Pelayaserías - Blog de Pepe Pelayo
Cuentos serios de bufones #9
Érase una vez, hace poquísimos años y en un lugar muy cercano, un respetable Barón de la Corte de Palacio se dirigía hacia el aposento del bufón, donde descansaba éste.
Es que esa misma noche el cortesano debía asistir a un banquete importante, donde pensaba pedirle apoyo y consejo a sus pares, en su plan de solicitarle más tierras al Rey.
“Necesito que me des un buen chiste sobre su Majestad”, casi le exigió al bufón.
“Lo siento, pero no regalo ni presto chistes”, le respondió el hombrecito de sombrero de cascabeles, “sólo los vendo, para que las personas como usted valoren más la creación chistosa. Es mi experiencia”.
“Pues te lo compro”, así de necesitado y apurado estaba el Barón. “Muy bien”, dijo el bufón y agregó: “ahora dígame las características del público que le escuchará su chiste, en cuál momento del banquete los contará, si desea provocar carcajadas o sólo sonrisas, y si quiere que sólo se rían con el chiste, o que rían y además los haga pensar, también si es un chiste que se burla del Rey o solo lo menciona, y si…”
“¡Tanto lío para un simple chistecito!”, interrumpió el Barón. “Y más…”, contestó el bufón alejándose.
Al cabo de unos minutos ya el distinguido Caballero tenía en su poder varios chistes. Los leyó y rió mucho por lo ingeniosos que estaban. Escogió uno pensando que le podría servir para mejorar su imagen de persona simpática y que a la vez le abonaría el terreno para cuando les pidiera el favor a sus pares.
El bufón quiso darles varios consejos de cómo contarlo, qué hacer ante imprevistos, etc., pero el acelerado Barón no tenía tiempo para eso y le ordenó al bufón que se lo escribiera todo en un papelito, mientras él buscaba las monedas para pagarle.
Esa noche el Noble esperó la oportunidad para contar su enjundioso chiste que ya tenía aprendido de memoria, y llegado el momento, lo contó ante la atención de todos los presentes.
Sin embargo, al finalizar de contarlo, y en contra de sus expectativas, sólo provocó algunas sonrisas de cortesía entre los demás Caballeros.
Al verlo tan desolado, uno de sus pares le pidió que explicara el chiste, por qué no lo había entendido bien.
El distinguido Barón deseó que se abriera la tierra y se lo tragara en ese instante. ¡Ni siquiera guardó el prospecto que le había dado el bufón!
Pronto nuevo título publicado
Como comenté en esta página hace unos días, me he propuesto publicar libros míos cada uno o dos meses (aprox.). Libros que han caducado sus contratos o libros inéditos, porque se me han acumulado unos cuantos.
Ya publiqué los dirigidos a adultos: "Hamor y Umor" y "Los Señores Ortega & Gasset". Este mes de enero le toca a uno muy especial. Lo titulé "Chanzas de Matanzas".
Son cuentos también para adultos, donde mi ciudad natal está de fondo y están ubicados en la época que me tocó vivir allá.
¡Pronto! ¡Por esta misma pantalla!
Orión y Pipita. Cuento No.3
"EL CRIMEN"
-¡Orión!
-¿Qué sucede, Pipita?
-¡Han entrado a tu baño dos hombres trastabillando!
-¿Y qué hago? Es un evento importante y tienen derecho a entrar así, ¿no?
-Lo sé, pero debes asomarte por la ranura de tu puerta a ver. ¡Algo me huele mal!
-Deja ver… Bueno, están abrazados frente a los lavamanos.
-¿Serán amantes?
-No creo. Espérate para escuchar bien… El flaco le dijo al más bajito… no escucho bien… dijo algo sobre un vino de caja.
-¿Vino de caja? ¿Se le llama así a venir tropezando? ¿Y la caja es por la caja de muerto?
-No, Pipita. Me imagino que le dijo algo así como que huele a vino de caja.
-¿Qué significa eso, Orión?
-¿No has probado esos vinos que venden en cajas de cartón? Es como beber vinagre casi.
-No. ¿Pero no te dije que algo me huele mal?
-Ahora el más bajito se metió en un cubículo, supongo que fue a orinar.
-¡Sabe dios lo que hará ahí!
-¡No pienses mal, Pipita¡
-Mira, Orión…
-¿Qué cosa, Pipita?
-Nada iba a decirte: mira, Orión… que miraras, ¿entiendes? Para que me contaras cuándo saliera el tipo.
-Ah, está bien… Oye, el flaco sacó jabón líquido del dispensador, ¡y de su mano se lo llevó a la boca!
-¿Cómo?
-Se echó jabón en la palma de la mano y…
-Yo entendí, Orión. Dije “cómo”, como una expresión de asombro.
-Ah, está bien… Pues parece que pensó que era pasta de diente, porque se está restregando los dientes con el dedo.
-Ah, pobrecito, fue para quitarse el tufo que le dijo el otro.
-¡Oye, el bajito salió del cubículo con todo el pantalón mojado. Creo que ni se abrió la cremallera para orinar.
-¡Imbécil!
-¿Por qué me dices eso, Pipita?
-No era a ti, Orión, era al hombre ese. ¡Qué asco!
-Ah, está bien… Pues el bajito fue hacia el secador de manos y lo echó a andar para secarse el pantalón, pero como no llega por su baja estatura, está dando brincos para que le llegue el aire caliente a esa zona.
-No lo puedo creer.
-Te lo juro, es como si tuviera muelles en los pies. ¿Por qué te voy a mentir, Pipita?
-A ti te creo, Orión. Mi expresión fue por la incredulidad de que el tipo haga eso.
-Ah, está bien… Te diré que el flaco vio a su compañero haciendo eso y sacó un pañuelo del bolsillo.
-¿Para qué un pañuelo? ¿Tratará de secarlo con eso?
-No, porque ahora se arrodilla en medio del baño, se inclina hacia delante…
-¿Es musulmán y está rezando?
-No creo.
-Yo sé que tú no eres creyente, Orión.
-No, digo que no creo que él sea religioso, Pipita.
-Ah, está bien… ¿Y qué está pasando ahora?
-Sigue arrodillado y está doblando el pañuelo con cuidado, pero se enreda bastante.
-No entiendo.
-Que le cuesta doblar el pañuelo, Pipita, ¿estás sorda?
-¡Dije que no entiendo lo que quiere hacer ese tipo!
-Ah, está bien… Pues al fin terminó y coloca el dichoso pañuelo, mal dobladito, en el piso…
-¿No será un ritual, Orión?
-Puede ser, Pipita. El caso es que recostó su mejillas en el pañuelo y se acostó a la larga boca abajo.
-No te dije. Es un ritual. Seguro que ahora convulsiona, o se mueve de forma extraña…
-Sí, se está moviendo…
-¿No te dije?
-Se estaba acomodando, Pipita. Creo que se echó a dormir ahí.
-¿Tanta cosa para dormirse, Orión?
-¡Ya el bajito dejó de dar brinquitos!
-Menos mal. ¿Y se le secó el pantalón?
-No… ¡Eh! ¡Volvió a brincar!
-Esta gente no está bien. ¿Por qué brinco ahora, Orión?
-Porque vio a su compañero acostado en el piso y ha pegado tremendo brinco del susto.
-¿Susto por qué?
-Porque el flaco de verdad parece que está muerto, Pipita. ¡Y con esa espuma saliendo de su boca…!
-¿Del jabón líquido, Orión?
-Así es. Ahora el bajito lo está zarandeando, pero el flaco no despierta.
-¿Tanto sueño tenía ese hombre?
-El bajito le está tomando el pulso al flaco, mientras menea la cabeza como negando…
-¿Pero di algo, Orión!
-No está pasando nada nuevo, Pipita. El bajito está pensando.
-¡Te dije que dijeras algo sobre este extraño asunto, ¿estará muerto de verdad ese tipo? No lo dije para que me contaras lo que sucedía.
-Ah, está bien…. Este, mira, sobre eso nada más te diré que no creo que esté muerto.
-¡Pero di algo más, Orión!
-Mira, las probabilidades de que…
-No, ahora quise decir que dijeras algo más de lo que pasa ahí dentro.
-Ah, está bien… El…
-Espera, antes de que continúes. Dime una razón válida para que afirmes con tanta seguridad de que no está muerto ese flaco.
-Porque la teoría de las probabilidades nos dice que es casi imposible que la gente se muera en los baños después de decidir acostarse a dormir en el piso, ¿entiendes?
-¿Esa es tu única razón, Orión?
-Esa y porque acabo de ver cómo el flaco se rascó un poco el trasero sin abrir los ojos y siguió durmiendo como si nada.
-¡Ay, que alivio!
-¿Te picaba a ti también?
-¡No, Orión! Me refería a que me deja más tranquila que no haya un muerto en el baño.
-Ah, está bien… Pero te cuento que el bajito no lo vio moverse, porque ahora le está poniendo su oído en el pecho del flaco, como oyendo los latidos.
-Sigue comprobando si su compañero está vivo o muerto.
-Sí… ¡Ay, mi madre! El bajito le golpeó el pecho con el puño cerrado al flaco y acto seguido le tapó la nariz y le está aplicando respiración boca a boca.
-¿Y el aliento a vinagre? ¿Y el jabón líquido?
-¡Qué sé yo! Ese hombre no sabe qué hacer, Pipita. Se puso de pie y parece que sigue con dudas de si está vivo aún.
-¿Por qué lo dices?
-Por su expresión y porque está arrancando el espejo del lavamanos.
-¿Pero por qué hace eso?
-¡Ya lo sacó, Pipita! Y es grande el espejo.
-Se le puede caer de las manos y herirse y hasta matarse.
-Cállate, Pipita. Ya tenemos a uno casi muerto. No llames más desgracias.
-¿Pero qué hace con el espejo?
-Con tremendo trabajo se lo está acercando a la boca del flaco.
-¡Ah, es para comprobar si respira, Orión!
-Parece… Creo que se convenció de que su amigo está muerto, Pipita. Comenzó a santiguarse frente a él con mucha solemnidad.
-¡Hay que decirle que no está muerto!
-Espera, acaba de verse en el espejo que dejó recostado a la pared y está poniendo distintas expresiones, hace gestos, pone poses… Creo que le gustó verse como una autoridad, como un policía o algo así. Incluso camina dando una vueltecita sin dejar de mirarse.
-¿Y trastabilla?
-Todo el tiempo… Se quedó mirando al flaco en el piso y creo que se le ocurrió algo.
-¡Por dios! ¿Qué hará ahora?
-Está sacando papel higiénico del rollo, Pipita.
-¿Le entraron ganas ahora, Orión?
-No, con la pose de autoridad está colocando en el piso el papel higiénico, alrededor de todo el cuerpo del flaco, como dibujando su silueta.
-¿Como si fuera una escena del crimen?
-Exacto. Y está colocando el papel higiénico de pared a pared, como si fuera la cinta esa que pone la policía para delimitar la escena del crimen.
-¡Yo sabía! ¿No te dije que algo me olía mal, Orión?
-Pero no defecó, Pipita, te dije que usó el papel para otra cosa. Además, no han hecho nada malo.
-¿Ah, no? Desde que… ¡Oye! ¡Está entrando otro tipo a tu baño!
-¡Ya lo veo! Es el maestro de ceremonias del evento, ¿no?
-¿Por qué lo sabes?
-Porque es un tipo estirado y con ese frac…
-¿Y qué reacción tuvo el bajito al verlo entrar, Orión?
-Nada, se quedó observándolo y lo siguió con la vista hasta que el tipo se metió en un cubículo.
-A orinar, supongo, ¿no? ¿Y qué hace el bajito? Espero que deje tranquilo al del frac.
-El flaco sigue paseándose por todo el baño, tropezando y con su pose autoritaria, ahora pone los ojos achinados como si meditara.
-Creo que hay que sacarlo de ahí, Orión.
-Espera, Pipita, salió el maestro de ceremonias y fue a lavarse las manos.
-Lógico.
-Pero el bajito se le acerca, espera… le dice en actitud de ser un interrogatorio oficial que dónde estaba hace un rato. El hombre lo mira y no le responde. El bajito le pregunta si tiene una coartada. El tipo lo mira con cara de pocos amigos…
-¡Ay, dios! ¡Esto va a acabar mal!
-El bajito le pregunta qué relación tiene con el muerto. ¡Y el tipo le pega tremendo puñetazo en la mandíbula al bajito!
-Lo sabía, Orión. ¿Llamamos a la policía?
-Espera. El flaco se recupera, lo mira como desafiándolo y sale corriendo y gritando, ¿lo escuchas?
-Sí, lo oigo, “¡El mayordomo es el asesino!”, ¡el mayordomo es el asesino!”… Oye, ¿y qué hace el del frac?
-Deja ver… se acerca al espejo…. Ahora está poniendo distintas expresiones, hace gestos, pone poses… Le gustó parece verse como un mayordomo criminal. Incluso camina dando una vueltecita sin dejar de mirarse…
Día de los Inocentes
En la Antigua Roma a la risa se la invocaba mediante fiestas auspiciadas por el Estado. Una de ellas fue la “Hilaria” (alegría) que se celebraba cada 25 de marzo para festejar el equinoccio de primavera, y se caracterizaba por los juegos y bromas, De ahí que la palabra hilaridad sea, en castellano, sinónimo de risa y algazara.
Actualmente tenemos el Día de la Risa, el Día del Humorista, etc. Pero uno de las más antiguas festividades en esta temática, es el Día de los Inocentes que se celebra el 28 de diciembre.
¿De dónde salió eso? Pues la Iglesia Católica escogió esa fecha para conmemorar la matanza de los niños menores de dos años nacidos en Belén (Judea), ordenada por el rey Herodes I el Grande, con el fin de deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret. Esa anécdota la cuenta el evangelista Mateo en el Nuevo Testamento.
¿Pero cómo se puede celebrar con bromas, chistes y risas un hecho tan cruel? Cosas de los curas, dirán algunos.
Pues unos cuantos lo explican diciendo que en la Edad Media, la celebración se fue fusionando con un rito pagano conocido como la "fiesta de los locos" y que era celebrado en los días comprendidos entre Navidad y Año Nuevo.
La fiesta se llamaba “Obispo de los locos” en España; “Episcopus puerorum” y “Abbas stultorum” en Francia; “Obispo dei pazzi” en Venecia; “Boy bishop” en Inglaterra, y así, según cada país.
Aunque sólo en España habría terminado asociada a las inocentadas que celebramos el 28 del presente (y en toda Hispanoamérica, obvio), mientras que en el resto de los países europeos la tradición se celebra el primer día de abril, por relacionarla con la llegada de la primavera.
La conmemoración del Día de los Santos Inocentes se expandió a casi todo el mundo. En varias regiones las personas suelen disfrazarse, hacer danzas tradicionales y también hacer bromas a la gente que estén más descuidados, pocos atentos a la celebración, o son tontos graves que no ríen nunca.
A continuación, un ejemplo de broma para este Día. La saqué del libro de Betán y mío “En las garras de Los Mataperros”. La escena trascurre en Varadero, Cuba y la protagonizan Ricky, un niño chileno-cubano y su primo, el joven chileno Dante.
El libro pertenece a la saga de historias de esos dos personajes, como también “El chupacabras de Pirque” y “El hombre lobo de Quilicura”.
Aquí va:
-¡Dante! –gritó Ricky, acercándose a su primo-. ¿Quieres tomar algo?
-¡Oye, sí! –respondió el joven-. Me tomaría un vaso de jugo bien helado.
-¡Yo te lo traigo! ¡Espérame aquí!
El chiquillo fue hasta la barra de la cafetería y regresó con un vaso de jugo sobre un plato.
-Gracias, primo.
Dante tomó el plato con su mano izquierda y con la otra bebió del vaso.
-Tienes una cosita pegada en la frente –le dijo Ricky, mientras le quitaba el plato de su mano.
Dante, con su mano izquierda libre, se la pasó por la frente.
-Se corrió para la mejilla –añadió el niño.
El joven obedeció y se pasó la mano por esa parte de su cara.
-Ahora la tienes en la punta de la nariz.
De nuevo el intento de la mano de Dante para quitarse aquello.
-Debajo del labio.
-¡Ya basta, Ricky! ¡Que se quede ahí!
-Bueno…
Dante devolvió el vaso a su primo y siguió trotando.
Al poco rato, el joven llegó muy preocupado donde Ricky, que disfrutaba de la sombra de su palmera.
-¡Oye! ¡Hay algo raro en el ambiente!
-¿Qué sucede?
-¡Todos los que pasan por mi lado se quedan mirándome! –explicó Dante-. ¡Me miran y se ríen!
-¡Qué extraño!
-¡Mírame, Ricky! ¿No ves nada raro?
-Puede ser, pero mírate tú mismo en el espejo de la cafetería.
-Bueno…
El joven se dirigió al local. Ricky lo siguió con la vista y no pudo aguantar una explosión de risa cuando su primo se vio la cara manchada de negro.
El niño le había pedido al barman que le humeara el plato por debajo, así cuando Dante lo sostuvo, su mano se tiznó y él mismo, al quitarse “la cosita” por toda la cara, se había convertido en un ridículo guerrero apache, motivo por el cual la gente lo miraba y reía.
De lejos Dante amenazó a su primo con el puño y fue a asearse al baño.
-¡Inocente! –le gritó Ricky-. ¡Es el día de los inocentes!
Cuentos serios de bufones #8
Érase una vez, hace poquísimos años y en un lugar muy cercano, en la plaza principal de una Villa, comenzaron a reunirse muy temprano en la mañana varios campesinos con sus azadones y perros de pastoreo. También llegaron artesanos, sastres, carpinteros, modistas, cocineras, criados y hasta ermitaños venidos de los cuatros vientos.
A media mañana se le unió a la plebe gigantones con sus pesadas armaduras y escudos, con mallas metálicas de protección.
Casi al mediodía, arribaron a la plaza, con sus aires refinados, los duques, condes, marqueses y barones, todos con sus esposas y otros caballeros y damas, miembros de la selecta Corte.
De pronto, hizo su entrada a pie el Rey y muchos pajes, nobles, guerreros, cardenales y hasta lacayos fueron a su encuentro, palmeándole la espalda.
Fue el momento de más desorden en aquel lugar.
Pero de repente, se escuchó el sonido de tres tamborileros por una esquina de la plaza y todos callaron. Entonces, como un torbellino de movimientos y colores, aparecieron decenas de hombres en zancos, mezclados con tragafuegos, malabaristas, actores, músicos, mimos, cantantes y bailarines, confundiéndose con los allí reunidos.
Unos minutos después, la algarabía fue interrumpida por una aguda, larga y estruendosa fanfarria que hizo enmudecer a todos.
En ese instante se vio llegar la Carroza Real, tirada por seis caballos blancos.
Ahí se vio correr con celeridad al Rey hacia el vehículo para abrir la portezuela, con una rodilla en el suelo y la cabeza gacha.
Del interior de la Carroza Real bajó majestuosamente un hombre pequeño y feo, vestido a rombos y colores vivos, con sombrero de tres picos terminados en cascabeles. Cascabeles que también sonaban en sus puntiagudos zapatones.
Después del impresionante silencio, la bienvenida fue otra profunda genuflexión del Monarca, con su otra mano aún en la portezuela, seguido de la reverencia de todos en la plaza.
-¡No! ¡No! ¡Les he dicho que no tienen que inclinarse nunca más! –los regañó el bufón, antes de descender del último peldaño de la Carroza y enredarse con sus zapatones –nunca se supo si fue adrede o no-, para caer ridícula y aparatosamente frente a la muchedumbre.
Después de unos segundos de sorpresa, susto y duda, una carcajada brotó de las gargantas de aquella masa compacta. Una carcajada tan estruendosa, que se escuchó hasta en veinte Reinos a la redonda… Y que aún se deja oír ante cualquier sumisión en el Planeta.
Más sobre "Breve diccionario del humor"
Estoy muy contento. Mi amigo y colega Francisco Puñal, colaborador semanal de la publicación española virtual mundiario.com, que tiene más de un millón de lectores, me informó que su artículo, el que habla sobre el lanzamiento de mi "Breve diccionario del humor", fue el quinto más leído de 2019 entre sus tantas colaboraciones.
Gracias a ti, Paco, gracias a mundiario y gracias a los lectores.