Un cuento de mi libro "Chanzas de Matanzas"

chanza_0.jpgEL FOTÓGRAFO

Llegó cargando su trípode al Parque de la Libertad, plaza cívica idéntica a la de cualquier pueblo, que fue modificándose al crecer la pequeña ciudad.
Buscó la sombra de uno de los pocos árboles que la daban, muy cerca de un banco de listones de madera pintados hacia tiempo de verde, bastante cagado de pájaros por lo demás.
Instaló la caja con la cámara antigua sobre el alto trípode y esperó.
Se sentía satisfecho de su nuevo emprendimiento.
Al rato, un hombre bien entrado en años y con sombrero de campesino, fue hasta él trayendo a un niño de la mano.
—Buenas, ¿le puede sacar una foto a mi nieto, por favor?
—Por supuesto. ¿De dónde son?
—De Hoyo Colorado. Bueno, yo soy de Ceiba Mocha, pero me casé en Hoyo Colorado y me fui a vivir para allá.
—¡Vaya! ¡Buen viajecito se metieron hoy entonces!

—Sí, si no es porque tuve que venir a ver al abuelo por parte de madre de éste, que está ingresado en el hospital de aquí, no vengo. Pero aproveché para que mi nieto conociera Matanzas —
dijo señalando al chiquillo, que se había sentado en el banco a engullirse un seco pan con croqueta comprado en la esquina.
—Muy bien. ¿Y con cuál fondo le gustaría que saliera la foto?¿Con el hotel París, con la Biblioteca, con el Ayuntamiento?
—¿Puede ser con el monumento ese de la mujer con las cadenas?
—Claro que sí... Preparémonos. Niño, termina de tragar. Eso... colócate ahí... un poco más a la izquierda... Mi amigo, ¿le puede meter un poco la camisita por dentro del pantalón para que salga mejor?... Perfecto... Niño, ahora mira para acá sonriendo, pero sin moverte, ¿de acuerdo?
El hombre comprobó una vez más la posición del chiquillo contra el fondo de la estatua, calculó si era buena la luz e introdujo la cabeza en la caja, estirando bien el paño negro que le cubría hasta la espalda. Subió el brazo derecho y con la mano le hizo al niño un gesto de que se mantuviera así y guardó su extremidad de inmediato debajo de la tela. Después, dentro de la caja, dirigió su teléfono celular hacia el falso lente de la cámara que apuntada al niño y tomó la foto.
Sacó la cabeza y el brazo de la caja, recogió la tela, cargó sobre sus hombros el trípode con la cámara y le dijo al abuelo que estaba listo, pero que lo esperara dos minutos para imprimirla.
Fue casi corriendo hasta la casa de su hermana, que vivía en la calle Santa Teresa casi esquina Manzano, a menos de una cuadra del Parque. Tocó varias veces hasta que le abrió su sobrino. Fue
directo al computador que había comprado su cuñado en un viaje al extranjero que le dieron como psicólogo de un equipo de boxeo, se sentó ante él y abrió un programa que conocía. Hizo una mueca porque la velocidad estaba lenta como siempre. Al
fin bajó la foto de su teléfono y la mandó a imprimir. La primera copia salió muy oscura y tuvo que hacer otra, ajustando mejor la impresora.
Con la hoja de papel ya impresa, sacó del bolsillo de su pantalón una tijera y la recortó lo mejor que pudo. Sonrió al ver que también en la imagen aparecía por detrás y a la derecha del monumento, el loquito flaco que siempre se ponía a cantar frente al Hotel Velasco, imitando al español Raphael.
Corrió de regreso.
Miró hacia todos lados y no vio ni al campesino ni a su nieto. Suspiró y con la foto del niño aún en la mano se dejó caer en el banco, aplastando una hilera de hormigas locas, las cuales llevaban a su madriguera una migaja de un añejo pan con
croqueta.

Autor: Pepe Pelayo
Del libro "Chanzas de Matanzas"
Ediciones Humor Sapiens, 2020.
En papel y en e-book aquí:
https://www.amazon.com/Chanzas-Matanzas-Spanish-Pepe-Pelayo-ebook/dp/B085RNCBZY?ref_=ast_author_dp&dib=eyJ2IjoiMSJ9.89IlT5hFbq1Jlxy27RZVDOetiBfu0y7eGWthKJpQIdxAHXTb8QdVW3tHkWc2-D4fclU-4zIs_8ezWTjaWc-88RvcSDb75lOiztZTQ2JSbmgffJMXoFv7KbSNuhoByHB6vgDdAKVzxG8q7WDIihC291fJFqkPRNzSvyDlvE1L3l1pO7Fj4oMTER3QsABioDtpNan2tjtQgPiwwBmvtqQV1YL-Q8YYgq52t_Ch4683xYc.jCG26N7_69MRuxzcr-STU29Zd-MfnjysEKX2nleiTXM&dib_tag=AUTHOR

 

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