesto a mí en la empresa y yo reacciono gritándole al mar, por donde me decía él que estaba el hombre tratando de flotar, con burlas y ganas de venganza. Después Sabater me dice que no es ese hombre, que lo acaba de ver bien y se trata del mismísimo Director de la Empresa. Ahí yo reacciono con servilismo, gritándole al hombre en el mar que aguante que yo lo salvaría. Pero enseguida Sabater me cambia y me dice que no es el Director, que soy yo mismo que me estoy ahogando. Entonces al principio no le creo, pero como él insiste, le voy creyendo y comienzo a reaccionar alarmándome, hasta la desesperación para salvarme, intentando lanzarme al mar y él me detiene y en el forcejeo entra el apagón. A pesar del abundante humor que se usamos en el número, la carga emocional que percibe el público al reconocer a muchos de sus jefes hizo que el sketch se convirtiera en uno de los más contundentes.

   

“Quirino”. Aramís entrevistaba a Quirino, un supuesto científico, bastante loco, que su sueño era talar árboles y contaminar todo. Sin dudas el personaje tenía que ser para Moisés, que provocó muchísimas carcajadas con su vis cómica.

   

“Arango y Parreño”. Aramís presentaba a dos rudos obreros y describía sus vidas, a través de un álbum de fotos. Varios del grupo aparecíamos siempre alrededor de Arango y Parreño (Pedrito y Danny) en posiciones congeladas, como en fotos, y en la última quedaban ellos dos solos, Danny sentado con su guitarra y Pedrito de pie a su lado. Ahí cantaban una típica canción romántica de esas que interpretaban los dúos femeninos a principios del siglo pasado, ambos con voz de falsetes, pero muy rudos, muy toscos, con gags musicales en medio del tema y con final sorprendente.

   

“Diosdado Yépez”. Aramís presentaba y entrevistaba a ese personaje, que interpretaba Leandro Gutiérrez. Diosdado era un cantante, un sonero y bolerista que nunca se entendía lo que decía, aunque se esmeraba por explicarse, con muchos gestos y movimientos incongruentes y con verborrea tipo Cantinflas. Al final cantaba un tema muy disparatado, con arreglos musicales increíbles y letras humorísticas, apoyado todo por la vis cómica de Leandro.

   

“La Manita”. Rubén, Danny y Pedrito compusieron e interpretaron un tema para trío estilo Los Panchos, pero de gran calidad musical y letra muy graciosa. Para cerrar la canción hacían referencia a un tema conocido y tenían que cantar “…y una manita blanca que me dice adiós”, sin embargo, al llegar a “… y una manita blan…”, en vez de continuar, ven que Miguelito saca la mano de pronto por una cortina y la mueve en señal de decir adiós y entonces ellos rectifican y cantan: “… y una manita blan-gra que me dice adiós”.

 

“Mirácolo”. Aramís presentaba la actuación de un gran tenor: Marcelo Mirácolo y entraba Moisés (fue el primero que lo hizo, pero también hicieron ese personaje Leandro y Carbonell), vestido con demasiada ropa de época, con sombrero y espada y Aramís lo entrevistaba. El personaje hablaba medio italiano. Al final acompañado de Pedrito al violín y Rubén en la guitarra, el tenor cantaba un aria, al principio medio italiana disparatada, y que finalizaba con citas de nombres de pizzerías conocidas, y en un abrupto final de finales, imitaba los pregones de los diareros famosos. Cuando saludaba, el público aplaudía, pero no esperaba lo que vendría después. Al retirarse el personaje todos en el teatro podían verlo completamente desnudo por detrás. 

   

“Duólogo”. (Se puede ver una versión en YouTube que hicimos Aramís y yo en el homenaje por el XX Aniversario del Grupo en el Teatro Sauto de Matanzas). Yo aparezco en escena cortándome las uñas y llega Aramís saludándome. Conversamos entonces sobre el director que dice que yo actúo plano y estoy enojado y hastiado con ese tema y también sobre el propio guión de ese número. Es teatro dentro del teatro. Incluso con final falso, porque en off yo pido hacerlo de nuevo ya que lo hice muy plano y al representarlo otra vez, me voy para el otro extremo y lo hago sobreactuado. Este número lo consideramos uno de los más importantes del repertorio.

   

Cuando nos presentamos en el Teatro Acapulco en La Habana, en el año 1991, yo vivía ya en la capital y solo se atrevieron a viajar en esa época -ya comenzado el Período Especial, donde a duras penas se sobrevivió en la Isla-, Moisés, Pible y Aramís. Entre los cuatro estrenamos el espectáculo “Cinemaseña”. A falta de la música característica del grupo, usamos el cine como vía para desarrollar nuestro humor. Eso que hicimos nunca antes se había hecho en el humor cubano. Tomamos fragmentos de las principales películas de la cinematografía cubana y doblamos los personajes con textos humorísticos escritos por nosotros. El contraste de las imágenes y lo que decían los personajes siempre con comentarios críticos sobre La Seña, tema nada relacionado con la historia del filme, fue el recurso humorístico utilizado. Y entre doblaje y doblaje los cuatro comediantes desarrollábamos números del repertorio teatral nuestro, como:

   

“Los burócratas”. Después del doblaje de “La muerte de un burócrata”, entraba yo como uno que tenía enormes deseos de ir al baño y me dirigía al portero de una empresa, que me mandaba para la mesa del burócreta No. 1 y éste a la mesas del burócrata No. 2 y así sucesivamente hasta que yo explotaba y “me hacía” ahí mismo. Todos los demás personajes lo hacían Aramís, Moisés y Pible, desdoblándose. La música compuesta por Rubén, monótona y mecánica, incluso con sonido de maquinita de escribir de fondo, ayudaba mucho a la lograr la atmósfera del número.

   

“La cucaracha”. Aparecía Moisés explicando su invento: una máquina para matar cucarachas y después de decir mil disparates de cómo funcionaba y lo que sufría la cucaracha dentro, ésta siempre se escabullía de la máquina y él explicaba que tenían ahí que matarla aplastándola con el píe. Con la vis cómica de Moisés el número era sensacional, porque al ir subiendo el tono de su monólogo, también iba subiéndose en una mesa, y en una silla sobre la mesa, etc. y al llegar al climax, su texto se convertía en un discurso típico de nuestros políticos y hasta imitaba la voz de Raúl. Era uno de los momentos más altos del espectáculo, donde Moisés demostraba que no solo dependía de su vis cómica.

   

“Los teléfonos”. Aramís y Pible se hablaban por teléfono y durante el desarrollo del número se iban acercando con sus teléfonos fijos, con sus estirados cables y se iban enredando, incluso llegaban a hablarse frente a frente por los aparatos, sin verse en apariencia. El tema de la conversación también era muy absurdo, con referencias a la historia de Ulises y Polifemo, donde alguien podría pensar que Polifemo era Fidel, pero no había cómo comprobarlo. (Eso nos sucedió en Pinar del Río.)

   

Pero en el último espectáculo con el grupo completo, en 1990, antes de Cinemaseña, obvio; es decir, antes de yo irme a vivir a La Habana. Aclaro: me fui de Matanzas, cansado de que nunca nos llegara ni un viaje al extranjero (en ese Período Especial ya dejaban salir a cualquier artista nacional, incluso a nosotros), solo por vivir en provincia. Una discriminación muy conocida allá.

   

En ese espectáculo llamado “Señeras y señeros, buenas noches” presentamos:

   

“Festival”. Dos animadores uno muy formal (Aramís) y otro muy caricaturizado (yo), conducíamos un supuesto Festival de la Canción Nacional. Abría una pantalla donde la silueta de una curvilínea mujer se desnudaba a trasluz bailando y de pronto se iluminaba todo, subía la pantalla y aparecía Moisés en ajustada malla saludando al público y cantaba. La orquesta del Festival consistía en unos paneles dibujados como si fueran músicos en frac tocando distintos instrumentos, también dibujados. Lo peculiar era unos hoyos en los paneles, donde deberían estar las manos de los músicos dibujados y por ellos introducían las suyas casi todos los integrantes de La Seña, pero con guantes blancos para que se vieran mejor en los fondos oscuros de los instrumentos dibujados. Era un cuadro muy vistoso. Sobre  todo ver esos paneles pintados con el movimiento de las manos haciendo como que tocaban los instrumentos. En ese Festival cantaba Carbonell una canción muy cómica, también Leandro con su personaje, etc. 

   

“Los títeres”. Otro momento importante en el número anterior del Festival sucede al final, cuando suben todos los panales y desaparecen y solo queda uno. Entonces baja el techito de un retablo de títeres sobre el panel y por encima de la parte superior de éste aparecen las manos con guantes blancos anteriores, haciendo ahora de títeres con figuras formadas con los dedos como el símbolo de aprobado, el de desaprobado, el de victoria, el del dedo del medio estirado, etcétera. Y se armaba una obra supuestamente para niños, con canción muy lírica incluida, que cantaba Leandro, buscando el contraste entre lo bello de aquello y lo que decían los textos y las acciones de las manos.

   

“La reunión”. En una típica reunión de una empresa cubana, donde el director (yo), vestido bien a la manera de esa clase, con safari verde (chaqueta con bolsillos y dentro de éstos varios tabacos y muchos bolígrafos), más botas y una enorme panza (en esta época no tendría que ponérmela). Sin dudas, era la imitación de la imagen típica del dirigente estatal que conocíamos. Incluso alguien me asoció con Fidel, a pesar de yo no usar barba y gorra; un administrador repulsivamente servil y oportunista (Sabater); un ninguneado jefe sindical (Yovani) queriendo decir algo y nunca lo dejábamos, y otros “compañeros jefes de departamentos” (varios del grupo). En fin, que era una reunión absurda, alocada, donde el único acuerdo a que se llegó fue hacer otra reunión. Y al final yo me paraba y abandonando el personaje me metía dentro del público con un micrófono, para pedir opiniones sobre si en la vida real conocían de reuniones así. Era una parodia de lo que hacía en serio el Teatro Escambray en sus presentaciones. Pero aquello se encendía con algunas declaraciones del público. Fue muy arriesgado en esa época. Confieso que hubo ocasiones en que me las vi negras, ya que me sorprendían las respuestas del público. Por ejemplo, a una muchacha le pregunté si yo le gustaba y me dijo que no, yo me hice el ofendido y me contó que físicamente le agradaba, incluso me creía simpático, pero detestaba el verde olivo de mi vestuario. El enorme sonido de “OOOH” salido de cinco mil gargantas en el Teatro Karl Marx de La Habana me pusieron muy nervioso y corté y me fui diciendo tonteras sobre otra cosa. En cierta oportunidad le pregunté a un tipo si reconocía que las reuniones como la que acababa de ver en escena eran iguales a las de la vida real (siempre me contestaban que sí) y me dijo que no. Entonces yo, haciéndome el gracioso, le contesté que era imposible y quise saber dónde trabajaba él que no quería decir la verdad, y me respondió: “en el Ministerio del Interior”. Tuve que salir del paso como pude. En fin, cada función era una aventura. Después el director regresaba a escena, como si hubiera entendido al pueblo y seguíamos en la reunión, pero ahora de forma ideal; es decir, el director superbueno, el del sindicato libre de decir lo que quisiera, etc., en un ridículo “final feliz”. Al terminar el número de pronto subía un gran letrero lentamente, tipo texto alejándose de la Guerra de las Galaxias, donde se decía qué fue de la vida de cada personaje, pero como las letras se hacían cada vez más chicas el público no llegaba a informarse de nada.

   

“Las nuevas tradiciones”. Colgando un letrero con ese título, más coronas de muertos y otros objetos, entraba a escena casi todo el grupo caracterizados de ancianos. Uno ciego con bastón y su vieja de “lazarilla”, otro herniado, uno con un saco roído con mil chapitas colgadas, más sombreros, lacitos al cuello, muchas toses, lentitud al moverse, etc. Entonces todos hablaban al público explicando por qué se reunían y en qué  consistían “las nuevas tradiciones”. Por supuesto, diálogos disparatados de personajes distraídos, medios locos, con sueño, seniles, etc. y al final, Miguelito se sentaba en un sillón mecedora con su paraguas y el resto del grupo tocaba un instrumento o cantaba. El solista era José Braga, nuestro jefe de escena, que nunca actuaba, pero que en ese número era ideal con su voz de sonero antiguo. Se interpretaba una canción nuestra con una letra sobre el paso del tiempo, humorística y poética a la vez, amén de muchos gags visuales y musicales. Al cierre de la canción, se apagaban las luces del escenario, quedando solo iluminado Miguelito que abría su palabra a colores y lo giraba a manera de caleidoscopio y la última luz se apagaba cerrándose de a poco en el paragua girando. Un final atractivamente plástico.

   

“La fuga”. Dejé para el final este número, porque fue el último que estrenamos con el grupo completo. Para mí y para muchos, el mejor de nuestro repertorio y hay quien asegura que es uno de los mejores dentro del teatro humorístico cubano de todos los tiempos. A mí me ponen nervioso esas aseveraciones, porque me parece mucho y algo que no tiene nada que ver conmigo; es decir, lo siento como algo que hizo otro. Sin embargo, fríamente analizado, el orgullo me invade. Disculpen la confesión, aunque parezca soberbia mía o autosuficiencia.

  

Aramís presentaba “La tocata y fuga de Bach” y en hilera se iban sentando los músicos. Danny en la guitarra, Pedrito con su violín, Rubén con una flauta, Sabater con un triángulo, Miguelito con unas maracas y Leandro (algunas veces lo sustituí yo), con un arpa. Mientras Aramís contaba sobre el grupo, se iban produciendo gags visuales entre los músicos. Aramís dejaba claro que la pieza empezaría primero con guitarra y después cada instrumento se iría incorporando, en el mismo orden como estaban sentados y él se retira. Comienza la interpretación magistral de Danny en su guitarra, pero era tan aparentemente larga su ejecución, que los demás músicos, por mímica, van expresando distinta excusas para alejarse. Unos van fumar, o a comer, o al baño, etcétera. Y cuando se iba a incorporar Pedrito a la interpretación –como segundo instrumento en el orden-, se le rompe sorpresivamente el violín en dos pedazos, uno de los cuales queda colgado por las cuerdas. Ante la sorpresa, y supuestamente sin que el público escuche, Danny y Pedrito cantan siguiendo la melodía de la fuga, un diálogo donde discuten sobre qué hacer y Pedrito le informa que tratará de arreglar el violín a ver si le da tiempo a tocar algo. Danny dice que se quedará tocando sin detenerse para que el público no se de cuenta del accidente. Pedrito sale y regresa con dos músicos y una caja de herramientas. Sacan martillos y comienzan, casi a escondidas del público, a martillar haciendo una polirritmia con sus golpes en la madera del escenario. Se señala por mímica que no se arregló el violín y comienzan a entrar y salir los demás miembros de La Seña, en progresión numérica y dinamismo, como un ballet por detrás de Danny tocando, trayendo y sacando desde un mapa, cascos, reglas para medir con teodolitos, carretillas con palas y picos, etcétera, y por audio escuchándose también in crescendo, desde el sonido de un serrucho hasta terminar con la ruidosa perforadora (martinete), camiones, bulldozer, etc., formándose algo parecido a una espectacular construcción y en el climax de aquella locura baja un enorme cartel carretero con la imagen de un constructor civil con su casco, bizco y con un letrero que decía” aquí se construye un pedraplén”, algo muy de moda en esa época, una de “las batallas” de turno del gobierno. Enseguida se enteran todos los involucrados que se arregló el violín (a escondidas se trajo el verdadero), se celebra rápidamente y se desarma en un segundo todo, quedando el escenario igual que al principio y todos los músicos se sientan justo en el instante en que Danny termina la fuga y todos hacen en sus instrumentos la nota final. Se levantan, saludan y se van muy formalitos. El esfuerzo y virtuosismo de la interpretación musical, el canto, la planta de movimiento milimétrica que llevó tanto ensayo, la puesta en escena completa y el humor fino que se utilizó hacen de este número, insisto, lo mejor que hicimos en escena y que demostraba el avance y la calidad profesional que adquirimos esos años. Lástima que nunca se grabó ese número. Con el dolor de mi alma lo digo.

 

Recuerdo como el reconocido pianista cubano Frank Fernández se apareció en el Teatro Kart Marx con Armando Hart, el Ministro de Cultura en esos tiempos y como estaban sentados en los asientos privilegiados, junto a nuestros familiares, éstos pudieron escuchar cómo Frank Fernández durante el espectáculo le hacía comentarios al Ministro del tipo: “que si le gustaba lo que veía, eso no era comparable con el final (aludiendo al número de "Preludio y Fuga"), lo más fino en el humor cubano de todos los tiempos”, según su opinión. Cosa que nos repitió textual al saludarnos al final, en los camerinos, junto al Ministro.

   

Y para acabar esta descripción de los números de nuestro repertorio, debo recordar los “puentes”, como le llamábamos a los enlaces entre sketch y sketch. Como cada número era distinto al siguiente; es decir con tema y puesta diferente (entre cinco y quince minutos casi todos), necesitábamos algo que sucediera en el espectáculo para dar tiempo a los cambios de vestuario o movimientos de utilería o escenografía, etc. Algo que pasara entre uno y dos minutos. Entonces comenzamos a crear dichos “puentes”. Algunos que usamos fueron:

   

“Puente de luz”. A nosotros nos sorprendió ver hace unos pocos años en uno de los espectáculos del Circo del Sol, el mismo chiste con las luces. Lo primero que nos vino a la mente es que nos copiaron, pero sabemos que a cualquiera se le puede ocurrir el mismo chiste. Eso lo aprendimos de Les Luthiers. El puente consistía en que con el escenario apagado, Aramís se paraba bajo la luz del seguidor a presentar el próximo número como hacía siempre, pero la luz se movía unos metros hacia su izquierda. Para allá iba a Aramís extrañado, para continuar leyendo. Pero enseguida la luz del reflector se movía hacia el extremo del escenario y Aramís tenía que seguirlo. De ahí para el centro del escenario y de ahí para el medio de la cortina de fondo, lo que obligaba a Aramís a subirse en una silla para llegar a la luz y leer. Por último, la luz volvía a la primera posición y llegaba un utilero (recuerdo a Adrián Morales, actor del Mirón Cubano en esa época, en su personaje de “Papito”, que hacía como que fijaba la luz en el piso, con clavos y martillo e invitaba a Aramís a entrar al haz. Éste lo hacía con temor de que le hicieran la misma gracia, pero ahí comprobaba que funcionó la solución del utilero. Ahí empezaba la demora del utilero en irse de escena, porque le gustó eso de estar frente a un público y alarga su estancia “robando cámara” de manera muy cómica.

   

“Puente de audio”. Aramís entraba a presentar y hacía como que fallaba el micrófono, por lo que se cambiaba hacia otro. El nuevo tampoco funcionaba y así varios, hasta que llega el mismo utilero y milagrosamente lo hace funcionar, pero se queda “probando” el audio descaradamente para “robar cámara”, su único objetivo ya, y cuesta sacarlo.

   

“Puente paticos”. Aramís entra a presentar y en las primeras palabras que lee pasa por detrás uno del grupo que camina de manera fuerte, marcando bien los pasos, yendo de lado a lado del escenario. Cuando desaparece Aramís continúa, pero otro del grupo hace lo mismo y en la misma dirección. Y así varias veces más con hombres distintos pasando. La última vez Aramís puede hablar un poco más, pero de repente salen todos los que había pasado solos, pero ahora en fila india, caminando como patitos.

   

“Puente Vargas”. Aramís entra a presentar al gran cantante Pedro Vargas y en medio de su lectura se escucha en off un grito (lo hacía yo): “¡No, Aramís! El cantante sinquerercontodoscuandosuba es jetregpkwo adga!!! Aramís, extrañado y confuso, cambia la presentación por el del gran cantante Wilfrido Vargas. De nuevo mi grito idéntico que termina con “adga” y Aramís cambia su presentación, ya molesto, por el del pelotero Lázaro Vargas y de nuevo mi grito igual. Aramís entonces se vira hacia atrás de la cortina y me grita que no entiende lo que le quiero decir y me obliga a aclararlo bien enojado y ahí le grito bien clarito: “¡Te digo que hagas lo que te salga!!!”

   

“Puente la risa”. Aramís entra a presentar y cuando dice: le vamos a ofrecer un número, ya que no una letra… En ese mismo instante, pasaba Danny por detrás de él, de lado a lado del escenario, pero caminando de una forma bien payasezca que hacía reír al público de manera casi obligada. Entonces Aramís que nunca vio ni escuchó el paso de Danny, se cree, supuestamente obvio, que el público se rió de su jueguito de palabras “letra por número” y comienza a demostrar que se cree gracioso por el chiste que hizo y lo repite y él mismo se ríe a carcajada, exageradamente. Entonces logra controlarse y vuelve a repetir la presentación con el jueguito de palabras y vuelve a darle tremenda risa y hasta comienza a analizar el chiste y a evaluarlo de buenísimo e ingenioso, riendo a carcajada cada vez más. Al principio el público no entiende, pero después comienza a desesperarse, aunque a la vez a contagiarse de las carcajadas y del papelazo de Aramís. Un “puente” peligroso, porque si el público no reacciona como queríamos, Aramís la podía pasar mal, pero por suerte siempre funcionó de forma fantástica.

   

¿Hicieron alguna vez un curriculum oficial?

 

Sí, lo copio aquí. Llega hasta 1991.

 

LA SEÑA DEL HUMOR

AGRUPACIÓN DE ESPECTÁCULOS HUMORÍSTICOS MUSICALES

(Historia Clínica o Resumen de Curriculum)

 

Buró de Sanidad Animal / Expediente clínico No.0001

HISTORIA CLÍNICA GENERAL

 

Paciente : La Seña del Humor

Apellidos : Agrupación Atípica

Dirección : Matanzas, Cuba

Edad : 7 años

Ocupación : Espectáculos Humorísticos Musicales

Sexo : ¡Sí!

Antecedentes         : Anteriormente realizaba humor literario y gráfico

patológicos

Hábitos tóxicos : Sigue realizando humor literario y gráfico (Revista Seña)

Motivo de consulta : El paciente insiste en realizar espectáculos humorísticos                                     musicales. Él solo los escribe, dirige las puestas y hace                                        los diseños, la música y actúa. Es excesivo.

 

HISTORIA DE LA ENFERMEDAD ACTUAL

 

Cuando se halla en público presenta espectáculos para atraer la atención, apelando a recursos verbales, gestuales y musicales, con el propósito evidente de provocar la simpatía e hilaridad general. Si lo consigue, tiende a ver la vida a la manera de Watteau, llena de jardines y rosicleres. Si no, la vida se le ensombrece al modo de Munch, y manifiesta el síndrome de Polifemo (se ciega de ira).

 

 José (Pepe) Pelayo (1952) : Director general y artístico, guionista,                                                                  comediante e Ingeni

Moisés Rodríguez (1951)         : Comediante y Licenciado en Pedagogía,                                                               Especialista  en Literatura.

Pedro Alfonso (1963)    : Compositor, arreglista, instrumentista, comediante                                                   y graduado de la Escuela Nacional de Música.

Rubén Aguiar (1961)    : Compositor, arreglista, instrumentista, comediante                                                  y graduado de Nivel Medio Superior.

Danny Aguiar (1966)   : Compositor, arreglista, instrumentista, comediante                                                 y graduado de la Escuela Nacional de Música.

Juan Antonio Carbonell (1952) : Diseñador, comediante, especialista en Diseño                                                      Gráfico y Licenciado en Historia del Arte.

Yovani Bauta (1950)       : Comediante, Licenciado en Derecho y graduado                                                      de la Escuela Nacional de Artes Plásticas.

Pablo Garí (Pible) (1952) : Comediante y graduado de Nivel Medio                                                               Superior

Leandro Gutiérrez (1956) : Instrumentista,  comediante, graduado de                                                            Canto e Ingeniero Agrónomo.

Emmanuel Sabater (1954) : Comediante y graduado de Nivel Medio                                                                    Superior y especialista en edificaciones.

Miguel Valdés (1948) : Comediante e Ingeniero Civil.

José Braga (1955) : Comediante, Jefe de Escena e Ingeniero                                                              Hidráulico.

Equipo Técnico : Héctor Lueje (productor), Armando Ojeda (sonidista), Teresita Cañizares (vestuarista, maquillista y peluquera).

 

EVOLUCIÓN DE LA ENFERMEDAD

 

1984: Aparecen los primeros síntomas espectaculares ante el público de                      Matanzas (Teatro Sauto) y luego en La Habana.

1985: Se manifiestan en la Bienal Internacional del Humor, en San Antonio                      de los Baños (La Habana).

1986: Desmejora en el Festival Internacional de la Canción Varadero ´86.

        Estreno del espectáculo La Seña se ensaña (Teatro Karl Marx de  La                    Habana). Gira por todo el país. Presentaciones en radio y televisión.

1987: Reincide en la Bienal Internacional de San Antonio de los Baños (La                    Habana).

                 Recaída en el Festival Internacional de la Canción Varadero ´87.

               Estreno del espectáculo La Seña en concierto (Teatro Nacional de La          Habana). Gira por todo el país. Presentaciones en radio y televisión.

1988: Hace crisis en el Festival Internacional de la canción Varadero ´88.

               Se repone para el Primer Encuentro Latinoamericano de Humoristas                   en La Habana.

              Estreno del espectáculo Señales de humor…r (Teatro Karl Marx de La                  Habana). Gira por todo el país. Presentaciones en radio y televisión.

               Aparecen síntomas cinematográficos en la película cubana Cartas del                 parque (largometraje de ficción de Tomás Gutiérrez Alea, con guión de                Lichy Diego y García Márquez).

              Se funda la Revista Seña, de humor gráfico y literario. Y siguen                           presentaciones en radio y televisión. ¡A pesar de todo!

1989: Se agrava en la Bienal Internacional de San Antonio de los                               Baños (La Habana).

               Gira por todo el país y… nuevas presentaciones en radio y televisión.

1990: Agoniza en el Segundo Encuentro Latinoamericano de humoristas en                La Habana.

      No mejora en el Festival Nacional de la Canción Adolfo Guzmán (Teatro                 Nacional de La Habana).

             Emerge como el Fénix al estrenar el espectáculo Señeras y señeros,                   buenas noches (Teatro Karl Marx de La Habana).

              Entra en coma con el recital Lo oculto y lo popular (Teatro Acapulco                      de La Habana).

               Gira por todo el país… y es increíble: ¡continúa haciendo radio y                          televisión!

1991: Se estado se hace crónico estrenando el espectáculo Cinemaseña                      (Teatro Acapulco de La Habana).

 

DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL

 

El paciente pretende un humor escénico, apoyado fundamentalmente en elementos verbales y musicales, pero siempre en el contexto ambiental y técnico del teatro.

 

Se advierte que le interesa provocar la risa, pero también la sonrisa inteligente, propia del humor artísticamente elaborado. No rechaza lo simple, pero sí lo grueso.

 

Es obvio que le gusta conceptualizar, sin perder la comunicación con el público más amplio. No obstante, las salas llenas le producen mareos, y esto le impide saber si el público se está riendo con él, de él, o contra él. Resultado: timidez, inseguridad.

 

Contagios: Ha recibido la influenza del humor musical de Les Luthiers.

Pronóstico: Si hace reposo físico y mental, quizás dentro de unos años                                  pueda comenzar a hacer humor.

Tratamiento:  El grupo La Seña del Humor requiere mucha atención por parte                         del público: altas dosis de aplausos y risas en los teatros (se                              puede decir horrores de ellos, pero que no lo sepan). Si siguen                           así, es que están locos.

Exámenes

complementarios: El estudio del material adjunto de Rayos X permitirá                                           entrever muchas cosas que a simple vista se ven mejor.

 

Fin

 

Tengo que aclarar aquí que este curriculum, para mí bastante original, sólo se pudo entregar pocas veces en esos años (allá eso no hace mucha falta). Pero sí lo usábamos para enviarlo al extranjero.

   

Pero está muy incompleto, por lo que trataré de subsanar eso ahora:

 

Espectáculos:

   “Hazme una señal chiquita”. Cine-teatro Atenas. Matanzas, 1984. (Dirección artística: Aramís y Pelayo.)

   “La Seña enseña”. Cine-teatro Atenas. Matanzas, 1984. (Dirección artística: Aramís y Pelayo.)

   “Coge la seña”. Teatro Sauto. Matanzas, 1984. (Dirección artística: Aramís y Pelayo.)

   “Loquitas y ropones”. Teatro Sauto. Matanzas, 1985. (Dirección artística: Aramís y Pelayo.)

   “La contraseña uno”. Teatro Sauto. Matanzas, 1985. (Dirección artística: Aramís y Pelayo.)

   “El Sauto y seña”. Teatro Sauto. Matanzas, 1985. (Dirección artística: Aramís y Pelayo.)

   “Jaguar you Claudio”. Teatro Karl Marx. La Habana, 1985. (Dirección artística: Alejandro García “Virulo”.)

Este fue nuestro primer espectáculo estrenado fuera de Matanzas. Virulo se arriesgó y eso siempre se lo vamos a agradecer. Pero era lógico que tuviera su resquemores con estos aficionados que nadie conocía y “apuntaló” el espectáculo con figuras como Jorge Guerra (el chileno), Mario Aguirre, Carlos Otero, Daniel “Juan Primito”, Jorge Cao, Frank González y la inolvidable Lina Ramírez, madre de nuestro sonero Isaac Delgado, entre otros. El espectáculo estuvo en cartelera mucho tiempo y siempre se mantuvo repleto el Teatro Karl Marx.

   “Más vale seña que maña”. Teatro Sala Universal de las FAR. La Habana, 1986. (Dirección artística: Aramís y Pelayo.)

   “La Seña se ensaña”. Teatro Karl Marx. La Habana, 1986. (Dirección artística: Pedraza Ginori.)

Este espectáculo lo íbamos a hacer en conjunto con el grupo Irakere y Pedro Alfonso hizo la música y los arreglos con letras nuestras y hasta lo ensayamos varias veces en la Tropical, en La Habana, Sin embargo, de repente nos avisaron que le había llegado una invitación importante a Irakere para Europa y se suspendió todo. Después nos dijeron que la producción había conseguido otro importantísimo grupo musical, de jóvenes recién graduados del Instituto Superior de Arte, con altísima calidad interpretativa y así logramos estrenar, manteniéndonos también a teatro lleno varios meses seguidos. Se invitó esa vez a reconocidas figuras como Carlos Otero, Carmecita Castiñeiras, Jorge Cao, Elvira Enríquez y otros.

   

No hace mucho, hicimos contacto por facebook Pedraza Ginori y yo (él vive en España hace años) y me informó que en sus memorias pronto aparecerá el por qué realmente se suspendió ese espectáculo de Irakere y La Seña. Es algo que nunca se ha hecho público. Desde que me lo dijo, estoy muy ansioso por saberlo. Hay que esperar. Y cuando lo sepa, lo agregaré aquí, con el permiso de él, obvio.

   

Una anécdota: éramos jóvenes y nuestros músicos aún más. Pedrito, el encargado de los arreglos musicales para que los interpretara el Grupo Irakere, estaba muy nervioso. Recuerdo que Chucho Valdés comenzó el ensayo con las partituras del Pedri y comenzaron a tener cierta dificultad. Nosotros nos miramos nuestros de pánico. Entonces Chicho me dice que el que hizo los arreglos que dirija a Irakere. ¡Imagínense a un pollito llegado de Matanzas, parado delante de ese grupo de músicos monstruosos! ¡Dirigiéndolos! A todos nos parecía mentira. Pero la calidad de Pedrito era sólida. Incluso entre ellos se burlaban porque hubo uno que le costaba interpretar el arreglo que hizo Pedri. Nunca olvidaremos eso.

   “La Seña en concierto”. Teatro Nacional. La Habana, 1987. (Dirección artística: Aramís y Pelayo.)

   “Señales de humo…r”. Teatro Karl Marx. La Habana, 1988. (Dirección artística: Aramís y Pelayo.)

   “Lo oculto y lo popular”. Teatro Acapulco. La Habana, 1990. (Dirección artística: Aramís y Pelayo.)

   “Señeras y señeros, buenas noches”. Teatro Karl Marx. La Habana, 1990. (Dirección artística: Aramís y Pelayo.)

   “Cinemaseña”. Teatro Acapulco. La Habana, 1991. (Realizado solo por Pepe Pelayo, Pible, Aramís Quintero y Moisés Rodríguez, bajo la dirección artística de Aramís y Pelayo.)

   

Al irme a Chile, pero aún con posibilidades de volver y seguir siendo miembro de La Seña, Aramís quedó a cargo del grupo como ya él explicó en su artículo y a pesar de las dificultades del Período Especial estrenaron:

   “Música, poesía y humor I”. Teatro Sauto. Matanzas, 1992. (Dirección artística: Aramís Quintero.)

   “Música, poesía y humor II”. Teatro Sauto. Matanzas, 1993. (Dirección artística: Aramís Quintero.)

   “¡Hey, Roberto!” Teatro Sauto. Matanzas, 1993. (Dirección artística: Aramís Quintero.)

   Por mi parte, al llegar Pedro Alfonso a Chile, creamos un café-concert con números del repertorio de La Seña, adaptados para él y para mí. 

   “Na’que ver”. Sala Cámara Negra. Santiago de Chile, 1993. (Realizado solo por Pedro Alfonso y Pepe Pelayo, bajo la dirección artística de Pelayo.)

   Ya definitivamente yo instalado en Chile, en Matanzas, Aramís, Moisés, Leandro y Adrián (y a veces tres y a veces dos integrantes solamente, según cuenta Aramís), continuaron con la tradición del humor que hicimos siempre.

   “A cuatro manos”. Teatro Sauto. Matanzas, 1995. (Dirección artística Aramís Quintero.)

   “Cuando el río ríe”. Teatro Mella. La Habana, 1995. (Dirección artística Aramís Quintero.)

   “Los señaterrestres”. Teatro Mella. La Habana, 1997. (Dirección artística Aramís Quintero.)

   “Con todo mi humor”. Teatro Sauto. Matanzas, 1999. (Dirección artística Aramís Quintero.)

   Al llegar Aramís Quintero a Chile, creamos un espectáculo con números del repertorio de La Seña, adaptados para él y para mí. 

   “Humor Sapiens”. La Habana Vieja. Santiago de Chile, 2000. (Realizado solo por Aramís y Pelayo, dirigido por ambos.)

   

Al Aramís irse a Chile y Leandro a España, Moisés y Adrian trabajaron un tiempo el repertorio, pero por las condiciones del país fue imposible mantenerlo y el grupo dejó de existir.

   

Releyendo todo el curriculum, me di cuenta que también faltó mencionar la Revista Seña. En 1988 ya habíamos cumplido bastantes metas en nuestra carrera; es decir, llenábamos teatros, girábamos por el país, escogíamos a los programas de radio y televisión a los que quisiéramos ir, nos profesionalizamos, ganábamos buen dinero, etc. Solo nos faltaba escribir y actuar una película (algo impensado en esos momentos) y salir a probar nuestro trabajo en el extranjero (algo imposible por lo ya mencionado). Por tanto, se volvía un poquitín sin desafíos el estrenar un espectáculo al año y nos sobraba mucho tiempo que podíamos dedicar a la creación. Y se nos ocurrió canalizar de nuevo nuestras actitudes y talentos hacia la literatura y las artes plásticas en una revista del grupo. Propusimos la idea en cultura en Matanzas y la rechazaron por “falta de recursos”. Fuimos al Partido provincial y lo mismo. Entonces hablamos con la imprenta de los Evangélicos en Matanzas, y nos ofrecieron sus máquinas. Ahí nos dedicamos a conseguir el papel “a trasmano”, la tinta, etc. Finalmente escribimos, diseñamos, dibujamos y editamos la revista, la llevamos a la imprenta y nosotros mismos diagramamos, cortamos el papel, lo encuadernamos, lo pasamos por las máquinas, apilamos la revista, la embalamos y nos la llevamos para el taller de Yovani como almacén. Y de ahí la fuimos distribuyendo por todo el país con nuestras visitas y por correo tradicional. Aún quedan ejemplares que lo salvó Braga de su desaparición y las tiene en su poder.

   

El otro punto es el relativo al cine. Nos invitaron a participar como extras en una o dos películas filmadas en Matanzas (no recuerdo nombres), pero el trabajo ya más de peso fue en la película “Cartas del Parque” de Tomás Gutiérrez Alea, con guión de García Márquez y Lichi Diego, que se grabó casi toda en Matanzas y en especial ¡en mi casa! Titón (Alea), buscaba una locación para grabar el burdel y escogió mi casa (no piensen mal), porque es una construcción del Siglo XIX. Ahí la Seña hacía de clientes en ese burdel. Recuerdo que trajeron a un homosexual de Varadero para hacer el papel del gay del burdel, amigo de las prostitutas y el tipo no pudo actuar, se acobardó. Entonces Yovani y otros del grupo le dijeron a Titón que me probara. Así se hizo y por suerte me quedé con el papel. Recordado esto, debo señalar que nos fue muy grato trabajar con el equipo de esa película. Nos hicimos amigos de los actores, los técnicos y los de la dirección. Pero hubo alguien con quien tuvimos un acercamiento especial, la gloria del teatro cubano, la gran Amelita Pita. Ella hacía el papel de la prostituta vieja y decadente, la decana del burdel. Conservo en mi poder una nota que nos hizo llegar al final de su participación y que transcribo a continuación:

 

Matanzas, 18 de enero de 1988.

   “Día antes del cobro”.

   Nuevos, pero ya queridos amigos de La Seña del Humor:

   

Espero que al recibo de ésta se encuentren bien en unión de la familia (perdón, equivoqué el encabezamiento).

 

Pensaba hacerles una nota a cada uno, pero pienso que se me va a cansar el brazo y lo más seguro, que no me alcance el bolígrafo. Por lo tanto, hago una invitación general y les ruego que si Titón se los permite se la pasen y la anoten.

   

En la calle… (no pondré aquí la dirección, obvio. N del A), de vez en cuando hay té y si vino limón al agromercado se le echa un poquito.

   

Pueden pasar cuando gusten, preferiblemente cuando no tenga función en el teatro, pues se darían el viaje en balde.

   

Pueden localizarme en casa de mi hermano donde suelo almorzar. Su teléfono es… (no lo pondré tampoco. N del A)

   

Ha sido un placer compartir el prostíbulo con ustedes.

Cariños.

   

Amelita Pita

“La de-ca-na”

Fin

 

Ahora voy a trascribir aquí el texto que leyó el Sr. Ulises Rodríguez Febles, en representación del Centro Provincial de las Artes Escénicas, del Centro de Documentación e Investigaciones (CPAE) y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en el homenaje que se le rindió a La Seña del Humor en el Teatro Sauto, en febrero del 2002.

 

ATÍPICO REGRESO DE UN GRUPO O EL SUEÑO DE VOLVER A VERLOS DE NUEVO REUNIDOS.

   

No sé por qué esta escena me recuerda a Los Beatles. Tal vez no tenga nada que ver con la historia del mítico grupo inglés y sin embargo la tiene. Tal vez la relación que encuentro sea en cómo generaciones y generaciones de gente en el mundo esperaron siempre que Los Beatles volvieran a unirse. La misma gente que lo vieron surgir, ser lo que fueron y dejar de existir. La misma gente que esperó durante años la resurrección de Lennon, para ver definitivamente a Los Beatles, esos jóvenes que conquistaron con su música renovadora al mundo. Tal vez ahí se encuentre la relación con esta memorable función del cinco de febrero de 2002 en el Teatro Sauto. Salvando las distancias geográficas, genéricas; las enormes distancias que siempre separarán a los muchos de Liverpool con los de Matanzas, con los de La Seña, creo que la esencia de todo está en qué después de varios años dispersos en diferentes confines del Planeta Tierra, una parte del atípico colectivo, su núcleo fundador, su corazón palpitante, se reúne para celebrar los 18 años de creados, como una de las agrupaciones que en los años ochenta constituyó paradigma del nuevo humor cubano, de una época dorada que renovó conceptualmente en esta Isla las infinitas formas de lo cómico, de una etapa en la Historia de la Cultura Nacional que deberá perpetuar con un profundo estudio de este importante fenómeno; un fenómeno de puentes, ríos y poetas, que la vieron trabajar incansablemente en recordados espectáculos que llenaban los más importantes teatros, en la creación de una revista, que en su único número deja el testimonio de su variada labor, en el auspicio de un concurso de jóvenes humoristas, prestigioso antecedente de los que actualmente existen; un fenómeno que la gente ha visto decaer, desintegrarse, sobrevivir, volver a renovarse, y que como en el caso de Los Beatles, para su memoria de espectadores, han ansiado un momento como éste. Por ello, al volver a actuar en este año 2002, en el nuevo siglo, el nuevo milenio, sobre el escenario que tanto los acogió, fusionándose diferentes generaciones, diversos fragmentos de espectáculos, y casi dos grupos, La Seña y el que de la estancia en Chile de Pepe Pelayo y Aramís Quintero ha surgido con el nombre de Humor Sapiens, que definitivamente es La Seña, su espíritu, su materia, aunque falten los otros que no están, que tal vez no estarán, o aunque al ustedes ver el espectáculo no lo sea, que definitivamente “todo lo que está vivo cambia”, y la posibilidad de verlos actuar solo provoque el recuerdo, en esta noche can a confluir en un mismo espacio, lo que mucha gente quisiera ver repetido alguna vez, algunos de aquellos muchachos (jodedores e inquietos muchachos), los que soñaron e hicieron posible La Seña, los que la hacen, apareciendo en escena, levantando el telón, haciéndonos reír interminablemente hasta que muramos de la risa, y sentados en estas misma butacas del respetable Teatro Sauto nos vayamos con ellos al paraíso o al infierno, para allí seguir muriendo  de la risa, seguir agradeciéndoles que hayan existido y regresado, aunque sea por un breve instante…

 

Fin

 

Ese año fuimos Aramís y yo a Cuba y con Moisés, Adrián y dos nuevas adquisiciones, recibimos ese homenaje y actuamos a teatro lleno, incluso dejando público afuera que no pudo entrar. Parte de lo que hicimos allí está en YouTube.

   

Pero para los que decidieron leer estos apuntes hasta aquí, deseo aclarar lo siguiente:

   

Solo escribir la historia de La Seña no me basta. Me explico:

   

Existe algo que me “enciende” y es la injusticia que se ha dado y que puede empeorar en lo relativo a lo hecho por La Seña. Me refiero a todo lo que ha sufrido nuestro grupo desde su fundación. Y señalaré aquí algunos ejemplos –entre decenas y decenas-, para que recuerden o se enteren:

-Fue injusto que siempre nos acusaran de copiarles a Les Luthiers. Tenemos pruebas de que al crearse La Seña, a ellos no lo conocíamos y ya creábamos en la misma cuerda.

 

-Fue injusto que pasáramos tanto trabajo para conseguir permisos en nuestros centros laborales “oficiales”, para las funciones cuando éramos aficionados.

 

-Fue injusto que nos dieran el mínimo de calificación al evaluarnos como profesionales, siendo que repletábamos los teatros y siendo que la crítica nos calificaba valoraba muy bien siempre. ¿Por qué? Hay que preguntárselo al jurado, donde había varios colegas y burócratas.

 

-Fue injusto que el gobierno nos presionara tanto y en tantas cosas, sólo por el hecho que no  adulábamos al oficialismo y nos alejamos siempre de eslóganes y de la politiquería en general. Algo que nos costó bien caro. La censura nos golpeó fuerte.

 

-Fue injusto que un colega “con poder e influencias” siempre nos pedía videos para llevar al extranjero y así promovernos, pero cuando sudamos la gota gorda para dárselo (en aquella época conseguir que nos hicieran una grabación era casi imposible), regresaba con una sonrisa diciéndonos que “se le había perdido” en el viaje. ¡Y tener que tragarse eso para poder seguir actuando en La Habana!

 

-Fue injusto que nos negaran la salida del país siempre, cuando nos invitaban al extranjero. -Fue injusto que “diéramos techo” en La Isla y no nos permitieron nunca tener proyección internacional.

 

-Fue injusto lo que le pasó a los integrantes del grupo que se quedaron en Cuba después de 1991, que para sobrevivir tuvieron que hacer maravillas en el Período Especial.

 

-Es injusto que el trabajo profesional de los integrantes de La Seña en otros países, se desconozca en Cuba, a pesar de que continuamos siendo cubanos y nuestros productos creativos también son cubanos. Nuestro humor sigue siendo cubano, aunque ya con los años venga mezclado con otras culturas (y para bien, claro). Es increíble que nuestros éxitos internacionales se ignoren en La Isla. Duele.

 

-Pero lo más injusto de todo: que se desconozca la Historia de La Seña del Humor de Matanzas.

   

He escuchado el argumento: “La Seña se defiende sola, porque su trabajo de alta calidad es imposible que se olvide, ni que nadie pueda ningunearla”. No estoy de acuerdo con eso.

   

Si Madonna, Lady Gagá o Shakira –por poner cualquier ejemplo-, esas super famosas y requetecontraconocidas artistas visitan un país, hay que hacer tremenda promoción, porque de lo contrario la gente no se entera. Con esto digo que si no se le hace la necesaria promoción a un grupo como el nuestro, que hace 20 años dejó de existir, con mayor razón la gente no se acordará jamás de nosotros. Para mí, no funciona eso de que sólo el recuerdo defiende esa historia.

   

Además, hago la siguiente reflexión: hablemos sólo de los cubanos que están en Cuba. ¿Cuántas personas recuerdan el paso de La Seña por aquellos años? Los que fueron de niños al teatro a vernos de la mano de sus familiares, tendrán un recuerdo débil. Los que eran jóvenes quizás se acordarán un poco más, pero quizás algo nebulosamente, aunque sí recuerden que se reían mucho. Casi siempre los jóvenes de esa época recuerdan más los comentarios de sus familiares al hacer memoria en una sobremesa, que nuestras imágenes y chistes en los escenarios. Entonces nos quedan los que en esos años eran adultos jóvenes, adultos y ancianos. En 20 años muchos viejos murieron, los adultos ya son ancianos y puede que tengan mala memoria ya. Y hay que tener en cuenta que si pasan 20 años sin vernos, disfrutando de muchísimos colegas que eran nuestros compañeros en esa época, más los nuevos que han surgido, menos se acordarán de nosotros. Porque tampoco hay videos de La Seña, tampoco se refresca la memoria con imágenes nuestras en los escasos momentos televisivos donde aparecimos. 

   

Y agrego otro punto: con la situación especial del pueblo cubano, no es lo mismo tener fresco en la mente el humor fino, “inteligente”, blanco, con referencias culturales, mayormente con sátiras a los defectos humanos en general y elaborado artísticamente, como era el humor que hacíamos nosotros; no es lo mismo tener en la mente eso, decía, a tener el humor crítico que la gente valora mucho como escape a la realidad, como “venganza” a lo que sufre. Ese humor de crítica más o menos directa, casi sin elaboración artística es más recordada por la necesidad de la vida allá, más recordada que el humor nuestro, sin dudas. Sin contar que el Período Especial que vino después de esos años de La Seña, trajo consigo un deterioro del gusto y de las costumbres, y los humoristas se tuvieron que salir de los teatros y refugiarse en pésimos escenarios con tal de ganar en una moneda de más valor que la normal, satisfaciendo de esa manera las clases emergentes, más primitivas, sin educación y sin ética que llenaban y llenan los tugurios y centros nocturnos. Sin dudas, esa aplanadora ayudó también a olvidar el humor de La Seña, en aquellos donde no estaba bien “prendido” el recuerdo de la risa sana, juguetona, “inteligente” y de buen gusto que una vez existió.

   

De más está decir que las nuevas generaciones de cubanos no conocen La Seña.

   

Conclusión, sumando todo, no puedo asegurar una cifra, ni mucho menos, pero no tengo dudas que son muchos más los que no saben de la existencia de La Seña del Humor de Matanzas, que los que nos recuerdan.

   

Y lo más que me duele, lo peor, como decía al principio, es que nadie haga nada a favor de mantener la memoria de La Seña, o sólo hagan algo los que desean ningunearla.

   

Por tanto, les ruego encarecidamente a todos que nos ayuden en esta campaña. Por favor, “compartan” estos apuntes en facebook, súbanlo a sus sitios web, a sus blogs, envíenlo a revistas y sitios on line donde lo exhiban, coméntenlo de boca en boca. No importa si uno viven Matanzas, en Miami, o en Tegucigalpa.

   

Es necesario que se promueva este trabajo para que nunca desaparezca el recuerdo de la Seña.

   

Y si alguien consigue recortes de diarios, fotos, videos, etc., o simplemente tenga anécdotas relacionadas con el tema, o sólo quiera demostrar su apoyo, opinando y expresando como sea lo que significó La Seña, sería maravilloso para la causa. Porque si sucede lo peor, por lo menos contaremos con sus comentarios y demostraremos así que aquello que se vivió en el humor en Cuba durante esos años, fue verdad.

   

Por favor, háganlo por las risas y el placer que le dimos.

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