Serie de TV "Doctor Tuga"
Primer Capítulo: NO ME SIENTO BIEN.
Guión literario.-
Estirándose su bata blanca y acomodando el estetoscopio en su bolsillo, ya que por su escasísimo cuello no podia colgárselo, el Doctor Héctor Tuga entra a su consultorio caminando muy lentamente, se sienta detrás de la mesa de atención al paciente, prende el computador y con sus dedos de piel medio verdosa teclea su código para entrar al sistema.
Mira a su alrededor, vuelve a revisar la blancura de su bata, suspira satisfecho y con un eterno movimiento aprieta el intercomunicador. (El ritmo debe ser lento como una antigua y aburrida película soviética, o nórdica, como una de Ingmar Bergman).
-Yésica.
-¡Sí, mi amor!
-Te dije que en el trabajo me dijeras Doctor Tuga. Aquí eres mi secretaria, no mi pareja.
-Verdad que sí. Lo siento, mi amor. Perdón, mi Doctor…
-¿Qué?
-Tuga. Doctor Tuga.
-Bien, llama a mi primer paciente, al señor Otto Angulo.
-¿Otto Angulo? ¿Cara de…?
-¡Cuidado! ¡Nada de broma que te pueden oír!
-No se preocupe, Doctor Tuga. Tengo todo bajo control.
-Gracias.
Se escucha entonces la voz de Yésica por los altoparlantes.
-¡Señor Otto Angulo! ¡Señor Otto Angulo! ¡Diríjase a la consulta del Doctor Tuga con disimulo!
El Doctor Tuga levanta la cejas al escucharla y reubica de nuevo todos los objetos sobre su escritorio con pausados movimientos.
Un hombre de unos cuarenta años y de muy baja estatura, empuja la puerta del consultorio y entra.
-Buenas –lo saluda el Doctor con una media sonrisa-. Como debe saber, esta es una consulta integral, para atenderle el cuerpo y la mente. Así que usted dirá.
-Ante todo –habla el señor con el dedo índice levantado-, ¡no tengo ninguna Cara de…!
-¿Cómo? –lo interrumpe el Doctor-. ¿Escuchó lo que hablamos con mi secretaria?
-¡Supongo que su pareja dejó abierto el microfono, porque todos en el salón de espera oímos su chiste de mal gusto!
-Perdón, señor Otto. Le prometo que no volverá a suceder-. Siéntese, por favor.
El cuarentón bajito mueve la silla colocándola de frente al médico y se sienta. No fue de su agrado la posición y se acomoda mejor.
-Bien –trata de ser bien amabla Tuga, midiendo sus palabras-. Dígame, ¿cómo se siente?
-Me siento mal, Doctor.
-¿Le traigo otra silla? –quiso saber el médico mirando hacia la piernas colgadas del hombre.
-No ésta está bien, la silla no tiene nada, soy yo el que se siente mal.
-¿Me puede decir cómo se siente con más detalles?
El pequeño cuarentón comienza a señalar e ilustrar con sus manos cada cosa que dice.
-Se lo explico. Coloco mis glúteos sobre la silla, doblo los pies por las rodillas y los dejo colgar…
-No, por favor, no me refería a eso. Vino porque se siente mal, ¿no es cierto?
-Bueno, en todo caso vine después de escuchar el chiste malo de su pareja-secretaria. Después me senté mal, pero rectifiqué y me acomodé mejor. Así que ya estoy bien sentado, le dije. ¿Por qué tanta insistencia con eso, Doctor?
-Mire, cuando usted quiera me dice qué se siente.
-Pues se siente uno mal, le diré con franqueza. Porque es inaudito que a usted sólo le preocupe cómo me siento en su silla. Dígame una cosa, ¿invirtió usted en construir una línea de siila así para dedicarse a comercializarlas?
-Señor…
-No, porque si es eso le diré que hizo una buena inversión. La silla es magnífica. Uno se siente bien.
-Ah, entonces si se siente bien, no tiene por qué estar aquí… ¡Fue ra de mi con sul ta!
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