Moisés y el periódico. De un Premio Nacional del Humor que todos aplauden y nadie discute

amoi1.jpgAutor: Jorge Fernández Era

Para los que de una u otra manera fuimos partícipes del movimiento de jóvenes humoristas surgido en Cuba en la década de los 80, el grupo La Seña del Humor de Matanzas representó ese punto alto que intentamos siempre alcanzar, no importa si llegábamos o al menos estábamos cerca. Esas personas mayores que veíamos en los miembros de La Seña eran nuestro paradigma, la demostración de que, entre nosotros, los referentes cultos podían ser populares sin necesidad del choteo banal o del costumbrismo que miraba el pasado y le huía al presente.

Pocos olvidan aquel Festival que organizaron en Matanzas y que, base de campismo por medio, ayudó a enrumbar nuestro hacer con la savia que nos proporcionaba la confrontación con múltiples maneras de hacer humorismo, casi todas cuestionadoras de una realidad que parecía incuestionable. De aquel evento en el Teatro Sauto recuerdo haber visto en vivo, en su mejor momento, a Pepe Pelayo y su grupo, y grabar para siempre dos momentos únicos: el monólogo del tipo que se corta las uñas, que regalaban el propio Pelayo y Aramís Quintero, y la épica representación sonera de la bien llamada música culta que hacían esos matanceros cultos.

Moisés Rodríguez, uno de los pocos que queda en Cuba del legendario grupo, hacía un personaje singular: el de un músico que apenas intervenía en la presentación, y que por ello aprovechaba su tiempo en leer un periódico. Le comenté al respecto en estos días al director de La Seña y he aquí lo que me respondió:

“El número que cerraba los espectáculos nuestros era Roberto Roberto y su grupo Bakán. De ahí sacó Moisés el Roberto cuando trabajó con el colega Lázaro Hernández, pues ambos se llamaban Roberto. Era una típica orquestica con dos guitarras, bajo, teclado, violín, batería-timbales, tumbadora, clave y güiro, y percusión menor. Trabajábamos todos, porque Aramís entrevistaba a Roberto Roberto (que era yo), pero nos quedaba fuera Moisés, quien era incapaz de tocar un instrumento musical. Entonces se me ocurrió que se sentara a un costado del grupo tocando un bombo enorme de banda. Como solo lo hacía una o dos veces en cada número –cuando terminaba un gag o había un cambio de ritmo–, Moisés no tenía nada que hacer. A él mismo se le ocurrió abrir un periódico y ponerse a leer. Sacaba un plátano y se lo comía, o se ponía a lavarse los dientes con un cepillo, o se echaba desodorante… El grupo tocaba temas clásicos, por ejemplo, Para Elisa, de Beethoven, y cambiaba a son cubano, o el Bolero de Ravel, que cambiaba a bolero típico, o un Brahms-merengue… y así”.

Le había escrito al director de La Seña al enterarme de que a Moisés Rodríguez se le otorgó el Premio Nacional del Humor 2025 por razones poderosas que adujo el jurado: “Por el significado de su obra como parte del icónico grupo La Seña del Humor de Matanzas, para muchos la génesis de todo un movimiento en la década de los ochenta del luego llamado ‘humor de nuevo tipo’, y considerando que La Seña marca un antes y un después en el trabajo grupal de la escena humorística en Cuba, definidos por muchos como Les Luthiers tropical por la calidad y versatilidad de su obra, siendo referente nacional de toda una generación de humoristas escénicos en los ochenta y principios de los noventa, fundamentado por su trabajo como solista, su presencia en la radio y en la televisión como curador de arte, escritor y pedagogo”.

Ulises Rodríguez Febles, dramaturgo e investigador matancero, habló en la Sala White de Matanzas de Moisés y de lo que representó y representa para la escena humorística nacional, de “su trabajo corporal y gestual, el trabajo de la voz: jugar con la frase para apuntalar el chiste, y llevar con agudeza sus historias a la risa, desde lo más profundo de sus esencias: la ironía, el absurdo, el desparpajo criollo, lo lúdico, los giros inesperados, la relación entre cuerpo –las manos, los dedos, el pelo…– y la emisión del texto. Un disparo certero al espectador, para que se desate la risa”.

Dijo también: “Para muchos, es además el profesor de Literatura que llevaba a las aulas su sabiduría mezclada con humor, con sus inolvidables clases, que eran pequeñas escenas humorísticas. Es el crítico de arte, el curador y el pintor de obras abstractas, con los que parece ser otro Moisés sin dejar de serlo; el heredero de una tradición martiana y cristiana que está en sus raíces familiares, de la que se siente orgulloso y sigue palpitando en él. Cuando se le rinde homenaje a Moisés Rodríguez Cabrera, se le rinde homenaje a La Seña del Humor de Matanzas, la agrupación que transformó el humor escénico cubano y le ofreció una perspectiva contemporánea, la agrupación que se convirtió en un símbolo de la ciudad y le ofreció al humor cubano una connotación estética diferente, una fusión de legitimidad criolla y universal, que sirvió y sirve de referente en la historia del humor contemporáneo, asumiendo la tradición y la modernidad, la herencia humorística cubana y las confluencias de nuestra identidad en lo musical, lo literario, lo visual y lo escénico. Y en esa síntesis de intelecto y gracia, está Moisés”.

Pelayo, desde Chile, lo felicitó con un video. “Hace casi sesenta años que somos amigos, socios, cómplices, secuaces, aliados, colegas, yuntas, hermanos. Soy de las personas vivas, fuera de tu cercana familia, que más te conoce y te quiere, y además, como tú, le dediqué mi vida al humor. Por eso, me atrevo a afirmar, con mucha propiedad, que naciste humorista, creciste humorista, te desarrollaste humorista y llegaste a la cima de la actuación. Eres el tipo con mayor vis cómica que he conocido, y he conocido demasiado. Este premio era una deuda que tenía Cuba contigo, que tenía la cultura cubana contigo, y para qué hablar de Matanzas. Además de ser un excelente humorista, eres una de las personas más nobles, sinceras, humildes y serviciales de todo el universo”.

A mí, que no quise perderme ese momento, y pude abrazarlo como el que más, entre tantos colegas de los ochenta que lo acompañaron en la velada, se me ocurre pensar que Moisés, en aquel antológico número con el periódico, no hacía sino leer que algún día se le haría un homenaje a su modestia y a la sabiduría de quienes lo acompañaron en ese monumento matancero que fue y es La Seña.

(Fuente: 14ymedio.com).

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