Visas y visitas de un viejo en viaje No. 6

De Asia a mi casa hice dos escalas, una en Zurich, Suiza y la otra en Sao Pablo, Brasil. La primera duraba 12 horas, más o menos. Y fue una casualidad que un mes antes uno de mis hijos cubanos-chilenos, se fuera a vivir dos años para esa ciudad, ya que su novia española, le habían dado una beca para hacer un post Doctorado en Química en la principal Universidad de esa ciudad. ¡Pura y dura globalización!
Así que salí a conocer algo del país de los relojes, de los chocolates, de las navajas, los quesos y los neutrones (por su neutralidad, digo), la llamada República Federal Suiza, o mejor como se conoce en el mundo República Federer Suiza. Lamentablemente, no conocería Ginebra, la ciudad de José Martí, pero sí Zurich. Algo es algo. Ahí donde vive mi hijo decía, el cual se hizo una casa de cantones, porque en Suiza abundan mucho. Y ya está pensando nacionalizarse y así hacerse suicida, un gentilicio mortal, como Guillermo Tell, el que inventó el Tell-éfono (no fue Graham Bell, éste creó Bell-south y eso tiende a confundir).
Y recorrí un poco la ciudad. Pero fue muy poco, la verdad, porque es una de las ciudades más caras del mundo. Bueno, los relojes son tan caros, pero tan caros, que creo que allí se inventó eso de que times is money.
Entonces sólo conocimos los alrededores de la casa de mi hijo, lo acompañé al supermercado, conocí a sus amigos (todos procedentes de varios países) y así pude tomar tranvías, buses y hablar con algunos pocos ¿zurichianos, o zurichianenses? No sé. Pero como soy tan latino, prefiero tutear a la ciudad y decirle Turich en vez de Zurich. Así que el gentilicio es turichtas. Aunque quizás no les vaya bien ese nombre, porque se ve poca gente en la calle, con cámaras fotográficas o no.
Les cuento que allí el transporte público es perfecto. Existen pantallas electrónicas en cada parada que te van indicando cuántos minutos faltan para que llegue tu tranvía o bus. Es de una exactitud que impresiona. Por momentos llegué a imaginarme que vería un lumínico avisándome que hoy debía llamar a mi prima enferma. Es que todo en esta ciudad está planificado, todo es así, medido, calculado, funcionando como máquina, todo está normado, controlado, para que no haya falla en ninguno de los sistemas implantados.
Un ejemplo de esto que digo: coincidentemente, mi hijo y su novia regresaban de España a la misma hora de nuestra llegada a Zurich, por lo que tuvimos que seguir indicaciones de un mapa que nos envió mi hijo para llegar a su casa. Entonces del aeropuerto tomamos un tranvía y en cierta estación cambiaríamos para un bus. Eso hicimos. Y corrimos hacia el bus que estaba estacionado, ya que era la parada de donde salía, y faltaba un minuto y medio para comenzar su recorrido. Llegamos a la puerta del bus y vimos gente adentro sentada que nos miraba y vimos al chofer que también nos miraba. Le hicimos señas con gestos y sonrisas para que nos abriera la puerta, pero el hombre no nos abrió. Entonces pasó el minuto y medio y se fue el bus, dejándonos boquiabiertos sin entender nada.
Cuando llegó el otro nos percatamos de que otros pasajeros tocaban un botón en la puerta que indicaba que querían subir –y que nosotros no habíamos visto antes-, y el chofer les abrió sin problemas.
Conclusión, que el sistema perfecto funcionó. Si el pasajero no toca el botón, aunque el tipo vea que quiere subir y hay tiempo, no le abre. Pero también los pasajeros nos vieron y ninguno hizo nada por ayudarnos. ¿Por qué? Supongo que porque primero está el sistema, ante todo la efectividad, la perfección del modelo, aunque se deshumanice la vida.
Después me puse a averiguar y para mi sorpresa, me enteré de normas como estas: se puede lavar la ropa o limpiar, menos a las horas de almuerzo y comida. El domingo no se puede hacer nada de nada en la casa para no molestar. Limpiar la casa significa aspirar, porque nada de echar agua. Atiendan bien: ¡no se puede descargar el inodoro después de las 10 de la noche! ¿Qué haces si a las 11 de la noche te entran impostergables deseos de hacer caca? Clausurar el baño, porque no puedes tirar la cadena hasta por la mañana. Por favor, no estoy bromeando. Y como ésas, una pila de normas más que son increíbles. Es la sociedad perfecta, según ellos. Te cuidan mucho de no dañarte con los ruidos y jamás he escuchado las sirenas de patrullas, ambulancias y bomberos tan altas como allí, son horribles. Les doy mi palabra que en la calle pasó por mi lado una patrulla de policías y tuve que taparme los oídos. ¿Eso no molesta más, acústicamente hablando, que la descarga de un inodoro? Es algo loco, ¿no es cierto?
Me contaron que hace poco hicieron una consulta pública, una especie de plebiscito, preguntando si querían pasar de 20 días de vacaciones al año, como dice la ley actual, a 30 días (que es lo normal en la mayoría de los países). ¡Y el pueblo votó que no! ¡Votó que quería trabajar esos días y no perderlos en “vacacioncitas”! ¡Como si el sano ocio, el que se sabe que es beneficioso para el ser humano fuera algo dañino, diabólico! Sin dudas, es la dictadura de la mayoría.
Me detengo en este punto, porque está de moda pensar que en democracia todos tenemos el derecho a decidir y eso no es correcto. La gente se debe expresar y decir lo que piensa y quiere, así el gobierno, que salió por mayoría de votos, con sus asesores y especialistas debe valorar lo que hará para el bien común y hacerlo lo mejor posible. Si se equivocan, los políticos del gobierno no saldrán reelectos. Así funciona la democracia, según mi modesta y molesta opinión. Entonces, si un gobierno no escucha a la mayoría, o no la deja expresarse y hace lo que le da la gana, es una dictadura, obvio. Pero si un gobierno sólo hace a ciegas lo que le pide la mayoría, es una dictadura también, por lo menos para mí.
Ya sé que muchos opinarán distinto y justificarán aquello. No es mi deseo discutir al respecto, todos tienen derecho a opinión y yo doy la mía simplemente: creo que hay algo enfermizo en ese país. Porque no se puede vivir para trabajar. Esos supercapitalismos donde todo se basa en producir más, trabajar más para tener más y más, acumulando riquezas, aunque se superdesarrollen, se superperfeccionen los sistemas, los mecanismos, la calidad de vida será una porquería.
Las dictaduras de izquierda nos han enseñado que jamás serán el camino para lograr nada, porque aplastan el individualismo, a las libertades. Pero este otro extremo tampoco es la solución, según mi parecer.
Lo que vi allí es un terreno fértil para que crezca la soledad, la depresión, el egoísmo y no germine nunca la solidaridad, la humanización. Lo más doloroso para mí es que no es sólo Suiza la que ha caído en eso. Veo otros países en ese camino.
Ojo, quizás allí no quieran trabajar más para enriquecerse más. Es extraño, pero puede suceder. Quizás allí les da igual que les sobre el dinero, porque su objetivo es simplemente trabajar y trabajar por “placer”. Esa quizás es su forma de ser feliz. Entonces merece un análisis distinto, psicológico y sociológico, porque no me suena sano tampoco.
Por ejemplo, yo opino que lo que hago con el humor (escribir, actuar, teorizar, etc) no es trabajo, ya que me da tremendísimo placer. Es mi profesión, mi pasión, mi todo. Me considero un ser muy afortunado por trabajar en lo que de verdad me fascina. Y sé que a la mayoría de la gente no les sucede eso, lamentablemente. Sin embargo, a pesar de no ser un trabajo para mí, necesito y me encanta tomar vacaciones con mi familia y “desconectar”, incluso para renovar energías y “cargar pilas”. Es realmente sano tomarse las lógicas y merecidas vacaciones. Por ello el resultado de ese plebiscito lo veo increíble, algo que no está bien, repito, aunque algunos defiendan aquello y otros me malinterpreten y crean que soy un intransigente, un intolerante. Aclaro una vez más: ellos pueden vivir así, que yo no paso de estas líneas para hacer algo en su contra. Yo dejo vivir. Sólo que tengo derecho a opinar y lo hago, porque no me gustaría que las demás sociedades hicieran lo mismo. Y si por mayoría la mía decide imitarlos, perfecto. Me voy a otro país y solucioné mi problema. Ya dije hace poco que la patria la hace uno mismo.
Pero vuelvo a Suiza. Hace poco el mundo se sorprendió con el escándalo de Oprah Winfrey, que confesó que en una tienda en Suiza (no recuerdo la ciudad específica) pidió ver una cartera y la empleada le dijo que era muy cara para ella, al no reconocer a la multimillonaria productora y presentadora de tv y sólo ver su facha casual y su piel negra. Hoy, conociendo cómo es aquello y por las historias que me contaron sobre la discriminación que existe en ese país no me sorprende lo de Oprah.
Y allá ella si quiere depositar sus riquezas en ese paraíso fiscal. Porque ese es otro punto que me golpea: a los banqueros suizos, orgullosos de su neutralidad, les da igual que sus clientes sean mafiosos, dictadores, criminales, etc.. Ellos, sin escrúpulos les guardan y protegen sus dineros y se los manejan. Busines are busines, es su única ética, aunque esos billetes estén manchados de sangre, sudor y lágrimas.
Conclusión, el que desee ir a vivir a Suiza, felicidades. Pero yo no podría vivir allí. Con el respeto de muchos, yo prefiero un poco de subdesarrollo ante aquella perfección. Yo soy casi germánico con la puntualidad, el que me conoce lo sabe. Yo respeto mucho el tiempo de los demás y exijo que respeten el mío. Pero una cosa es eso y otra es darle a la puntualidad más valor que la libertad misma.
Prefiero una ciudad donde la gente camine por las aceras, donde las palomas se cagan a los próceres en sus monumentos, donde una pareja se besa en el banco de una plazoleta, donde un perro le ladra a un motociclista, donde un desconocido te comenta algo al pasar. Ahí hay vida para mí. Y conste que me encanta que el sistema de transporte sea buenísimo y que en mi ciudad se instalen todos los adelantos tecnológicos del mundo para mejorar nuestra calidad de vida, por supuesto.
Es obvio que no quiero ver ni a mi ciudad ni a mi país destruido. Y que tenga que venir la Cruz Roja a rescatarnos. La cruz de la bandera suiza, precisamente.
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