Reflexión sobre la felicidad
Acabo de leer lo siguiente:
Un estudios de “Money Buys Happiness When Spending Fits Our Personality”, desarrollado por investigadores de la Universidad de Cambridge, revelaron que gastar dinero “puede aumentar la felicidad cuando se trata de comprar bienes y servicios que se adaptan a nuestra personalidad y, por lo tanto, satisfagan nuestras necesidades psicológicas”.
También leí de una investigación empresarial hecha por Harvard Business School, en la que señalan que, al tener una mayor cantidad de ingresos, las personas tienen la oportunidad de estar más satisfechas con sus vidas, pero, el dinero debería ser entendido como una manera para “evitar muchas molestias cotidianas que causan estrés”.
Esas lecturas provocaron esta reflexión.
Para comenzar, recuerdo un grafiti de mi amigo y colega Pible, que decía: “El dinero no hace la felicidad… la compra hecha”.
Pero fuera de broma, quiero primero llegar a la definición de felicidad. Según la RAE: “Es un estado de grata satisfacción espiritual y física”. Ahora compartiré la mía, que no está concentrada en una frase.
Ante todo, subrayo que en la vida existen las desgracias y que llegan, viva uno como viva. Ejemplos de desgracias:
-Se enferma un ser querido (o se muere), o nos enfermamos nosotros.
-No roban algo, nos asaltan o nos estafan.
-Los hijos caen en las drogas, o tienen problemas en sus estudios.
-Nos quedamos sin trabajo.
-Quiebra nuestra economía personal o familiar.
-Perdemos la tarjeta de crédito, las llaves de la casa, o lo que sea.
-Peleamos con algún familiar o amigo.
-Etcétera, etcétera, porque son infinitas las desgracias en esta vida.
¿Qué sucede cada vez que sufrimos una desgracia? Nos invade las emociones negativas: la tristeza, la ira, la amargura, el miedo, la desesperanza, y demás malas yerbas, y podemos con ellas caer en una depresión. Si esa depresión es profunda, podemos llegar a tenerla de forma crónica y si es peor (exagerando), llegamos hasta el suicidio.
Así de peligroso es cómo nos dejamos vencer por las desgracias, que constante e inexorablemente nos llegan, como mencioné ya.
Entonces, lo más lógico y razonable es que nos preparemos para estar fuertes en los intervalos entre desgracia y desgracia, para que cuando lleguen y nos afecten, vivamos poco tiempo con las emociones negativas y enseguida “levantemos cabeza”, evitando hundirnos, evitando deprimirnos.
Y eso se logra viviendo habitualmente llenos de emociones positivas, como alegría, positivismo, entusiasmo, optimismo, satisfacción, etc.
Si vivimos así, la desgracia nos hará poco daño.
Pues arribamos, según mi criterio, a la definición de felicidad. La felicidad no es algo que cuando se logra se queda inamovible, perenne en nosotros. Es decir, la felicidad la vivimos “intermitentemente”. Y no es más que la calidad de vida que tenemos, la satisfacción y “buena onda” que sentimos entre desgracia y desgracia.
Vivimos tiempos felices con emociones positivas, llega la desgracia de turno, dejamos de ser felices, se va la desgracia, volvemos a vivir feliz, y así sucesivamente.
Por lo tanto, ¿dónde entra la base de esta reflexión? ¿Dónde entra que con dinero se consigue la felicidad?
Pues en esos intervalos entre desgracias y desgracias, esos que llamé tiempos felices. Ahí, para conseguir y mantener las emociones positivas, se puede admitir, por ejemplo, que si estoy cansado, con dinero voy a la playa el fin de semana y con comodidad viajo en mi auto, arriendo un hotel, como en restaurantes, etc., y voy a descansar y a estar feliz hasta que llegue la desgracia.
Ahí sí cabe lo que leí en esos estudios que mencioné al inicio: el dinero ayuda a que seamos felices.
Pero… ¿si tenemos poco dinero no se puede ser feliz entonces? La respuesta es SÍ, se puede ser feliz con poco dinero.
Si recién pasamos una desgracia y debemos prepararnos para la próxima (que nunca sabemos cuando llega, pero de que llega no hay dudas) y no tenemos dinero para ir a la playa (para seguir con el ejemplo anterior), debemos llenarnos de emociones positivas sintiendo alegría y satisfacción de pasar tiempo lindo y provechoso con la familia y/o amigos, creando momentos maravillosos jugando y riendo con ellos, en una salida “especial” al parque más cercano, o en el patio de la casa, reunidos compartiendo una película, la comida, y siempre jugando y riendo. Si se logran esos momentos inolvidables, se descansa, se goza y no hace falta el dinero.
Conclusión: ¿el dinero ayuda a conseguir la felicidad? Sí, pero no es imprescindible para obtenerla.
Y por último, para conseguir vivir con emociones positivas entre desgracia y desgracia -en otras palabras, para ser feliz-, sí es imprescindible el humor.
Debemos vivir con buen humor.
Ría, por favor, porque otra desgracia es la hiperseriedad.
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