Mi viaje a Sri Lanka. Capítulo 8.

Volviendo al calor, llegamos a lago Uda Walawe y sus alrededores, donde existen unos cuantos parques nacionales de conservación de la naturaleza, que unidos cubren como el 10% de la Isla.

Nuestro hotel para comer y pasar la noche estaba situado en medio de un bosque. Al acostarnos y al despertarnos escuchábamos cientos de sonidos de diferentes animales. Alucinante quedarse dormido así.
Nos vinieron a buscar a las 6 de la mañana, más o menos, y sin desayunar nos fuimos a un campamento situado entre un monte-bosque, una laguna y un cañaveral. Varias tiendas de campaña con cama y baño. Dejamos el equipaje y nos subimos al típico jeep de safari y nos dirigimos al primer parque nacional. Se recorre todo por caminos estrechos de tierra en el que apenas caben dos jeep. Había que hacer silencio para que no asustáramos a los animales y el guía pudiera localizarlos para mostrárnoslo. Al principio no aparecía nada, sólo montes o bosques a ambos lados. Apenas “visualizamos” varias aves hermosas, coloridas, que nunca habíamos visto, y eso sí, muchísimos pavos reales.

También algún que otro jabalí como imagen fugaz y dos o tres manchas dentro de la espesura que podrían ser cabezas de elefantes. Pensé que aquello era una fraude. Por suerte nos repartieron sándwiches de queso y galletas de chocolate para entretener el estómago y a nosotros. Sin embargo, de repente todo cambió. Apareció una familia de elefantes atravesando el camino delante nuestro. Al poco rato llegamos al borde del lago y contemplamos un montón de búfalos bañándose en la orilla, un par de cocodrilos, más aves y un enorme lagarto. Seguimos la marcha y encontramos una familia de elefantes dentro de un amplio charco de lodo, echándoselo con sus trompas por el lomo. Parece que aquello era un spa “elefantástico”. Estuvimos un rato a pocos metros mirándolos sin que se preocuparan por nosotros y de ahí nos trasladaron en el mismo jeep hasta el campamento. Nos esperaban con un fenomenal desayuno bajo los árboles. La única incomodidad era espantar los cuervos que son muy atrevidos, como las urracas parlanchinas de los dibujos animados. Descansamos un poco y de nuevo a otro safari, en otro parque. Vimos entonces búfalos, jabalíes, lagartos y sumamos a la lista águilas, venados, chacales, más aves, decenas de monos (nos divertimos muchos con los monos bebé, porque jugaban y jodían igual que niños) y, por supuesto, más de los reyes de Sri Lanka: los elefantes. Con ellos vivimos dos anécdotas que compartiré ahora. Una, fue una familia de ellos que estaban tomando agua en un riachuelo y el elefante recién nacido –imitando a sus padres-. cada vez que tomaba agua con la trompa y la vertía en su boca, se le derramaba toda. Insistía y fracasaba siempre. Hasta que se enfureció y metió la cabeza completa en el río para beber de esa manera. Fue comiquísimo. Y la otra anécdota es la siguiente: nos detuvimos al lado de otra familia de elefantes que estaban comiendo pasto y el macho dejó su comida y se nos acercó evidentemente preocupado primero, pero quizás al vernos con las fotos, hablando y riendo, enseguida se enojó. Nos miraba molesto sin dudas, dio dos pasos hacia nosotros. Se puso a dos metros mío (el más cerca de los que íbamos en el jeep) y me hice el valiente; es decir, me esforcé por no demostrar miedo. Recordé cuando en Bali me mordió un mono y no quería ser víctima de este mamut (porque ya lo veía hasta más grande). El jeep avanzó unos metros y él también. Hizo un movimiento como para irnos encima y salimos volando de allí.
En fin, dos jornadas espectaculares, sobre todo para los niños.
Se me ocurrió una breve historia comiquilla relacionada comn el safari, pero otro día la escribo.
Ya de regreso al campamento, nos bañamos, anocheció, comimos bajos las estrellas y rodeados de decenas de antorchas y faroles, que aunque uno sabía que estaban ahí para espantar a algún posible animal racista y xenófobo, les daba un toque romántico al lugar, maravilloso.