Érase una vez un bufón, hace poquísimos años y en un lugar muy cercano, que salió una mañana bien temprano de Palacio, porque se había hartado de intentar hacer reír al Rey y a su Corte día tras día, sin éxito alguno.
En la calle, algunos pobladores de aquella Villa se dirigían a sus quehaceres cotidianos, bien serios, ensimismados, taciturnos. El bufón entonces los saludaba con una serie de cómicas genuflexiones, pero no obtenía ninguna reacción de la gente. Tocaba en las casas y cuando le abrían les hacía a todos morisquetas, acrobacias y pantomimas graciosísimas y les contaba cuanto chiste se sabía, pero los villanos se mantenían sin mover un músculo de sus caras.
El bufón entonces no pudo más y se rindió. “Esta Villa está gravemente hechizada”, se dijo y decidió marcharse y vivir lo más lejos posible, en un lugar donde no fuera difícil sacar risas, su razón de ser.