Pelayaserías - Blog de Pepe Pelayo

Visas y visitas de un viejo en viaje No. 8

Siria, viaje suspendido (06/2014)
 
“Allá en la Siria, hay una mora, que tiene los ojos tan lindos, como lucero encantador…”, creo que así dice una canción que escuchaba desde chico. Y siempre pensé en ir a conocer Siria, más aún cuando leía tantas historias y vía películas que me provocaban aún más visitar ese país.
Y ahora cuando conseguí el suficiente tiempo y el suficiente dinero para darme el salto hasta allá, veo que es imposible hacerlo (bueno, desde hace tiempo, pero ahora está peor la situación).
Siria está a punto de una guerra de alcance internacional. Y me siento defraudado, cansado, aburrido, aplastado y triste por eso.
Para mí, no existen las guerras necesarias. Obvio, si alguien te invade tienes que pelear para defenderte; me refiero a que el que invade, el que comienza una guerra, jamás tiene una razón necesaria para iniciarla.
Alguien me dirá que a un dictador hay que derrocarlo a la fuerza, con violencia, con las armas. No me convence. La guerra contra Sadam Hussein, por ejemplo, se llevó a cabo bajo las banderas del humanitarismo, para terminar con ese tirano y se inventaron justificaciones como la posesión de uranio o algo así, y todos sabíamos que fue por razones cochinamente económicas. Porque si de verdad prevalecieran las razones humanitarias, hubieran invadido hace tiempo a Corea del Norte o a Cuba, por ejemplo, donde las eternas dictaduras han manchado de sangre a sus pueblos. Pero como existen razones económicas detrás, no les interesan esas guerras, n i la industria petrolera, ni la industria de las armas les ordena a los gobiernos que invadan a esos países. ¿Dónde se metió el hamanitarismo? (Que conste que no estoy de acuerdo ni mucho menos en que invadan esos países que mencioné.)
¿Cuáles son las razones para una guerra en Siria? No las sé, ni quiero saberlas, porque sé que para la vitrina será una razón noble y en el fondo será una razón sucia.
¿Hace falta derrocar a un dictador como Bashar al Assad? Por supuesto, es un asesino de marca mayor. ¿Hay que ayudar entonces a los que combaten contra él? Otro problema, porque ayudaríamos entonces a los extremistas islámicos, que tomarán el poder y se harán dictadores tan o más sanguinarios que Assad. Es el turno de “Isis”, una organización que ha dejado tan chica a la anterior, que Al Qaeda ahora parece “Cáritas”.
Pasará con el cabecilla de Isis, como cuando se ayudó a Osama bin Laden y se le convirtió en líder de su pueblo, para años más tarde fuera el enemigo No. 1.
¿Cuál es la solución entonces para evitar la guerra y yo pueda conocer la bella Siria? No tengo idea, porque no soy especialista, ni tengo la debida información. Por tanto, sólo especulo. Pero sí estoy convencido de que una guerra jamás es necesaria.
Los únicos que ganan son los políticos, los militares y los empresarios beneficiados. Los únicos que pierden son los civiles inocentes y sus familias, así como los soldados de ambas partes y sus familias.
La base de todo es que no se valora bien la vida humana. Todavía hay personas que piensan que matar a un inocente es una solución para evitar la muerte de diez. Y mientras las cifras aumentan, más respaldo ético tiene la solución. Todo se minimiza porque hay un solo muerto. Incluso, puede llegar esa muerte a ser un triunfo y una celebración. 
¿Y el muerto? ¿No tenía derecho a vivir como tú o como yo? Parece un chiste, pero nunca el que pone el muerto es el jefe, el que manda, el poderoso.
Por otro lado, es bueno recordar una experiencia que tuve. Viviendo en Cuba dije que si me llamaban a una guerra no me alistaría. Estaba dispuesto a hacerlo si me llamaban a pelear en Angola, otra guerra innecesaria y sucia. 
¿Por qué no defender tu “suelo patrio”?, me dirían algunos. Yo sólo respondo esto: ok, voy a defender a mi pueblo (sea Cuba, sea Chile, Siria o el que sea), ¿pero a qué personas que pertenecen a mi pueblo tendría que defender también en ese caso? A los mafiosos, violadores, asesinos, ladrones, narcos, torturadores, pedófilos, etcétera, sin contar otros defectos humanos que me molestan y que poseen otros de mi pueblo (el que sea, insisto) y que tendría que defender también: a los envidiosos, los corruptos, los abusadores, los egoístas, los prepotentes, los xenófobos, los racistas, los clasistas, los tacaños, los traidores y otro largo etcétera. A todos yo debo defender entonces y dar hasta mi vida por ellos. ¡Pues no voy a ir a una guerra para defender a esa gentuza!, por muy coterráneos que sean. 
En fin, por ningún lado se ve una guerra necesaria y justificada. Por lo tanto, mañana es un día de duelo internacional si comienza una guerra internacional en Siria.
Ya sé que no debo insistir mucho en el asunto, ya que me deprimiría por gusto, porque lo que piense y diga no cambiará nada. Lo sé. Y es por eso que escribo esta reflexión, para “descargar”, para “vomitar” el veneno.
Por favor, también sé que existen otras opiniones diferentes, tienen todo el derecho del mundo a exponerlas, pero les aviso que no es mi intención entrar en un debate sobre esto (y menos armar una guerra, ¿no es cierto?). 
Entonces a llenarse de paciencia y esperar el día en que se pueda viajar en paz y felicidad a Siria.
 
 

Visas y visitas de un viejo en viaje No. 7

Sydney, Australia (viaje del 07/2014).
 
Esta vez, para ir a Asia, decidimos pasar por Australia. Tomamos el avión a Sydney un sábado a las 12 a.m. y la travesía duró 14 horas. Pero resulta que llegamos un lunes a las 4 a.m.
La línea aérea “Quantas”, sin importarle la falta de ortografía en su nombre, nos extravió un día completo y sin importarle tampoco “quantas” exigencias y reclamos les hicimos, no devolvieron el día, pero sí se comprometieron –con bastante paternalismo, eso sí- a investigar y si aparecía, nos lo entregaban en el viaje de regreso. No nos quedó otra que aceptar y pasar por inmigración.
Unos 6 metros nos separaban de los cubículos donde los agentes de policía te chequean, sin embargo, nos demoramos 45 minutos en llegar, a causa de la fila de 2 kilómetros que tuvimos que hacer a través de un laberinto formado por postes y cintas elásticas. Lo que le indica la cantidad de visitantes que arriban a esa ciudad de todas partes del mundo.
Al llegar al punto de chequeo, el agente nos pidió el certificado de que no portábamos la fiebre amarilla. Al ver nuestras caras de asombro, se dio cuenta de su error y exclamó: “¡Ah, Chile!” y nos pidió disculpas por confundirnos con viajeros del 4to. ó 5to. mundo. Como fui el último en pasar, el afligido guardia se me acercó tratando de justificarse, contándome así varias historias, algunas opiniones y montón de datos para demostrar que no era un ignorante. O por lo menos eso creí yo, ya que a causa de mi elemental inglés y su tono australiano, no entendí el 80% de lo que me dijo.
Al fin llegamos al hotel. Bastante cómodo y limpio, pero sin lujos, como la ropa interior que siempre uso. Lo único malo: por problemas técnicos, ponían señal de Internet una vez al día y por poco tiempo. Me recordó a como ponían el agua y la luz en Cuba cuando yo vivía allá. No disfruté esa nostalgia.
Pero mejor me lanzo a opinar sobre Sydney y por lo tanto iré al meollo, como diría un dermatólogo… perdón, debí decir “al grano como diría un dermatólogo”, porque al escribir “meollo”, tendría que poner: “como diría un proctólogo”. En fin, dejemos eso porque el asunto es que me referiré a Sydney como una maravillosa ciudad de la cual quedamos realmente fascinados. Una, por el encanto de ser tan cosmopolita. Recuerda mucho a Nueva York en ese aspecto. También resalta la preponderancia que le dan al buen gusto en el diseño en su arquitectura, en todo el mobiliario urbano, etcétera. Tanto es así que no se nota la frialdad de los materiales metálicos, plásticos y de tanto vidrio, etc., que se usa actualmente para levantar las modernas magaciudades.
Y que conste que Sydney no es solo el típico puente de las postales, ni el Opera Hause, que por supuesto son impresionantes como todo el mundo conoce.
Nota aparte merece su naturaleza con sus bahías, sus islas, sus playas, sus montañas, etc. Y también su clima, porque a pesar de que era invierno, el frío era agradable y sobre todo con mucha luz.
La gente amabilísima. Una curiosidad: muchas personas caminan con sus perros por calles y plazas, pero lo hacen detrás de sus mascotas, recogiendo sus haces, heces o eses (según la cultura del que lo diga) fecales con guantes y bolsitas. Al principio pensé que lo hacían para llevar los exámenes a sus laboratorios de veterinaria, pero después me di cuenta de que era por higiene y limpieza de la ciudad. ¡Qué magnífica costumbre para poner en marcha en nuestras urbes latinas! Yo propongo sustituir esa, por la fea costumbre de romper y ensuciar la ciudad después de alguna marcha, como está de moda.
De las muchas actividades y lugares a disfrutar en esta ciudad, está –sin dudas- el zoológico. Tomamos un ferry para darle una vuelta por la bahía y nos bajamos en el zoo. 
¿Por qué gastar tiempo y dinero en ver algo que podemos encontrar en cualquier ciudad? Porque el zoo de Sydney es especial. Queríamos ver de muy cerca el canguro rojo, el koala, el ornitorrinco (de niño yo lo confundía con el otorrinolaringólogo, no sé por qué) y el cocodrilo más grande del mundo entre otros preciosos, curiosos y exóticos animales.
A la entrada vimos dos aborígenes en taparrabos, descalzos y toda la piel pintada de blanco con motivos que eran un jeroglífico para mí. Algo impresionante. Uno tocaba un digeridoo (instrumento aerófono típico australiano), el otro unas claves y al lado de ellos un canguro. No me quedé mucho tiempo mirándolos, porque temí que el canguro pasara el sombrero de repente y no andábamos con dinero suelto (ni amarrado) en los bolsillos.
Como esperábamos, el recorrido fue fantástico. Los animalitos que nunca habíamos visto (ni ellos a nosotros) fueron innumerables. 
Como es costumbre en mis viajes, me pasan cosas extrañas, muchas desagradables y hasta increíbles en los viajes. Este no fue la excepción.
Disfrutando del zoo, llegamos hasta el área de los koalas y nos acercamos a ellos, cosa permitida por lo mansitos que son. Entonces, uno de ellos cruza mirada conmigo y avanza despacio por el suelo hasta llegar a mis pies. Era muy gris, gordito y de cara tierna. No sé por qué, se me pareció a Alfred Hitchkoch. El asunto es que se me subió y me abrazó con gran fuerza. Supuse que lo hacía agradecido, porque se enteró de que soy fans de su película “Psicosis”, porque otra razón no había. La cosa es que su presión aumentaba y no sólo ya me asfixiaba bastante, sino que me apretaba tanto la panza que me provocaron muchas ganas de ir al baño. Parece que el cuidador se dio cuenta y se lo llevó, no sin antes pedirle ayuda a tres de sus colegas para sacármelo de encima.
El por qué de aquello no me importó en ese momento, ya que lo único que tenía en mente era hacer mis necesidades con urgencia. Y como la zona donde estábamos estaba muy alejada de los baños, no tuve más remedio que internarme en el parque donde nos encontrábamos e ir hacia un bosquecillo cercano. Ahí me agaché y pude hacer lo mío con gran placer, no lo niego. Pero cuando me dispuse a buscar la amplia hoja de un arbusto para mi aseo personal, quedé congelado y pálido. Frente a mí, a cuatro pasos, se encontraba uno de los aborígenes de la entrada, mirándome con expresión de enojo y con su digeridoo amenazante en alto. Supongo que por verme haciendo eso ahí en vez de en un baño, o quizás por hacerlo sobre un lugar sagrado, aunque también quizás porque lo hice –sin darme cuenta, claro- debajo de la hamaca, amarrada entre dos altas ramas, donde pensaba echar su siestecita. 
Sentí mucho miedo, lo reconozco. Pero lo peor fue cuando vi pasar entre un árbol y otro, por detrás del aborigen, en un tercer plano, el koala cariñoso (igual a como aparecía Alfred Hitchkoch en sus películas). Ahí entré en pánico. 
Me subí un poco los pantalones y huí saltando como canguro hacia la salida del zoo.
Había una fila esperando al ferry de regreso. La gente enseguida se dio vuelta a mirarme. Por el arrugado de sus narices me di cuenta de que mis pantalones a medio subir y mi  inacabado proceso fisiológico me delataban. No encontré otra solución que lanzarme al mar y sonriendo y saludando con una mano me aseé como pude a la vista y paciencia de la fila que se acercó al borde del muelle para ver mi show.
Empapado, me subí al ferry cuando llegó y a pesar de mi elemental inglés percibí ciertos comentarios entre los pasajeros que no reproduciré aquí.
A pesar de lo anterior, insisto que Sydney es, quizás, la ciudad más “vivible” que he conocido. En otras palabras, si fuera más joven haría un esfuerzo por vivir allí. Y no me importaría ni siquiera el koala Hitchkoch.
 
 

Visas y visitas de un viejo en viaje No. 6

Zurich, Suiza (viaje del 08/2013).
 
De Asia a mi casa hice dos escalas, una en Zurich, Suiza y la otra en Sao Pablo, Brasil. La primera duraba 12 horas, más o menos. Y fue una casualidad que un mes antes uno de mis hijos cubanos-chilenos, se fuera a vivir dos años para esa ciudad, ya que su novia española, le habían dado una beca para hacer un post Doctorado en Química en la principal Universidad de esa ciudad. ¡Pura y dura globalización!
Así que salí a conocer algo del país de los relojes, de los chocolates, de las navajas, los quesos y los neutrones (por su neutralidad, digo), la llamada República Federal Suiza, o mejor como se conoce en el mundo República Federer Suiza. Lamentablemente, no conocería Ginebra, la ciudad de José Martí, pero sí Zurich. Algo es algo. Ahí donde vive mi hijo decía, el cual se hizo una casa de cantones, porque en Suiza abundan mucho. Y ya está pensando nacionalizarse y así hacerse suicida, un gentilicio mortal, como Guillermo Tell, el que inventó el Tell-éfono (no fue Graham Bell, éste creó Bell-south y eso tiende a confundir).
Y recorrí un poco la ciudad. Pero fue muy poco, la verdad, porque es una de las ciudades más caras del mundo. Bueno, los relojes son tan caros, pero tan caros, que creo que allí se inventó eso de que times is money. 
Entonces sólo conocimos los alrededores de la casa de mi hijo, lo acompañé al supermercado, conocí a sus amigos (todos procedentes de varios países) y así pude tomar tranvías, buses y hablar con algunos pocos ¿zurichianos, o zurichianenses? No sé. Pero como soy tan latino, prefiero tutear a la ciudad y decirle Turich en vez de Zurich. Así que el gentilicio es turichtas. Aunque quizás no les vaya bien ese nombre, porque se ve poca gente en la calle, con cámaras fotográficas o no.
Les cuento que allí el transporte público es perfecto. Existen pantallas electrónicas en cada parada que te van indicando cuántos minutos faltan para que llegue tu tranvía o bus. Es de una exactitud que impresiona. Por momentos llegué a imaginarme que vería un lumínico avisándome que hoy debía llamar a mi prima enferma. Es que todo en esta ciudad está planificado, todo es así, medido, calculado, funcionando como máquina, todo está normado, controlado, para que no haya falla en ninguno de los sistemas implantados.
Un ejemplo de esto que digo: coincidentemente, mi hijo y su novia regresaban de España a la misma hora de nuestra llegada a Zurich, por lo que tuvimos que seguir indicaciones de un mapa que nos envió mi hijo para llegar a su casa. Entonces del aeropuerto tomamos un tranvía y en cierta estación cambiaríamos para un bus. Eso hicimos. Y corrimos hacia el bus que estaba estacionado, ya que era la parada de donde salía, y faltaba un minuto y medio para comenzar su recorrido. Llegamos a la puerta del bus y vimos gente adentro sentada que nos miraba y vimos al chofer que también nos miraba. Le hicimos señas con gestos y sonrisas para que nos abriera la puerta, pero el hombre no nos abrió. Entonces pasó el minuto y medio y se fue el bus, dejándonos boquiabiertos sin entender nada.
Cuando llegó el otro nos percatamos de que otros pasajeros tocaban un botón en la puerta que indicaba que querían subir –y que nosotros no habíamos visto antes-, y el chofer les abrió sin problemas.
Conclusión, que el sistema perfecto funcionó. Si el pasajero no toca el botón, aunque el tipo vea que quiere subir y hay tiempo, no le abre. Pero también los pasajeros nos vieron y ninguno hizo nada por ayudarnos. ¿Por qué? Supongo que porque primero está el sistema, ante todo la efectividad, la perfección del modelo, aunque se deshumanice la vida. 
Después me puse a averiguar y para mi sorpresa, me enteré de normas como estas: se puede lavar la ropa o limpiar, menos a las horas de almuerzo y comida. El domingo no se puede hacer nada de nada en la casa para no molestar. Limpiar la casa significa aspirar, porque nada de echar agua. Atiendan bien: ¡no se puede descargar el inodoro después de las 10 de la noche! ¿Qué haces si a las 11 de la noche te entran impostergables deseos de hacer caca? Clausurar el baño, porque no puedes tirar la cadena hasta por la mañana. Por favor, no estoy bromeando. Y como ésas, una pila de normas más que son increíbles. Es la sociedad perfecta, según ellos. Te cuidan mucho de no dañarte con los ruidos y jamás he escuchado las sirenas de patrullas, ambulancias y bomberos tan altas como allí, son horribles. Les doy mi palabra que en la calle pasó por mi lado una patrulla de policías y tuve que taparme los oídos. ¿Eso no molesta más, acústicamente hablando, que la descarga de un inodoro? Es algo loco, ¿no es cierto?
Me contaron que hace poco hicieron una consulta pública, una especie de plebiscito, preguntando si querían pasar de 20 días de vacaciones al año, como dice la ley actual, a 30 días (que es lo normal en la mayoría de los países). ¡Y el pueblo votó que no! ¡Votó que quería trabajar esos días y no perderlos en “vacacioncitas”! ¡Como si el sano ocio, el que se sabe que es beneficioso para el ser humano fuera algo dañino, diabólico! Sin dudas, es la dictadura de la mayoría. 
Me detengo en este punto, porque está de moda pensar que en democracia todos tenemos el derecho a decidir y eso no es correcto. La gente se debe expresar y decir lo que piensa y quiere, así el gobierno, que salió por mayoría de votos, con sus asesores y especialistas debe valorar lo que hará para el bien común y hacerlo lo mejor posible. Si se equivocan, los políticos del gobierno no saldrán reelectos. Así funciona la democracia, según mi modesta y molesta opinión. Entonces, si un gobierno no escucha a la mayoría, o no la deja expresarse y hace lo que le da la gana, es una dictadura, obvio. Pero si un gobierno sólo hace a ciegas lo que le pide la mayoría, es una dictadura también, por lo menos para mí. 
Ya sé que muchos opinarán distinto y justificarán aquello. No es mi deseo discutir al respecto, todos tienen derecho a opinión y yo doy la mía simplemente: creo que hay algo enfermizo en ese país. Porque no se puede vivir para trabajar. Esos supercapitalismos donde todo se basa en producir más, trabajar más para tener más y más, acumulando riquezas, aunque se superdesarrollen, se superperfeccionen los sistemas, los mecanismos, la calidad de vida será una porquería. 
Las dictaduras de izquierda nos han enseñado que jamás serán el camino para lograr nada, porque aplastan el individualismo, a las libertades. Pero este otro extremo tampoco es la solución, según mi parecer. 
Lo que vi allí es un terreno fértil para que crezca la soledad, la depresión, el egoísmo y no germine nunca la solidaridad, la humanización. Lo más doloroso para mí es que no es sólo Suiza la que ha caído en eso. Veo otros países en ese camino. 
Ojo, quizás allí no quieran trabajar más para enriquecerse más. Es extraño, pero puede suceder. Quizás allí les da igual que les sobre el dinero, porque su objetivo es simplemente trabajar y trabajar por “placer”. Esa quizás es su forma de ser feliz. Entonces merece un análisis distinto, psicológico y sociológico, porque no me suena sano tampoco. 
Por ejemplo, yo opino que lo que hago con el humor (escribir, actuar, teorizar, etc) no es trabajo, ya que me da tremendísimo placer. Es mi profesión, mi pasión, mi todo. Me considero un ser muy afortunado por trabajar en lo que de verdad me fascina. Y sé que a la mayoría de la gente no les sucede eso, lamentablemente. Sin embargo, a pesar de no ser un trabajo para mí, necesito y me encanta tomar vacaciones con mi familia y “desconectar”, incluso para renovar energías y “cargar pilas”. Es realmente sano tomarse las lógicas y merecidas vacaciones. Por ello el resultado de ese plebiscito lo veo increíble, algo que no está bien, repito, aunque algunos defiendan aquello y otros me malinterpreten y crean que soy un intransigente, un intolerante. Aclaro una vez más: ellos pueden vivir así, que yo no paso de estas líneas para hacer algo en su contra. Yo dejo vivir. Sólo que tengo derecho a opinar y lo hago, porque no me gustaría que las demás sociedades hicieran lo mismo. Y si por mayoría la mía decide imitarlos, perfecto. Me voy a otro país y solucioné mi problema. Ya dije hace poco que la patria la hace uno mismo.
Pero vuelvo a Suiza. Hace poco el mundo se sorprendió con el escándalo de Oprah Winfrey, que confesó que en una tienda en Suiza (no recuerdo la ciudad específica) pidió ver una cartera y la empleada le dijo que era muy cara para ella, al no reconocer a la multimillonaria productora y presentadora de tv y sólo ver su facha casual y su piel negra. Hoy, conociendo cómo es aquello y por las historias que me contaron sobre la discriminación que existe en ese país no me sorprende lo de Oprah.
Y allá ella si quiere depositar sus riquezas en ese paraíso fiscal. Porque ese es otro punto que me golpea: a los banqueros suizos, orgullosos de su neutralidad,  les da igual que sus clientes sean mafiosos, dictadores, criminales, etc.. Ellos, sin escrúpulos les guardan y protegen sus dineros y se los manejan. Busines are busines, es su única ética, aunque esos  billetes estén manchados de sangre, sudor y lágrimas.
Conclusión, el que desee ir a vivir a Suiza, felicidades. Pero yo no podría vivir allí. Con el respeto de muchos, yo prefiero un poco de subdesarrollo ante aquella perfección. Yo soy casi germánico con la puntualidad, el que me conoce lo sabe. Yo respeto mucho el tiempo de los demás y exijo que respeten el mío. Pero una cosa es eso y otra es darle a la puntualidad más valor que la libertad misma.
Prefiero una ciudad donde la gente camine por las aceras, donde las palomas se cagan a los próceres en sus monumentos, donde una pareja se besa en el banco de una plazoleta, donde un perro le ladra a un motociclista, donde un desconocido te comenta algo al pasar. Ahí hay vida para mí. Y conste que me encanta que el sistema de transporte sea buenísimo y que en mi ciudad se instalen todos los adelantos tecnológicos del mundo para mejorar nuestra calidad de vida, por supuesto. 
Es obvio que no quiero ver ni a mi ciudad ni a mi país destruido. Y que tenga que venir la Cruz Roja a rescatarnos. La cruz de la bandera suiza, precisamente.
 
 

Visas y visitas de un viejo en viaje No. 5

Malaca, Malasia (viaje del 08/2013)
 
Visité la ciudad de Malaca o Melaka, según el origen del que lo pronuncie. 
Confieso que del momento en que me bajé del avión me sentí como si estuviera llegando a “Malacaibo”, por el calor, la humedad, la vegetación, etc., porque aquello es trópico de tomo y lomo.
Menciono aquí que en mis show para niños, yo siempre hago el siguiente chiste: cuando termino de contar un cuento, una lectura, un juego o una canción, siempre les digo: “¡Ahora a ver esas palmas!” y todos aplauden con entusiasmo, pero ahí los cortó enseguida como si estuviera enojado, y los regaño diciéndoles que no escuchan a las personas mayores, porque yo dije: “a ver esas palmas”, no que aplaudieran. Ahí entienden, se ríen y me muestras las palmas de sus manitas. Pues les confieso aquí que las cientos de miles de palmas que he visto en mis encuentros con niños por buena parte de Latinoamérica, no es ni la “micronanogésima” parte de las palmas que he visto sembradas aquí. Campos y campos de ese cultivo. Este país debería llamarse Palmasia en vez de Malasia. Por supuesto, le sacan el jugo, porque producen azúcar de Palma, miel de Palma, aceite de Palma, tablas de Palma, Estrada Palma, Aníbal Palma, etc.
Para el que no lo sepa, la ciudad de Malaca es Patrimonio Cultural de la Humanidad, por su rica Historia, Tradición, Arquitectura, Artesanía, etc.
Esta tierra fue invadida y colonizada por chinos, portugueses, holandeses, británicos, japoneses y por todo aquel gentilicio que haya estado de paso por esta zona. Incluso, hace unos años los Mc Donals, los Starbucks, los Burguer King, etc., también han invadido a Malaca, encabezados por sus generales los centros comerciales (mall). Ya el número de mall se acerca al número de palmas.
El fin de semana que visitamos a Malaca coincidió con los días feriados de Malasia por sus Fiestas Patrias y también con los feriados de Singapur que también cumple años de fundación. Eso significó que buena parte de los millones de habitantes de Malasia estuvieran en las calles de Malaca y también millones de singapurenses que sólo tienen que tomar un bus y en 4 horas ya están en esa ciudad Patrimonio Cultural, a través de un puente que se construyó desde la Isla de Singapur a la Península de Indochina.
Un enorme y cómodo hotel nos recibió, pero poco estuvimos en él. Había que gastarse el tiempo en disfrutar la maravillosa ciudad.
Lo primero que me impresionó fue escuchar música latina en las radios. Incluso disfruté de un bolero de vieja trova cubana cantado por una malaya y en su idioma. En serio, es una vivencia muy extraña.
Visité parte de los millones de museos que brotan en la ciudad como los mall y como las palmas en los campos. Menciono algunos: Museo marítimo (donde hay un galeón portugués del Siglo XVI rescatado y restaurado), Museo del Islam, Museo del Pueblo, Museo de la Cultura, Museo Histórico, Museo Natural, y si no hay Museo de Arte Precolombino y Museo de la Revolución, es porque a Colón y a Fidel no les dio tiempo pasar por ahí.
Uno que me interesó mucho fue la réplica de la Casa del Sultán de Malaca antes de las invasiones. Las paredes de madera tallada, los vestuarios del Sultán y la Sultana que usaban para cada ceremonia, las joyas y sobre todo las armas, donde les dejaban claro a todos que a ellos nadie los inSultan.
Pero la mayor atracción de la ciudad es pasear por Junker Street, una calle muy estrecha de cinco o seis cuadras de largo, con comercios y restaurantes en ambas veredas y muchos puestos improvisados en las aceras donde se vende lo mismo un juguete, una artesanía, que un pescado frito. 
Imagínense millones de personas caminando para allá y para acá en esa callecita, donde también pasan autos y todo a casi 40 grados Celsius. Lo más fácil para los lugareños es vender platos de pato a la naranja, pato pequinés, etc., porque usan unas redes encima de sus puestos ambulantes para recoger los patos que caen asados ya.
La multitud es tal que no puedes detenerte a ver nada de lo que muestran en las aceras o locales, el tumulto te lleva, te arrastra casi sin tocar el piso. Las sombrillas de las mujeres son peligrosísimas porque te sacan un ojo si te descuidas un segundo. Me da la impresión que en por lo menos en esta parte de Asia, la estatura promedio es mucho más baja que la nuestra. 
Entonces pegados unos con otros nos vamos deslizando por la calle y soltando dos litros de sudor por cada centímetro cuadrado de piel. Y no voy a mencionar los olores a esa hora del día con el sol en su cenit. Con decirles que fue tanto que en un instante se me nubló la vista y no puedo asegurar o no que me desmayé, pero sí puedo contar que caí y no al suelo, obvio, sino a la mar de cabezas y sombrillas que me rodeaba. Entonces, como recital de rock duro, me pasearon acostado en brazos por encima de sus cabezas y me dejaron amablemente en una esquina, al lado de un fogón encendido donde hacían sopa de pescado y donde la temperatura alcanzaba los 57 grados celsius. Allí sí me desmayé y por suerte, enseguida fui rescatado por una valiente escuadra de bomberos malayos que me llevaron a una plaza, donde me metí de cabeza en una fuente, algo que me arrepiento ya que estaba llena de peces rojos, los cuales se burlaron mucho de mi desgracia, aunque allí me aseguraron que sólo se asustaron.
Para desconectar de tanta cultura y tradición, decidimos regresar al hotel, no sin antes pasar por un centro de masaje, ya que no conocíamos el estilo malayo. Y como el incidente con el chino en Singapur y Tailandia quedó atrás y aunque hubo cierto conato en Indonesia con la masajista veterana aquella, no sucedió nada, lo que me dio fuerza y valentía para hacerme uno aquí. Y escogí la reflexología.
Me atendió una mujer musculosa, pero de gestos y expresiones amables. Le di mis pies confiado.
Al principio todo fue normal, incluso disfruté mucho con sus técnicas, tanto que me relajé casi llegando al éxtasis, por decirlo así. Pero lamentablemente, la masajista de mi vecino comenzó a darle conversación a la mía y entablaron un diálogo insoportable, que arruinó mi relax. Entonces la miré serio y tosí, como para que entendiera que me molestaba su cháchara. Ahí comenzó mi problema. Porque se calló, sí, pero en venganza quintuplicó la fuerza de sus dedos en mis pies. Ya no era placentero aquello. Al contrario, se tornó doloroso. Y aunque intenté varias veces quitarle mis pies y pararme, no me dejó.
Fue horrible. Yo tengo el metatarso caído, pues lo recogió y me lo puso en su lugar a la fuerza. Presionó tanto mi talón de Aquiles que obligó a éste a salir del closet y casarse con Héctor. Yo tengo los pies planos. Bueno, los tenía, porque me hizo un enorme arco. Y ustedes dirán, bueno, te mejoró los pies, porque ya no los tienes planos. Pero no, no resolvió mi problema, porque me hizo un arco al revés, convexo, para afuera, es decir, “botado para abajo”. Y ahora cuando me paro firme parezco un muñeco “tentempié”, como le dicen en Cuba; o “monito porfiado”, como le llaman en Chile, que se mueve para cualquier lado y no se cae. Así estoy con mis arcos convexos.
Por la noche al aeropuerto de regreso, después de un baño de Historia, un baño de Cultura y un baño de agua fría en el hotel.
En el viaje medité sobre Sandokán, el Tigre de la Malasia y sobre Lady Mariana, Yañez, Kammammuri, sus aventuras y mis aventuras en sus tierras y me di cuenta de que a pesar de todo, soy un afortunado.
 
 

 

Visas y visitas de un viejo en viaje No. 4

Phuket, Tailandia (viaje del 07/2013)
 
No sé qué contar del viaje a Tailandia, ya que sólo lo visité por tres días. Estuvimos en la ciudad balneario de Phuket, en un hotel que fue arrasado por aquel terrible tsunami del 2002. Ahora, reconstruido, está de maravilla. 
¿Mis experiencias aquí? Paradisíacas playas donde lo único que falta es que nade a tu lado D´Caprio, como en la película. 
Para no olvidar, algo que no conocía: meter los pies en una pecera donde introducen cientos de peces que se te pegan a los pies desesperadamente a comerte las células muertas y los pellejitos. ¡Dan unas cosquillas tremendas! Lo malo, es que en el cardumen que metieron en mi pecera se coló una pirañita y los dueños formaron una gritería enorme para avisarme que levantara los pies con urgencia. No me di cuenta y los dejé ahí, pero por suerte no tenía ninguna heridita y me salvé. 
Después fuimos a hacer un safari montados sobre elefantes. Otra increíble experiencia. Sobre uno de esos gigantes animales nos subimos mi esposa y yo, más el guía y recorrimos un sendero en medio de bosques. Todo iba bien, pero en un momento el guía se bajó y me dijo que me pasara al cuello del elefante. Lo hice y lo dirigí yo por un rato. Al principio con mucho susto y más tarde creyéndome Aníbal atravesando los Pirineos. 
Lo “gracioso” del safari estuvo en el sentido del humor del guía tailandés. Al pasar por una laguna de dudosas aguas, le ordenó algo al animal y éste metió la trompa en la laguna y acto seguido nos lanzó el chorro de esa agua turbia y pestilente sobre nosotros, mientras lloraba de risa de la “gracia” de su elefante. 
Al final del día, ya cansados, quisimos darnos un masaje para probar el estilo Thai. Ante todo aclaro que no era el mismo chino de Singapur, ni era pariente ni amigo de él. Me recibió un hombre muy amable y entre mi mal inglés y mis gestos, le hice ver que si me maltrataba, me pegaba, pellizcaba, mordía, escupía o hiciera algo contra mi persona, le daría tal puñetazo que le dejaría la nariz más chata aún. Parece que entendió, porque afirmó varias veces con la cabeza sonriendo. 
Comenzó el masaje y todo trascurrió de forma placentera hasta que se fue calentando y de pronto entró en erupción; es decir, comenzó a eructar seguido. En la cultura china eso no es mala educación, al contrario, pero lo hacía muy cerca mío y cuando fui a protestar coincidió, parece, con uno de las técnicas del masaje thai y me agarró los brazos y me los llevó retorcidos a la espalda, moviéndolos hasta lugares donde nunca pensé que llegarían; para darme después con ambas manos abiertas por los hombros con inmensa fuerza. Cumpliendo con el acuerdo previo, intenté pegarle un puñetazo, pero no me obedecían los brazos. Los pobres, colgaban a ambos lados de mi cuerpo como si no fueran míos. Además, el dolor de mis hombros se ponía peor a medida que pasaba el tiempo. Sólo lloré, de impotencia, dolor de hombre… y dolor de hombro, claro. Lo peor fue, como siempre, tener que pagar por aquello. Pero bueno, son otras culturas. 
Para regresar al hotel, caminamos por la calle principal de Phuket, que coincide en ser la calle principal del barrio rojo. Pero esa noche se detuvo por un instante la lujuria: solo recibí miradas de compasión de las mujeres y los trasvesti, al ver a este viejo en estado de emergencia nacional post tsunami (dolor y sudor). 
Estoy pensando volver mañana y retorcerle los brazos y la trompa al elefante y al guía, a meter en una pecera con pirañas adulta al masajista; o quizás no, quizás siga disfrutando este maravilloso viaje. 
 
 

Visas y visitas de un viejo en viaje No. 3

Bali, Indonesia (viaje del 07/2013)
 
Con un fuerte dolor de oído volé hacia Bali y la presión me ayudó a sufrir. Llegue que parecía un ente. Fue muy Bali-ente de mi parte volar. Por suerte lo hicimos casi sin Bali-jas. Aterrizamos de noche y no se vio bien la ciudad (ni la escuché por el oído malo). Pero todos coincidían en que Bali-ó la pena decidirme a visitarla. 
Decía que llegué con el oído infestado y tomé antibióticos, lo que me impidió celebrar con un trago. Y me dolió (no el oído, sino no tomarlo porque era gratis, de bienvenida).
Aquí, al ser un balneario típico, no es como para gastarse un día completo recorriendo la pequeña ciudad, pero sí es aconsejable caminar por las calles llenos de restaurantes, negocios y altares.
En ese paseo, me topé con un parque especial, donde cientos de monos andan sueltos. Es gracioso ver cómo esperan que le den plátanos, mientras se sacan las pulgas unos a otros uno. Son tan tiernos que me decidí sentarme al lado de uno de ellos para una foto de recuerdo. Lo miré, me miró, y sin mediar palabra alguna saltó hacia mí y me mordió en el brazo. No sé si lo hizo porque es amigo del masajista chino de Singapur o porque no le agradé. Sin dudas será muy tierno, pero no tiene tolerancia. Yo, por ejemplo, no soporto a Silvio Rodríguez y no lo he mordido cuando he compartido un espacio con él.  Bueno, no fue una herida mortal, pero me dolió. 
Hoy fuimos a la playa idílica y afrodisíaca y una nativa me hizo masaje en los pies. La señora fue más que amable. Sin embargo, en medio del masaje de pronto con sus manos llegó hasta lo más profundo de mis muslos, cosa que me hizo abrir los ojos... Pero entendí que era parte de su técnica, porque la nativa tenía más de 75 años y, paradójicamente, su pícara mirada eliminaba cualquier pensamiento oscuro.
De regreso a mi cabaña, viví otro momento “curioso”: me tomé un café de mierda. 
Sí, es así mismo, literalmente de mierda. Resulta que le mejor café de Bali tiene el siguiente procedimiento: cuando el grano de café está maduro en el cafeto que ellos cultivan, se lo dan de comer a un felino, un tipo de gato precioso por lo demás, el cual con las enzimas de su estómago “cocinan” el café hasta que fermentarlo. Después el gato defeca el grano, lo recogen, lo muelen y cuelan. ¡Y sabe riquísimo, en serio!
Sólo me resta decir que compré varias flautas autóctonas, entre ellas un digeridoo que me molestó mucho en el avión y los aeropuertos, pero valió la pena. Me dediqué a soplar las flautas todo el tiempo de regreso y a soplar la mordida del mono que me ardió por varias semanas.
 
 

Visas y visitas de un viejo en viaje No. 2

Singapur (viaje del 07/2013)
 
La primera impresión que recibí al llegar a esta ciudad-estado fue la de estar viendo una ciudad preciosa, limpia, moderna, funcional y tecnológica, con gente muy amable y decente. Supongo que descubras cosas malas, como en cualquier parte, pero eso viene después, ya que mi prioridad fue disfrutar de lo mejor del país. El clima, la comodidad y la funcionalidad son casi perfectos.
Un país sin mucha historia porque tiene sólo alrededor de 40 años como República independiente, donde la mayoría de la población desciende de chinos, pero el idioma oficial es el inglés.
Después de pasear bastante, me cansé y fui a darme un masaje de cuello y espalda. Un singapurense de origen chino me recibió y me sentó en su silla especial y confiando en él, le di la espalda. Nunca le den la espalda a un chino, sobre todo a éste. Con todo el odio y la saña del mundo introdujo más de lo físicamente posible sus dedos en mi cuerpo. Hundió su codo con furia por todos lados, golpeó con ira cada centímetro de piel occidental que encontró. Pensé que le habían dicho que me había comido un oso panda, o que me acosté en mi juventud con una muchacha del barrio chino en La Habana y era pariente de él, incluso llegué a pensar que creía que mi padre fue un repudiable colonizador inglés. 
Fue una real tortura china. 
Media hora después salí de allí mareado, confuso y con los ojos aguados. Y más encima tuve que pagar 40 dólares por tamaña paliza... Me propuse esperar unos días para volver.
Hay mucho para ver y consumir en Singapur.
La arquitectura contemporánea, original, provocadora, armónica (a mí me gustan los rascacielos); el metro, las calles, el ornato y demás, hacen que uno se enamore del lugar. Pero yo soy más de “subdesarrollo”; es decir, disfruto más el barrio chino, el barrio indio, el barrio árabe, que los moles de cemento, metal y vidrio en el asfalto y los malls de ropa. zapatos, perfumes, etcétera que existen en cada cuadra.
En esos barrios populares se ven gente caminando y hablando alto, charcos en las calles, olor a comidas, palomas, vestuarios típicos, artesanías, vendedores ambulantes; en fin, la verdadera ciudad palpitando, menos “perfecta”, pero más humana.
Investigué sobre la vida en Singapur y no puedo afirmar nada, pero en síntesis, esto fue “lo sucio, malo y feo” que me enteré:
-No hay democracia.
-Existe racismo y clasismo.
-Carísimo todo.
En otras palabras, que se vive muy bien si a uno no le importa eso negativo que acabo de señalar. Y comprobé que la mayoría de los singapurenses o singapurados (no sé bien el gentilicio), son felices.
 
 

Visas y visitas de un viejo en viaje No. 1

¿Viajar?
 
¡Viajar es tan necesario! Viajar ayuda a mantenerte inmune contra los nacionalismos y chovinismos. Basta ya de “este país es el mejor del mundo”, “este país es lo peor del mundo”, “¡no hay como el país donde nací!”, “verdad que somos los mejores”, “la gente de este país no se puede comparar con el mío”, etc. ¿No se dan cuenta de que entre los ignorantes y los cultos de cualquier país hay buenas y malas personas? ¿No se dan cuenta de que entre los ricos y los pobres de cualquier país hay gente buena y gente mala? ¿No se dan cuenta de que entre las personas de color de piel diferente y entre las personas de color de pensamiento diferente hay buenos seres humanos y malos seres humanos? ¿Qué te hace mejor o peor haber nacido en un continente o en una isla? ¿Qué influyen unas fronteras inventadas por unos tipos como tú o como yo? ¿Te hace mejor o peor persona crecer en un clima frío o tropical? ¿Los que hablan tu mismo idioma son mejores que los que hablan otro? ¿Quién dice que este sujeto es mejor o peor porque viene de un país desarrollado o subdesarrollado? ¿O porque viste más elegante o más humilde? ¿O porque come alimentos diferentes al nuestro es una mejor o peor persona? ¿O porque dice tener un gran dios así o asao?
Por favor, a los cubanos, los chilenos, los latinos, los norteamericanos, los europeos, los chinos, los africanos, los árabes, los indios que me rodean: ¡dejen de pensar y decir que son mejores o peores que otros! Sólo hay que preocuparse de si somos o no buenas o malas personas y en todos los países, en todos los pueblos, en todas las etnias, en todas las religiones, en todos los partidos políticos, en todas las organizaciones sociales, deportivas, científicas, artísticas, empresariales, en todas partes hay gente buena, mala y regular, porque así somos los seres humanos, sin importar dónde, cómo y cuándo nacieron. 
¿Cuál es la mejor patria? ¿La patria donde naciste tú? No. La mejor patria es la que haces tú con tu vida, tus familiares, tus amigos, y esté donde esté esa patria, comportarte como el ser humano que eres, respetando las culturas que veas, los pensamientos que veas, aunque no tengan nada que ver contigo. En fin, donde tú escojas que esté, está tu verdadera patria. No se trata de un pedazo de tierra, mar o cielo. Esos límites lo ponen los políticos, los militares o personas que tiene otros intereses o egoísmos, y que nos tratan de manejar con supuestos sentimientos “nobles” y “puros ideales” y así nos lanzan a estúpidas guerras donde los muertos los ponemos nosotros –no ellos-, los seres humanos buenos, malos y regulares.
Viajar ayuda mucho a darse cuenta de todo esto.

Y si no puedes viajar por la razón que sea, entonces lee mucho, que es casi lo mismo.
 

PP Layo, corre pon sal voluntario No. 11

La pregunta y la respuesta que encabeza esta noticia, es parte de la entrevista que le hice al Presidente de Haití, el Sr. Michel Martelly, cuando realizaba esta nota en Puerto Príncipe. El resto de la entrevista la encontrará en este mismo blog, cuando venza mi autocensura. Gracias.
 
No es fácil llegar a la capital de Haití para investigar, escribir y enviar una crónica reflexiva sobre lo que allí ocurre. Es que casi todo está dicho ya. Horror y miseria por doquier.
Por ello, deseo darle otro enfoque a mi trabajo. Comenzaría por la pregunta: ¿los haitianos se merecen esta desgracia? La conquista española, la esclavitud, los filibusteros franceses y la colonización gala, guerras de independencia y entre mulatos y negros, política de E.U., deforestación, dictaduras, pobreza, emigraciones, los Duvalier, sida, huracanes frecuentes, un devastador terremoto, epidemias y ahora los abusos sexuales de los cascos azules uruguayos. Mi respuesta: claro que no. Los haitianos son gente noble, amable, humilde y alegre, que ya han sufrido demasiado.
Por eso se me ocurrió algo que me comenté en voz baja, durante mi recorrido por la ciudad y que me confié en estricto secreto. Sin embargo, me voy a traicionar, ya que ante todo está mi deber de publicarlo, como profesional ético que soy, y compartirlo con mis lectores debido a su importancia.
Me dije a mí mismo que sería ideal proponerle a la ONU dos alternativas: o llevar a los siete millones de haitianos a Mónaco, sacando de ahí a los monacales (no estoy seguro si ese es el gentilicio de Mónaco, pero espero que sí, porque seguro serán “gentilicios” con los haitianos y se mudarán, comprándose sus palacetes en otras partes, donde gusten); o, me confesé, la otra variante de mi idea consiste en pedirles a Brad Pitt y a Angelina Jolie que adopten a los siete millones de haitianos.
Así, se deja a Haití sin los habitantes actuales, pero se puede llenar de militares violentos (valga la redundancia), guerrilleros y movimientos de liberación sanguinarios (valga la redundancia), narcotraficantes execrables (valga la redundancia), inhumanos fundamentalistas religiosos (valga la redundancia) y de los políticos corruptos, los pejes gordos (nalga la “redondancia”) escogidos de los peorcito de todos los países del mundo. Eso lo propongo por dos razones: 1) limpiar bastante ciertas sociedades, y 2) al mismo tiempo montar una empresa de turismo de aventura extrema en una tierra tan fatal, y que paguen los que quieran vivir las emociones y la adrenalina de enfrentarse a huracanes y terremotos, golpes de estado, matanzas, enfermedades y otro largo etcétera, en una semana, por ejemplo.
En mi opinión, conociendo a los monacoluenses, me inclino a que será más factible y real la variante de la adopción, tomando en cuenta lo que sugirió hoy al respecto el Sr. Pitt en Niza, junto a su pitto-nisa señora.
No sé si acogerán mi idea. Y hablando de acoger, ya acordé con mi traductora, una exquisita mujer de ébano (una negra rica, como diría eufemísticamente mi jefe de redacción), que habla creole como creolina para limpiar todo lo sucio en mis oídos, acordé decía, quedarme en esta Nación por ahora para ayudar en lo posible y acoger a los haitianos… y acoger a mi traductora también, ¿por qué no?, y quizás llegue incluso, hasta nacionalizarme. Estoy trabajando en ese sentido y aunque aún no me sé el Himno Nacional, ya me estoy aprendiendo el Escudo.
Y en cuanto a los uruguayos, que los dejen ahí cuando saquen a los haitianos y vacíen la Isla, si aprueban mi idea. Ellos se excedieron con la famosa garra charrúa que tanto ennoblece a ese pueblo sudamericano y en vez de demostrarnos que los cascos azules mueren con las botas puestas, demostraron que son “cacos” azules y morirán sin los pantalones puestos.
 
PP Layo
Corre pon sal
 
 

PP Layo, corre pon sal voluntario No. 10

La pregunta y la respuesta que encabeza esta noticia, es parte de la entrevista que le hice al Presidente de Chile, el Sr. Sebastián Piñera, cuando realizaba esta nota en Santiago. El resto de la entrevista la encontrará en este mismo blog, cuando venza mi autocensura. Gracias.

 
Visité Chile para reportear las frecuentes marchas de protestas que se están produciendo. Me salieron ampollas en los pies de tantas marchas que vi por televisión, acostado en mi habitación del hotel. Desde ahí, por teléfono, pude entrevistar al Presidente. “Son tantas las protestas de los jóvenes –me dijo-, que tendré que quitarle la Patria Protestad a los padres de esos estudiantes”. Cuando escuché esa amenaza, me lancé a la calle para entender mejor las marchas.
Lo primero que me sorprendió fue la figura de la líder de los estudiantes. Por supuesto, su nombre es Camila, porque se pasa el día camilando al frente de las marchas. Camila tiene muchos babosos detrás de ella, que se disputan seguirla, deseosos de abrazar sus pensmaientos y compenetrarse bien con ella.  Pero Camila los para, con una cortina de hierro, con un muro de Berlín. Unos basan sus ideas sobre Camila, en que su cara vende, y otros en que vende muy cara.
Ella es miembro del Partido Comunista. Obvio, de ahí su natural predilección por las marchas. Como sabemos en el siglo XX fue el dirigente comunista francés George Marchais el que le dio auge a las marchas, como lo indica su apellido.
Muchas marchas terminan con desmanes, saqueos y destrozos hechos por encapuchados. Averigüé y me dijeron mis fuentes que son infiltrados de la policía que provocan eso para ensuciar las protestas. Dicen que se han profesionalizados tanto los infiltrados, que en cualquier momento hasta podrían ser escogidos por los estudiantes para ser los voceros de las protestas. Otras fuentes aseguran que los encapuchados son miembros de grupos violentistas de la extrema izquierda que vienen de los años sesenta. Lo afirman porque los han visto gritar, en estas jornadas, frente a la Embajada de E.U., lemas como: “Yankee go home”, “Libertad para Angela Davis, Nelson Mandela”, etc.
Algo saludable: “Somos los ingleses de América”, se burlan muchos chilenos de ellos mismos, al ver las marchas de protestas de Londres. Como no sabía mucho al respecto, vi los noticieros y me enteré de lo que ocurre allá y vi con estupor cómo los ingleses pasaron rápido de la Marcha nupcial de la Realeza, a la Realidad de las Marchas. Y vi cómo el Presidente Cameron amenaza con aplicar mano dura. Dice que con él no va eso de “Cameron que se duerme…”
En las noticias también vi que en España sucede algo parecido: la gente marcha y marcha. Imagínense, con tantas suelas gastadas ya Zapatero no sabe cómo remendar, perdón, cómo remediar la situación.
También están las marchas en Siria. Las revueltas en todo el país, incluyendo Damasco. Llamada “Da más asco”, por la tozudez de su Presidente afferado al poder.
Y qué decir de las marchas en Israel. Desde que Moisés guió la marcha desde Egipto abriendo el mar, no se habían reportando unas marchas judías "abriendo el mal", como las catalogó Netanyahu o Netanyahooo  (no recuerdo cómo se escribe).
¿Qué mensaje me deja todo esto?, me pregunté al terminar de ver las noticias. Y llegué a la conclusión que las marchas están de moda. ¿Será porque las redes sociales hacen que se organicen más fácil que antes? Quizás, pero lo único concreto es que el concepto “marcha” se ha puesto en marcha "a toda marcha "y "sobre la marcha" se irá viendo si será una "marcha forzada" y sin "marcha atrás".
¡Pero que se marche pacíficamente por ideales nobles y justos!
¡Las marchas violentas y manipuladas políticamente que se marchiten!
PP Layo
Corre pon sal
 

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