Visas y visitas de un viejo en viaje No. 9

Voy a comenzar con una reflexión sobre cuál es mi verdadero placer al viajar a lugares nunca antes visitados.
El otro día comentábamos con una gran amiga, que cada cual tiene sus objetivos propios para viajar dentro y fuera de su país. Para muchos es sinónimo de descansar, vacacionar, “desconectar” del estrés diario. Para otros significa conocer gente y lugares nuevos. Pero en mi caso, además de los anteriores motivos, se le suman dos más y muy importantes. Uno, que me pasé 39 años de mi vida con tremendos deseos de hacerlo y las represivas leyes de Cuba no me lo permitían. No sé si a otros coterráneos les pasa lo mismo, pero a mí se me acumularon esos deseos de tal forma que nunca parecen saciarse. Y dos, porque me estimula, me excita, saber que voy a estar “en vivo” en los mismos lugares que leí en libros de Literatura e Historia, o que disfruté en películas. Por ello fue fuerte cuando me vi en Malasia el año pasado, tratando de reconocer escenarios de las aventuras de Sandokan que yo devoraba una y otra vez en mi niñez y adolescencia, por poner un ejemplo.
De esa manera, cuando llego a un lugar y no le encuentro el espíritu de su Historia, su cultura, las características y costumbres de su gente, etc., quedo decepcionado. Y que conste que no me refiero a visitar museos o demasiadas iglesias, etc., porque sin conocimiento previo de que te interesará, esas visitas equivalen a perder el precioso tiempo que tienes para tu propio turismo cultural. Y obvio que me alejo de recorridos guiados y esas cosas.
Pues bien, para el viaje a China, en específico a Shanghai, llevaba en mi mochila las ganas de ver templos, mercados populares, comidas, vestuarios y un largo etcétera compuesto por todo lo que significa esa cultura milenaria. Pero también tenía en mente la posibilidad de encontrarme con la frecuente presencia del Glorioso Ejército Rojo, las estatuas y mausoleos en honor a Mao y a la Revolución, así como la aplastante cotidianidad del omnipresente e inmortal Partido Comunista Chino.
¿Pero les confieso algo? Desde el aeropuerto, el hotel, las caminatas por los alrededores del mismo, la programación de televisión que puse en nuestra habitación para curiosear y todo lo demás que hicimos, sólo vimos un modo de vida demasiado occidental, específicamente demasiado norteamericano (la parte mala y fea de éste, claro) y aquella cultura “milenaria” se nos convirtió en cultura “millonaria”.
Me detengo un instante aquí, para contarles que pagamos un ticket para subirnos a un bus que recorre una buena parte de la ciudad. Nos sentamos en el segundo piso donde no hay techo para tener una mejor panorámica. Ahí uno puede ponerse un audífono y escoger el idioma en que desea escuchar la información que te entregan de los edificios, calles y lugares que vas mirando. Por supuesto, el mío no funcionaba el botón de “español”. Ni siquiera el de “inglés”, así que tuve que oír todo en ruso, porque no quise el chino por venganza. Por ello me enteré que un edificio (al parecer del siglo XIX, fue construido como sktreshovayak y de ahí su importancia, supongo).
En ese bus también me di cuenta de un hecho curioso. Los ancianos y los niños bien pequeños me miraban siempre entre extrañados, curiosos y asustados. Al principio me afligí creyendo que eso sucedía por ser yo un viejo muy feo, pero viendo tantos viejos feos a mi alrededor deseché la idea. Y me convencí de que era a causa de mi pelo totalmente blanco y de mis ojos tan abiertos, algo muy difícil de ver entre los chinos. Pues el asunto pasó de ser un hecho interesante para convertirse en un problema, ya que los niños comenzaron a llorar desconsoladamente sin apartarme la vista y los ancianos a señalarme con sus dedos. Entonces los familiares protestaron ante chofer y éste, sin más ni más me pidió –en mandarín, eso sí-, que me bajara ahí mismo (frente a la antigua Plaza de Ktrastmulaknovky, según la traducción rusa que oí) y tuve que obedecer, obvio, con mi cara colorada por la vergüenza, por la impotencia y por las ramas altas de los árboles de las aceras, que me golpearon en pleno rostro durante el trayecto hasta ahí.
Pero continúo con la reflexión.
En casi toda la ciudad germinan los rascacielos, bien modernos, bien tecnos y con diseños preciosos, eso sí.
La enfermedad del “mall” los agarró y esos conglomerados de tiendas aparecen en cada cuadra. La aplastante propaganda de casas comerciales vedadas por nuestro bolsillo y muchas veces vedada por nuestro gusto como Louis Vuitton, Emporio Armani, Cartier, y mil más, se confunde con las plebeyas de MacDonals, Starbucks, Hat y otras que conocemos.
En fin, para ver lo que pensaba y quería conocer de mi viaje a China, me costó mucho y para eso con la dificultad de estar ante una falsedad, una mentira, porque fuimos, por ejemplo, a un mercado popular creado con arquitectura autóctona, como si fuera un barrio chino feudal y nos enteramos de que fue construido hace unos tres años. Por suerte, logramos ver algunos artesanos, algunos artistas increíbles, anticuarios, comer verdadera comida china, etc. También visitamos la casa del gran poeta Yu, del siglo XVIII (cualquiera en esa exquisita y enorme mansión podría escribir los versos más tristes y alegres de este mundo), y dos o tres atracciones más, porque tuvimos la suerte de contar con mi cuñado que vive en la ciudad de Yiwo (a cuatro horas de Shanghai) y se sabe casi todos los rincones de esa urbe, incluyendo un falso templo donde la gente se reúne los domingos espirituales para jugar bingo y hacer karaoke.
Pero así y todo me sentí decepcionado. Ni la vida de un genuino barrio chino como el de Nueva York, ni un templo donde se practique artes marciales, rituales, meditaciones, sapiencia oriental, etc., como lo que uno leyó de Lin Yutang, o de las historias de Marco Polo, o en “Las Tribulaciones de un chino en China” de Jean Paul Belmondo, ni casi nada de la cultura Ming, Tang, aunque sean jarrones, por solo mencionar algo.
Voy ahora con ametralladora: existen muy pocas bibliotecas, muy pocos teatros, muy pocas galerías de arte, muy poco artesanos, etc. Todo es caro. Casi todo es mal oliente. Los niños defecan en la calle ante la vista de todos. Ojo, los pantaloncitos ya vienen de fábrica con el hoyo en el trasero y como no se usan pañales, es fácil para los padres ponerlos a hacer caca en aceras y calles.
Termino con la ametralladora: la gente es bastante rudimentaria, hosca, mal educada e ignorante. Las motos subiéndose por las aceras y sin detenerse en roja ni ante las cebras. Y otros etcéteras, que no deseo ni contar.
Que conste que esta fue nuestra experiencia. Si alguien vivió otra cosa diferente en su viaje, tendrá tanta razón como yo, pero uno habla de lo que es testigo, de lo que interpreta de lo subjetivo y de lo que escucha que le cuentan cuando pregunta.
Me contaban también que desde hace unos años, al repuntar tanto la economía, la clase media se hizo muy fuerte, la pobreza disminuyó mucho. Y aún cuando los ricos son muy ricos y la famosa “brecha” entre ricos y pobres es abismal, la mayoría del pueblo está contento con su vida, porque tienen pan y circo, pueden comer, vestir y manejar lo mismo que ven en los comerciales de la tele.
Por eso la cuestión de vivir en una dictadura no les importa para nada. No sufren porque no hay democracia, o porque la mayoría de las autoridades son corruptas, o porque te ponen muchas restricciones valóricas, o se violan los derechos humanos, etc.. Esas son cosas de intelectuales o de estudiantes, como los que asesinaron en Tianamen. Dice buena parte del pueblo que mientras se viva con ese nivel de consumo material, que siga el PC Chino eternamente.
Por lo tanto, tampoco pude ver el culto a la personalidad a Mao, los carteles, esloganes, etc., sobre el Glorioso Ejército Rojo, La Revolución y demás cosas del “Gran Hermano” que pensé ver.
Pero bueno, de todas formas valió la pena el viaje y uno hace esta reflexión y la guarda, porque de lo contrario perdió el tiempo y la plata en ese viaje, con lo lejos que está China. Por lo tanto, decidimos no pensar en lo malo, ni siquiera en lo pésimo y sacarle jugo al viaje.
Así, me hice para mi colección de aerófonos, de una flauta de porcelana –ejemplar único-, hecha en Shanghai en 1870. Como ya subimos fotos y videos, gozamos de los increíbles talentos y habilidades de esos artistas plásticos. Y, repito, la arquitectura de rascacielos es fantástica y también las carreteras dentro de la ciudad como soluciones viales. Y buscamos restaurantes buenos, aunque muy caros y probamos muchos sabores increíbles.
Sin embargo, en la más rural y pequeño poblado de Yiwo (tres millones y mediod e habitantes), la cosa se tornó más aburrida y decidimos hacer vida de familia con mi cuñado, esposa e hijo y hacernos masajes y descansar, porque otra cosa es imposible.
Por supuesto, jamás en China pude enviar un correo por gmail, ni entrar a facebook, porque el Gobierno tiene todo eso prohibido y controlado, pero no nos importó, ya que tuvimos mucho tiempo para “vitrinear” en los malls y empaparme de la milenaria cultura china escuchando a Justin Bieber en casi todas las emisoras de radio.
Añadir nuevo comentario