Visas y visitas de un viejo en viaje No. 4

Phuket, Tailandia (viaje del 07/2013)
 
No sé qué contar del viaje a Tailandia, ya que sólo lo visité por tres días. Estuvimos en la ciudad balneario de Phuket, en un hotel que fue arrasado por aquel terrible tsunami del 2002. Ahora, reconstruido, está de maravilla. 
¿Mis experiencias aquí? Paradisíacas playas donde lo único que falta es que nade a tu lado D´Caprio, como en la película. 
Para no olvidar, algo que no conocía: meter los pies en una pecera donde introducen cientos de peces que se te pegan a los pies desesperadamente a comerte las células muertas y los pellejitos. ¡Dan unas cosquillas tremendas! Lo malo, es que en el cardumen que metieron en mi pecera se coló una pirañita y los dueños formaron una gritería enorme para avisarme que levantara los pies con urgencia. No me di cuenta y los dejé ahí, pero por suerte no tenía ninguna heridita y me salvé. 
Después fuimos a hacer un safari montados sobre elefantes. Otra increíble experiencia. Sobre uno de esos gigantes animales nos subimos mi esposa y yo, más el guía y recorrimos un sendero en medio de bosques. Todo iba bien, pero en un momento el guía se bajó y me dijo que me pasara al cuello del elefante. Lo hice y lo dirigí yo por un rato. Al principio con mucho susto y más tarde creyéndome Aníbal atravesando los Pirineos. 
Lo “gracioso” del safari estuvo en el sentido del humor del guía tailandés. Al pasar por una laguna de dudosas aguas, le ordenó algo al animal y éste metió la trompa en la laguna y acto seguido nos lanzó el chorro de esa agua turbia y pestilente sobre nosotros, mientras lloraba de risa de la “gracia” de su elefante. 
Al final del día, ya cansados, quisimos darnos un masaje para probar el estilo Thai. Ante todo aclaro que no era el mismo chino de Singapur, ni era pariente ni amigo de él. Me recibió un hombre muy amable y entre mi mal inglés y mis gestos, le hice ver que si me maltrataba, me pegaba, pellizcaba, mordía, escupía o hiciera algo contra mi persona, le daría tal puñetazo que le dejaría la nariz más chata aún. Parece que entendió, porque afirmó varias veces con la cabeza sonriendo. 
Comenzó el masaje y todo trascurrió de forma placentera hasta que se fue calentando y de pronto entró en erupción; es decir, comenzó a eructar seguido. En la cultura china eso no es mala educación, al contrario, pero lo hacía muy cerca mío y cuando fui a protestar coincidió, parece, con uno de las técnicas del masaje thai y me agarró los brazos y me los llevó retorcidos a la espalda, moviéndolos hasta lugares donde nunca pensé que llegarían; para darme después con ambas manos abiertas por los hombros con inmensa fuerza. Cumpliendo con el acuerdo previo, intenté pegarle un puñetazo, pero no me obedecían los brazos. Los pobres, colgaban a ambos lados de mi cuerpo como si no fueran míos. Además, el dolor de mis hombros se ponía peor a medida que pasaba el tiempo. Sólo lloré, de impotencia, dolor de hombre… y dolor de hombro, claro. Lo peor fue, como siempre, tener que pagar por aquello. Pero bueno, son otras culturas. 
Para regresar al hotel, caminamos por la calle principal de Phuket, que coincide en ser la calle principal del barrio rojo. Pero esa noche se detuvo por un instante la lujuria: solo recibí miradas de compasión de las mujeres y los trasvesti, al ver a este viejo en estado de emergencia nacional post tsunami (dolor y sudor). 
Estoy pensando volver mañana y retorcerle los brazos y la trompa al elefante y al guía, a meter en una pecera con pirañas adulta al masajista; o quizás no, quizás siga disfrutando este maravilloso viaje. 
 
 

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