Visas y visitas de un viejo en viaje No. 3

Con un fuerte dolor de oído volé hacia Bali y la presión me ayudó a sufrir. Llegue que parecía un ente. Fue muy Bali-ente de mi parte volar. Por suerte lo hicimos casi sin Bali-jas. Aterrizamos de noche y no se vio bien la ciudad (ni la escuché por el oído malo). Pero todos coincidían en que Bali-ó la pena decidirme a visitarla.
Decía que llegué con el oído infestado y tomé antibióticos, lo que me impidió celebrar con un trago. Y me dolió (no el oído, sino no tomarlo porque era gratis, de bienvenida).
Aquí, al ser un balneario típico, no es como para gastarse un día completo recorriendo la pequeña ciudad, pero sí es aconsejable caminar por las calles llenos de restaurantes, negocios y altares.
En ese paseo, me topé con un parque especial, donde cientos de monos andan sueltos. Es gracioso ver cómo esperan que le den plátanos, mientras se sacan las pulgas unos a otros uno. Son tan tiernos que me decidí sentarme al lado de uno de ellos para una foto de recuerdo. Lo miré, me miró, y sin mediar palabra alguna saltó hacia mí y me mordió en el brazo. No sé si lo hizo porque es amigo del masajista chino de Singapur o porque no le agradé. Sin dudas será muy tierno, pero no tiene tolerancia. Yo, por ejemplo, no soporto a Silvio Rodríguez y no lo he mordido cuando he compartido un espacio con él. Bueno, no fue una herida mortal, pero me dolió.
Hoy fuimos a la playa idílica y afrodisíaca y una nativa me hizo masaje en los pies. La señora fue más que amable. Sin embargo, en medio del masaje de pronto con sus manos llegó hasta lo más profundo de mis muslos, cosa que me hizo abrir los ojos... Pero entendí que era parte de su técnica, porque la nativa tenía más de 75 años y, paradójicamente, su pícara mirada eliminaba cualquier pensamiento oscuro.
De regreso a mi cabaña, viví otro momento “curioso”: me tomé un café de mierda.
Sí, es así mismo, literalmente de mierda. Resulta que le mejor café de Bali tiene el siguiente procedimiento: cuando el grano de café está maduro en el cafeto que ellos cultivan, se lo dan de comer a un felino, un tipo de gato precioso por lo demás, el cual con las enzimas de su estómago “cocinan” el café hasta que fermentarlo. Después el gato defeca el grano, lo recogen, lo muelen y cuelan. ¡Y sabe riquísimo, en serio!
Sólo me resta decir que compré varias flautas autóctonas, entre ellas un digeridoo que me molestó mucho en el avión y los aeropuertos, pero valió la pena. Me dediqué a soplar las flautas todo el tiempo de regreso y a soplar la mordida del mono que me ardió por varias semanas.
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