Pelayaserías - Blog de Pepe Pelayo
Sitio del Ministerio de Educación con mis libros para niños
En este sitio del Ministerio de Educación de Chile, veo estos 12 libros míos para niños. No sé cuál fue el criterio de esa selección. Ahí faltan 35 más y varios muy solicitados en los Planes Lectores de las escuelas como "El hombre lobo de Quilicura", "El secreto de la cueva negra", "el cuento de la Ñ", "Trinos de colores", "Ada y su varita" y otros.

Cuentos serios de bufones #14
Érase una vez, hace poquísimo tiempo y en un lugar muy cercano, un bufón que tenía un hijo muy pequeño. Desde los 3 años la gente veía al niño hablando solo; es decir, contando chistes, realizando mimos, muecas y gracias, siempre jugando a ser él un bufón, como si estuviera haciendo reír a alguien.
El papá bufón se preocupó por la extraña conducta de su hijo y comenzó a investigar, descubriendo que el niño tenía un amigo imaginario.
Se sabe que muchos niños inventan amigos irreales para sociabilizar y jugar. Sin embargo, lo especial en este caso es que el amigo imaginario no era un niño de su edad, ni siquiera era un adolescente. ¡Su amigo era un adulto mayor! Y con él jugaba todo el tiempo haciéndolo reír en sus prácticas para ser un bufón profesional como su padre. Y también compartía su vida personal, claro está, confiándole todo.
Y así el muchacho fue creciendo y con él envejecía aún más su amigo imaginario.
Se convirtió entonces aquel niño en un simpático joven y tuvo que ponerse a buscar su repertorio y estilo propio de bufón, para sustituir a su padre, ya retirándose de su gratificante oficio.
Y el joven bufón decidió explotar su talento como ventrílocuo. Se sentaba en sus rodillas un muñeco de aspecto de anciano, el cual bautizó como Sigfrido, porque así se llama su viejo amigo imaginario. Y manipulando por detrás al muñeco y sin mover los labios, proyectando su voz desde el estómago, lograba hacer reír a su publico tanto en el Palacio como en la plaza de Villa.
Pero su mayor éxito fue cuando su amigo imaginario le propuso que al ser él una persona irreal; es decir, alguien que nadie más que el joven podía ver, aprovecharía eso y se pasearía entre los espectadores, escucharía lo que hablaban y todo lo que averiguara se lo transmitiría al oído al joven y así parecería que además de ventrílocuo, el bufón era adivino. Todo en clave de comicidad, por supuesto. Y el show del hijo del antiguo bufón fue un éxito total hasta en varios Reinos vecinos. Nadie podía creer todo lo que decía y sabía el gracioso muñeco Sigfrido.
Pero no todo fue risa, fama y complacencia en la principiante carrera de aquel bufón.
Al paso del tiempo el amigo imaginario, cada vez más viejo, se fue enfermando, se fue apagando, hasta que un fatal día falleció.
El nuevo bufón de Palacio sintió un gran dolor. ¡Una vida compartiendo con su amigo! Y ahora lo perdía para siempre, asumiendo por primera vez él solo su responsabilidad personal y profesional.
Pero el show debía continuar, como dice el dicho, y tuvo que presentarse ante el Rey y su Corte para hacerlos reír. Llegó al salón sin ánimo, sin deseos y sin chispa alguna. Sintió miedo porque su estado de ánimo lo podría llevar al fracaso y sabía que si no le sacaba una sonrisa al Rey su carrera podría peligrar.
Nervioso, colocó el muñeco sobre sus piernas y mientras pensaba y decidía rápidamente qué decir, su sorpresa fue enorme al ver a Sigfrido hablar solo, independiente, y sacándole carcajadas enseguida a la audiencia. Solamente tuvo que imitar que lo manipulaba.
Entonces, en un susurro salido de su estómago -que nadie del público escuchó-, el bufón le agradeció con todo su corazón a Sigfrido. Es que un amigo, real o imaginario, si es verdadero, nunca nos falla.

Cuentos serios de bufones #13
Érase una vez, hace poquísimos años y en un lugar muy cercano, el nieto del retirado bufón de Palacio salió acongojado a las calles de aquel villorio a causa de la impotencia de ver a su abuelo deprimido por no tener ya la habilidad de hacer reír.
Pasando por una estrecha calle encontró a un hombre vendiendo flores, frente a un local con un letrero en su puerta que decía: “Escuela de graciosos”. No lo podía creer.
Pero reaccionó y entró enseguida. Lo atendió un anciano de baja estatura con un sombrero extraño. “Quiero aprender a ser cómico”, soltó de inmediato. “Claro, para eso eres el nieto del antiguo Bufón de Palacio”, dijo el viejo. “¿Cómo lo sabe usted?”, quiso saber el muchacho. “Eso no importa, hijo”, le respondió el anfitrión, “lo importante es que te prepares ya para la primera clase”. Y le indicó al chico que se pusiera a hacer gracias a la gente que pasaba por la calle. El aprendiz de bufón comenzó a soltarse poco a poco y en un momento ya se reía de un comerciante que usaba peluquín, de un carbonero de enorme nariz, etcétera. De pronto fue llamado por el anciano, que lo regañó explicándole que no era bueno burlarse de los defectos físicos, ni de nada que podría dañar a las personas.
Entonces el pichón de bufón cambió su rutina y comenzó a contar chistes infantilones que recordaba; también a burlarse de feos actos que cometía la gente, como de un ladronzuelo, de un caballero que despreciaba a los demás a su paso, etcétera.
El anciano lo felicitó antes de irse de vuelta a su casa.
El chico no quiso contarle a nadie, ni a sus familiares, “hasta no graduarme de bufón”, se dijo, para darle la sorpresa a su abuelo.
Al otro día, bien temprano, regresó a la calle estrecha, reconoció al vendedor de flores, pero para su asombro, no existía el local con el letrero en su puerta. En su lugar estaba un puesto de frutas atendido por una mujer. No podía creerlo. Le preguntó varias veces al vendedor de flores y éste sólo se encogía de hombros. El aprendiz de bufón, con lágrimas en los ojos, dio media vuelta y se alejó alicaído. Pero al llegar a la esquina escuchó la voz del vendedor de flores que le gritaba: “¡Oye, niño, ayer me reí mucho con el chiste del perro y el gato!”. Al oír aquello el muchacho se volvió, pero de nuevo la sorpresa: el vendedor de flores no estaba por todo aquello.
El chico se demoró en entender. Pero al final sus ojitos brillaron y una sonrisa iluminó su rostro. Regresó a casa haciendo pataletas en el aire y pensando en su primera lección: “Ser bufón es mágico”.

Publicado el libro "La Metahumorfosis"
Acaba de publicarse mi libro No. 59: "La Metahumorfosis. Vivencias y reflexiones de un humorista". El texto de contraportada dice:
Las “vivencias” no son más que las experiencias de un profesional al crear humor literario, gráfico, escénico y audiovisual, además de incursionar en la aplicación del humor a la vida en diferentes campos como la salud, el hábito lector, la pedagogía, el mundo laboral, etcétera. Se trata de su proceso creativo, el aprendizaje de los distintos lenguajes artísticos, sus éxitos y frustraciones. Y las “reflexiones”, no son más que artículos ensayísticos, conjeturas y análisis que van surgiendo a través del recorrido por sus vivencias y que el autor considera conceptos dudosos o muy importantes para continuar entendiendo su evolución como humorista; o sea, su metahumorfosis.
Nota 1: Recuerdo que estos libros de y sobre humor para adultos -que se están publicando uno o dos al mes-, estaban escritos desde hace años, en esos tiempos en que sólo me dedicaba a los libros de humor infantil. Pero ahora decidí desempolvarlos.
Nota 2: Se puede adquieir en:
https://www.amazon.es/l/B085DC4BL2?_encoding=UTF8&redirectedFromKindleDb...

Morir por la patria no es vivir
Anoche reflexioné sobre lo siguiente, a propósito de una película que vi y una noticia que leí.
En Cuba una vez me pidieron “voluntariamente” que fuera a combatir en Angola y obviamente no fui. No acepté a pesar del miedo a lo que te pudiera pasar, porque no era mi guerra. Entonces, si me pidieran ahora que fuera a defender a mi Chilito, porque un país vecino lo ataca, también diría que no.
Las guerras son evitables y sólo les beneficia a unos pocos (políticos, militares, empresarios, etc.). Y los que ponen los muertos son los soldados.
Pero además, a mí no me dice nada ni la bandera, ni el escudo, ni el himno, ni ningún otro símbolo de esos. Y sobre todo, no creo en el concepto de patria. Patria, para mí, es mi casa, mi familia, mi trabajo, mis amigos y todas las personas éticamente buenas que me rodean, las conozca o no.
Ahora, amigos, quiero que se hagan la pregunta que yo me hice. Si te llaman a una guerra, ¿sabes que te arriesgas a morir? ¿Estás dispuesto a dar la única vida que tienes para defender a compatriotas asesinos, delincuentes, violadores, narcos, mafiosos, criminales, pedófilos, corruptos, traidores, abusadores, encapuchados, violentistas, policías que hacen mal uso de la fuerza, ambiciosos, oportunistas, inescrupulosos y un larguísimo etcétera? Yo no.
Pero el que quiera poner el muerto y convertirse en mártir, que lo haga. Enhorabuena.
El que desea cumplir con ese sentimiento que le enseñaron desde niño de que la patria es lo más grande que hay, que lo haga. Enhorabuena.
El que quiera ser héroe o mártir porque su país, su sociedad, su pueblo, necesita una revolución, que lo sea. Enhorabuena
Y ojo, no digo que hay que presionar, hacer campañas, protestar, para que tengamos una mejor calidad de vida, para que haya justicia social, etc., ¿pero con violencia, yendo a una guerra civil, destruyendo? No, no voy a poner el muerto, ni física ni emocionalmente.

Matar a Woody Allen, según Elvira Lindo
La gran escritora española, Elvira Lindo, escribió este texto para El País, el cual tituló "Matar a Woddy Allen", ese maestro de maestros de humoristas. Copio fragmentadamente ese artículo aquí, porque coincido con ella en los miedos que nos produce esta época irracional de odios, resentimientos, extremismos, violencia y agresividad que estamos viviendo. Y miedo por el humor también, que se ve amenazado por los desenfrenados dictadores minoritarios, pero que pueden arrastrar con ellos a las mayorías incautas, como sabemos.
"Un amigo que anda escribiendo sobre lo distópico me confesó esta semana que siente como que esa distopía que ocupaba sus horas de estudio le ha alcanzado. Lo comparto. La sensación de que en este momento es el futuro el que nos pisa los talones y nos obliga a andar con la lengua fuera, huyendo de todos aquellos temores que nos inculcaron desde Orwell hasta el terrorista antitecnológico Unabomber.
Hoy la furia es la expresión con más prestigio de todo el catálogo de sentimientos. Si lo que se defiende no se expresa con furia aparece como desinflado, fofo. Es una especie de virus del comportamiento tan contagioso como el de Wuhan. Infectados por esa enfermedad social de la furia, los empleados americanos de la editorial Hachette salieron a la calle para protestar por la publicación de las memorias de Woody Allen, "A Propos of Nothing". Parece no importar que la justicia haya desestimado dos veces la culpabilidad del director en los abusos que le achaca su hija. No basta con que actores y actrices hayan renegado públicamente de él cuando hasta antes de ayer se rendían babosamente a sus pies; no resulta suficiente castigo el que ya no se estrenen las películas en su país, o que se haya convertido en un apestado social en esa ciudad que en parte inventó. Hay que matarlo. Se trata de la damnatio memoriae que se practicaba en la Antigua Roma con los considerados enemigos del Estado, aunque allí, al menos, se esperaba a que el condenado falleciera para borrar todo aquello que lo recordara.
Hachette se retracta y decide no publicar las memorias de Woody Allen. Colaboran, pues, en borrar las huellas de Allen de su país como se desinfecta un virus muy contagioso. Hay tantas razones hoy para estar asustada, tantas, que destinar la furia a matar a Woody Allen es un síntoma distópico en sí".







